– Al igual que Newton, Cavendish era terriblemente reservado a la hora de publicar los resultados de sus experimentos. Muchos de ellos no se llegaron a conocer hasta después de su muerte, y por entonces ya no se disponía de Cavendish para que explicara lo que había descubierto. Es por eso que luego ha resultado que, en muchos aspectos, estaba cien años, o más, por delante de su tiempo.
– ¿Por delante con qué, por ejemplo? Fue Hjelm quien preguntó.
– Experimentó con la capacidad conductiva de la electricidad, algo que otros tardarían un siglo más en hacer. Y operó con leyes y reglas físicas que no fueron «inventadas» hasta mucho más tarde: la ley de Ohm, la ley de las presiones parciales de Dalton, la ley de proporciones equivalentes de Pvichter, incluso podría mencionar cinco más. Principios a los que ese tal Cavendish llegó sin hablar de ello con nadie. Sólo hace cincuenta años o así que alguien consiguió revisar todos sus papeles y comprendió que fue un genio.
– En otras palabras, un hombre sobre el que deberíamos escribir un libro más adelante -dijo Hjelm con una sonrisa.
– Sí, desde luego -dijo Mai-Brit y vio cómo el director financiero lanzaba una mirada escéptica a su jefe-. Pero para volver a Newton, también en él hay muchas cosas que han quedado ocultas, al menos para la gran mayoría de gente. No en cuanto a sus experimentos científicos, aunque éstos también tienen sus aspectos excéntricos, desde luego. ¿Sabíais, por ejemplo, que Newton experimentó con la luz y la vista introduciendo la hoja de un cuchillo por detrás de su propio ojo y apretándolo desde detrás?
Mai-Brit se llevó un dedo al ojo, mostrando cómo Newton había introducido el cuchillo entre el hueso y el globo ocular. Alrededor de la mesa, algunos hicieron muecas de aprensión al imaginárselo; otros parpadearon inconscientemente, como si quisieran proteger sus ojos.
– Es verdad -dijo Mai-Brit con una sonrisa-. Pero no hablemos más de eso. Lo que estoy sopesando estudiar en relación con este libro son sus intereses ocultos por la alquimia y el ocultismo. -Posó una mano sobre los papeles que tenía delante para dar más énfasis a su última fiase-. De hecho, creo que existen incluso más lados ocultos y sombríos del genio que desconocemos y por eso pienso viajar a Inglaterra la semana que viene para sumergirme en su pasado y arrebatarle sus últimos secretos.
Odin Hjelm asintió divertido con la cabeza y dio por finalizada la reunión mientras el director financiero anotaba algo en un bloc de apuntes negro.
– Acuérdate de la manzana -dijo el editor de literatura extranjera y se levantó.
– ¿Disculpa? -dijo Mai-Brit y lo miró.
– Acuérdate de la historia de la manzana que cayó del árbol y le llevó a descubrir la ley de la gravedad.
– Ah, ésa. -Mai-Brit recogió sus papeles-. No es más que una patraña. Una buena historia, pero, al fin y al cabo, una invención. Newton no era el tipo de hombre capaz de sentarse debajo de un árbol y esperar que le llegara la inspiración gracias a una manzana.
La editora de literatura infantil se detuvo delante de Mai-Brit y preguntó:
– ¿Qué es la presión parcial?
«La única que cuando hay algo que no sabe es capaz de reconocerlo -pensó Mai-Brit al entrar en su propio despacho un poco más tarde-. Está acostumbrada a tener que dar explicaciones y a simplificar, acostumbrada a tratar con niños haciendo preguntas.»
Los adultos no preguntan. Eres un tonto si preguntas, porque entonces demuestras que hay algo que no comprendes. Por lo tanto, no preguntas y sigues siendo el ignorante que eras. Sigues siendo un tonto.
«Hay primavera en el aire», pensó Even y respiró hondo antes de sentarse en el coche. Caían gotas desde el tejado del granero y desde los árboles, y una brisa casi cálida soplaba a través del patio de la granja a pesar de que era temprano por la mañana. Un pajarito trinaba a todo volumen desde lo alto de un árbol, como si en ello le fuera la vida. Como si con ello pudiera espantar la nieve y el invierno.
