• Пожаловаться

Fred Vargas: Bajo los vientos de Neptuno

Здесь есть возможность читать онлайн «Fred Vargas: Bajo los vientos de Neptuno» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию). В некоторых случаях присутствует краткое содержание. категория: Детектив / на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале. Библиотека «Либ Кат» — LibCat.ru создана для любителей полистать хорошую книжку и предлагает широкий выбор жанров:

любовные романы фантастика и фэнтези приключения детективы и триллеры эротика документальные научные юмористические анекдоты о бизнесе проза детские сказки о религиии новинки православные старинные про компьютеры программирование на английском домоводство поэзия

Выбрав категорию по душе Вы сможете найти действительно стоящие книги и насладиться погружением в мир воображения, прочувствовать переживания героев или узнать для себя что-то новое, совершить внутреннее открытие. Подробная информация для ознакомления по текущему запросу представлена ниже:

Fred Vargas Bajo los vientos de Neptuno

Bajo los vientos de Neptuno: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Bajo los vientos de Neptuno»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Fred Vargas juega sus mejores cartas en una novela policiaca de arquitectura clásica y perfecta, que transcurre entre París y la nieve de Quebec. El comisario Adamsberg se dispone a cruzar el Atlántico para instruirse en unas nuevas técnicas de investigación que están desarrollando sus colegas del otro lado del océano. Pero no sabe que el pasado se ha metido en su maleta y le acompaña en su viaje. En Quebec se encontrará con una joven asesinada con tres heridas de arma blanca y una cadena de homicidios todos iguales, cometidos por el misterioso Tridente, un asesino fantasmal que persigue al joven comisario, obligándole a enfrentarse al único enemigo del que hay que tener miedo: uno mismo. Adamsberg esta vez tiene problemas muy serios…

Fred Vargas: другие книги автора


Кто написал Bajo los vientos de Neptuno? Узнайте фамилию, как зовут автора книги и список всех его произведений по сериям.

Bajo los vientos de Neptuno — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Bajo los vientos de Neptuno», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿Y quién -prosiguió en voz más baja- corrió a verla a Lisboa y echó a perder toda la historia en menos de tres días?

– Yo.

– Usted. Un detalle insignificante, ni más ni menos.

– Que no es cosa suya.

Adamsberg se levantó y, separando los dedos, dejó caer el vasito directamente en la papelera, en pleno centro. Como si hubiese apuntado para hacer un disparo. Salió de la estancia con paso tranquilo, sin volverse.

Danglard apretó los labios. Sabía que se había pasado de la raya, que había llegado demasiado lejos en terreno vedado. Pero aguijoneado por meses de reprobación y exacerbado por el asunto de Quebec, no había sido ya capaz de retroceder. Se frotó las mejillas con la rugosa lana de los guantes, vacilando, evaluando sus meses de pesado silencio, de mentira, de traición tal vez. Así estaba bien, o no. Por entre los dedos, su mirada cayó sobre el mapa de Quebec extendido en la mesa. ¿Para qué hacerse mala sangre? Dentro de ocho días estaría muerto, y Adamsberg también. Estorninos engullidos por la turbina, el reactor izquierdo ardiendo, explosión superatlántica. Levantó la botella y bebió directamente, a morro, un trago. Luego descolgó el teléfono y marcó el número del técnico.

II

Adamsberg se encontró con Violette Retancourt en la máquina de café. Permaneció algo rezagado, esperando que el más sólido de sus lugartenientes hubiera sacado su vaso de las ubres de la máquina; pues, en la imaginación del comisario, el aparato de las bebidas evocaba una vaca nutricia acurrucada en las oficinas de la Criminal, como una madre silenciosa que velara por ellos, y por esta razón le gustaba. Pero Retancourt se esfumó en cuanto le vio. Decididamente, pensó Adamsberg colocando un vasito bajo las ubres del distribuidor, no era su día.

Aquel día o cualquier otro, la teniente Retancourt era sin embargo un caso raro. Adamsberg nada tenía que reprochar a aquella mujer impresionante, treinta y cinco años, un metro setenta y nueve y ciento diez kilos, tan inteligente como poderosa, y capaz, como ella misma había expuesto, de usar su energía como mejor le conviniera. Y, en efecto, la diversidad de medios que Retancourt había demostrado en un año, con unos golpes de una potencia bastante terrorífica, había convertido a la teniente en uno de los pilares del edificio, la máquina de guerra polivalente de la Brigada, adaptada a todos los terrenos, cerebral, táctico, administrativo, de combate o de tiro de precisión. Pero a Violette Retancourt no le gustaba. Sin hostilidad, simplemente le evitaba.

Adamsberg recogió su vasito de café, dio unas palmadas a la máquina en señal de agradecimiento filial y regresó a su despacho, con el ánimo apenas molesto por el estallido de Danglard. No tenía la intención de pasar horas y horas apaciguando los temores del capitán, se tratara del boeing o de Camille. Habría preferido, simplemente, que no le hubiese comunicado que Camille se encontraba en Montreal, hecho que ignoraba y que perturbaba levemente su escapada quebequesa. Habría preferido que no hubiese reavivado imágenes que enterraba en los márgenes de sus ojos, en el dulzón limo del olvido, hundiendo los ángulos de los maxilares, difuminando los labios infantiles, envolviendo en gris la piel blanca de aquella muchacha del norte. Que no hubiese reavivado un amor que iba disgregándose sin estruendo, en beneficio de los múltiples paisajes que le ofrecían las demás mujeres. Una indiscutible propensión a merodear, a robar fruta poco madura, que chocaba a Camille, naturalmente. A menudo la había visto ponerse las manos en los oídos tras uno de sus paseos, como si su melódico amante acabara de hacer chirriar las uñas en una pizarra, introduciendo una disonancia en su delicada partitura. Camille se dedicaba a la música, y eso lo explicaba todo.

