Mark Billingham - En la oscuridad

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Durante una noche de lluvia, Theo Shirley, un chico de diecisiete años, dispara al coche de una mujer cumpliendo así con la ceremonia de iniciación para formar parte de una banda. Ella no muere, pero su coche se estrella contra una parada de autobuses, matando a un policía.
La novia de éste, también policía, no acepta que su muerte haya sido un accidente. En su deseo por descubrir la verdad, llevará a cabo su propia investigación e irá descubriendo oscuros secretos que nos conducirán a un sorprendente giro final de la historia.

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– Eso da igual -dijo Frank.

No estaba sorprendido, al final solía ser cosa de drogas. Pero había querido asegurarse. Si la banda cuyos miembros frecuentaban el Cue Up era la que estaba buscando, prefería saber a qué clase de animales se enfrentaba. Sabía que algunas de esas bandas eran simples vendedores armados, pandillas de barrio, que se peleaban por el territorio. Otras no eran más que grupos de rap hipertrofiados. Incluso había un par, sólo un par, formado en base a un sincero compromiso con la no violencia. Frank tenía la sensación de que estaba buscando a una completamente diferente, una cuyos escalones superiores poseían una ética empresarial altamente desarrollada y definida.

No importaba lo que vendiesen. El simple hecho de que estuviesen vendiendo le decía bastante. Frank sabía muy bien que un hombre de negocios podía ser bastante más peligroso que unos matones.

– Dinos algunos nombres, Jacky.

– No son más que apodos, ¿sabe?

– Vale.

Jacky se tomó unos segundos, luego recitó media docena de nombres mientras Clive los anotaba. Frank le presionó un poco más: le pidió descripciones, horas de sus visitas habituales al club, información sobre otros lugares donde aquellos personajes pudiesen pasar algún tiempo, cualquier cosa relativa a su jerarquía de la que Jacky pudiese haberse enterado.

Jacky lo hizo lo mejor que pudo.

– ¿Has notado algo diferente en el último par de días?

– No le sigo, señor Linnell.

Clive se acercó a él.

– Concéntrate, joder, Jacky.

– Cambios de comportamiento -dijo Frank-. Ya sabes. Un ambiente distinto, algún cambio de humor. Eso se huele -no sabía exactamente cómo se manifestaría el cambio, pero Frank sabía que, entre los miembros de la banda responsable de la muerte de Paul, las cosas serían un poco diferentes ahora. Había un agente de policía muerto y, sin duda, serían lo bastante listos como para saber cuáles podían ser las consecuencias. Quien quisiese que tuviese el mando podía ponerse morado a decir «hagamos negocios como siempre» pero, en el futuro inmediato, nada sería lo mismo que hasta entonces.

Frank se había visto en una posición similar, al igual que Clive. Ambos sabían que un hombre marcado no puede relajarse del todo.

Jacky gruñó y asintió de nuevo, como si le hubiese venido algo a la cabeza.

– Ahora que lo menciona, sí he notado que uno o dos de ellos están actuando de un modo un poco raro. Sí, ahora que lo pienso…

– No me digas lo que crees que quiero oír -la ira de Frank fue repentina y alarmante, incluso para Jacky, que ya había sido blanco de ella antes. Se levantó bajando la voz mientras caminaba hacia el agua-. No me vaciles.

Clive dejó caer una de sus carnosas manos sobre el hombro de Jacky y dijo:

– Mira, si te digo la verdad, preferiría terminar con esto. Me gustaría volver al coche e ir a buscar un sitio agradable para almorzar, tomarme un buen vaso de vino o lo que sea. Pero si sigues tratándonos como si fuésemos imbéciles, te llevaré a esos árboles de ahí y te meteré la cabeza por el culo hasta tan adentro que no sabrás ni lo que ha pasado. ¿De acuerdo, Jacky?

Frank volvió a sentarse, se reclinó en el banco.

– Mire, no sé si es a eso a lo que se refieren -dijo Jacky-, pero últimamente no hay tantos de ellos por ahí -desplazó la mirada de Clive a Frank, para comprobar qué tal lo estaba haciendo-. Normalmente aparecen varios de ellos cada día, para echarse unas risas o lo que sea. Pero no tanto estos últimos dos días.

– ¿Y antes de eso?

– ¿Antes?

