Kurt Aust - La Hermandad Invisible

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En un café de París, en plena primavera, una mujer se introduce un revólver en la boca y aprieta el gatillo ante los ojos atónitos de los presentes. Se trata de Mai-Brit Fossen, una editora de Oslo, casada y madre de dos niños. Su ex marido, Even Vik, excéntrico profesor de matemáticas, la sigue amando pese a que llevan cinco años divorciados. Desolado por la pérdida e incapaz de creer que Mai acabara con su vida por propia voluntad, viaja a París y descubre que Mai estaba escribiendo un libro sobre Isaac Newton, en particular sobre la parte más oscura del científico, su enigmática doble vida y su pertenencia a una sociedad secreta, y que ha dejado una estela de mensajes codificados que sólo una inteligencia matemática como la suya puede descifrar.
Pero ¿por qué Mai-Brit tuvo que pagar con su propia vida el hallazgo de unos secretos de más de trescientos años de antigüedad? ¿Y por qué hizo un solitario justo antes de dispararse un tiro? En este fascinante thriller literario, aclamado por los lectores nórdicos, Kurt Aust despliega su extraordinario conocimiento de una de sus pasiones, los códigos y las infinitas posibilidades de los números.

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– ¡Mr. Newton! ¡Mr. Newton! -Wickins dio un salto y se adentró en la estancia, agarró un par de mantas y empezó a arrojarlas febrilmente sobre la mesa en un intento de apagar las llamas-. ¡Socorro, incendio! -gritó al pasillo. Un par de estudiantes de la habitación vecina acudieron en su ayuda, uno fue a por agua, y el otro le echó una mano a Wickins con las mantas. Tras unos minutos de gran turbación consiguieron controlar el fuego.

Un hombre con peluca y traje apareció en la puerta. Se quedó petrificado al ver los destrozos causados por el fuego.

– Mr. Newton, qué bien que haya venido -exclamó Wickins, que con las manos quemadas seguía arrojando agua sobre unas brasas rebeldes-. Ha habido un incendio y la gran mayoría de notas y libros que había sobre la mesa ha quedado destruida. Ay, Mr. Newton, lamento no haber estado aquí cuando ocurrió.

– Es terrible, Mr. Wickins -dijo Newton en un tono de voz inexpresivo y se acercó a la mesa. Apartó una manta mojada y hurgó entre las cenizas con un dedo-. Terrible -repitió-. Sólo había acudido al servicio matinal en la capilla. -Echó un vistazo al reloj de pared y asintió-. Me fui hace una hora y veintidós minutos.

Capítulo 24

La calle estaba desierta. La luz de una farola brillaba en la acera de enfrente, pero por alguna razón misteriosa se mantuvo a la misma distancia mientras él se acercaba. El crujido de unas piedras le hizo volverse, sólo para ver una casa que se derrumbaba y desaparecía en una oscuridad eterna e inescrutable. Asustado, trastabilló y fue a parar a la calzada, donde de pronto apareció un camión rugiente con unos faros potentísimos, que casi lo atropello. Él se quedó petrificado, viéndolo desaparecer como dos pilotos rojos en medio de la niebla. La calle tembló, el pavimento empezó a deshacerse bajo sus pies, aunque logró salvarse en el último momento dando un salto hacia la acera. Se arrodilló y vio cómo la calzada se deshacía en piedrecillas y grava, pequeños meteoritos que eran absorbidos por un agujero negro. A sus espaldas, una piedra del bordillo se soltó y desapareció en el abismo, luego la siguiente y luego una losa se disolvió como si fuera azúcar en agua caliente. Aterrorizado, se arrastró hacia delante mientras el abismo le pisaba ávidamente los talones. Un grito se había quedado atascado en su garganta mientras la eternidad devoraba el suelo desde los dos lados. Aterrado, se agarró con las dos manos al borde de la última losa mientras su mirada se perdía en el espacio infinito. Un camión con verduras hervidas atravesó la noche y él se lanzó a la oscuridad sin pensarlo dos veces, aterrizó sobre la cabina del camión y se quedó allí mientras el conductor le gritaba…

– ¡La cena está servida!

– Hum…

– Si quieres cenar, será mejor que te incorpores. -El conductor le reprendió con la mirada.

Even abrió los ojos y echó la mirada hacia el salón.

– ¿Qué…?

Se incorporó aturdido en el sofá. Kitty dejó una olla de hierro fundido humeante sobre la mesa del comedor y se dirigió al buró.

– ¿Vino? -Kitty sostenía una botella de vino tinto abierta en el aire.

– Eh… sí, gracias. -Even jadeó y se rascó el pecho.