Se sentó de través en su sillón y sopló en su café, dirigiendo su mirada hacia el panel donde estaban clavados los informes, las urgencias y, en el centro, las notas que resumían los objetivos de la misión de Quebec. Tres hojas limpiamente fijadas, una al lado de otra, por tres chinchetas rojas. Huellas genéticas, sudor, orines y ordenadores, hojas de arce, bosques, lagos, caribús. Mañana firmaría la orden de la misión y, dentro de ocho días, despegaría. Sonrió y bebió un trago de café, con el espíritu tranquilo, feliz incluso.

Y sintió de pronto aquel mismo sudor frío depositándose en la nuca, aquella misma molestia que le oprimía, las zarpas de aquel gato saltando sobre sus hombros. Se dobló por el golpe y dejó con precaución el vasito en la mesa. Segundo malestar en una hora, turbación desconocida, como la visita inesperada de un extraño, provocando un brutal «quién vive», una alarma. Se obligó a levantarse, a andar. Salvo ese golpe, ese sudor, su cuerpo respondía normalmente. Se pasó las manos por el rostro, relajando su piel, frotándose la nuca. Un malestar, una especie de convulsión defensiva. El mordisco de una angustia, la percepción de una amenaza y el cuerpo que se yergue ante ella. Y, ahora que de nuevo se movía con facilidad, permanecía en él una inexpresable sensación de pesadumbre, como un opaco sedimento que el oleaje abandona en el reflujo.

Terminó su café y apoyó el mentón en su mano. Le había sucedido montones de veces no entenderse, pero era la primera vez que escapaba de sí mismo. La primera vez que caía, durante unos segundos, como si un polizón se hubiera colado a bordo de su ser y hubiera tomado el timón. Estaba seguro de ello: había un polizón a bordo. Un hombre sensato le habría explicado lo absurdo del hecho y sugerido el aturdimiento de una gripe. Pero Adamsberg identificaba algo muy distinto, la breve intrusión de un peligroso desconocido, que no quería hacerle ningún bien.

Abrió su armario para sacar un viejo par de zapatillas deportivas. Esta vez, ir a caminar o soñar no bastaría. Tendría que correr, horas si era necesario, directamente hacia el Sena y, luego, a lo largo. Y en aquella carrera despistar a su perseguidor, soltarlo en las aguas del río o, ¿por qué no?, en alguien que no fuera él.

III

Sin mugre ya, agotado después de una ducha, Adamsberg decidió cenar en Las aguas negras de Dublín, un bar sombrío cuya ruidosa atmósfera y ácido olor habían salpicado, a menudo, sus deambulaciones. El lugar, frecuentado exclusivamente por irlandeses a los que no entendía ni una sola palabra, tenía la insólita ventaja de proporcionar gente y charlas interminables, al mismo tiempo que una absoluta soledad. Encontró allí su mesa manchada de cerveza, el aire saturado de un olorcillo a Guinness, y la camarera, Enid, a quien encargó un filete de cerdo y patatas fritas. Enid servía los platos con un antiguo y largo tenedor de estaño que a Adamsberg le gustaba, con su mango de madera barnizada y las tres púas irregulares de su espetón. La estaba mirando mientras colocaba la carne cuando el polizón resurgió con la brutalidad de un violador. Esta vez le pareció detectar el ataque una fracción de segundo antes de que se produjera. Con los puños crispados sobre la mesa, intentó resistirse a la intrusión. Tensó su cuerpo y recurrió a otros pensamientos, imaginando las hojas rojas de los arces. No sirvió de nada y el malestar pasó por él como un tornado devasta un campo, rápido, imparable y violento, para luego, negligente, abandonar su presa y proseguir en otra parte su obra.

Cuando pudo extender sus manos de nuevo, tomó los cubiertos pero no fue capaz de tocar el plato. La estela de pesadumbre que el tornado dejaba tras de sí le cortó el apetito. Se excusó ante Enid y salió a la calle, caminando al azar, vacilante. Un rápido pensamiento le recordó a su tío abuelo, que, cuando estaba enfermo, iba a acurrucarse hecho un ovillo en el hueco de una roca de los Pirineos, hasta que la cosa pasara. Luego, el antepasado se estiraba y regresaba a la vida, sin fiebre ya, devorada por la roca. Adamsberg sonrió. En aquella gran ciudad no encontraría madriguera alguna en la que acurrucarse como un oso, grieta alguna que absorbiera su fiebre y se tragara, crudo, su polizón. Que, a estas horas, tal vez hubiera saltado a los hombros de un vecino de mesa irlandés.

Читать дальше
Тёмная тема

Шрифт:

Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Bajo los vientos de Neptuno»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Bajo los vientos de Neptuno» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё не прочитанные произведения.


Отзывы о книге «Bajo los vientos de Neptuno»

Обсуждение, отзывы о книге «Bajo los vientos de Neptuno» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.