P. James - Sabor a muerte
Здесь есть возможность читать онлайн «P. James - Sabor a muerte» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Sabor a muerte
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Sabor a muerte: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Sabor a muerte»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Sabor a muerte — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Sabor a muerte», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– ¿Dijo usted a alguien que sir Paul iba a pasar aquí la última noche?
– No, desde luego que no. No pude decírselo a nadie. Y, por otra parte, tampoco lo hubiera dicho. Él no me pidió que lo guardara en secreto; en realidad, no me pidió nada. Sin embargo, no creo que le hubiese gustado que lo supiesen otras personas. Nadie más supo nada acerca de él, al menos hasta esta noche.
Dalgliesh siguió interrogándole sobre el papel secante y la cerilla apagada. El padre Barnes explicó que la sacristía pequeña había sido utilizada dos días antes, el lunes día dieciséis, al reunirse allí, como de costumbre, el Consejo Parroquial a las cinco y media, inmediatamente después de las vísperas. Él había presidido, sentado ante la mesa, pero no había utilizado secante. Siempre escribía con un bolígrafo. No había advertido ninguna marca reciente, pero, por otra parte, no era muy perspicaz para fijarse en esa clase de detalles. Estaba seguro de que ninguno de los componentes del Consejo había encendido aquella cerilla. Sólo fumaba George Capstick y lo hacía en pipa, utilizando un encendedor. Por otra parte, éste no había asistido al Consejo, porque todavía estaba convaleciente de una gripe. Los demás habían hecho la observación de que resultaba muy agradable no verse envueltos en el humo de su pipa.
Dalgliesh dijo:
– Se trata de detalles pequeños y probablemente sin importancia, pero le agradecería que no los comentara. Y me gustaría que echara usted un vistazo al secante y tratara de recordar qué aspecto tenía el lunes. Por otra parte, hemos encontrado un tazón de loza esmaltada, bastante sucio. Nos resultaría útil comprobar si pertenecía a Harry.
Y, al ver la cara del padre Barnes, añadió:
– No es necesario que vuelva a entrar en la sacristía pequeña. Cuando el fotógrafo haya terminado su tarea, nosotros le traeremos el tazón. Y después, supongo que le apetecerá volver a la vicaría. Más tarde, necesitaremos una declaración, pero eso admite espera.
Siguieron sentados durante un minuto, en silencio, como si lo que se había transmitido entre ellos necesitara ser asimilado en paz. Dalgliesh pensó que, por lo tanto, allí radicaba el secreto de la quijotesca decisión de Berowne de dimitir en su cargo. Había sido algo más profundo y menos explicable que la desilusión, que la inquietud propia de cierta edad, o que el temor de un escándalo amenazante. Lo que le sucedió en aquella primera noche en Saint Matthew, fuera lo que fuese, le indujo, el día siguiente, a cambiar toda la dirección de su vida. ¿Le habría dirigido también hacia su muerte?
Al levantarse los dos, oyeron el rumor metálico de la puerta de la verja. La inspectora Miskin esperaba en el pasillo. Cuando llegaron junto a ella, anunció:
– Ha llegado el forense, señor.
VII
Lady Ursula Berowne estaba sentada en su salón, en el cuarto piso del número sesenta y dos de Campden Hill Square, y desde allí contemplaba las copas de los árboles como si fueran una visión distante, casi indistinguible. Le parecía como si su cabeza fuese una copa llena a rebosar, que sólo ella pudiera mantener estable. Una sola sacudida, un estremecimiento, una leve pérdida de control, y la copa se derramaría en un caos tan terrible que sólo podía terminar en la muerte. Era extraño, pensó, que su respuesta física al shock fuese ahora la misma que se había producido después de encontrar la muerte Hugo, de modo que su dolor actual se añadía al dolor que sentía por él, renovándolo como si acabara de enterarse de la noticia de su muerte. Y los síntomas físicos habían sido los mismos: una sed intensa, la sensación de que su cuerpo se había apergaminado y encogido, una boca seca y amarga como si la infectara su propio aliento. Mattie le había preparado, una y otra vez, café fuerte, que ella consumió casi hirviendo, sin leche, sin notar su dulzor excesivo. Después, dijo:
– Me gustaría comer algo, algo salado. Unas tostadas con anchoas…
Pensó que era como una mujer preñada por el dolor, sometida a extraños antojos.
