P. James - Sabor a muerte

Здесь есть возможность читать онлайн «P. James - Sabor a muerte» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Sabor a muerte: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Sabor a muerte»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Adam Dalgliesh tendrá que desvelar en esta ocasión el misterio que rodea el asesinato de dos hombres a los que la muerte ha unido pero que en vida raramente habrían coincidido: un barón y un vagabundo alcohólico. Antes de alcanzar su objetivo, no obstante, deberá enfrentarse a un crimen que conmueve la opinión pública e introducirse en las mansiones de la enigmática clase alta londinense.

Sabor a muerte — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Sabor a muerte», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Por lo tanto, así había empezado la cosa. La vida de Berowne, como la de todos los hombres ocupados, estaba dominada por el reloj. Se había reservado una hora para visitar a un viejo amigo, y, de una manera inesperada esta, hora le había quedado disponible. Se sabía que le interesaba la arquitectura victoriana. Por fantástico que fuese el laberinto en el que ese impulso le hubiera introducido, al menos su primera visita a Saint Matthew ostentaba el sello confortable de la normalidad y la razón.

– ¿Se ofreció usted para acompañarlo? -preguntó Dalgliesh.

– Sí, me ofrecí, pero me dijo que no me molestara. Yo no insistí. Pensé que a lo mejor quería ir él solo.

Así que el padre Barnes no carecía de sensibilidad.

– Por lo tanto, le dio usted la llave -dijo Dalgliesh-. ¿Qué llave?

– La de reserva. Sólo hay tres para el pórtico sur. La señorita Wharton tiene una y yo guardo las otras dos en la vicaría. Hay dos llaves en cada llavero, una para la puerta sur y otra, más pequeña, que abre la puerta de la reja. Si el señor Capstick o el señor Pool quieren una llave -se trata de nuestros dos sacristanes-, vienen a pedirla a la vicaría. Como puede ver, ésta queda muy cerca. Sólo hay una llave para la puerta principal del norte, que siempre guardo en mi estudio. No la dejo nunca a nadie, para que no se pierda. Por otra parte, es demasiado pesada para que se le dé un uso general. Le expliqué a sir Paul que encontraría un folleto que describe la iglesia en el rincón destinado a las publicaciones. Lo escribió el padre Collins y siempre hemos tenido la intención de ponerlo al día. Los guardamos en la mesa que hay en el pórtico norte, y sólo cobramos por cada uno tres peniques.

Volvió la cabeza con un gesto doloroso, como el de un enfermo de artritis, y casi como si invitara a Dalgliesh a comprar un ejemplar. Fue un gesto patético y más bien suplicante. Después prosiguió:

– Creo que debió de coger uno, porque dos días después encontré un billete de cinco libras en la hucha. La mayoría meten allí tan sólo los tres peniques.

– ¿Le dijo quién era?

– Me dijo que se llamaba Paul Berowne. Siento decir que en aquel momento esto no significó nada para mí. No me dijo que fuese un diputado ni un baronet, ni nada por el estilo. Desde luego, después de su dimisión, supe quién era. Salió en los periódicos y en la televisión.

Hubo una nueva pausa y Dalgliesh esperó. Al cabo de unos segundos, la voz empezó a sonar de nuevo, ahora más vigorosa y más resuelta.

– Creo que estuvo allí una hora, tal vez menos. Después me devolvió la llave. Me dijo que le gustaría dormir aquella noche en la sacristía pequeña. Desde luego, él no sabía que la llamamos así. Él me habló de la pequeña habitación con la cama. La cama ha estado allí desde los tiempos del padre Collins, durante la guerra. Él solía dormir en la iglesia durante la época de los bombardeos, para poder apagar las bombas incendiarias. Nunca la hemos sacado de allí. Tiene su utilidad cuando alguien se encuentra mal durante los servicios religiosos, o cuando yo quiero descansar antes de una misa de medianoche. No ocupa mucho sitio, ya que sólo se trata de una cama estrecha y plegable. Bueno, usted ya la ha visto…

– Sí. ¿Le dio alguna razón para ello?

– No. Me pareció una petición corriente y no me atreví a preguntar el motivo. No era hombre al que uno pudiera hacer demasiadas preguntas. Le hablé de las sábanas y de la funda de la almohada, pero me dijo que él traería todo lo necesario.

Y había traído una sábana doble y había dormido en ella, debidamente doblada. Además, había utilizado la vieja manta militar ya existente, doblada debajo de él, y encima aquella otra manta a cuadros multicolores. La funda de lo que era, obviamente, un cojín de sillón también cabía suponer que fuera suya.

