P. James - Muerte en la clínica privada

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Muerte en la clínica privada: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando la prestigiosa periodista de investigación Rhoda Gradwyn ingresa en Cheverell-Powell, en Dorset, para quitar una antiestética y antigua cicatriz que le atraviesa el rostro, confía en ser operada por un cirujano célebre y pasar una tranquila semana de convalecencia en una de las mansiones más bonitas de Dorset. Nada le hace presagiar que no saldrá con vida de Cheverell Manor. El inspector Adam Dalgliesh y su equipo se encargarán del caso. Pronto toparán con un segundo asesinato, y tendrán que afrontar problemas mucho más complejos que la cuestión de la inocencia o la culpabilidad.

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– Este año se ha producido la separación de funciones en el Ministerio del Interior -dijo Dalgliesh-, pero creo que los cambios me han quedado más o menos claros. Desde el mes de mayo el nuevo ministro de Justicia es responsable del Servicio Nacional de Tutoría de los Delincuentes, y los agentes de libertad vigilada que llevan a cabo la supervisión se llaman ahora tutores de delincuentes. Sharon debe de tener uno, sin duda. He de comprobar si estoy en lo cierto, pero tengo entendido que un delincuente ha de pasar al menos cuatro años sin conflictos en la comunidad antes de que se le levante la supervisión; de todos modos, el permiso sigue vigente toda la vida, de modo que un condenado a cadena perpetua reúne todos los requisitos para que lo hagan volver en cualquier momento.

– Pero ¿estaba Sharon obligada legalmente a informar a su agente de libertad vigilada de que estaba implicada, aunque fuera inocente, en un caso de asesinato? -dijo Kate.

– Por supuesto que sí, pero si no lo ha hecho, el Servicio Nacional de Tutoría de los Delincuentes lo sabrá mañana, cuando se dé la noticia. Sharon también tenía que haberles informado de su cambio de empleo. Tanto si ha estado en contacto con su supervisor como si no, desde luego es responsabilidad mía comunicarlo al servicio de libertad vigilada, y éste tendrá que elevar un informe al Ministerio de Justicia. Es este servicio, y no la policía, quien debe manejar la información y tomar decisiones cuando sea necesario.

– Entonces, ¿no decimos ni hacemos nada hasta que el supervisor de Sharon se haga cargo? ¿No deberíamos interrogarla de nuevo? Esto altera su situación en la investigación -dijo Kate.

– Como es lógico, es importante que cuando interroguemos a Sharon esté presente el agente supervisor, lo que me gustaría que fuera mañana. El domingo no es el mejor día para dejar esto arreglado, pero a lo mejor puedo ponerme en contacto con el agente mediante el oficial de servicio del Ministerio de Justicia. Llamaré a Benton. Quiero que vigile a Sharon pero que lo haga con total discreción. Mientras resuelvo esto podrías seguir mirando en los archivos. Telefonearé desde el comedor de abajo. Quizá tarde un rato.

Una vez sola, Kate volvió a concentrarse en las carpetas. Sabía que Dalgliesh la había dejado para que estuviera tranquila, pues habría sido difícil revisar a conciencia las cajas restantes sin escuchar lo que él estuviera diciendo.

Al cabo de media hora oyó los pasos de Dalgliesh en las escaleras. Tras entrar, él dijo:

– Ha sido más rápido de lo que creía. He tenido que superar una serie de obstáculos, pero al final he podido hablar con la agente supervisora de la libertad vigilada. Una tal Madeleine Rayner. Menos mal que vive en Londres y la he pillado justo cuando se iba a almorzar con la familia. Irá a Wareham mañana en tren a primera hora; lo arreglaré para que Benton vaya a recibirla y la lleve directamente a la Vieja Casa de la Policía. Si es posible, quiero que su visita pase inadvertida. Parece convencida de que Sharon no necesita ninguna supervisión especial y de que no es peligrosa, pero cuanto antes abandone la Mansión, mejor.

– ¿Tiene intención de regresar ahora a Dorset, señor? -preguntó Kate.

– No. No hay nada que hacer con Sharon hasta que mañana llegue la señora Rayner. Iremos a Droughton y aclararemos lo del coche. Nos llevaremos la copia del testamento, la carpeta sobre Sharon y el artículo del plagio; creo que esto es todo a menos que hayas descubierto algo relacionado con el asunto.

