Kurt Aust - La Hermandad Invisible

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En un café de París, en plena primavera, una mujer se introduce un revólver en la boca y aprieta el gatillo ante los ojos atónitos de los presentes. Se trata de Mai-Brit Fossen, una editora de Oslo, casada y madre de dos niños. Su ex marido, Even Vik, excéntrico profesor de matemáticas, la sigue amando pese a que llevan cinco años divorciados. Desolado por la pérdida e incapaz de creer que Mai acabara con su vida por propia voluntad, viaja a París y descubre que Mai estaba escribiendo un libro sobre Isaac Newton, en particular sobre la parte más oscura del científico, su enigmática doble vida y su pertenencia a una sociedad secreta, y que ha dejado una estela de mensajes codificados que sólo una inteligencia matemática como la suya puede descifrar.
Pero ¿por qué Mai-Brit tuvo que pagar con su propia vida el hallazgo de unos secretos de más de trescientos años de antigüedad? ¿Y por qué hizo un solitario justo antes de dispararse un tiro? En este fascinante thriller literario, aclamado por los lectores nórdicos, Kurt Aust despliega su extraordinario conocimiento de una de sus pasiones, los códigos y las infinitas posibilidades de los números.

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La mayoría de las claves eran infantiles, aunque algunos de sus textos a veces se ocultaban, no obstante, tras unos sistemas astutos. Sobre todo las fórmulas alquímicas que podían estar escritas con alfabetos propios, con palabras y conceptos pensados exclusivamente para los iniciados, y con símbolos especiales para denominar los diferentes metales, ingredientes y procesos.

Even se había quedado mirando la frase. ¡Escribía en clave! ¿Era así como Mai había introducido un mensaje oculto en los textos? ¿Era ése todo su propósito?

Even dejó la taza sobre la mesa, hojeó los folios hasta llegar a la última página y arrancó el post-it amarillo. Hermes Tris. Miró el número, 1009, le dio la vuelta al pedazo de papel y descubrió un número en la parte inferior del dorso. 6419. ¡Maldita sea! Con un gemido echó la cabeza hacia atrás y fijó la mirada en el techo. Ahora se daba cuenta de por qué el 1009 le había resultado familiar. Era su número. Precisamente porque también lo era el 6419. Sólo había que darles la vuelta, por pares. Era tan sencillo que ni siquiera se había dado cuenta.

09.10.1964.

¡Era su fecha de nacimiento!

Capítulo 25

Los niños ya se habían acostado y la casa estaba en silencio. Un «silencio mortal», pensó Finn-Erik y miró rápidamente hacia la oscuridad del jardín.

Finn-Erik corrió las cortinas, se dejó caer en el borde de la silla y miró a su alrededor, en el pequeño estudio. Estaba acostumbrado a estar solo en casa con los niños; al fin y al cabo, Mai-Brit había viajado mucho para la editorial. Sin embargo, ahora el silencio era distinto; se había vuelto inquebrantable, algo a lo que debería acostumbrarse. O al menos aceptar.

Pensó en poner algo de música, pero no tuvo fuerzas para hacerlo. En realidad, nunca había sido un hombre de música, y aún menos estando con Mai-Brit. Nunca había entendido su amor por la música clásica o, mejor dicho, no comprendía la música. La había escuchado cuando ella la ponía, sin protestar. A veces le había parecido que estaba bien, o que era rítmica, o sombría, aunque nunca le había dicho nada en especial. Le faltaba la voz, una letra que le explicara de qué iba.

Se puso en pie y contempló las fotografías del tablón. Mai-Brit y Stig en la playa; él rodeando la barriga abultada de Mai-Brit con los brazos; la foto de su boda; la familia feliz delante de la cabaña de Rendalen. Las cambió un poco de sitio, de modo que todas estuvieran visibles al máximo. De haber entrado en aquel momento y habérselo encontrado así, Even se habría extrañado. ¿Por qué se habría colado Even en el estudio, por qué habría mirado las fotografías? ¿Acaso sospechaba algo?

Una gaviota chilló lastimera en algún lugar de la noche, con aquel profundo y frenético ga ga ga. Finn-Erik se estremeció, era uno de los pocos pájaros que no le gustaban. Grande, bello, glotón y poco de fiar. Un vampiro.

Mai-Brit había sido una aficionada de la naturaleza, le encantaban los paseos por el campo y la montaña, igual que a él. Había sido sobre todo allí y en compañía de los niños que se habían encontrado y amado.

Finn-Erik se trasladó a la silla del escritorio, abrió los cajones y hojeó lentamente los papeles que aparecieron: certificado de matrimonio, pasaporte, partidas de nacimiento, la escritura de compraventa de la casa. Documentos del trabajo, de la asociación ornitológica noruega, del sindicato. ¿¡Un sobre de la logia!? No debería estar allí. Sacó la carta de la orden masónica, cerró el cajón y se la llevó al sótano. La metió en la caja de cartón junto con los demás documentos.

Cuando volvió a subir a la planta baja, cerró la puerta del sótano con llave y se acercó al sofá. El silencio volvió a hacerse enorme, y él se quedó sentado en medio de la oscuridad, pensando en Even Vik. En un hombre que no le gustaba y al que todavía menos entendía. Mai-Brit había hablado muy pocas veces del ex marido, tan sólo en alguna ocasión excepcional, en oraciones subordinadas, como de pasada. Retazos que ahora Finn-Erik intentaba juntar para dilucidar un todo.