Unos minutos antes, Even se había escabullido del dormitorio sin despertar a Kitty, había escrito una nota en el dorso de un recibo arrugado y se había ido. Había pensado que era mejor así.
En el camino sinuoso que atravesaba Nesodden y, más tarde, en la autovía E6 en dirección a Oslo, se sorprendió varias veces a sí mismo sonriendo, así, sin más. Había pasado un tiempo desde la última vez. Y tarareó Here Comes the Sun, probablemente por primera vez en su vida. Notó que el tiempo, su tiempo, había empezado a correr de nuevo. Débilmente, pero lo sentía.
Había poco tránsito, tanto en la E 6 como en el Cinturón 3 aquel domingo por la mañana, y no había prácticamente ni un alma cuando tomó Nordbergveien y luego Kongleveien en dirección a Kringsjá. A pesar de que pronto tocaba misa, murmuró en un tono de voz afectadamente escandalizado para sus adentros. Cuando, minutos antes, circulaba por el 3 ercinturón había oído el tañido de las campanas de la iglesia del barrio de Grefsen. «¡Maldita sea, hoy en día no hay nadie que desee ser salvado!»
Aparcó el coche en el acceso de coches y entró sin llamar antes. La puerta principal estaba entornada, por lo que tenía que haber alguien en casa. En el pasillo oyó voces que provenían del salón y siguió adelante; estuvo a punto de decir algo cuando de pronto se detuvo. Había dos personas sentadas en el sofá, muy juntas; o al menos relativamente juntas. En el televisor, un pastor en el altar dando el sermón.
«Para avanzar hay que rellenar el tiempo con acciones», se repitió para sí. Era una idea que de pronto le había venido a la cabeza en el coche, y ahora se había quedado indeciso por un momento antes de decidirse por salir de puntillas, como si nunca hubiera estado allí. Sin embargo, uno de sus zapatos rozó contra el marco de la puerta y Finn-Erik se dio la vuelta y lo vio.
– ¡Even! -gritó a través de la cocina. Alcanzó a Even en las escaleras y lo agarró, ya sin aliento, por el hombro-. ¡Detente! No es como tú crees.
Even lo miró incrédulo.
– No es como tú crees -le imitó Even-. Es curioso, yo también he visto esa película. Y es cuando yo digo: «¿Qué es lo que no es como yo creo?», y luego tú dices: «No es más que una amiga, nada más». Y entonces es cuando aparece la amiga detrás de ti y dice: «Yo ya me iba, nos vemos luego», y te mira con esa mirada cómplice antes de desaparecer del cuadro.
La mujer del sofá salió al pasillo. Llevaba el pelo cortado en un peinado asimétrico, más largo por el lado izquierdo que por el derecho. Rozó el codo de Finn-Erik y dijo:
– Yo ya me iba; nos vemos mañana.
Los dos hombres se quedaron un rato sin decir nada, viendo cómo la mujer se metía en el coche. Finn-Erik alzó la mano cuando ella le saludó.
– Una semana -dijo Even-. Sólo lleva una semana muerta, joder. Diez días.
Finn-Erik entró en la cocina.
– No me he acostado con ella si es eso lo que crees. No somos más que amigos. Es una buena compañera de trabajo; se divorció hace medio año. El hombre se largó, y yo empecé a hablar bastante con ella, creo que incluso la ayudé a superar los peores momentos. Sólo pretendía devolverme el favor, vino interesándose por… ¡Dios mío! No creo que tenga que rendirte cuentas a ti, francamente. -Finn-Erik lo repasó con la mirada, desde la cabeza a los pies y otra vez la cabeza, lo olisqueó, como examinándolo-. Pero tú, esa mirada, y el aroma que traes contigo. Tú sí que has hecho más que hablar.
– Llevo cinco años de duelo -bufó Even y se sentó. Cogió una llavecita con un letrero de plástico que había sobre la mesa y serró el salero con ella, sólo por hacer algo. Toqueteó el letrero y lo leyó-. ¿Esto qué es?
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