Alexandra Marínina - Morir por morir

Здесь есть возможность читать онлайн «Alexandra Marínina - Morir por morir» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Morir por morir: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Morir por morir»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Moscú, hacia 1990. Un chantajista amenaza a un matrimonio con revelar que su hijo de doce años es adoptado. ¿Cómo ha salido a la luz este secreto? La investigación se centra en un juez que confiesa que le han robado varios sumarios. Anastasia Kaménskaya de la policía criminal, sospecha que ese robo múltiple oculta otro asunto mucho más turbio, que ella descubre rápidamente. Un eminente científico degüella a su mujer, pierde la memoria y el juicio, y cuando parece que es capaz de recordar algo, también pierde la vida. ¿Qué misterio se esconde tras ese drama familiar y por qué han querido taparlo?

Morir por morir — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Morir por morir», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– A mi hermano. Aquí al lado hay una escuela de formación profesional y para ir a casa tenemos que pasar delante.

– ¿Y qué? -preguntó Boitsov desconcertado, y sólo entonces se acordó de que Katnénskaya le había hablado de esa escuela.

– Ya le han dado varias palizas, así que ahora no le dejamos ir por allí solo. Siempre venimos a recogerle, mis padres o yo.

– ¿Cuántos años tiene su hermano?

– Seis. Estudia primero.

– ¿Seis años? -repitió Boitsov estremeciéndose-. ¿Cómo es eso? ¿Es que pegan a niños de seis años? ¿Los ha denunciado a la policía?

– Cómo no -contestó la joven claramente dispuesta a continuar la conversación-. Y no sólo nosotros. En total fuimos unos treinta los que denunciamos lo mismo pero no ha servido de nada. No van a meter en la cárcel a todos los alumnos de la escuela de FP, además, los crios no se acuerdan bien de quiénes son los que les han pegado. De miedo cierran los ojos… -En su voz tintinearon las lágrimas-. Recuerdan que ha ocurrido frente a la escuela de FP pero no saben decir nada más. ¿Cómo va a detener la policía a nadie?

– Pero ¿por qué pegan a unos niños tan pequeños?

– Por nada. Necesitan desfogarse. ¡Hijos de puta! -exclamó, y soltó un sollozo pero pudo dominarse enseguida-. La primera vez pegaron a Pavlusa porque le habían pedido dinero y él les dijo que no tenía. La segunda vez le ordenaron que se quitara la chaqueta y se la entregara, tenían una litrona para tomársela en los arbustos pero la tierra estaba fría, así que decidieron quitarle a alguien la chaqueta para sentarse encima. También entonces volvió a casa lleno de moretones y magulladuras. No se puede hacer nada con ellos. Dígame ¿qué generación es ésa que está creciendo, eh? Son unos monstruos. Tal vez porque desde pequeños comen todos esos productos químicos en lugar de los naturales, o tal vez porque toda nuestra nación se está degenerando por culpa de tantos años de alcoholismo.

– No tiene por qué trasladar a toda la nación los defectos que ve en los chicos de una escuela de FP -observó Vadim.

– Pero es que si sólo fuese esa escuela -objetó la joven con pasión-. También veo a los niños que estudian con Pavlusa. A los de su curso y a los de cursos superiores. Son completamente distintos, no se parecen en nada a cómo éramos nosotros cuando teníamos su edad, ¿entiende? A la mínima saltan y organizan una gresca, agarran piedras, tiran a dar. ¡Y lo que echan por esas bocas entonces, si les oyera usted! «¡Así te mueras! ¡Que te atropelle un camión!», y otras cosas por el estilo.

– Quizá no se les educa lo suficiente -sugirió Vadim-. Cuando se hagan mayores, aprenderán a comportarse.

– Pero qué dice -repuso la joven dejando caer las manos con exasperación-. Qué tiene que ver la educación con todo esto. ¡Los ojos se les llenan de odio, las caras se les ponen coloradas de la furia, en sus voces se oye tanta ira! Cuando los ves, te das cuenta de que va en serio, que de verdad desean la muerte a aquel con quien se pelean. La muerte o un daño grave. Quieren destruir al que se les ha cruzado en el camino para impedirles hacer su real gana, ¿comprende?, aunque se trate de un caprichito pequeñísimo, como montar en la bici de otro chico o tomarse una botella de vino sentados en la tierra sobre una chaqueta que han quitado al primero que pasaba por allí. Y ya no le digo nada de los que tienen dieciséis años, y ese caprichito es acostarse con una mujer. Mire por ejemplo, las chicas procuramos no pisar la calle después de las ocho de la noche por temor a que nos violen. Pero para qué se lo voy a contar si ya estará enterado de todo eso.

– Pues no -confesó Boitsov-. Es la primera vez que lo oigo. No sé por qué pero no me había dado cuenta de que la nueva generación fuese tan agresiva.

– Pero ¿cómo es posible no darse cuenta? -preguntó la joven sorprendida, fijando la vista en la puerta del colegio de donde habían empezado a salir en tropel los niños saltando y agitando las carteras y mochilas-. ¿Qué curso hace?