Pero esto había cesado ya. Mattie insistió en colocar un chal sobre sus hombros, pero ella lo rechazó, exigiendo que se la dejara a solas. Pensó: «Hay un mundo fuera de este cuerpo, de este dolor. Debo entrar de nuevo en él. Sobreviviré. Debo sobrevivir. Siete años, diez como máximo, es todo lo que necesito». Y ahora esperaba, acumulando energías para hacer frente a los primeros de muchos visitantes. Sin embargo, al primer visitante lo había convocado ella misma. Había cosas que era preciso decirle, y tal vez después no hubiera mucho tiempo.
Poco después de las once, oyó el timbre de la puerta, después el chirrido de la cerradura y un apagado ruido metálico al cerrarse la puerta de la verja. Se abrió la puerta de su salón, y Stephen Lampart entró silenciosamente. Le pareció importante recibirle de pie, pero no pudo reprimir una mueca de dolor cuando en su cadera artrítica recayó el peso de su cuerpo, y supo que la mano que agarraba la empuñadura de su bastón temblaba. Inmediatamente, él se encontró a su lado y le dijo:
– ¡No, por favor! Le ruego que no se mueva.
Con una mano firme en el brazo de ella, la ayudó cariñosamente a acomodarse de nuevo en el sillón. A ella le desagradaba el contacto de tipo casual, la presencia de conocidos o extraños a los que su impedimento parecía autorizar a tocarla, como si su cuerpo fuese un obstáculo enojoso que debiera ser empujado suavemente para colocarlo de nuevo en su sitio. Quiso librarse de aquel contacto firme, autoritario, pero consiguió resistir a este impulso. Sin embargo, no pudo evitar que sus músculos se contrajeran con aquel contacto, y supo que a él no le había pasado por alto aquel rechazo instintivo. Una vez la hubo acomodado, gentilmente y con una competencia profesional, él se sentó en una silla frente a ella. Les separaba una mesa baja. Un círculo de madera de palisandro pulimentada establecía el dominio de él: fuerza contra debilidad, juventud contra edad, médico y paciente sumisa. Con la excepción de que ella no era su paciente. Él dijo:
– Tengo entendido que espera una intervención para sustitución de cadera.
Había sido Barbara, desde luego, la que se lo había explicado, pero él se guardaría de ser el primero en mencionar el nombre de ella.
– Sí, estoy en la lista del hospital ortopédico.
– Perdóneme, ¿por qué no acudir a una clínica privada? ¿No estará usted sufriendo innecesariamente?
Ella pensó que aquello era una observación incongruente, casi indecorosa, con la que iniciar una visita de pésame, pero tal vez fuese el modo que él tenía de enfrentarse a su dolor y su estoicismo, refugiándose en el terreno profesional, el único en el que se sentía seguro y que le permitía hablar con autoridad.
Lady Ursula contestó:
– Prefiero que me traten como una paciente de la Seguridad Social. Me agradan mis privilegios, pero éste es, precisamente, uno de los que no deseo.
Él sonrió levemente, como si quisiera contentar a un chiquillo.
– Me parece un tanto masoquista.
– Tal vez sí; sin embargo, no le he convocado aquí para pedirle una opinión profesional.
– Que, como ginecólogo, de todos modos no tendría competencia para ofrecerle. Lady Ursula, esta noticia sobre lo que le ha ocurrido a Paul es terrible, increíble. ¿No habría debido avisar a su propio médico? ¿O tal vez a un amigo? Debería tener a alguien a su lado. Es un error quedarse sola en momentos como éste.
Ella repuso:
– Tengo a Mattie si necesito los paliativos de costumbre: café, alcohol o calor. A los ochenta y dos años, las pocas personas a las que una desea ver están ya todas muertas. He sobrevivido a mis dos hijos, y eso es lo peor que puede ocurrirle a un ser humano. Tengo que soportarlo, pero no tengo por qué hablar de ello.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Sabor a muerte»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Sabor a muerte» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Sabor a muerte» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.