– ¿Gwyneth?-entonó Kleppini-. Sí, Gwyneth está con nosotros ahora. Todavía se esfuerza por ser oída. -Kleppini inclinó su cabeza y la habitación se llenó de nuevo de un repiqueteo fantasmal
– ¿Hola? -La voz de Kleppini sonó con un falsete artificial-. ¿Hola? ¿Eres mi sobrina? ¿Estoy hablando con mi querida niña?
– ¡Sí, tía Gwyneth! -exclamó la chica, bastante sobrecogida-. Soy yo, Isabel.
– Isabel, querida. Me alegro tanto de estar contigo otra vez. Tengo algo que decirte. Algo muy importante… Pero espera. Espera. La niebla se hace más densa. No puedo oírte… ¿Estás todavía ahí, Isabel?
– Sí, sí, aquí estoy -dijo Isabel.
– Temo por ti, querida. Temo que ese joven que te acompaña no sea de los buenos. Ese tipo de hombre no trae sino problemas. Es un… un incrédulo.
– ¿Un incrédulo?
– Sí. Te traerá dolor, querida. Nada más que penas.
– ¿Qué debo de hacer entonces? -preguntó la joven ingenua.
– Un extraño te tratará con amabilidad -respondió la voz en falsete-, y verás el camino.
– No escuches estos disparates -dijo el joven, tirándole del brazo-. Vamos, larguémonos de aquí.
– No, déjame en paz. -Soltó su brazo-. ¿Tía Gwyneth? ¿Un extraño has dicho? -Pero Kleppini dejó caer su cabeza hacia delante una vez más-. Mira lo que has hecho, Willard.
– Ya he tenido bastante -dijo Willard-. Nos marchamos.
– Yo no me voy contigo. -Le despreció la chica-. No con un incrédulo como tú. Me iré sola a casa. O mejor aún, le pediré a este amable caballero que me acompañe a casa. -Para mí consternación, rodeó mi brazo con el suyo y apoyó su pálida mejilla sobre mi hombro-. Sí. Un extraño me tratará con amabilidad. Ya ha ocurrido.
– Espere un momento, jovencita… -dije.
– ¿Él? -El joven estaba indignado-. Debes estar de broma. Tiene por lo menos sesenta años, Vuelve aquí, que es donde te corresponde estar.
– No le preste ninguna atención, señor -me dijo la chica-. Es de los celosos. ¿Cuál es su nombre entonces?
– John Watson, pero usted…
– ¿John Watson?-preguntó el viejo marinero, que había permanecido en silencio todo este tiempo-. Diga, ¿no es usted el doctor Watson, verdad? ¿El amigo de Sherlock Holmes? ¿El que escribe las historias?
– Bueno, soy yo, pero…
– ¿Doctor Watson? -Kleppini se puso alerta de inmediato-. ¿Es usted el doctor Watson? Nos honra tenerlo entre nosotros, señor. ¿Qué quiere preguntarle a los espíritus? ¿Alguna pregunta de parte de Sherlock Holmes, quizá?
– No, yo solo… No tengo ninguna pregunta.
– Espere. Lord Maglin nos contará cuál es su problema. Lord Maglin lo sabe todo. Él descubrirá la raíz de su preocupación. -La trompeta volvió a sonar detrás del biombo-. Me estoy concentrando, concentrando, pero es tan difícil, realmente tan difícil -gimió trágicamente-. Debo proyectar el faro de mi mente a través de las capas de la oscuridad del mañana.
Con un suspiro, puse un puñado de monedas en la taza de latón. Al reconocerme, el marinero había comprometido el encargo de Holmes, pero por el momento no se podía hacer nada más que escuchar a Kleppini hasta el final.
– Ah… bien… -dijo Kleppini-, bien.
Tarareó por un momento y entonces, como si le hubiera alcanzado un rayo, abrió los ojos y fijó su mirada en mí a través de la mesa.
– Se ha cometido un asesinato. Un terrible, terrible asesinato.
El joven vendedor se burló.
– He leído sobre eso en el periódico de la mañana. Ya sabía de ello.
– Sean pacientes, empiezo a ver más… Escuchen. Houdini está implicado. El presuntuoso Houdini, insolente rival del gran Kleppini. Él es el malhechor, ¿y qué es esto? El gran detective Sherlock Holmes actúa en su nombre.
