P. James - Muerte en la clínica privada

Здесь есть возможность читать онлайн «P. James - Muerte en la clínica privada» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Muerte en la clínica privada: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Muerte en la clínica privada»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Cuando la prestigiosa periodista de investigación Rhoda Gradwyn ingresa en Cheverell-Powell, en Dorset, para quitar una antiestética y antigua cicatriz que le atraviesa el rostro, confía en ser operada por un cirujano célebre y pasar una tranquila semana de convalecencia en una de las mansiones más bonitas de Dorset. Nada le hace presagiar que no saldrá con vida de Cheverell Manor. El inspector Adam Dalgliesh y su equipo se encargarán del caso. Pronto toparán con un segundo asesinato, y tendrán que afrontar problemas mucho más complejos que la cuestión de la inocencia o la culpabilidad.

Muerte en la clínica privada — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Muerte en la clínica privada», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Tienen una casita desocupada a unos cien metros de la Mansión. Había sido la casa del policía del pueblo, pero cuando se jubiló no le buscaron sustituto, y ahora está vacía y esperando que la pongan a la venta. Carretera abajo hay una pensión; supongo que Miskin y Benton-Smith estarán cómodos ahí. En la escena del crimen te espera el inspector jefe Keith Whetstone, de la policía local. No van a tocar el cadáver hasta que lleguéis tú y la doctora Glenister. ¿Quieres que haga algo más?

– No -dijo Dalgliesh-. Yo me pondré en contacto con la inspectora Miskin y el sargento Benton-Smith. Pero ahorraremos tiempo si alguien puede hablar con mi secretaria. El lunes hay reuniones a las que no podré asistir, y será mejor cancelar las del martes. Ya llamaré después.

– De acuerdo -dijo Harkness-, me ocuparé de ello. Buena suerte -añadió antes de colgar.

Dalgliesh regresó a la biblioteca.

– Espero que no sean malas noticias -dijo el profesor Lavenham-. ¿Sus padres están bien?

– Los dos están muertos, señor. Era una llamada oficial. Me temo que debo irme enseguida.

– Entonces no debemos retenerle.

El anciano los acompañó a la puerta con lo que parecía una prisa innecesaria. Dalgliesh temía que el profesor hiciera el comentario de que perder un padre podía considerarse una desgracia, pero perder los dos parecía indicar más bien descuido, pero era evidente que había observaciones que incluso su futuro suegro eludía.

Caminaron deprisa hasta el coche. Dalgliesh sabía que Emma, aunque pudiera tener sus propios planes, no esperaba que él se desviara de su camino para dejarla en algún sitio. Dalgliesh tenía que llegar a la oficina sin perder un minuto. No le hacía falta expresar su decepción; Emma comprendió tanto su intensidad como su inevitabilidad. Mientras caminaban juntos, él le preguntó qué pensaba hacer los próximos dos días. ¿Se quedaría en Londres o volvería a Cambridge?

– Clara y Annie han dicho que, si nos fallaban los planes, esperarían encantadas que pasara con ellas el fin de semana. Las llamaré.

Clara era la mejor amiga de Emma, y Dalgliesh comprendía lo que Emma valoraba en ella: sinceridad, inteligencia y un férreo sentido común. Ahora él y Clara se llevaban bien, pero al principio de su relación con Emma, las cosas no habían sido fáciles. Clara había hecho patente que, a su juicio, él era demasiado viejo, estaba demasiado absorto en su trabajo y su poesía para establecer un compromiso serio con una mujer, y simplemente no era lo bastante bueno para Emma. Dalgliesh admitía la última acusación, una autoincriminación que no era nada agradable oír en boca de otro, sobre todo de Clara. Emma no debía perder nada a causa de su amor por él.

Clara y Emma se conocían de la escuela, habían ido al mismo college de Cambridge el mismo año, y aunque después siguieron rumbos muy distintos, nunca dejaron de estar en contacto. A primera vista se trataba de una amistad sorprendente, comúnmente explicada por la atracción de los contrarios. Emma, heterosexual con su inquietante y perturbadora belleza que Dalgliesh sabía que podía ser más una carga que la envidiada y pura hermosura de la imaginación popular; Clara, bajita, con una cara redonda y alegre, ojos brillantes tras unas grandes gafas y con los andares de un labriego. El hecho de que atrajera a los hombres era para Dalgliesh otro ejemplo del misterio del atractivo sexual. A veces se había preguntado si la primera reacción de Clara ante él había estado motivada por los celos o el pesar. Ambas cosas parecían improbables. Clara era a todas luces feliz con su pareja, la dulce y delicada Annie, de quien Dalgliesh sospechaba que era más dura de lo que parecía. Fue Annie quien había convertido su piso de Putney en un lugar en el que nadie entraba sin -en palabras de Jane Austen- la optimista expectativa de la felicidad. Tras sacar un sobresaliente en matemáticas, Clara había comenzado a trabajar en la City, donde era una gestora de fondos muy próspera. Sus colegas iban y venían, pero Clara firmaba un contrato tras otro. Emma le había dicho que Clara tenía pensado dejar el trabajo al cabo de tres años, cuando ella y Annie utilizarían el considerable capital acumulado para empezar una nueva vida. Entretanto, buena parte de lo que ganaba lo gastaba en causas buenas que despertaban la compasión de Annie.

