Mark Billingham - En la oscuridad

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Durante una noche de lluvia, Theo Shirley, un chico de diecisiete años, dispara al coche de una mujer cumpliendo así con la ceremonia de iniciación para formar parte de una banda. Ella no muere, pero su coche se estrella contra una parada de autobuses, matando a un policía.
La novia de éste, también policía, no acepta que su muerte haya sido un accidente. En su deseo por descubrir la verdad, llevará a cabo su propia investigación e irá descubriendo oscuros secretos que nos conducirán a un sorprendente giro final de la historia.

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– No es complicado -dijo-. En realidad, sólo necesitamos confirmación.

Gospel escupió al hombre grande en el pecho, luego volvió la cabeza bruscamente hacia Ollie.

– No les digas una mierda -cuando volvió a girarse, el hombre grande le dio un fuerte puñetazo en la cara, luego miró el escupitajo de su camisa.

Pasó un segundo o dos hasta que la chica empezó a gemir y farfullar, hasta que ahuecó las manos para intentar recoger la sangre.

– No será ni un minuto -le dijo el hombre grande a Ollie-, pero es tiempo suficiente para decidir si vas a ser un imbécil o no -buscó un pañuelo en el bolsillo, luego le pidió uno a su compañero del asiento de atrás. El hombre mayor le pasó el suyo. El hombre grande le dio el pañuelo a Gospel y utilizó el otro para secarse la camisa y después las gotitas de sangre que habían salpicado el asiento.

Miró a Gospel y suspiró:

– ¿Cuántos años tienes?

– Catorce -dijo Ollie-. Por favor…

– Cierra la puta boca -gritó Gospel, alejando las manos de su cara lo bastante para dejar salir las palabras.

– Deberíais estar en la escuela -dijo el hombre-. Los dos -se echó hacia el lado como si fuese a acariciarle el pelo, pero en lugar de eso se lo agarró y le aplastó la cabeza contra la ventanilla.

Ollie gritó horrorizado y aporreó el asiento del copiloto con los puños. Sintió que la pistola se clavada en su costado y cuando volvió a echarse hacia atrás, todavía gritando, se dio cuenta de que estaba llorando.

– Dios…

Delante, Gospel tenía los ojos como platos. Su respiración era pesada y húmeda.

El hombre grande se dio la vuelta para mirar a Ollie y dijo:

– Está bien.

– No digas nada -farfulló Gospel.

El hombre puso los ojos en blanco y luego los dirigió a Ollie.

– Si realmente no estáis implicados en el incidente del que hablamos, no tenéis nada de qué preocuparos. Prometido. Sólo necesitamos saber que estamos en el buen camino.

Ollie se mecía adelante y atrás, tirándose de las rastas. Era difícil pensar con claridad cuando estaba tan concentrado en no cagarse allí mismo, en el coche.

– ¿Fue vuestra banda?

Sentía que la pistola iba a atravesarle la piel en cualquier momento. A metérsele directamente entre las costillas.

El hombre grande se dio la vuelta en su asiento, gruñendo por el esfuerzo y envolviendo un brazo en el reposacabezas.

– No me hagas intercambiar el asiento con mi amigo de ahí atrás -dijo-. No es tan amable como yo con las jovencitas.

El hombre mayor se rio y le lanzó un beso a Gospel.

Hubo un poco más de sangre después de eso, pero no demasiada, y cuando hubieron dado toda la información requerida, los dos hombres mandaron salir del coche a Ollie y Gospel. Y que se llevasen los pañuelos sucios con ellos.

Cuando Ollie iba a abrir la puerta, el hombre mayor tiró de él y le dijo:

– Eres blanco como la leche y llevas pelo de negro. ¿A qué viene eso, cacho capullo?

El hombre mayor se trasladó a la parte de delante. Mientras se alejaban, se abrochó el cinturón de seguridad y echó un último vistazo a los dos adolescentes por el retrovisor. Vio al muchacho derrumbándose en el suelo y a la chica atizándole con puños y pies.

– En mi opinión, el mundo se ha vuelto loco, Clive.

– Y que lo digas, Billy -dijo Clive.

Dieciocho

– ¿De dónde has sacado el traje?

– De la tienda benéfica -dijo Easy.

– Apesta, tío.