Una relación extrema con los números. Experto en Newton. Ningún familiar, ni hermanos, ni padres. Algo sobre una mujer a la que le habían hecho el cráneo añicos, ¿a alguien de la familia? No lo recordaba del todo. De vez en cuando, Even era increíblemente infantil, había dicho ella. Y luego había algo que tenía que ver con… De pronto, Finn-Erik se incorporó y fijó la mirada en los arbustos al otro lado del cristal de la ventana… algo que tenía que ver con Even, algo de un trabajo que había hecho para el servicio de inteligencia. El servicio de inteligencia del ejército, había dicho Mai-Brit en una ocasión, mientras miraban algo en la tele; se había detenido en medio de una frase y se había quedado muda de golpe. Él la había mirado de reojo, pensando si debería interrogarla, pero había llegado a la conclusión de; que Mai-Brit había dicho más de lo que le habría gustado decir y Finn-Erik se conformó con aquella frase inacabada, olvidándose al rato de aquel asunto.

El servicio de inteligencia. Even había trabajado para ellos. O… Finn-Erik sintió que las manos se le humedecían. ¿A lo mejor seguía haciéndolo? ¿Era ésa una de las razones por las cuales parecía estar tan obsesionado en meter las narices en todo lo que rodeaba la muerte de Mai-Brit? Buscaba una explicación con demasiado ahínco.

Finn-Erik se levantó, se dirigió al estudio, abrió el cajón con todos los documentos personales y sacó un certificado del cajón. Lo dobló y lo metió en un sobre; atravesó la casa con una mirada atenta hasta que, finalmente, encontró un lugar adecuado. En la parte superior del armario de la cocina, detrás de los botes con lentejas y alubias. Era poco probable que Even fuera a buscar algo allí. Colocó un tarro de cristal encima del sobre, para que un repentino golpe de aire no pudiera moverlo de allí y dejarlo caer sobre la mesa de la cocina.

Capítulo 26

Even se sentía como un gusano, se retorcía y revolvía sin acomodar sus piernas; el sofá era demasiado corto. El café alborotaba en su estómago y las notas de Mai, su cabeza. Pasó la lengua por los dientes con dureza, intentando eliminar la capa de azúcar, ácido y cafeína que sentía se había alojado como una película corrosiva sobre el esmalte; echaba de menos su cepillo de dientes. Hacía tiempo que Kitty se había ido a la cama, no sin antes despedirse de él deseándole «buenas noches» con el pelo cayéndole por los hombros. Había estado convencido de que sería así; se sentía cansado y listo para dormir, sobre todo ahora que tenía la sensación de haber conseguido desenredar el ovillo que había dejado Mai. Sin embargo, el sueño no llegaba.

¿Realmente quería Mai que buscara una librería que se llamaba Hermes Tris y, de ser así, dónde estaba aquel sitio? En Inglaterra, Estados Unidos, Canadá… las posibilidades eran infinitas. De hecho, no tenía por qué estar en un país de habla inglesa. Alemania. Tal vez Francia, París. ¿Qué se suponía que debía hacer en aquella librería? ¿Encontrar un libro en concreto? En tal caso, ¿cuál? ¿O hablar con alguna persona en especial? ¿Recoger algún mensaje? También en este caso las posibilidades eran muchas. El edredón de los invitados estuvo a punto de caer al suelo y Even lo atrapó en el último momento. ¿Por qué demonios habría dejado un mensaje tan enigmático? ¡Habría sido mucho más sencillo si le hubiera escrito: ve a… y recoge…! ¿Habría algún otro mensaje oculto entre los papeles?

Even se incorporó en el sofá, encendió la lámpara y empezó a leer de nuevo. Sobre todo las notas de Mai. Lo repasó todo minuciosamente, también el dorso de los papeles, incluso el sobre, y para su sorpresa encontró una nueva hilera de números, 01156619, escritos en el interior del sobre. Su vejiga protestó, y Even dejó los papeles sobre la mesa, aunque no pudo resistirse a toquetearlos un poco antes de atravesar la oscura cocina de camino al baño. El baño no tenía ventanas y Even tuvo que encender la luz. Sonrió con cierta nostalgia al ver la vieja cisterna que estaba suspendida del techo. Mientras orinaba, esperó con cierta ilusión infantil el momento de tirar de la cadena que colgaba paralela a la tubería. Sin embargo, una vez hubo terminado, ya con la mano en la empuñadura de porcelana, vaciló. Sorprendido, se dio cuenta de que había dudado por temor a despertar a Kitty. «La consideración hacia personas que no conozco no es precisamente mi marca de fábrica», pensó con una sonrisa amarga, y acabó tirando de la cadena. El agua rugió a través de la tubería hasta llegar a la taza, un sonido de lo más agradable y refrescante si se está en el campo, un lugar en el que reinaba el más absoluto silencio. Le entraron ganas de volver a tirar de la cadena. «No, mejor no exagerar ni repetir algo bueno», rezongó en tono increpador. Entonces se giró y casi dio un salto, asustado al ver una sombra en la puerta.

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