– Ha llegado el fotógrafo. Si te parece, lo mando para acá.
– Sólo necesito otros diez minutos -dijo la doctora-. Sí, hazlo subir. En cuanto él haya terminado, llamaré a la furgoneta de la morgue. Sin duda la gente de aquí se alegrará de ver que se llevan el cadáver. Y antes de que me vaya podemos hablar un rato.
Kate había estado todo el rato en silencio. Mientras bajaban por la escalera, Dalgliesh dijo a Benton:
– Ocúpate del fotógrafo y de los SOCO, Benton. Pueden ponerse manos a la obra cuando ya no esté el cadáver. Más tarde tomaremos huellas, pero no espero hallar nada significativo. Es posible que alguien del personal haya entrado justificadamente en la habitación en un momento u otro. Kate, tú acompáñame a la oficina general. Chandler-Powell ha de saber el nombre del pariente más cercano de Rhoda Gradwyn, y quizá también el de su abogado. Alguien tendrá que dar la noticia, y esto seguramente lo harán mejor los policías locales, al margen de quiénes sean. Y hemos de saber mucho más sobre este lugar, la organización, el personal de Chandler-Powell y su horario. El que la estranguló tal vez utilizó guantes quirúrgicos. La mayoría de la gente probablemente sabe que se pueden obtener huellas del interior de los guantes de látex, por lo que quizás hayan sido destruidos. Los SOCO deben prestar atención al ascensor. Y ahora, Kate, vamos a ver qué tiene que decirnos el señor Chandler-Powell.
En la oficina, Chandler-Powell estaba sentado frente al escritorio con dos planos desplegados ante él, uno de la casa en relación con el pueblo y otro de la Mansión. Cuando entraron, se puso en pie y rodeó la mesa. Se inclinaron juntos sobre los planos.
– El ala de los pacientes -dijo-, que acaban de visitar, está aquí, en el oeste, junto con el dormitorio de la enfermera Holland y el salón. La parte central de la casa comprende el vestíbulo, el gran salón, la biblioteca y el comedor, y un apartamento para el cocinero y su mujer, Dean y Kimberley Bostock, junto a la cocina con vistas al jardín clásico estilo Tudor. Encima de su planta, la empleada doméstica, Sharon Bateman, tiene una habitación amueblada. Mis habitaciones y el apartamento ocupado por la señorita Cressett están en el ala este, igual que el dormitorio y la sala de la señora Frensham y dos habitaciones de invitados, ahora libres. He hecho una lista del personal no residente. Aparte de las personas que han conocido, contrato los servicios de un anestesista y personal de enfermería adicional para el quirófano. Unos llegan temprano en autobús las mañanas que hay operación, otros vienen en coche. No se queda a dormir nadie. Una enfermera a tiempo parcial, Ruth Frazer, comparte responsabilidades con la enfermera Holland hasta las nueve y media, cuando acaba su turno.
– El hombre mayor que nos ha abierto la puerta, ¿trabaja la jornada completa? -preguntó Dalgliesh.
– Es Tom Mogworthy. Lo heredé al comprar la casa. Había trabajado aquí como jardinero durante treinta años. Viene de una vieja familia de Dorset y se considera a sí mismo un experto en la historia, las tradiciones y el folclore del condado, cuanto más sangriento todo, mejor. La verdad es que su padre se fue a vivir al East End de Londres antes de que naciera Mog, que tenía treinta años cuando regresó a lo que supone sus raíces. En ciertos aspectos, es más un cockney que un hombre de campo. Por lo que sé, no ha mostrado tendencias asesinas, y si dejamos aparte los jinetes sin cabeza, las maldiciones de brujas y los ejércitos fantasmagóricos de los realistas en marcha, es fiel y fiable. Vive con su hermana en el pueblo. Marcus Westhall y su hermana ocupan la Casa de Piedra, que pertenece a la finca de la Mansión.
– ¿Y Rhoda Gradwyn? -dijo Dalgliesh-. ¿Cómo llegó a ser paciente suya?