Estaban en un embotellamiento que avanzaba lentamente por Vauxhall Bridge, camino de una dirección en Paddington. Easy conducía el Audi, con Theo en el asiento del copiloto. Mikey iba sentado atrás, hojeando una copia de Loot.

– No me ha dado tiempo a llevarlo a la tintorería, ¿me entiendes? -Easy le miró-. Tiene buena pinta, eso es lo principal. Un traje elegante y esa carita inocente.

Theo no tenía un traje como tal, pero tenía alguna chaqueta decente. Prendas de marca, mejores que la mierda apestosa y mal tallada que llevaba, en cualquier caso. Pero no había querido salir del piso con sus mejores galas, intentar explicarle a Javine por qué se había arreglado. Easy había dicho que no importaba, que él se ocuparía de todo. Había recogido el traje a lo largo del día y Theo se había cambiado en el coche.

– No encuentro el puto anuncio -dijo Mikey.

– Sigue buscando -dijo Easy-. Es la sección de la parte de atrás, después de las caravanas. He rodeado los que podemos hacer esta noche.

Mikey pasó las páginas y leyó:

– «Deseo Negro. Exuberante princesa de ébano». Exuberante quiere decir gorda, ¿no?

– Sí -dijo Easy-. Probablemente tiene unas tetas más grandes que las tuyas -Mikey le sacó un dedo por encima del periódico y lo meneó frente al espejo. Easy se encogió de hombros y aceleró hacia un semáforo en ámbar-. Escucha, mientras la puta haya tenido mucho trabajo, no me importa lo grande que sea.

Veinticinco minutos después, pararon al final de una calle entre el hospital St. Mary y la estación. Theo comprobó el número del piso e Easy lo repasó todo por última vez.

– Diez minutos deberían bastar -dijo-. Simplemente para asegurarte de que está bien y relajada.

– Está nervioso, ¿verdad? -dijo Mikey. Se echó hacia delante y le dio a Theo en el hombro-. Si alguna vez llegó al dormitorio, supongo que estaría fofo, tío, como un gusano muerto.

Theo salió del coche y caminó hasta la puerta del piso sin mirar atrás. La calle estaba bien iluminada y se preguntó cuánta gente podría ver su cara si estuviese mirando por la ventana en ese momento.

La mujer que atendió la puerta no era tan grande como Mikey había predicho, pero era bastante corpulenta. Tenía unos cuarenta años y la piel más oscura que Theo. Nigeriana, supuso. Llevaba una buena capa de maquillaje y Theo pensó que probablemente llevaba peluca, pero la sonrisa parecía bastante auténtica.

Comprendía que un hombre, uno que no fuese allí a robarle, pudiese encontrarla sexy.

– Me llamo Carlton -dijo-. Llamé antes para pedir cita -era Easy quien había hecho la llamada. También había elegido él el nombre y se había regodeado contándoselo todo a Theo.

El piso, ubicado en el bajo, era pequeño: un salón que comunicaba con una cocina estrecha y una puerta que daba a lo que Theo supuso que era un dormitorio y un cuarto de baño. Era moderno y estaba limpio. Había una hilera de máscaras africanas sobre el sofá de cuero oscuro. Había cantos rodados en cuencos de madera y una cortina de cuentas que separaba el salón del resto del apartamento.

– ¿Te apetece algo de beber, cariño? Hay vino y cerveza, o Coca-Cola.

– Una cerveza, por favor.

– Lo que tú quieras.

Le dio una botella caliente y sujetó la cortina de cuentas.

– ¿Quieres pasar?

Theo se sentó y levantó la botella.

– Me terminaré esto.

– Es tu tiempo -dijo ella-. Por cierto…

Easy había acordado cien libras por teléfono. Eso cubriría una hora y todo lo básico. Theo le entregó el dinero y la observó mientras lo metía en un pequeño cofre de madera que había junto a la pared.

Ella le dio una tarjeta plastificada y le dijo:

– Por si quieres algún extra.

Theo miró la tarjeta como si estuviese estudiando un menú, mientras ella interpretaba el papel de atenta camarera, preguntándole si quería que le explicase algo. Había un par de elementos que no tenía demasiado claros, pero no le importó permanecer en la ignorancia.

– ¿Cuántos años tienes? -preguntó ella.

Theo no vio razón alguna para mentirle.

– Tengo un hijo más o menos de tu edad -dijo ella-. Y una hija dos años más joven. Está en la escuela y el año que viene irá a la universidad.

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