– Pareces sorprendido. Even sonrió y dijo:
– La verdad es que no solía ser precisamente un fan de tus artes culinarias cuando Mai vivía aquí. Muchas veces llegué a informarme por adelantado para saber a quién le tocaba cocinar aquel día antes de aceptar una invitación.
– Vaya -por un momento, Kitty pareció haberse ofendido, aunque no tardó en sonreír, quitándole así hierro al asunto. Even se dio cuenta de que se había pintado los labios un poco desde que él había llegado a su casa.
– Estabas muy obsesionada con que la comida fuera sana, ensalada y verde y esas cosas, y por entonces prácticamente yo no hacía más que comer comida basura. No sé si has cambiado de recetario, pero yo desde luego he cambiado de costumbres culinarias.
Estuvieron un rato hablando de los viejos tiempos, de los ochenta, cuando eran jóvenes estudiantes. Kitty le habló de los primeros tiempos en Nesodden, los arreglos que habían hecho las chicas en la vieja granja, de todas las anécdotas divertidas que habían vivido juntas: los saltos en el heno del granero, las excursiones de pesca al lago, las luchas infantiles de cojines antes de dormir.
– Pero entonces llegaste tú y lo estropeaste todo. -Kitty lo dijo en un tono de voz pretendidamente abatido-.Ya no era posible comportarse de esa manera tan inocente con un hombre de testigo. Sobre todo no lo era para Mai-Brit. Estaba locamente enamorada de ti y de pronto tenía que mostrarse adulta, por narices. Nunca la había visto así con nadie, quiero decir, ¡sólo la manera en que te miraba! Y yo no entendía nada porque, la verdad, parecías una mezcla de yonqui y okupa de Blitz, maldecías como un animal. ¡Y ese nombre!
– ¿Qué? -dijo Even y apartó la vista del sofá-. ¿¡Even!?
– No, eso de «Rekil». Ella solía llamarte Rekil, ¿no te acuerdas?
– Eh… sí, ahora que lo dices. Pero no era más que una broma; dejó de llamarme así cuando nos conocimos mejor.
– Sí, y la verdad es que dejaste de desagradarme un poco cuando nos conocimos mejor. Cuando me ayudaste a apuntalar el tejado. -Kitty se rió y señaló en dirección a la estancia contigua-. Mi padre pasó por aquí unos días después y le dio un patatús cuando le conté lo que había hecho. Estaba listo para darte una medalla por haber salvado a su hija de recibir el segundo piso en la cabeza.
– Oh, tampoco había para tanto -se rió Even. Atrapó un trozo de pollo con el tenedor-. ¿Eres médico en la Escuela Superior de Deporte?
– Sí, médico deportivo, estoy investigando el desgaste y las lesiones deportivas. Es un puesto de media jornada, la otra mitad del día la dedico a entrenar y a asesorar a jóvenes talentos.
– ¿En qué disciplina?
– Ninguna en particular, se trata más bien de un programa de entrenamiento básico y una evaluación de los puntos fuertes y los débiles del cuerpo. No todos estamos hechos para ser velocistas, como ya debes saber, depende de la masa muscular, la capacidad pulmonar, el corazón…
Even la escuchó con interés, no tanto por el tema, sino por el entusiasmo, la competencia y la intensidad que irradiaba; sus ojos habían adquirido un brillo especial. Se reconoció a sí mismo en ella, así había sido él. Antes. Su lado blanco.
Mojó el último pedacito de brócoli en la salsa y masticó mientras miraba de reojo hacia la mesa del sofá.
Kitty se rió, se puso en pie y agarró la olla.
– Me parece que no te resulto tan interesante como eso de ahí. Dejaré que sigas leyendo.
Even se encogió de hombros disculpándose y dio las gracias por la maravillosa cena.