– ¿Cómo? ¿Qué curso qué? -preguntó Vadim desorientado.

– Pues ¿qué curso hace su niño? Ha venido a recoger a un niño, ¿no?

– No, a decir verdad, simplemente estaba cansado, he tenido que caminar mucho y sólo buscaba un sitio donde poder sentarme un rato.

– Ya veo -musitó la joven, que seguía estirando su delgado y grácil cuello para observar con atención a los niños que se agolpaban delante del colegio-. Pues yo creí que venía a recoger a su hijo o hija.

– No tengo hijos -dijo Boitsov sin saber por qué y, como para colmar su propio asombro, añadió-: Ni siquiera estoy casado.

– ¿De veras?

La muchacha le miró sin disimular su repentino interés. Dejó de prestar atención a la puerta del colegio, por la que tenía que salir su hermano, y examinó al desconocido. ¡Estaba pero que muy bien! Realmente bien. Mentón firme, rostro de rasgos firmes y viriles, ojos grises. ¿De verdad que no estaba casado? Seguro que había mentido. Pero si mentía, entonces le había puesto los puntos y quería volver a verla. ¿Por qué no? Se preguntaba cuántos años tendría. Aparentaba unos treinta, quizás algunos más. También su edad le gustó.

– De modo que es usted un rancio solterón -exclamó riéndose-. ¿O está divorciado?

– No, no, soy un rancio solterón, muy rancio, ha dicho bien. No he estado casado nunca.

– ¿Y eso? ¿Por qué? Me cuesta creer que no haya encontrado a ninguna que quiera casarse con usted.

– ¿Sabe?, sencillamente nunca he tenido tiempo para averiguar si hay alguien que quiera casarse conmigo o no. El trabajo me absorbe demasiado tiempo y energía, los cortejos y galanteos me pillan de lejos.

Este juego le resultaba familiar a la joven, si no por su propia experiencia, cuando menos por los libros, películas y relatos de las amigas. Cuando un hombre se empeñaba en darle a entender a una que estaba disponible, lo más frecuente era que se inventara algún trabajo complicado y tenso que por una u otra razón le impedía cortejar a las mujeres. Al mismo tiempo, sus palabras servían de advertencia: por casualidad, en ese momento tenía un rato libre y estaban juntos, pero en lo que se refería a encuentros futuros y a la evolución posterior de sus relaciones, no podía garantizar nada.

– Entonces, ¿también ahora está trabajando? -dijo la joven con gesto de comprensión y reprimiendo la risa.

– Allí está su hermano, viene corriendo -repuso Vadim obviando la respuesta.

Hacia ellos venía a todo correr un crío de seis años vestido con una chaqueta roja con capucha, y con una mochila de color caqui bailándole en la espalda.

– ¿Cómo sabe que es él? -preguntó la joven sorprendida.

– Se le parece mucho.

La chica se levantó del banco y se puso a arreglar la bufanda del niño y el gorro de lana que llevaba debajo de la capucha. Era evidente que estaba esperando que el desconocido le pidiese permiso para acompañarles, pero el hombre no parecía dispuesto a moverse del sitio y continuaba sentado cómodamente en el banco, la espalda apoyada en el tronco de un viejo roble.

– Bueno, tenemos que irnos -dijo la chica indecisa mientras pensaba deprisa qué otra parte de la vestimenta de su hermano requería algún otro ajuste que le permitiese aplazar la despedida-. Que descanse bien.

– Gracias -contestó Vadim-. Y ustedes, que lleguen bien a casa, sin sorpresas desagradables. ¿Quiere que les acompañe? ¿O de día no tiene miedo?

La incapacidad y la desgana de seguir las reglas del juego establecidas por las mujeres habían llevado a Vadim a elaborar sus propios métodos para establecer las relaciones con el bello sexo. Lo que estaba haciendo en ese momento era delegar la toma de la decisión en esa joven de ojos azules y nariz respingona, ya que, según su criterio masculino, cualquier decisión que uno adoptaba le obligaba a dar ciertos pasos, pero si era otro u otra quien adoptaba tal decisión, uno quedaba libre de cualquier obligación. Si hubiera dicho: «Permítame que la acompañe, ya que este barrio es tan peligroso», con eso mismo habría reconocido que la joven le gustaba y que, por tanto, le preocupaba su seguridad. Una confesión de ese tipo era un arma potentísima si la manejaban unas manos poco escrupulosas. Pero ahora, al construir hábilmente la pregunta, se despojaba de toda iniciativa para pasarle la pelota a la muchacha con una sencilla estratagema. Si le había gustado y quería que la acompañase, ahora no tendría más remedio que decir: «Sí, también de día tengo miedo, acompáñeme si es tan amable». Bueno, en una situación así quedaría como un verdadero caballero si acompañaba a una mujer POR QUE ELLA SE LO HABÍA PEDIDO pero nada más que eso. No le debería nada.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Morir por morir»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Morir por morir» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Morir por morir»

Обсуждение, отзывы о книге «Morir por morir» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x