Alexandra Marínina - Morir por morir

Здесь есть возможность читать онлайн «Alexandra Marínina - Morir por morir» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Morir por morir: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Morir por morir»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Moscú, hacia 1990. Un chantajista amenaza a un matrimonio con revelar que su hijo de doce años es adoptado. ¿Cómo ha salido a la luz este secreto? La investigación se centra en un juez que confiesa que le han robado varios sumarios. Anastasia Kaménskaya de la policía criminal, sospecha que ese robo múltiple oculta otro asunto mucho más turbio, que ella descubre rápidamente. Un eminente científico degüella a su mujer, pierde la memoria y el juicio, y cuando parece que es capaz de recordar algo, también pierde la vida. ¿Qué misterio se esconde tras ese drama familiar y por qué han querido taparlo?

Morir por morir — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Morir por morir», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Mañana por la mañana llega a Moscú un compañero de mamá -continuaba Leonid Petróvich-. Mamá te pide que vayas a buscarlo a Sheremétievo, que le acompañes hasta el hotel y que le orientes más o menos. Que le expliques dónde puede comer, dónde puede comprar objetos de primera necesidad, cómo aclararse con nuestras maravillosas costumbres, cómo pagar, etcétera.

– ¿Es que no conoce a nadie en Moscú? -preguntó Nastia sorprendida-. ¿Viene como turista?

– No, le habían invitado a un simposio pero todos los participantes llegan el miércoles, y a partir del miércoles, claro está, ya habrá quién se ocupe de él. Pero ese caballero ha querido venir antes adrede, para satisfacer su comprensible curiosidad por cuenta propia. Sólo necesitará de tu ayuda mañana, luego paseará por Moscú y observará cómo vivimos él sólito.

– ¿Y cómo se supone que debo reconocerle en el aeropuerto? -refunfuñó Nastia-. ¿Ha enviado mamá su retrato en color y a tamaño natural? ¿O tengo que escribir un cartel con letras kilométricas y colgármelo en el cuello?

– No te me enfades, niña, no ocurre a menudo que mamá nos pida un favor -le reprochó Leonid Petróvich-. Le ha dado a ese hombre tu teléfono, esta noche te llamará y os pondréis de acuerdo. Mañana pasarás por mi casa y te llevarás el coche.

– Quizá sería mejor que fueras tú a buscarlo -insinuó Nastia tímidamente-. Así tendrías la seguridad de que nada le va a pasar al coche, porque ¿y si le doy un golpe?

– ¿Y cómo quieres que me entienda con él? ¿Con el lenguaje de los gestos? Mamá te ha convertido en políglota. ¿Así es como le agradeces sus desvelos?

– Bueno -dijo Nastia lanzando un suspiro de exasperación-. Qué le vamos a hacer si lo ha decidido todo por anticipado. Papá, quiero darte una noticia, procura no caerte de la silla.

– Espera, déjame que me acomode mejor… Venga, desembucha.

– He decidido casarme con Chistiakov.

– ¡Alabado sea el Señor! -exclamó Leonid Petróvich con deleite-. Por fin estás entrando en razón. Enhorabuena.

– ¿A quién se la das? ¿A mí?

– A Chistiakov. ¿Cuántos años hace que lleva esperando? ¿Doce?

– Catorce. Papá, si vas a leerme la cartilla, cambiaré de idea.

– Menuda chantajista estás tú hecha. Eres una pequeña y repugnante chantajista -dijo Leonid Petróvich riéndose-. ¿Cuándo es la boda?

– No lo sé todavía. Lo más importante es resolver la cuestión a rasgos generales, lo demás son nimiedades.

– ¡Bonitas nimiedades! -protestó el padrastro-. ¿Y mamá? Querrá venir, tienes que avisarla con tiempo, no es como si tuviera que ir de San Petersburgo a Moscú.

– Bueno… Será hacia la primavera, quizás en mayo.

– De acuerdo, niña, planifícalo todo y luego informa a mamá. Has hecho bien en decidirte por fin.

Por la tarde recibió una llamada internacional.

– ¿Podría hablar con mademoiselle Anastasia? -dijo una voz en francés.

– Soy yo -respondió Nastia-. Estaba esperando su llamada.

– ¿Le parece bien que hablemos en francés o prefiere el español? -le preguntó educadamente el compañero de la profesora Kaménskaya.

– Prefiero hablar en francés si no le importa. ¿A qué hora llega su avión?

– A las 9.50 horas, mañana. Vuelo procedente de Madrid. ¿Cómo la reconoceré?

– Yo… Cómo se lo diría… -balbuceó Nastia desconcertada-. Soy rubia, alta…

Estaba a punto de darle a su interlocutor una descripción de sí misma vestida con téjanos y cazadora cuando de pronto pensó que reconocerla por estas señas sería sumamente difícil. ¿Quién sería capaz de destacar entre la muchedumbre que se agolpaba en la puerta de la salida de vuelos a una mujer desconocida de aspecto carente de un solo rasgo notable? ¿La cara? Ninguno. Corriente. ¿Los ojos? Incoloros. ¿El cabello? Algo así como rubio. La cazadora… medio Moscú llevaba cazadoras idénticas a la suya. ¿Monstruosamente fea? Pues no, simplemente del montón. ¿Guapa? Esto sí que no, garantizado.

– ¡Oiga! ¡Anastasia! -le llamó el hombre.