Dalgliesh preguntó:

– ¿Se llevó la llave consigo o volvió a pedirla por la noche?

– Volvió a pedirla. Debían de ser más o menos las ocho, tal vez algo antes. Se presentó ante la puerta de la vicaría, con una bolsa. No creo que viniera en coche, pues no vi ninguno. Yo le di la llave. No volví a verlo hasta la mañana siguiente.

– Hábleme de esa mañana siguiente.

– Como de costumbre, me dirigí a la puerta sur. Estaba cerrada. La puerta de la sacristía pequeña estaba abierta y vi que él no se encontraba allí. La cama estaba hecha, pulcramente. Todo estaba muy ordenado. Había sobre ella una sábana y una funda de almohada dobladas. A través de la reja, miré hacia la iglesia. Las luces no estaban encendidas, pero pude verlo. Estaba sentado en esta fila, algo más allá. Yo fui a la sacristía y me vestí para la misa, y después entré en la iglesia por la puerta de la verja. Cuando vio que la misa iba a celebrarse en la capilla de Nuestra Señora, se trasladó y se sentó en la última fila. No habló en ningún momento. Allí no había nadie más. Aquella mañana no le tocaba venir a la señorita Wharton, y el señor Capstick, que suele venir para asistir a la misa de nueve y media, estaba en cama con gripe. Estábamos solos los dos. Cuando terminé la primera plegaria y me volví hacia él, vi que estaba arrodillado. Comulgó. Después, nos dirigimos juntos a la sacristía pequeña. Me devolvió la llave, me dio las gracias, cogió la bolsa y se marchó.

– ¿Y eso fue todo en aquella primera ocasión?

El padre Barnes se volvió y le miró fijamente. En la penumbra de la iglesia, su cara parecía exangüe. Dalgliesh vio en sus ojos una mezcla de súplica, resolución y pena. Había algo que temía decir, pero que al mismo tiempo necesitaba explicar. Dalgliesh esperó. Estaba acostumbrado a esperar. Finalmente, el padre Barnes habló.

– No, hay algo más. Cuando levantó las manos y yo deposité la hostia en sus palmas, creí ver… -hizo una pausa y después prosiguió- que había en ellas marcas, heridas. Creí ver estigmas.

Dalgliesh fijó la mirada en el púlpito. La figura pintada de un ángel prerrafaelita portador de un lirio, con sus rubios cabellos rizados bajo un amplio halo, le devolvió la mirada con suave indiferencia. Después preguntó:

– ¿En las palmas?

– No. En las muñecas. Llevaba una camisa y un jersey. Los puños le venían un poco anchos. Se deslizaron hacia atrás, y entonces fue cuando vi aquello.

– ¿Ha hablado con alguien más sobre ello?

– No, sólo con usted.

Durante todo un minuto ninguno de los dos habló. En toda su carrera como detective, Dalgliesh no podía recordar una información procedente de un testigo que resultara más ingrata y -no había otra palabra- más impresionante. Su mente se llenó de imágenes de lo que semejante noticia pudiera representar para su investigación si alguna vez llegaba a hacerse pública: los titulares de los periódicos, las especulaciones divertidas de los cínicos, las multitudes de mirones, los supersticiosos, los crédulos, los auténticos creyentes, llenando aquella iglesia en busca de… ¿qué? ¿Una emoción, un nuevo culto, una esperanza, certidumbre? Pero su disgusto caló más hondo que la irritación ante esta indeseable complicación de su investigación, ante la extraña intrusión de la irracionalidad en una tarea tan arraigada en la búsqueda de pruebas que pudieran presentarse en un tribunal, pruebas documentadas, demostrables, reales. Le estremeció, casi físicamente, una emoción mucho más intensa que la del disgusto, y una emoción de la que se sintió casi avergonzado, pues le pareció a la vez innoble y en sí misma poco más racional que el hecho en sí. Lo que sentía en aquel momento era una revulsión casi lindante con el ultraje. Dijo:

– Creo que debe seguir guardando silencio. Esto no es importante por lo que se refiere a la muerte de sir Paul. Ni siquiera es necesario incluirlo en su declaración. Si siente la necesidad de confiar en alguien, hable con su obispo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Sabor a muerte»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Sabor a muerte» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Sabor a muerte»

Обсуждение, отзывы о книге «Sabor a muerte» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x