P. James - Muerte en la clínica privada

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Cuando la prestigiosa periodista de investigación Rhoda Gradwyn ingresa en Cheverell-Powell, en Dorset, para quitar una antiestética y antigua cicatriz que le atraviesa el rostro, confía en ser operada por un cirujano célebre y pasar una tranquila semana de convalecencia en una de las mansiones más bonitas de Dorset. Nada le hace presagiar que no saldrá con vida de Cheverell Manor. El inspector Adam Dalgliesh y su equipo se encargarán del caso. Pronto toparán con un segundo asesinato, y tendrán que afrontar problemas mucho más complejos que la cuestión de la inocencia o la culpabilidad.

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– Pues claro que no he almorzado. ¿Alguna vez me ha dado usted de comer cuando he estado en el Chalet Rosa? Además, no quiero su puñetera comida. ¡No me trate con condescendencia!

Se irguió, extendió un brazo tembloroso y señaló con el dedo a Chandler-Powell; luego, quizá cayendo en la cuenta de que, vestido como iba, la postura teatral le hacía parecer ridículo, bajó el brazo y, con una expresión de mudo sufrimiento, miró al grupo que le rodeaba.

– Señor Boyton -dijo Dalgliesh-, como usted era amigo de la señorita Gradwyn, lo que tenga que decirnos será de utilidad, pero no ahora.

Las palabras, pronunciadas con calma, eran una orden. Boyton dio media vuelta con los hombros caídos. De pronto se volvió y se dirigió a Chandler-Powell.

– Ella vino aquí a que le quitaran esa cicatriz, para poder empezar una nueva vida. Confió en usted y usted la mató, ¡asesino hijo de puta!

Se marchó sin esperar respuesta. El agente Warren, que había permanecido todo el rato inescrutable, lo siguió fuera y cerró la puerta con firmeza. Hubo cinco segundos de silencio durante los cuales Benton tuvo la sensación de que había cambiado el estado de ánimo general. Por fin alguien había pronunciado esa sonora palabra. Por fin había sido reconocido lo increíble, lo grotesco, lo horripilante.

– ¿Seguimos? -dijo Dalgliesh-. Señorita Cressett, recibió usted a la señorita Gradwyn en la puerta. ¿Qué pasó después?

Durante los siguientes veinte minutos la relación de hechos prosiguió sin contratiempos, y Benton se concentró en sus jeroglíficos. Helena Cressett había dado la bienvenida a la nueva paciente de la Mansión y la había acompañado directamente a la habitación. Como a la mañana siguiente tenía que ser anestesiada, no se le sirvió cena, y la señorita Gradwyn le dijo que quería estar sola. La paciente insistió en arrastrar ella misma la maleta hasta el dormitorio, y estaba sacando los libros cuando la señorita Cressett se fue. El viernes, Helena supo, por supuesto, que la señorita Gradwyn había sido operada y trasladada a primera hora de la mañana desde la sala de recuperación a la suite en el ala de los pacientes. Era el procedimiento habitual. Ella no se ocupaba de la atención a las personas convalecientes, ni tampoco visitó a la señorita Gradwyn en su suite. Cenó en el comedor con la enfermera Holland, la señorita Westhall y la señora Frensham. Se enteró de que Marcus Westhall estaba cenando en Londres con un especialista con quien esperaba trabajar en África. Ella y la señorita Westhall trabajaron juntas en la oficina hasta casi las siete, cuando Dean servía los aperitivos previos a la cena en la biblioteca. Después, ella y la señora Frensham jugaron al ajedrez y conversaron en su sala de estar privada. A medianoche ya se había acostado y durante la noche no oyó nada. El sábado ya se había duchado y vestido cuando apareció el señor ChandlerPowell para comunicarle que Rhoda Gradwyn había muerto.

El testimonio de la señorita Cressett fue confirmado tranquilamente por la señora Frensham, quien dijo que alrededor de las once y media había dejado a la señorita Cressett en su salita y se había ido a su apartamento del ala este y que durante la noche no había oído nada. No supo nada de la muerte de la señorita Gradwyn hasta que a las ocho menos cuarto bajó al comedor y no vio allí a nadie. Más tarde llegó el señor Chandler-Powell y le dijo que la señorita Gradwyn había muerto.