El salón estaba prácticamente a oscuras, sólo entraba luz por la puerta abierta de la cocina, un par de velas sobre la mesa iluminaban la estancia. Las brasas crepitaban en una vieja estufa y una música tenue salía de unos altavoces que estaban colocados uno a cada lado de la ventana. Even se inclinó hacia delante y recogió un montón de papeles que estaban esparcidos por el suelo. La historia de Mai sobre Newton. Debió de quedarse dormido mientras leía.

– ¿Muy aburrida la lectura? -dijo Kitty, que en ese momento entraba desde la cocina con un bol de ensalada y una salsera en las manos.

Even echó un vistazo a los papeles y se rascó la mejilla.

– No, aburrida no…

– ¿Pero…?

– No sé… extraña. No consigo adivinar de qué se trata realmente, qué sentido tiene.

– Tendrás que echarle un vistazo luego. -Kitty retiró una silla de la mesa con el pie y se sentó-.Ven a comer mientras la comida todavía está caliente.

– Sí, gracias -dijo Even y miró indeciso hacia la mesa. ¿Qué habría preparado?

– Pechuga de pollo hecha con mantequilla de ajo y limón. Salsa de crema de leche con setas -dijo Kitty, como si le hubiera oído-. Verduras hervidas, ensalada… y vino tinto.

La cena despedía un aroma apetitoso. Even tomó asiento y agarró la copa de vino, aunque la volvió a soltar rápidamente.

– No, diablos, que tengo que conducir. Kitty bebió un poco, chasqueó la lengua y lo miró fastidiada.

– Puedes quedarte a dormir aquí. Apenas he tenido ocasión de saludarte; cuando no leías, estabas durmiendo.

Even alzó la mirada, sorprendido. Sus ojos se encontraron con los de ella por encima de la copa. Llevaba el pelo recogido en un ovillo de henna desordenado sobre la cabeza; se habían soltado varios mechones que ahora caían por sus hombros como pidiendo que alguien los retirara de sus mejillas y sus pechos y…

– El sofá -dijo ella levantando irónica la ceja-; te prepararé una cama en el sofá. Parece que duermes muy bien allí.

– Sí -murmuró él-, eso era lo que pensaba. Pero antes tendré que…-Se sacó el móvil del bolsillo y lo abrió-. Tengo que llamar a Finn-Erik y preguntarle si podrá estar sin coche hasta mañana.

Finn-Erik contestó al instante.

– ¡Even! ¿Dónde has estado? Me puse muy nervioso al ver que no llamabas y…

– Sí, lo siento, lo sé, perdóname -dijo Even y se retiró a la cocina para ahorrarle a Kitty la bronca-. ¡Tranquilo! ¡Todo está bien! Ya te contaré luego, pero ¿podrías prestarme el coche hasta mañana?

Finn-Erik resopló y se quedó callado un instante.

– De acuerdo, vale. Hasta mañana por la mañana. He prometido a los niños que haríamos una excursión al bosque. Pero entonces quiero saber…

– Sí, por supuesto -dijo Even dócilmente, y a punto estuvo de colgar cuando de pronto se acordó de una cosa-. Oye, Finn-Erik, ¿tú le contaste a alguien que yo me iba a París?

– No. Sólo a mi suegro, en el coche, cuando regresábamos a casa del funeral. ¿Por qué?

– No sé, sólo se me ocurrió que…

– Un momento. Ahora que lo mencionas, al día siguiente llamó el hombre ese de la editorial Phönix, Odin Hjelm, para charlar un rato. Es un hombre muy considerado. Estaba dispuesto a pagarme medio año de sueldo… para los niños, sus estudios, pretendía meter el dinero en una cuenta.

– ¿Y París…?

– Bueno, sí, estábamos hablando de que había asistido mucha gente al funeral y él me comentó que te había reconocido. Recordaba que eras matemático y experto en Newton. Había intentado llamarte a Blindern y a casa, pero no había conseguido dar contigo. Supongo que le dije que estabas en París…

– ¿Le contaste en qué hotel me hospedaba?

– No. ¿Por qué iba a hacer eso? Me parece que tampoco lo sabía.

«No, ¿por qué ibas a hacerlo?», pensó Even cuando interrumpió la comunicación. Al fin y al cabo, Odin Hjelm podía consultar las facturas del hotel en el que Mai solía hospedarse y seguramente sumar dos más dos; un poco mejor que Finn-Erik, al menos.

A saber qué querría ese tal Odin Hjelm de él. Pero le parecía bien; Even también tenía ganas de mantener una conversación con él.

Se sentó a la mesa y alzó la copa en dirección a Kitty.

– Ya está arreglado, me quedo a dormir aquí. Salud.

Kitty sonrió, alzó su copa y durante un rato comieron en silencio. Even disfrutó mucho de la cena.

– Está realmente bueno -dijo, y se sirvió más pollo en el plato.

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