Rosa Ribas - Entre Dos Aguas

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La comisaria Cornelia Weber-Tejedor, de padre alemán y madre española, investiga la muerte de Marcelino Soto. Todos en la comunidad española de Francfort afirman que era una bellísima persona. Entonces, ¿quién podría haber arrojado su cuerpo al río después de asesinarlo?. Cornelia se mueve en este caso entre su deber de policía alemana y la lealtad a la comunidad emigrante que le reclama su madre. Una comunidad en la que todos están dispuestos a hablar del pasado mitificado de la emigración y, sin embargo, no lo dicen todo. ¿Se encuentra entre alguna de estas historias la clave de la muerte de Marcelino Soto?

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Recogió el cigarrillo que se le había caído al suelo y se lo fumó olvidando sus aprensiones en tres caladas. Sus compañeros y el trabajo la estaban esperando.

Habían borrado la pizarra y lo estaban escribiendo todo otra vez. Los nombres y los datos se repetían, como era de esperar, pero tenían que afrontar el caso con ojos nuevos y para ello debían rechazar lo que habían supuesto hasta el momento.

Releyó la declaración de Nemec, que el otro detenido, Suker, había confirmado. Ellos habían escrito los anónimos. El grupo de Rimag había decidido dejar los hurtos y los trapicheos con drogas y empezar una nueva carrera en la rama de la llamada protección. Estudiaron la situación del mercado y descubrieron un territorio que creyeron virgen en el barrio Westend. Tras una primera observación, decidieron que su primer cliente iba a ser el español gordo, con pinta de bonachón que tenía un restaurante llamado Santiago. Les pareció que reunía las cualidades para ser una víctima fácil de asustar. Le hicieron llegar las cartas de amenaza y, cuando creyeron que ya estaría en su punto, decidieron hacer acto de presencia para darle un susto. Suker y Rimag lo abordaron una noche cuando Soto se disponía a entrar en su auto después de cerrar el local. Nemec se mantuvo a unos metros de distancia para controlar que no apareciera nadie. Rima$ fue el que habló, Suker se limitó a acercarse mucho a Soto para intimidarlo con su masa corporal. Pero éste no pareció asustarse demasiado. Les dijo que había recibido los anónimos y que consideraba necesario que hablaran sobre el tema.

– ¿Qué hablaran sobre el tema? -había preguntado Cornelia.

– Eso dijo -le confirmó Nemec-. Pero Rima? le dijo que nada de hablar, que lo que queríamos era el dinero, pero ya. Entonces Suker le dio un empujón para que quedara todo claro.

– ¿Cómo reaccionó el señor Soto?

– Le sonrió. Y Suker se quedó algo descolocado, porque no sabía si el tío se estaba quedando con él. Lo normal es que, cuando Suker da un empujón a alguien, el tipo se cague de miedo.

Pero Marcelino Soto no lo hizo. Marcelino Soto se apoyó en el coche y empezó a hablar.

– ¿Qué les dijo?

– Al principio no lo entendí. Habló de cosas de religión. Después empezó a decir que nos podía ayudar, que nos guiaría, que quería hablar con nuestras familias. Suker se estaba poniendo nervioso. Le pidió permiso a Rima? para darle un par de golpes al hombre, pero Rima? lo detuvo.

– ¿Por qué?

– Le estaba dando miedo.

– ¿Miedo?

– El hombre hablaba muy en serio, pero como si estuviera también loco. Y esto lo asustó. Parecía un profeta. Y Rima? es muy respetuoso con la Iglesia.

– ¿Son ustedes católicos?

– Sí, señora.

En ese punto del interrogatorio Nemec abandonó de golpe el tuteo, como si al rememorar esa escena volviera a sentir también el respeto que les infundió Marcelino.

Al final, le había contado que Rima? ordenó a Suker que se alejara y le dijo algo al hombre, que él no pudo escuchar. Después se marcharon y nunca más volvieron a acercarse a Soto. Quizás éste pensó que incluso había conseguido apartarlos del barrio, porque poco después cesaron las agresiones y molestias a locales de la zona del Westend, pero, le dijo Nemec, la explicación era bien diferente.