– La vi por primera vez en Harley Street, el 21 de noviembre. No la derivaba su médico de cabecera como se acostumbra, pero luego hablé con él. Vino para quitarse una profunda cicatriz en la mejilla izquierda. La volví a ver en el Hospital Saint Ángela, donde se le hicieron unas pruebas, y durante unos minutos cuando llegó, el jueves por la tarde. También estuvo aquí el 27 de noviembre para una estancia preliminar y se quedó dos noches, pero en esa ocasión no nos vimos. Antes de que apareciera en Harley Street no la conocía y nunca supe por qué escogió la Mansión. Supuse que había comprobado el prestigio de diversos cirujanos plásticos, se le ofreció la opción de Londres o Dorset, y eligió la Mansión porque quería privacidad. No conozco nada de ella excepto su fama como periodista y, naturalmente, su historial médico. En la primera visita la encontré muy tranquila, muy clara y franca sobre lo que quería. Hubo algo interesante. Le pregunté por qué había esperado tanto tiempo en decidir quitarse la desfiguración y por qué quería operarse ahora. Y ella contestó: «Porque ya no la necesito.»Hubo unos instantes de silencio. Luego habló Dalgliesh.
– Debo preguntárselo. ¿Tiene usted alguna idea de quién es el responsable de la muerte de la señorita Gradwyn? Si a su entender hay algún sospechoso o algo que yo deba saber, por favor dígamelo ahora.
– O sea que da por supuesto que esto es lo que ustedes entienden por crimen con complicidad interna.
– No doy por supuesto nada. Pero Rhoda Gradwyn era paciente suya, y fue asesinada en su casa.
– Pero no por alguien de mi personal. No contrato a maníacos homicidas.
– Dudo mucho que esto haya sido obra de un maníaco -dijo Dalgliesh-, pero tampoco estoy presuponiendo que el responsable sea un miembro de la plantilla. ¿Habría sido la señorita Gradwyn físicamente capaz de salir de la habitación y coger el ascensor hasta la planta baja y abrir la puerta del ala oeste?
– Habría sido perfectamente posible -dijo Chandler-Powell- después de que hubiera recobrado la conciencia del todo, pero como estaba siendo continuamente controlada mientras se hallaba en la sala de recuperación y al principio visitada cada media hora tras ser devuelta en camilla a la suite a las cuatro y media, la única posibilidad habría sido después de las diez, cuando la habían dejado acostada. A mi juicio, por tanto, habría sido físicamente capaz de abandonar la suite, aunque desde luego también habría sido muy posible que alguien la hubiera visto. Y habría necesitado un juego de llaves. No habría podido cogerlas del armario de la oficina sin hacer sonar la alarma. En este plano de la Mansión se ve cómo funciona el sistema. La puerta delantera, el gran salón, la biblioteca, el comedor y la oficina están protegidos, pero no el ala oeste, donde contamos con llaves y cerraduras. Por la noche, yo soy el responsable de activar la alarma, y cuando no estoy lo hace la señorita Cressett. A las once echo el cerrojo de la puerta oeste a menos que sepa que hay alguien fuera. Anoche cerré a las once como de costumbre.
– ¿A la señora Gradwyn se le dio una llave de la puerta oeste cuando estuvo aquí para su estancia preliminar?
– Por supuesto. A todos los pacientes se les da una. La señora Gradwyn se la llevó sin darse cuenta al marcharse. Suele pasar. Al cabo de dos días la devolvió pidiendo disculpas.
– ¿Y cómo fue esa estancia?
– Llegó un jueves, cuando ya había anochecido, y dijo que no tenía ganas de salir al jardín. En circunstancias normales, se le habrían dado las llaves esa misma mañana.
– ¿Y usted controla dónde están esas llaves?
– En una medida razonable. Hay seis suites para los pacientes y seis llaves numeradas con dos copias. No puedo responder de cada juego. Los pacientes, en especial los de estancias prolongadas, tienen libertad para ir y venir. No dirijo un hospital psiquiátrico. Sólo usan la llave de la puerta oeste. Y naturalmente todos los miembros de la casa tienen llave de las puertas delantera y oeste. Sabemos el paradero de cada una de esas llaves, igual que de las de los pacientes. Están en el armario de las llaves.
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