Candace Westhall confirmó que había estado trabajando con la señorita Cressett en la oficina hasta la hora de la cena. Después de cenar volvió a la oficina a ordenar unos papeles y abandonó la Mansión poco después de las diez por la puerta principal. El señor Chandler-Powell estaba bajando las escaleras y se dieron las buenas noches antes de que ella se marchara. A la mañana siguiente, él la llamó desde la oficina para decirle que habían encontrado muerta a la señorita Gradwyn y que ella y su hermano tenían que acudir a la Mansión enseguida. Marcus Westhall había regresado de Londres a primera hora de la madrugada. Ella había oído llegar el coche a eso de las doce y media pero no se había levantado, aunque él había llamado a la puerta de su dormitorio y habían hablado un ratito.

La enfermera Flavia Holland hizo su declaración de manera sucinta y con calma. A primera hora de la mañana de la operación ya habían llegado el anestesista y el personal médico y técnico adicional. La enfermera Frazer, una empleada a tiempo parcial, había llevado a la paciente a la suite de operaciones, donde fue examinada por el anestesista que ya la había reconocido en el Saint Ángela de Londres. El señor Chandler-Powell pasó un rato con ella para saludarla y tranquilizarla. Ya le había explicado con detalle lo que tenía intención de hacer cuando ella había acudido a su consulta en Saint Ángela. La señorita Gradwyn estuvo muy tranquila desde el primer momento y no mostró señales de miedo ni de ninguna preocupación concreta. El anestesista y todo el personal auxiliar se marcharon en cuanto la intervención hubo terminado. Regresarían a la mañana siguiente para la operación de la señora Skeffington, que había llegado el día anterior por la tarde. Después de la operación, la señorita Gradwyn estuvo en la sala de recuperación al cuidado del señor Chandler-Powell, y a las cuatro y media la llevaron en camilla a su habitación. Para entonces, la paciente ya era capaz de caminar y decía que no sentía mucho dolor. Luego durmió hasta las siete y media, cuando pudo cenar algo ligero. Rechazó un sedante, pero pidió un vaso de leche con un chorrito de brandy. La enfermera Holland se encontraba en la habitación del final a la izquierda y entró cada hora para ver cómo seguía la señorita Gradwyn hasta que ella misma se acostó, lo que quizá se produjo pasada ya la medianoche. El último control fue el de las once; la paciente estaba dormida. Durante la noche la enfermera Holland no oyó nada.

La versión del señor Chandler-Powell coincidió con la de ella. Hizo hincapié en que la paciente en ningún momento manifestó miedo, ni de la operación ni de ninguna otra cosa. Ella había declarado expresamente que no quería recibir visitas durante el período de convalecencia, que duraba una semana, razón por la cual a Robin se le había negado la entrada. La intervención había ido bien, pero había sido más larga y difícil de lo previsto. De todos modos, él confiaba en que el resultado sería excelente. La señorita Gradwyn era una mujer sana que había soportado bien la operación y la anestesia, y él no tenía ninguna duda de que evolucionaría correctamente. Pasó a verla la noche de su muerte, hacia las diez, y fue al regresar de esta visita cuando vio salir a la señorita Westhall.

Durante toda la sesión, Sharon había estado sentada muy quieta con una mirada que, a juicio de Kate, sólo podía describirse como malhumorada, y cuando se le preguntó dónde había estado y qué había hecho el día anterior, al principio se embarcó en un relato tedioso, expresado con hosquedad, de todos los detalles de la mañana y la tarde. Cuando se le pidió que se ciñera al período que empezaba a las cuatro y media, dijo que había estado ocupada en la cocina y el comedor ayudando a Dean y Kimberley Bostock, que había cenado con ellos a las nueve menos cuarto y que después había ido a su cuarto a ver la televisión. No recordaba la hora a la que se había acostado ni qué programa había visto. Estaba muy cansada y durmió profundamente toda la noche. Se enteró de la muerte de la señorita Gradwyn cuando la enfermera Holland subió a despertarla y a decirle que empezaba su turno y debía bajar a ayudar en la cocina, lo que sucedió, en su opinión, a eso de las nueve. La señorita Gradwyn le caía bien, en su visita previa le había pedido que le enseñara el jardín. Kate le preguntó de qué habían hablado, y Sharon contestó que sobre su infancia y la escuela a la que había ido, y su trabajo en la residencia de ancianos.

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