– Así que tal vez deberías tenerlo en cuenta cuando dividas el dinero luego -se dirigió a Mikey-: ¿Lo pillas, hermano? -Luego miró a Easy. Ninguno de los dos pareció encontrarlo muy divertido.
Había una tienda de comestibles que abría hasta tarde unas calles más abajo y Helen siempre disfrutaba las conversaciones con el moreno dueño turco y su mujer. Esta noche había sido más difícil, puesto que había aprovechado la ocasión para contarles lo de Paul. Habían estado encantadores, le habían preguntado si podían ayudarla en algo, y Helen pudo ver al hombre dudar si cobrarle cuando sacó la cartera para pagar.
Volvió lentamente hacia Tulse Hill, con pan, leche y varios paquetes de patatas fritas con sabor a queso y cebolla en una bolsa de plástico. Era una noche cálida, pero empezaba a hacer viento. El tráfico que iba o venía de South Circular rugía a su lado en la oscuridad mientras caminaba.
Pasó la hilera de curiosas casas de los años treinta cuyas vigas y mampostería de falso estilo Tudor le resultaba extraña; pasó bloques muy parecidos al suyo: Baldwin House, Saunders House, Hart House; edificios de cuatro o cinco pisos en todas las tonalidades de marrón concebibles que probablemente habían sido atractivos en su día. Pasó la entrada de Silwell Hall, una mansión del diecinueve que ahora albergaba el Instituto Femenino St. Martin's. Sus pilares ornamentados y su cúpula llevaban allí mucho más que la propia escuela, pero había sobrevivido con facilidad a los dos institutos construidos en los años cincuenta que había en la zona, incluido el instituto al que había ido Ken Livingstone.
Helen abandonó la colina y buscó las llaves en el bolso pensando en escuelas: en la escasez de colegios decentes en las zonas donde podía permitirse comprar, en quizá irse de Londres antes de que se convirtiera en un problema. Cuando se acercaba a la puerta principal de su bloque, vio a un hombre salir de un coche al otro lado de la calle y caminar hacia ella. Era alto, con el pelo rubio a la altura de los hombros. Bien vestido, pero aun así…
Lo vio mirarla y agarró la llave un poco más fuerte. Era lo más parecido a un arma que tenía. El hombre seguía avanzando y ella se sintió estúpidamente agradecida de que la luz de seguridad se encendiese cuando se acercó a la puerta.
Dio los últimos pasos lo más rápido que pudo. Oyó al hombre tras ella, unas monedas tintineaban en su bolsillo. Estiró la mano hacia el cerrojo y él se acercó a ella, como si fuese otro vecino esperando a que ella abriese la puerta para entrar los dos.
– Tú eres la novia.
– ¿Perdón?
– En cuanto Ray te describió, lo imaginé. Quién eras y el hecho de que fuiste a hablar con él por tu cuenta -sonrió-. De que no se trataba de ninguna… misión oficial.
Helen le miró. Se dio cuenta de quién era.
Kevin Shepherd se metió las manos en los bolsillos del pantalón y dio un paso atrás. Como si quisiese echarle un buen vistazo.
– ¿Quiere algo? -preguntó ella.
– Verás, Ray no es el tipo más listo del mundo -dijo-. Ve una placa y presupone toda clase de cosas. Bueno, la mayoría de nosotros lo hacemos, ¿no? Pero yo lo sé todo sobre lo que le pasó a Paul y es bastante obvio que quien quiera que lo esté investigando no está buscando a gente como yo.
Helen esperó. Estaba claro que él tenía mucho más que decir.
– Probablemente estén buscando a alguien un poco más joven que yo. Un poco más negro. Y aunque lo de tu novio no fuese simple mala suerte, aunque no estuviese en el lugar equivocado en el momento equivocado… aunque le hubiesen pegado un tiro en la cabeza, no creo que enviasen a alguien como tú a buscar a quien lo hubiese hecho. Sin ánimo de ofender.
Helen se encogió de hombros, dando a entender que no le había ofendido.
– Desde luego no sola, en cualquier caso.
– ¿Y?