– Nada nuevo para nosotros, señor -dijo Kate-. Hay un artículo sobre las enormes pérdidas sufridas por los Nombres de Lloyds a principios de la década de 1990. La señorita Cressett nos dijo que el señor Nicholas estaba entre ellos y se vio obligado a vender la Mansión Cheverell. Al parecer, los mejores cuadros se vendieron aparte. Hay una foto de la Mansión y otra del señor Nicholas. El artículo no es particularmente benévolo con los Nombres, pero no alcanzo a ver ahí ningún posible motivo para asesinar. Sabemos que Helena Cressett no tenía demasiadas ganas de que la señorita Gradwyn estuviera bajo su techo. ¿Guardo el artículo con el resto de papeles?

– Sí, creo que deberíamos tener algo escrito por ella que estuviera relacionado con la Mansión. De todos modos, estoy de acuerdo. El artículo sobre los Nombres apenas justificaría algo tan contundente como un recibimiento frío a la llegada de la señorita Gradwyn. He estado echando un vistazo a la caja de la correspondencia con su agente. Parece que estaba pensando en ir reduciendo su actividad como periodista y escribir una biografía. Quizá nos vendría bien ver a su agente, pero esto puede esperar. En todo caso, añade cualquier carta pertinente, ¿vale?; también tendremos que hacer una lista para Macklefield de lo que nos hemos llevado. Podemos hacerlo luego.

Dalgliesh sacó una gran bolsa para documentos de prueba y reunió todos los papeles mientras Kate iba a la cocina y lavaba la taza y el vaso para cepillos de dientes, y comprobaba rápidamente que cualquier cosa que hubiera tocado volviera a estar en su sitio. Tras reunirse de nuevo con Dalgliesh, tuvo la impresión de que a él le había gustado la casa, de que había cedido a la tentación de volver a la azotea, de que en este aislamiento sin estorbos él también podría trabajar y vivir feliz. Pero, con una sensación de alivio, se encontró nuevamente en Absolution Alley mirando en silencio mientras Dalgliesh cerraba la puerta y hacía girar la llave en la doble cerradura.

2

Benton pensó que era improbable que Robin Boyton fuera madrugador, de modo que él y el agente Warren esperaron a que dieran las diez antes de ponerse en camino hacia el Chalet Rosa. La casa, igual que la contigua ocupada por los Westhall, tenía las paredes de piedra y un tejado de pizarra. A la izquierda había un garaje con espacio para un vehículo, y delante un pequeño jardín, sobre todo de arbustos bajos, atravesado por una estrecha pista de enlosado de diseño irregular. El porche estaba cubierto por fuertes ramas entrelazadas, y unos cuantos brotes compactos y oscuros y una solitaria rosa en plena floración explicaban el nombre del chalet. El agente Warren pulsó el bruñido timbre a la derecha de la puerta, pero pasó un minuto largo hasta que Benton percibió pisadas seguidas del chirrido de cerrojos descorridos y el chasquido del pestillo al levantarse. La puerta se abrió de par en par, y Robin Boyton apareció frente a ellos, sin moverse y como si les obstaculizara el paso adrede. Hubo unos momentos de silencio incómodo hasta que Boyton se hizo a un lado y dijo:

– Más vale que entren. Estoy en la cocina.

Entraron en un pequeño vestíbulo cuadrado, sin muebles salvo un banco de roble junto a unas escaleras de madera sin alfombrar. La puerta de la izquierda estaba abierta, y la visión momentánea de unas butacas, un sofá, una mesa circular pulida y lo que parecía una serie de acuarelas en la pared del otro lado daba a entender que se trataba del salón. Siguieron a Boyton por la puerta abierta de la derecha. La estancia tenía la longitud de la casa y rebosaba luz. En el extremo del jardín estaba la cocina, con un fregadero doble, una cocina Aga verde, una encimera central y una zona para comer con una mesa rectangular de roble y seis sillas. Contra la pared, enfrente de la puerta, un gran aparador contenía una miscelánea de tazas, jarras y platos, mientras que en el espacio inferior de la ventana delantera había una mesita y cuatro sillas bajas, todas viejas y ninguna a juego.

Tomando el control de la situación, Benton hizo las presentaciones y se dirigió a la mesa.

– ¿Nos sentamos aquí? -dijo, y se sentó dando la espalda al jardín-. Será mejor que se ponga enfrente, señor Boyton -añadió, con lo que no dejaba a éste otra elección que el sitio en el que le daría toda la luz de la ventana en la cara.

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