Alexandra Marínina - Morir por morir

Здесь есть возможность читать онлайн «Alexandra Marínina - Morir por morir» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Morir por morir: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Morir por morir»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Moscú, hacia 1990. Un chantajista amenaza a un matrimonio con revelar que su hijo de doce años es adoptado. ¿Cómo ha salido a la luz este secreto? La investigación se centra en un juez que confiesa que le han robado varios sumarios. Anastasia Kaménskaya de la policía criminal, sospecha que ese robo múltiple oculta otro asunto mucho más turbio, que ella descubre rápidamente. Un eminente científico degüella a su mujer, pierde la memoria y el juicio, y cuando parece que es capaz de recordar algo, también pierde la vida. ¿Qué misterio se esconde tras ese drama familiar y por qué han querido taparlo?

Morir por morir — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Morir por morir», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

A primera hora de la mañana, Vadim Boitsov recibió las llaves hechas con los moldes de las del piso del principal responsable del aparato. Litvínova le había dicho que el dueño del piso pensaba marcharse después del trabajo al campo, ya que su mujer había invitado a su hija, a su yerno y a los padres de éste a comer allí el día de fiesta. Desgraciadamente, en casa tenían un perro, por lo que no valía la pena intentar entrar en el piso mientras los dueños estaban en sus respectivos trabajos. Convenía esperar a que se fuesen al chalet.

La visita al piso del creador del aparato se aplazaba, por consiguiente, hasta la tarde, y Vadim decidió hacer algo que había planeado para más tarde: dar una vuelta por el distrito Este y comprobar con sus propios ojos si era cierto lo que le había contado Kaménskaya.

Tras aparcar el coche cerca de la boca del metro y adentrarse en el barrio a pie, se encontró delante del edificio del instituto. Era el sitio donde, según el mapa, se juntaban los dos bucles. Miró a su alrededor tratando de orientarse y encontrar la dirección que le interesaba, y se dirigió a paso rápido hacia un bonito hotel de una docena de plantas. Vadim percibió que, al ser la mañana de un día víspera de fiesta, no era buena hora para las averiguaciones, pues si el efecto del que le había hablado Anastasia existía de verdad, ahora su expresión debía reducirse al mínimo. El odio y la agresividad explotaban con especial facilidad por la noche, cuando la gente volvía a casa cansada e irascible tras una jornada laboral, o cuando había tenido tiempo de emborracharse. Pero Boitsov estaba impaciente por empezar las averiguaciones para, al menos, sacar algo en claro de todo esto. No esperaba que la historia del «bucle inverso» fuera a calarle tan hondo.

Decidió comenzar por las tiendas de alimentación. Lo habitual era que tanto los dependientes como los clientes viviesen cerca, fuesen vecinos del barrio, por lo que como objeto de observación cumplían con los requisitos. En la primera tienda en la que entró, le sorprendió lo desproporcionado de los conflictos que estallaban provocados por cualquier motivo, por nimio que fuese. A pesar de que el público escaseaba y no había cola delante de ningún mostrador, los dependientes se las arreglaban para sacar de sus casillas a las señoras mayores a las que atendían, que se deshacían en lágrimas, mientras que otras señoras mayores, que ponían peros a todo, volvían histéricas a las dependientas.

– ¿Cómo es que no tienen queso normal, y sí sólo quesitos para los niños? -inquirió una cliente con severidad.

– No lo sé -contestó la dependienta encogiéndose de hombros-. Sólo vendemos lo que nos traen.

Siguió una perorata salpicada de alusiones vejatorias sobre todo lo que se había prometido cuando se iniciaba la privatización, y cómo nada había cambiado, que los dependientes eran unos ladrones, que como ahora nadie controlaba los precios, seguramente los subían por cuenta propia, pues había que ver lo rollizos que estaban todos: les estaban quitando a los jubilados, que cobraban unas pensiones de hambre, el último bocado de la boca. Al principio, la dependienta replicó algo con apatía, luego perdió los estribos, se puso a gritarle a la anciana y, llena de ira, arrojó sobre el mostrador el trozo de jamón dulce que acababa de pesar como si el jamón fuese una granada y el mostrador, la propia cliente odiosa.

En otra tienda, Vadim vio a una joven mamá que, sosteniendo la mano de un niño de cinco o seis años, le estaba leyendo la cartilla a la dependienta porque el mostrador de helados era de cristal.

