Hillary Waugh - Corra cuando diga ya

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Club DEL MISTERIO Nº 85

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– ¿Ven? La policía de Florencia es muy activa.

Llegaron a la calle, cruzaron el paseo que se extendía sobre el margen del río y se acercaron al Ponte Vecchio. Un automóvil los alcanzó y el conductor se volvió para mirar a liaren.

– Tiene buen gusto -comentó Vittorio, y los condujo a través de la bocacalle hacia la Lungarno Acciaioli, que corría junto al río hasta el próximo puente. La calle estaba cerrada por reparaciones y sólo había un estrecho sendero para peatones.

– Ven -dijo Vittorio con orgullo-. Aquí no hay peligro de que nos alcance ningún auto-patrulla. ¿No es una buena idea?

– Muy buena. ¿Dónde vive la chica?

– Por aquí seguido, al final de esta calle.

Eran las seis de la mañana cuando llegaron al apartamento El cielo era todavía - фото 14

Eran las seis de la mañana cuando llegaron al apartamento. El cielo era todavía una abigarrada combinación de parches negros y nubes en variados matices, pero río arriba, más allá del Ponte Vecchio, una franja comenzaba a aclarar bajo las nubes. El día estaba asomando.

El edificio de apartamentos se hallaba próximo a la esquina más distante y una de las hojas de la gran puerta de entrada estaba apuntalada. Vittorio les hizo subir dos tramos de una amplia escalera de piedra que doblaba en un ángulo de 180 grados en cada descansillo. Al llegar al segundo piso extrajo una llave del bolsillo y explicó, un poco avergonzado:

– Es una gran amiga.

Entraron en una sala de estar pequeña, pero lujosamente amueblada, y Vittorio encendió las luces y echó la llave a la puerta de la calle.

– Ahora les ruego que me disculpen un instante -dijo-. Explicaré nuestra presencia a la dueña de la casa.

Desapareció a través de una puerta, y Peter quedó a solas con Karen.

Ella se acercó a las ventanas, las abrió y empujó las persianas. Desde allí se veía el Arno, pero en ese momento era sólo un río negro sobre el que brillaban algunas luces aisladas de los edificios de la margen opuesta.

Peter la observó. Por primera vez podía estudiar a la mujer que debía llevar a su país. Realmente no era una mantenida del montón. Era una mantenida súper-especial, con un atractivo de todos los diablos. Era lo que se llama una mujer súper-sexy. Lo más atractivo de ella era su manera animal de moverse. Y la forma en que miraba con el rabillo del ojo. Y su cara y su cuerpo. Parecía hecha para acarrear dificultades.

Y a todo eso se sumaba la frialdad con que era capaz de mirar cómo se golpeaba y mataba a los tipos de la mafia, la sangre fría con que había empuñado la pistola y aquel negocio tan cerebral que había hecho con Gorman. No cabía duda: aquella mujer era una fuente de problemas. Él había imaginado una esclava, una mujer que se había vendido a Bono por una villa sobre el Tíber y una descansada vida de lujo a cambio de unas entregas que abonaba en cuotas cuando Bono decidía ir a cobrar. Ahora ya no estaba tan seguro. Quizá el esclavo hubiera sido Bono. Quizá ella hubiera sido la seductora y Bono el seducido, el que luchaba por conservar su favor, por tenerla satisfecha, por reservarla sólo para él. Y le había arrancado confidencias. Debía de haber trazado los cimientos de su futuro desde el comienzo, recogiendo material de extorsión, no para cuando Bono fuera asesinado… sino para cuando Bono intentara dejarla. Era una preciosa chica, no cabía duda; pero a juicio de Peter, ése era el peor error que podía cometer un hombre.

De cualquier manera el dolor de cabeza era para Gorman, no para él. Que el senador se preocupara por ella. La misión de Peter consistía en entregarla sana y salva. Por eso dejó de lado sus pensamientos y se encaminó a una mesa redonda, sobre la que había una gran lámpara, y comenzó a revisar los papeles que había extraído de los bolsillos del muerto. El botín no era importante. Había sólo tres cartas, una cartera y un llavero.