Por lo visto, los locales ya pagaban protección a una banda germanoitaliana y los dueños reclamaron que cumplieran aquello por lo que se les estaba pagando discretamente desde hacía tiempo. Tuvieron un encontronazo con ellos y entendieron rápidamente que en esas lides eran todavía demasiado nuevos. Así que abandonaron.

Y así los habían cazado mientras se dedicaban a lo que siempre habían hecho: traficar con drogas en la zona peatonal.

Marcelino Soto hablaba como un profeta, había dicho Nemec. Sólo con palabras había conseguido que tres chicos dispuestos a enviar anónimos y a amenazar de muerte cambiaran de intenciones. Alguien con ese poder de convicción tiene que estar a su vez muy convencido de lo que hace, de lo que dice. Se habían ocupado muy intensamente del entorno de la víctima, sus familiares, amigos, conocidos, empleados… ¿No habrían olvidado precisamente al propio Marcelino Soto?

– ¿Qué hemos sacado del cuaderno negro de Soto?

Como en una coreografía, los tres buscaron las copias que tenían de esos documentos. A los pocos minutos estaban sumergidos en la lectura del cuaderno. De vez en cuando uno de los tres se levantaba y anotaba algunas palabras en la pizarra que recogía sus ideas y datos sobre el caso. Pronto se dieron cuenta de que todo lo que habían apuntado giraba en torno a unos pocos conceptos: culpa, castigo, penitencia, restitución.

– Sigue siempre el mismo esquema -resumió Cornelia-. Primero habla de una culpa, un delito, como en esta página: «¡Vosotros, los que acumulasteis grandes riquezas para los días del fin, oíd el clamor de los salarios que defraudasteis con engaño a los segadores de vuestros campos. Las protestas de los que recogieron la cosecha han llegado a oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido entre deleites en este mundo, entregados a la satisfacción de vuestros deseos; habéis cebado vuestros cuerpos como se ceba el ganado para el día de la matanza». Después viene la amenaza del castigo: «¡Llorad y lamentaos por las miserias que os van a sobrevenir!»

Müller y Fischer seguían los pasajes que citaba Cornelia. Las citas estaban en alemán, los comentarios de Soto, en español.

– Después -siguió la comisaria- habla de penitencias.

– Aquí no veo muy clara la línea divisoria. Después de esta cita escribe: «No caerán sobre mi casa si acepto que el castigo me corresponde a mí solo y a aquel que engañó conmigo» -leyó Müller en español y se lo tradujo a Fischer.

– Creo que esto es el comentario de Soto al pasaje de la Biblia. Después la penitencia son las imágenes de martirios, aunque no veo la relación directa entre lo que ha escrito y dibujado.

– Después aparece una estampa pegada de un santo negro. ¿Cuál es?

– No lo sé. Haced una búsqueda.

Los dos hombres se encararon a las pantallas de los ordenadores. Müller ocupó el lugar de Cornelia mientras ella seguía leyendo de pie, caminando por la habitación.

– De momento tengo tres: san Moisés, el negro, san Benedicto, el moro y san Martín de Porres -dijo Fischer.

– Busca imágenes a ver si alguna coincide con la estampa.

Aunque a su alrededor se oían las voces y timbres de los teléfonos de los despachos próximos, en esa habitación reinaba un silencio expectante que parecía mantener afuera todos los sonidos que no fueran los teclados de los ordenadores y el crujido de las páginas que leía Cornelia una y otra vez.

– ¡Lo tengo! Es san Martín de Porres, un santo peruano.

Cornelia se detuvo en la página que seguía a la estampa.

Junto a la estampa de san Martín de Porres aparecían datos de una organización benéfica peruana. Al lado, una cifra.

Todo empezaba a tomar forma. De pronto algo le llamó la atención, una palabra en la que no había reparado hasta el momento, pero que se repetía profusamente en los comentarios de Soto. Zaqueo.

– Müller, busque qué o quién es Zaqueo.

Pocos segundos después Müller le leía:

– «Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un sicómoro para verle, porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: "Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa". Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: "He aquí, Señor, la mitad de mis bienes se los doy a los pobres, y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado". Jesús le dijo: "Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido".»

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