Hillary Waugh - Corra cuando diga ya
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– A pesar de ser muy… digamos… cabalmente femenina, es una experta en encuadernación y en conservación de… ¿cómo se llaman? ¿Manuscritos ilustrados?
La voz de Vittorio se hizo más entusiasta.
– Además es una excelente cocinera y le encantará prepararnos un desayuno.
El desayuno no impuso muchas exigencias a la cocinera. María Botticelli sólo utilizó la cocina para preparar el café, hervir la leche y calentar unos croissants. El resto consistió en unos panecillos duros, mantequilla dulce y un frasco de mermelada.
Como Peter y María estaban totalmente imposibilitados para comunicarse y, por lo demás, había poco que decir, colocaron una radio a transistores sobre la mesa. Primero escucharon música, luego noticias. El programa informativo sólo era un murmullo de fondo para Peter, pero mientras se servía el segundo café, advirtió que sus compañeros habían dejado de comer y escuchaban. Karen tenía una expresión solemne; Vittorio, atenta. María los observaba desconcertada.
El tono de la voz del locutor cambió, y Vittorio se relajó un poco y sonrió.
– Bueno, creo que la cosa está que arde, si ésa es la expresión adecuada. Y veo que nuestro líder está desorientado.
Dedicó una sonrisa a las muchachas y prosiguió, dirigiéndose a Peter;
– Parece ser que han encontrado un cadáver y un hombre gravemente herido en un apartamento de la Via dei Saponai. El apartamento estaba vacío, pero los vecinos han declarado que lo alquilaba una tal Karen Halley. Otros supuestos «testigos» dicen que hay un norteamericano, un tal Peter Congdon, mezclado en el asunto. La policía tiene una descripción de la pareja. La policía tiene mucho interés en hablar con ellos.
Del Strabo extendió una mano y palmeó el hombro de Peter.
– Amigo mío: ahora es famoso.
– Y no le ha dicho lo de la recompensa -apuntó Karen.
– ¡Ah, sí! Tienen tanto interés en dar con usted que ofrecen una recompensa de trescientas mil liras. Eso, en moneda norteamericana, equivale a unos quinientos dólares.
– Eso, en cualquier moneda, son pamplinas -gruñó Peter en tono despectivo.
– Pero es más de lo que ofrecen por mí -dijo Vittorio-. Ni siquiera me han mencionado.
– Es porque el tipo flaco que estaba en el descansillo ni siquiera sabe que usted estaba allí. Sólo me vio a mí.
– Ahora tienen a la policía de su lado -dijo Karen-. ¿Cómo vamos a salir de aquí?
Vittorio se encogió de hombros.
– Cuando María se vaya a trabajar, iré a recoger mi automóvil. No va a ser tan difícil.
– Pero ¿cómo saldremos del país? ¿Cómo vamos a presentar nuestros pasaportes?
A Peter eso no le preocupaba mucho.
– Vittorio nos conseguirá documentos falsos. Seremos señor y señora Robert Gorman o algo así. ¿Qué tal es la descripción que han dado?
– Más o menos buena de la chica -informó Vittorio-, muy buena de usted. Quizá los otros inquilinos no hayan conocido muy bien a miss Halley, pero es evidente que el flaco de quien hablaba le conoce muy bien.
María los observaba con atención, pero las palabras no le decían nada. Vittorio comenzó a hablarle en italiano, y Karen escuchó. A través de los gestos de Vittorio, Peter comprendió que le estaba explicando cómo habían entrado y salido del dormitorio de miss Halley, cómo habían golpeado y matado gente. Los ojos de María se agrandaron y comenzó a hablar a gran velocidad.
– Tiene miedo de que la policía venga -tradujo Karen-. Tiene miedo de que la arresten.
Vittorio apoyó una mano sobre el hombro de María y le habló en tono tranquilizador.
– Está turbada. No sabía que yo era tan viril. Le he asegurado que nos iremos de aquí lo antes posible, y le he pedido que equipe a miss Halley con algunas ropas.
La tarea de equipar a miss Halley se realizó mientras Vittorio y Peter fumaban. Peter un cigarrillo y Vittorio un cigarro largo y muy fino. Karen reapareció luciendo un vestido estampado en tonos claros, muy ajustado y escotado. El tipo de ropa que Vittorio compraba a María para que restaurara manuscritos.