– El niño tiene todos los helados a la vista, se pone a llorar y a pedirlos, ¡pero el médico se los ha prohibido! ¿Qué quiere que haga ahora?

En efecto, el niño se estaba desgañitando y, atragantándose con las lágrimas y con los mocos, exigía el helado Bounty.

– A vosotros, lo único que os importa es vender más género -continuó despotricando la mamá-, y no se os pasa por la cabeza pensar que hay cosas que un niño no puede entender. Encima, colocáis sobre el cristal conejitos y ositos, para estar seguros de que el niño se fije en vuestras porquerías. ¡Descarados!

– ¡Todos los niños pueden comerlos helados! ¿Qué tiene de especial el tuyo? -contestó la dependienta, que poseía una voz tan poderosa que se hacía oír sin esfuerzo por encima de las protestas de la indignada progenitora y de los herreos del fruto de las entrañas de ésta-. Los helados se fabrican especialmente para que los niños los coman y si al tuyo le están prohibidos, ¿qué haces trayéndolo a la tienda?, ¡haberle dejado en la calle! ¡Ahora a todo el mundo le ha dado por parir disminuidos!, y ¡luego se atreven a pedirnos cuentas a nosotros! ¿Acaso los hemos inventado nosotros, esos mostradores? Usamos los que nos dan, ¡y ya está! Todo el mundo los usa, y si a ti no te gustan, ¡allá tú! ¡Si tu hijo está enfermo, tienes que curarle en vez de andar buscando culpables!

– ¡Los únicos culpables sois la gentuza como tú! -declaró la mamá con aplomo.

Vadim no escuchó más, los gritos le habían producido una jaqueca instantánea. Salió corriendo a la calle y respiró hondo varias veces, disfrutando con el aire fresco que le henchía el pecho. «Qué mosca les habrá picado», pensó recordando las caras desfiguradas por la rabia de las mujeres peleando. Entró en un jardincillo pensando cruzarlo y visitar otra tienda cuando vio de pronto a un chaval de unos diez años que, acuclillado junto a un enorme árbol, estaba torturando con visible deleite a un gato. El gato aullaba enloquecido por el dolor e intentaba en vano soltarse de las pequeñas manos que lo aferraban; una extraña sonrisa iluminaba el rostro ensimismado del chiquillo, como si estuviera entregado a su hobby más querido, que reclamaba toda su atención pero que al mismo tiempo le aportaba un placer indecible.

– Oye, déjalo -le ordenó Boitsov sin levantar la voz-. Suelta al gato, le estás haciendo daño.

El chaval levantó rápidamente la cabeza, la sorpresa le hizo aflojar la presión de las manos. En ese instante, el desdichado gato se soltó y se dio a la fuga cojeando y aullando. Al parecer, el joven verdugo de los felinos había estado rompiéndole las patas una tras otra.

– ¿Por qué lo haces? -preguntó Vadim en tono apacible.

Pero el chico le miró con tal odio que a Boitsov se le cortó el aliento. El muchacho se giró sin decir palabra y se fue corriendo.

Vadim prosiguió su camino escrutando las caras de los transeúntes. Tenía la impresión de que ni uno solo de esos rostros estaba marcado por el sello de aquello que le habían contado. Era gente de lo más normal, era gente corriente. No veía nada especial en los que pasaban a su lado. Debería acercarse también al colegio a la hora en que terminaban las clases y echarles una ojeada a los adolescentes.

Estaba dando vueltas, paseando sin prisa, fijándose en las casas, callejones y patios, grabándolos en la memoria por costumbre, por si acaso, no porque pensase que un día ese conocimiento iba a resultarle útil. Hacia la una se acercó al colegio y buscó con los ojos un sitio desde donde le fuese fácil observar a los chicos. Vio un banco medio oculto tras los árboles y matorrales, se dirigió hacia él y sólo entonces se percató de que allí estaba sentada una muchacha de unos veinte años con un libro en las manos. Vadim estuvo a punto de dar la vuelta pero de repente la joven levantó la vista del libro y le sonrió.

– ¿También espera a que salgan de la clase? Siéntese, hay sitio de sobra.

Vadim se sentó a su lado. La muchacha, de pelo muy corto, como de un chico, nariz levemente respingona y ojos azules y redondos, irradiaba simpatía.

– Y usted, ¿a quién viene a recoger?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Morir por morir»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Morir por morir» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Morir por morir»

Обсуждение, отзывы о книге «Morir por morir» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x