Tres meses atrás, Emma y él habían asistido a la ceremonia de unión civil de Clara y Annie, una celebración discreta y agradable a la que sólo fueron invitados los padres de Clara, el padre viudo de Annie y unos cuantos amigos íntimos. Después hubo un almuerzo que preparó Annie en el piso. Una vez terminado el segundo plato, Clara y Dalgliesh recogieron la mesa y fueron juntos a la cocina para servir el budín. Fue entonces cuando ella se dirigió a él con una resolución indicadora de que había estado esperando la oportunidad.

– Debe de parecer algo perverso que nosotras establezcamos un vínculo legal cuando vosotros, los héteros, estáis enfrentados en miles de divorcios o viviendo juntos sin las ventajas del matrimonio. Éramos perfectamente felices tal como estábamos, pero necesitábamos asegurar que cada una fuera el pariente más cercano y reconocido de la otra. Si Annie ha de ir al hospital, yo tengo que estar ahí. Y luego está el asunto de la propiedad. Si me muero yo primero, pasará a Annie libre de impuestos. Supongo que gastará la mayor parte en casos perdidos, pero esto es asunto suyo. No lo derrochará. Annie es muy sensata. La gente cree que nuestra relación perdura porque yo soy la fuerte y Annie me necesita. En realidad sucede al revés, y tú eres uno de los pocos que lo ha visto desde el principio. Gracias por haber estado hoy con nosotras.

Dalgliesh sabía que aquellas últimas palabras pronunciadas con brusquedad eran la confirmación de una aceptación que, una vez concedida, sería incuestionable. Le complacía que al margen de las personas, los problemas y los desafíos desconocidos que le esperaban los días siguientes, el fin de semana de Emma permanecería vivo en su imaginación y para ella sería un recuerdo feliz.

2

Para la inspectora de policía Kate Miskin, su piso en la orilla norte del Támesis, río abajo desde Wapping, era la demostración de un logro en la única forma que, para ella, tenía alguna expectativa de permanencia: solidificado en acero, ladrillos y madera. Cuando entró a vivir en el piso, sabía que era demasiado caro para ella, y los primeros años de la hipoteca habían exigido sacrificios. Pero los había hecho de buen grado. No había perdido esa emoción inicial de caminar por las habitaciones llenas de luz, de despertar y quedarse dormida con el cambiante pero eterno palpitar del Támesis. El suyo era el piso de la esquina de la última planta, con dos balcones que ofrecían amplias vistas río arriba y de la orilla opuesta. Si no hacía muy mal tiempo, podía estar ahí en silencio contemplando los humores variables del río, el poder místico del dios marrón de T. S. Eliot, la turbulencia de la marea repentina, el centelleante tramo de azul pálido bajo el cielo del caluroso verano, y, después de oscurecer, la piel negra y viscosa acuchillada por la luz. Contemplaba las familiares embarcaciones como si fueran amigos de regreso: las lanchas de la Autoridad Portuaria de Londres y la policía fluvial, los dragadores, las cargadas barcazas, en verano los botes de recreo y los pequeños cruceros y, lo más fascinante de todo, los altos veleros, sus jóvenes tripulantes alineados a lo largo de las barandas, mientras se desplazaban con majestuosa lentitud río arriba para pasar bajo las grandes levas levantadas del Tower Bridge en dirección al puerto.

El piso no podía ser más diferente de las claustrofóbicas habitaciones de la séptima planta de Ellison Fairweather Buildings, donde había sido criada por su abuela, del olor, los ascensores destrozados, los cubos de basura volcados, los gritos, la permanente conciencia de peligro. Cuando niña, había andado asustada y con ojos cautelosos por una jungla urbana. Para ella, su infancia había quedado definida por las palabras de su abuela a una vecina, que Kate había oído por casualidad y no había olvidado: «Si su madre tenía que tener una hija ilegítima, al menos podía haber sobrevivido para cuidarla, ¡y no endilgármela a mí! Nunca supo el nombre del padre, o en todo caso no lo dijo.» En la adolescencia, aprendió por su cuenta a perdonar a su abuela. Cansada, abrumada de trabajo, pobre, ésta asumió sin ayuda una responsabilidad que no había esperado ni deseaba. Lo que le quedaba a Kate, y siempre le quedaría, era saber que por el hecho de no haber conocido a sus padres viviría la vida faltándole una parte esencial de sí misma, un agujero en la psique que nunca podría ser llenado.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Muerte en la clínica privada»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Muerte en la clínica privada» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Muerte en la clínica privada»

Обсуждение, отзывы о книге «Muerte en la clínica privada» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x