Karen se aproximó, curiosa.

– ¿Qué consiguió?

Sin una palabra. Peter le entregó las tres cartas. Él se concentró en la cartera. Había una tarjeta que identificaba al hombre como Antonio Marchesi, doce billetes de 10.000 liras y cuatro de 1.000 liras. Además había una fotografía tamaño carnet de Karen, la clave que Peter había inventado en el estudio de Gorman y una hoja plegada, tamaño carta, con el mensaje de Gorman. Bajo los grupos de cinco letras habían escrito laboriosamente a lápiz:

El nombre de la muchacha es karen halley la encontrará en Florencia en via dei saponai dieciséis primer piso departamento de la derecha no tiene teléfono vaya a verla inmediatamente dé su verdadero nombre y diga himno de batalla de la república como santo y seña la foto adjunta le permitirá identificarla ella habla inglés saque billetes en el primer avión disponible telegrafíeme comunicando hora y lugar de llegada en clave y lo esperaré con la necesaria protección la mafia ha ofrecido cien mil dólares por la cabeza de esa mujer buena suerte r. g. gorman.

Karen comenzó a leer la nota por encima del hombro de Peter, y él se la alargó.

– ¿Qué decían las cartas? -preguntó.

– Son de su familia, en Sicilia. Preguntan por qué no les escribe.

– ¿Y por qué no les escribe?

– No sé. ¿Quiere que se las lea?

– No si no dicen nada sobre usted.

– No, no dicen nada.

La chica leyó el resto del mensaje de Gorman y dijo:

– De modo que así me encontraron. ¿Cómo se apoderaron de esto?

– Se lo arrebataron al tipo a quien Gorman se lo envió.

– ¿Cómo?

– Lo golpearon, por supuesto. Debería saberlo. ¿No es el método de rutina?

Ella se ruborizó.

– Quise decir: ¿cómo se enteraron de que era el depositario?

– Parece ser que Gorman le consiguió el puesto.

– ¡Ah! ¿Y también le agarraron a usted y le hirieron? Lo digo por su cabeza. Fue obra de ellos, ¿no?

– Se estaban divirtiendo un poco. Ya sabe cómo son. Pero creo que, de ahora en adelante, van a querer mi pellejo.

Vittorio cerró suavemente una puerta y regresó a la sala de estar.

– La signorina saldrá en seguida. Está un poco sorprendida por esta intromisión, pero nada resentida.

Estudió a Karen con mirada apreciativa.

– Sí, y creo que tendrá algo para que usted se vista, miss Halley. Creo que son de la misma talla.

Ella le dirigió una sonrisa encantadora y le dijo:

– Siento mucho haberle tratado así antes.

– Se estaba poniendo desagradable -admitió Vittorio-. Pero la mafia nos salvó.

Peter quiso ver lo que Del Strabo había sacado de los bolsillos del hombre desmayado y Vittorio descargó su botín sobre la mesa. Este incluía un revólver, la caja de cartuchos de Peter, el talonario de cheques de viaje de Peter, por valor de unos 900 dólares, y dinero suelto… 112.500 liras, en billetes y en monedas. No había cartera ni tarjeta de identificación.

– Todo un botín para un rato de trabajo -comentó Vittorio-, ¿Está seguro de que Brandt no me querría como agente activo? Nunca he pasado una noche más divertida.

– Brandt no le tomaría. Quiere que sus agentes cumplan sus tareas con gusto, pero no que se deleiten con ellas. Además en pleno juego de escondite se detiene a contemplar el paisaje.

Vittorio rió.

– ¿Y por qué no? Cuando uno viaja por la vida puede sentarse al lado de la ventanilla.

En ese instante apareció la amiga de Vittorio. Era una chica morena, atractiva y de aspecto inteligente. Vestía una negligée color durazno y chinelas de tacón alto. Parecía recién peinada y maquillada. Vittorio la presentó en italiano como María Botticelli e informó a Peter que no hablaba inglés y que trabajaba en el Palazzo Pitti, en la restauración de los manuscritos dañados por la inundación.

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