María también se había vestido y parecía más serena. Distante, casi cortés, con Karen y Peter; respetuosa, pero no tierna, con Vittorio. Su actitud había cambiado con las noticias y procuraba ser hospitalaria, sin ayudar demasiado a unos delincuentes buscados por la policía.
Peter advirtió el cambio y comprendió las razones. Mientras las mujeres se vestían había señalado el dormitorio y había preguntado a Vittorio:
– ¿Hasta qué punto estamos seguros aquí?
– No hablará -se había apresurado a asegurar Vittorio, pero luego había añadido-: Saldré con ella y regresaré con el automóvil. Creo que tenemos que salir de Florencia.
Vittorio y María partieron a las siete cuarenta y cinco. Habitualmente ella salía una
hora más tarde, pero la situación se había hecho muy incómoda en el apartamento y no había por qué prolongarla. Hubo despedidas y agradecimientos, y María deseó buena suerte a Karen y procuró ser sincera. Vittorio, el único cuyo buen talante se resistía a doblegarse, dijo alegremente:
– No se muevan hasta que regrese. Dentro de quince minutos, media hora a lo sumo, estaremos en camino de Roma.
– ¿Y si hay barricadas? -preguntó Karen.
Vittorio rió.
– Eso es fácil, ¿no? Usted se parecerá a miss Halley, pero yo no me parezco a míster Congdon. De modo que usted viajará conmigo y el amigo Peter lo hará en el portaequipajes.
Tocó a Peter con el dedo.
– ¡Una idea bárbara! ¿Eh?
– Tengo una idea mejor -propuso Peter, con sequedad-: seré guía y ustedes serán turistas. De esa manera podrá dedicarse a contemplar el paisaje.
Vittorio celebró la ocurrencia con una sonora carcajada, y descendió las escaleras riendo aún. Peter echó los cerrojos a la puerta y se reunió con Karen junto a la ventana. Por fin había amanecido en Florencia. Hacía media hora que el sol había asomado y lanzaba sus rayos oblicuos sobre la sólida falange de edificios que asomaban sobre la ribera sur del Amo.
El Ponte Vecchio estaba en sombras, el Ponte San Trinità iluminado y sobre su triple arco se movía una permanente corriente de automóviles, camiones y motocicletas. El río estaba bajo y sus perezosas aguas tenían un color pardo oscuro, muy poco atractivo.
En un montículo de césped, sobre la orilla próxima a ellos, había dos cisnes dormidos.
Vittorio y María aparecieron en la calzada y doblaron hacia la izquierda, en dirección al Ponte Vecchio. Las barandillas que limitaban el paso de peatones en el área de reparaciones los obligó a caminar uno detrás de otro.
Vittorio se volvió hacia la ventana alegremente y saludó con la mano. Había trabajado todo el día y conducido toda la noche; había trepado por inestables escaleras de mano, había peleado contra asesinos de la mafia y había escapado a la policía; sin embargo estaba fresco e impecable, ansioso por enfrentarse a las próximas veinticuatro horas. Peter deseó interiormente que Del Strabo se conservara así.
Miércoles 7.50-8.10 horas
Karen respondió al saludo de Vittorio con un gesto franco y amistoso, Peter lo advirtió. Del Strabo parecía gustarle y con él se mostraba menos reservada que con Peter. Pero la verdad era también que Vittorio, por su parte, había estado más dispuesto a aceptarla. Por lo visto no le interesaba su pasado ni compartía el desprecio de Peter por lo que representaba. Vittorio parecía simplemente complacido de tenerla cerca. Para Peter, el hecho de que ella fuera tan sexy y supiera sacar el máximo partido de eso, convertía su presencia en un fastidio y en un peligro, del que debía defenderse. No veía la hora de llevar a la mantenida de Bono al otro lado del Atlántico y dejarla en las ansiosas manos de Gorman. Y ese instante llegaría antes de veinticuatro horas, si se las arreglaba para salir de aquel atolladero. Karen se alejó cuando Peter cerró la ventana, y encendió la radio a la espera de noticias. Cuando las oyó, le dijo que los detalles no habían variado mucho. El hombre herido tenía una conmoción cerebral y no había podido ser interrogado. Hasta el momento se desconocía la identidad de las víctimas y se ignoraba lo ocurrido.
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