– ¿Viste si pasaba algo en la última semana o así? ¿Tuviste la impresión de que se cocía algo?

Jacky pensó, luego le habló a Frank de la reunión en la planta de arriba: el tipo joven negro con el pelo absurdo y su enorme amigo asiático, el tío blanco del traje elegante.

Frank miró a Clive, que se encogió de hombros y tomó nota.

De vuelta en el coche, Frank vio a Jacky el Billares alejarse a toda prisa con suficiente dinero en el bolsillo como para mantenerse a base de té y tostadas durante seis meses. Probablemente no tenía más de cuarenta años, pero parecía estar más cerca de la edad de Frank que de la de Clive.

Había mucha gente como él en el mundo.

Frank estudió la escuálida figura con su chaqueta mugrienta y sus vaqueros Asda y supo que, a la hora de la verdad, no había demasiado que les separase. O no lo había habido en el momento en que habían elegido sus caminos, cuando se habían decidido los futuros en momentos violentos o destellos de brillantez. No había demasiada distancia entre él y tipos como Jacky el Billares. Él había estado un poco más desesperado, nada más. Un poco menos asustado, tal vez. Pero no demasiado.

Helen se despertó y miró el reloj: las 3.18 de la mañana. Se agachó y sintió la humedad entre las piernas.

Esperó el taxi abajo, diciendo tacos en alto contra Paul y preguntándose si debería llamar a Jenny o a su padre. Sudando. Con su neceser y una muda en una bolsa de plástico a punto de reventar.

En el hospital le dijeron que todo estaba normal.

– Sólo es una pérdida -dijo la comadrona- y el bebé está bien. No hay de qué preocuparse. Todavía no va a nacer. Está perfectamente contento donde está, ¿de acuerdo?

– Váyase a casa -le dijo la enfermera- y ponga los pies en alto. Relájese y deje que el padre del bebé la cuide hasta que llegue el momento. Todo va bien.

Diecisiete

Algunos días, Theo solía ir a casa de su madre, al salir. Comprobaba que todo iba bien y se comía un bocadillo de beicon si no estaba aún lleno por las dos cenas paralelas de la noche anterior. Esos días, podía acompañar a Angela a la parada de autobús, o hasta la escuela si hacía buen tiempo.

Seguía levantándose y dejando el piso temprano, pero no había ido a casa de su madre desde el viernes anterior. Se había acostumbrado a desayunar solo en un bar cutre, estudiando los periódicos y dándole vueltas a sus mierdas, como cómo sería para Benjamín criarse sin un padre.

Cómo sería pensar en ello en la cárcel.

Se compraba un paquete de tabaco cada mañana en el quiosco que había a dos portales del suyo. Un montón de periódicos de varios centímetros de grosor y una mirada en la cara del quiosquero que era el punto culminante del día. El viejo nunca decía nada, sólo cuánto era todo, pero era evidente que le parecía curioso. Se suponía que los chicos como Theo no leían ni un periódico, mucho menos media docena y, sin duda, no los grandes sin cupones de «rasca y gana» en su interior. Sonreía al recibir el dinero, como si le pareciese buena cosa. Como si lo aprobase. O tal vez sólo le gustase recibir el dinero.

En el bar, Theo mordisqueó su bocadillo y miró las portadas primero, como llevaba haciendo desde que había sucedido.

La policía iba a asignar otros cincuenta agentes al caso para reforzar la búsqueda del «asesino de los faros».

El Comisario Jefe prometía que el hombre responsable por la muerte de su agente sería encontrado e instaba a dar la cara a quien le estuviese encubriendo.

El asesino era despiadado y cobarde. Alguien que creía poder obtener respeto con las armas. Probablemente no fuese más que un adolescente, o incluso más joven, según los expertos sobre las bandas emergentes y la cultura de la violencia de Londres.

Theo no vio entrar a Easy, pero se giró rápidamente al oír la voz junto a su hombro.

– ¿Quieres algo más, T? ¿Un café con leche o alguna mierda? Tal vez un cruasán o algo para acompañar tu lectura matutina.

– Estoy servido -dijo Theo.

Easy fue a buscar un té para él y, al volver, cogió un Daily Star doblado de una de las mesas de al lado. Lo dejó caer delante de Theo y señaló con el dedo la modelo en bikini que ocupaba la mayor parte de la portada.

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