– Sí, sí -se apresuró a contestarle-. Rubia platino, pelo largo y rizado, ojos castaños, chaquetón de piel de color verde esmeralda y bufanda roja. ¿Me reconocerá?

– Reconocería a una rubia de ojos castaños incluso en oscuridad completa y si todo Moscú se hubiera echado a las calles -bromeó el hombre, caballeresco-. Por encontrarla, correría delante del avión.

«Lo que faltaba, un gracioso -pensó Nastia con irritación-. No le basta con arruinarme una jornada de trabajo, encima tendré que tragarme sus chorraditas y fingir que me encantan para no quedar mal.»

Enseguida advirtió que no había decidido cómo iría a la mañana siguiente a Sheremétievo. Para estar en el aeropuerto a las 9.50 tendría que levantarse a las seis y media y salir de casa a las siete y media. ¡Vaya forma de celebrar el domingo!

Arrugó la frente contrariada. Los madrugones siempre eran un tormento para ella, tenía que hacer acopio de todas sus fuerzas para sacudirse la somnolienta languidez. Seguían una larga ducha combinada con la «gimnasia mental» -multiplicar números de tres dígitos y recordar palabras de idiomas extranjeros-, un zumo de naranja helado, luego dos tazas de café bien cargado y un cigarrillo. Sólo entonces Anastasia Kaménskaya estaba lista para ir a trabajar. Pero en cuanto le tocaba en suerte un día libre, dormía hasta las once, o casi. Sin embargo, difícilmente alguien podría llamarla dormilona: le costaba conciliar el sueño y a menudo recurría a somníferos. Simplemente, la naturaleza había diseñado su organismo para que empezase a funcionar por la tarde y dedicase las mañanas al descanso.

Para conseguir la imagen descrita por teléfono, Nastia debía hacer, como mínimo, tres cosas. En primer lugar, coser al chaquetón verde los tres corchetes que se habían caído el año anterior. Tampoco estaría de más recordar dónde había guardado dichos corchetes. Segundo, rebuscar en el armario y encontrar el fular de seda rojo que Liosa le había regalado hacía siglos y que aún no había estrenado. Y tercero, teñirse el pelo con aerosol y moldearlo para formar grandes bucles. Antes de salir de casa, por la mañana, se pondría lentes de contacto de color marrón. ¡Qué fastidio tener que ocuparse de esas tonterías en vez de sentarse ante el ordenador y hacer algo de provecho!

Nastia se colocó sobre las rodillas el chaquetón de piel de conejo y, mientras cosía diligentemente los corchetes de cuero, con sus ganchos y presillas, reflexionó sobre lo que había conseguido averiguar respecto al suicidio de Grigori Voitóvich.

La que avisó a la policía fue su madre, quien al volver a casa se encontró ante una escena aterradora: su hijo Grigori, estupefacto, estaba sentado en la silla, y delante de él, en el suelo, yacía el cuerpo ensangrentado de su nuera, Yevguéniya Voitóvich. Al lado estaba tirado un cuchillo de cazador, que habitualmente permanecía colgado y envainado en la pared. Grigori no era cazador, le habían regalado el cuchillo en una de las colonias académicas de Siberia, adonde había ido para actuar de oponente en la presentación de una tesis doctoral.

La policía sacó a Voitóvich del piso y le encerró en el calabozo. Durante los primeros interrogatorios no hizo más que cabecear atónito y repetir:

– ¿Acaso he sido yo quien lo ha hecho? Esto es imposible. No puedo haberlo hecho. No puedo haber matado a Zhenia ¡porque la quiero!

Tras pasar la noche en el calabozo, empezó a ser más coherente en sus declaraciones y contó que había matado a Yevguéniya con el cuchillo de cazador en el fragor de una discusión. Se mostraba profunda y sinceramente arrepentido, se daba golpes de pecho, expresaba su consternación por lo ocurrido, y al final cayó en la depresión. Entretanto, el juez instructor había recibido la carta de la dirección del instituto donde Voitóvich llevaba muchos años trabajando, con la petición de concederle libertad bajo fianza e imponerle una pena alternativa que le eximiese de la reclusión en un centro penitenciario. Por toda respuesta, el juez de instrucción Baklánov se limitó a esbozar una sonrisa: ¿dónde se había visto que se dejase en libertad a un asesino sorprendido prácticamente con las manos en la masa? Sin embargo, aquel mismo día le llamó el fiscal del distrito para decirle que la Fiscalía de la ciudad había recibido ciertas «indicaciones», y que los de la Fiscalía se remitían a alusiones fáciles de descifrar procedentes de la Oficina del Fiscal General. El sentido de dichas alusiones se resumía en que Voitóvich era uno de los autores de cierto proyecto científico secreto de importancia crucial para la industria de la defensa, que dicho proyecto se encontraba en la última fase de su desarrollo, que Voitóvich era la cabeza pensante del proyecto y que sería imposible llevarlo a su término sin contar con su colaboración. Para concluir los trabajos y realizar las pruebas necesarias hacían falta unas dos o tres semanas, después de lo cual el querido camarada Grigori Ilich podría retornar al calabozo. La dirección del instituto no estaba interesada en que Voitóvich continuase acudiendo al despacho. Tendría suficiente con que trabajase desde casa dando todas las órdenes precisas por teléfono, por lo que rogaba sustituyeran la detención custodiada por un arresto domiciliario o cualquier otra cosa por el estilo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Morir por morir»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Morir por morir» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Morir por morir»

Обсуждение, отзывы о книге «Morir por morir» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x