Encendió una lámpara de pie que había detrás del sofá. Ojeó lentamente todos los papeles. Aparte del relato de ocho páginas con el título de Primer secreto, había tres páginas con copias de las anotaciones manuscritas que había hecho Newton, una página con un antiguo texto en inglés, escrito con una letra totalmente desconocida para Even, y cuatro páginas a mano con las anotaciones de Mai. Al final había una página con un listado de títulos de libros, todos relacionados con Newton o con el siglo XVIII. En esta página había un post-it amarillo enganchado con el texto: Hermes This Bookshop y el número: 1009.
El número le parecía conocido, además era un número primo. Sin embargo, Even no consiguió adivinar por qué.
Empezó a leer las copias de las anotaciones de Newton. En la primera página había una lista detallada de palabras y símbolos que se utilizaban en las recetas alquímicas. Primero aparecía un mineral: Gold, Silver, Copper, etcétera, y detrás de cada uno de ellos, uno o varios símbolos que lo representaban. Un aro con un punto (oro), una medialuna (plata) o el signo biológico del género femenino (cobre). El signo del hierro era el mismo que el signo biológico del género masculino. Even se preguntó si se escondía un simbolismo más profundo en la elección de signos; el cobre era brillante y con él hacían pendientes y cuencos de frutas, mientras que el hierro era basto y duro, y con él se hacían espadas y cañones. Miró de reojo a Kitty, que se paseaba por la cocina canturreando. Mejor no hacerla partícipe de su idea; pertenecía a unos tiempos más antiguos, a cuando las mujeres todavía no habían empezado a fundar sus propias comunas. Estudió la caligrafía, que era diminuta y nudosa, y dedujo que pertenecería a los años jóvenes de Newton, cuando todavía era un estudiante. Un sello en la esquina mostraba de dónde había sacado Mai la copia: King's Coll. Libr. Camb. La biblioteca del King's College de Cambridge.
La siguiente página era una copia extraída de un bloc de notas. La caligrafía era un poquito mayor y las letras ligeramente más rectas; todo parecía indicar que se trataba de un Newton mayor, aunque todavía joven. El texto empezaba con las palabras Opus. 1. The first step. Extraction and rectification of the spirit. Las últimas palabras estaban subrayadas tres veces. Después de una frase ininteligible para Even, el texto se dividía en párrafos numerados: 5, 6, 7 y 8. Por qué los primeros cuatro párrafos no estaban incluidos era, a primera vista, incomprensible. ¿A lo mejor estaban contenidos en las primeras frases? Un redactado del punto 6 llamó su atención: Conjunction of the red man with the white woman, & decoction to the completion, decía. Even se llevó la mano al pelo, que se le había puesto algo canoso, miró de reojo la cabellera roja de Kitty a través de la puerta de la cocina y pensó para sus adentros si no podía tratarse de un error de trascripción; que debía haber dicho conjunction of the red woman with the white man. Hubiera estado bien.
De todos modos, se trataba de una de esas clásicas letanías alquímicas que él no entendía demasiado. Se preguntó si Mai lo habría entendido.
El tercer folio resultó ser una carta a un tal Mr. F, eso era todo lo que ponía acerca del destinatario. La carta versaba sobre los experimentos que Newton había realizado en los últimos tiempos y terminaba con algunos comentarios a la última carta de Mr. F. y las opiniones que en ella debió de expresar. En la carta no aparecía ninguna indicación de la fecha, pero por la caligrafía, Even dedujo que debía de tratarse de mediados de la década de 1670.
La carta con la letra desconocida era, sin lugar a dudas, la descripción de una conversación que el escritor había mantenido con Newton. Resultaba difícil descifrar la letra, aunque Mai, para ayudar al lector (¿Even?), había marcado frases con un fosforescente amarillo. Cerca de la parte superior de la carta ponía: «… 83 years. He was better after it and his head clearer and memory stronger…».
Un poco más abajo, había marcado algo que Newton había dicho al oyente: «… that required the power of a creator. He, said he, took all the planets, with the sun and moon and other planets, to be composed of the same matter with this earth -with earth, water, stones &- but variously conected».
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