– Pues que probablemente sólo estés intentando averiguar qué hacía Paul relacionándose conmigo. Piensas que lo normal es que él y yo no tuviésemos mucho en común.
– ¿Y me lo vas a contar?
– Te cuento que sería mejor que lo dejases -había bastante preocupación en su voz. Así era como se hacían muchas amenazas.
– ¿Mejor para quién?
Él hizo un gesto con la cabeza hacia ella.
– Por Dios, bonita, mira cómo estás. Deberías estar pensando en el futuro, en cómo te las vas a arreglar. Intentando hacerte con un bonito vestido premamá negro -meneó la cabeza y añadió otra pizca de preocupación-. ¿Por qué andas hurgando en la mierda, haciendo preguntas cuyas respuestas tal vez no te gusten?
Era la misma pregunta que Helen se hacía. Ahora se encontraba ante el hombre que sabía la respuesta. Y parecía que estaba deseando contársela.
– Bueno, gracias por el aviso.
– No es un aviso.
– Lo que sea -le miró fijamente. Quería entrar, pero no antes de que él se diese la vuelta y se fuese. De repente, la luz se apagó. Habían permanecido prácticamente inmóviles durante dos minutos y el cronómetro de la lámpara se había agotado-. Es hora de irse -dijo ella.
A unos metros de ella, en la oscuridad, Shepherd suspiró, como si le hubiese acorralado, sin dejarle más opción que revelar lo que hubiera preferido callarse.
– Mira, si te sirve de algo, dite que, con un crío en camino y todo eso, necesitaba ingresar un poco más de dinero. Que lo estaba haciendo por ti.
– No te creo.
– Venga, tampoco es que fuese el primer poli con el que hago negocios. ¿Me estás diciendo que nunca has conocido a nadie que encontrase tres kilos de coca y sólo entregase dos? ¿A nadie que se buscase la vida por su cuenta?
Helen sintió el sudor escocer y empezar a manar. Notó la llave caliente y húmeda en el puño.
– ¿Alguna vez le diste dinero a Paul?
– Desgraciadamente, no tuve ocasión, pero discutimos las condiciones. Le habría ido muy bien, eso te lo puedo asegurar. No te hubiera faltado ropa para el bebé.
– ¡Vete a tomar por culo! -dijo ella.
– Esa lengua…
Ella lo repitió y, tras unos segundos, Shepherd obedeció. Su movimiento reactivó la luz de seguridad y Helen le observó mientras cruzaba la calle a paso ligero hacia su coche, con las monedas tintineando, rebuscando el mando a distancia. Le oyó subir el volumen de la música después de encender el motor y le vio mirarla, justo antes de que la luz interior del coche se apagase y arrancase.
Más rápido de lo necesario.
Después le llevó varios segundos más de lo normal entrar. Se quedó de pie junto a la puerta como una borracha, con la llave golpeando y arañando el cerrojo mientras intentaba calmar el temblor de su mano.
Mikey había empezado a pensar en hacerle una visita a Linzi mientras estaba ocupado con Easy y Theo y ahora, al volver andando desde su casa, se preguntaba por qué hacer ese tipo de cosas le ponía tan cachondo.
Linzi no era puta, no realmente. Sólo aceptaba dinero de un par de chicos, sus favoritos, y desde luego no se parecía en nada a las fulanas sucias que había visitado antes. Era dulce y sabía lo que le gustaba. Decía que estaba guapo sin ropa, que le gustaba tener dónde agarrarse, y siempre le contaba buenas anécdotas sobre los otros después, cuando sacaban el peta. Chorradas graciosas como que SnapZ tenía una polla minúscula, o la forma en que Así lloraba después de que se la menease.
Impagable…
Dejó de pensar en por qué había ido. Decidió que no importaba, que al fin y al cabo no se le ocurría una forma mejor de gastarse el dinero que había sacado esa noche. Lo habían dividido en casa de Easy, luego habían bajado al Dirty South a tomarse unas copas: cócteles de Hpnotiq azul chillón para todos. Había rondado la barra principal durante una hora, había enseñado las fotos de su teléfono a algunos de la pandilla y había alardeado de unos cuantos billetes grandes.
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