Quise hablar, pero Kleppini me silenció con un gesto.
– Oh, ahora puedo verlo todo -jadeó-. Lo veo todo. Houdini, él ha robado unos documentos secretos del Gobierno de este excelente país y… ¡Oh! ¿Me atreveré a decirlo? La mujer que ha asesinado era noble. Una condesa. Y Houdini la ha asesinado.
– ¿Es eso cierto, doctor Watson? -preguntó con miedo la joven.
– Por supuesto que no -dije-. Por supuesto que no…
– ¡Escuchen!-exclamó Kleppini-. Escuchen. Todo se aclarará muy pronto, porque aquí está la propia condesa. Viene a hablar con nosotros. La mujer asesinada llega.
Kleppini cayó mientras que el ruido de golpes y el repiqueteo de cadenas crecían en la habitación. En ese momento, incluso yo empecé a sentirme un poco ansioso, aunque hacía rato que estaba convencido de la fraudulenta naturaleza de la sesión de espiritismo.
– ¿Doctor Watson? -Llegó el falsete de Kleppini-. Doctor Watson, soy yo, la condesa Valenka.
La voz, como la que había pertenecido a la tía Gwyneth, era trémula y fantasmal.
– Doctor Watson… apiádese de una mujer asesinada. Por favor, se lo ruego… cuide de que se haga justicia. -La voz tembló trágicamente-. Sherlock Holmes ha cometido un error. Cree que Houdini es inocente, pero está equivocado. Houdini robó los documentos. Los robó. Y entonces… Oh. Y entonces me asesinó. Oh, tenga piedad, doctor Watson. Es usted un buen hombre, tenga piedad.
Este timo difamador era más de lo que podía soportar.
– ¡Pare, Kleppini!-grité mientras me ponía en pie-. Pare este absurdo disparate de una vez.
– Apiádese, doctor Watson -continuó la vacilante voz-, apiádese de una pobre mujer asesinada…
– ¡Insisto en que pare! -Agarré a Kleppini por el cuello y lo puse en pie. Parpadeó y movió la cabeza como si se despertara de un profundo sueño.
– ¿Qué…? ¿Qué ha pasado aquí? He estado en trance.
– Sabe perfectamente bien qué es lo que ha pasado -respondí bruscamente-. Ha estado deshonrando la memoria de una mujer decente, y ha estado acusando a un hombre inocente de su asesinato.
– Espere. -Kleppini se frotó las sienes-. Sí… Sí, empiezo a recordar un poco. Pero le aseguro, doctor Watson, que sea lo que sea lo que los espíritus hayan dicho, es verdad. Ellos no mienten.
– Sabemos la verdad. Está alimentando supersticiosas mentiras, Kleppini. Es usted un fraude. Un fraude.
– Un fraude. ¿Me está llamando fraude? -Había tocado deliberadamente un punto sensible, recordando la vieja humillación infligida por Houdini al inferior mago-. Es usted el que es un fraude, doctor Watson. Usted y Sherlock Holmes, ambos. ¿Por qué ha venido aquí? Porque cree que yo estoy implicado. ¡Ja! Ridículo. El gran Sherlock Holmes acusando a un honesto espiritista… Él es el fraude. Él ha fracasado. Sí. ¿Intenta encontrar los documentos secretos? No puede. ¿Y por qué no? Porque se le han escabullido entre los dedos al gran Sherlock Holmes. Un asesino. Importantes documentos robados bajo las narices de Sherlock Holmes. Ha fallado a Houdini, ha fallado a su país, y ¿quién sabe cuál será el resultado? -Kleppini cayó sobre los cojines con una malévola risa.
– ¡Déjeme que le explique! -exclamé; la rabia haría que todo mi cuerpo temblara-. Está por ver que Sherlock Holmes falle a alguien en este caso. Se probará la inocencia de Harry Houdini. Pondré en juego mi reputación tan de buena gana como Holmes ha hecho para ello. Y en cuanto a mi país, se encuentra a salvo. Incluso si los documentos no se recuperan nunca… -Me detuve al darme cuenta de que me encontraba al borde de hacer peligrosas confesiones, pero la emoción del momento me invadía por completo y no podía parar-. Incluso si los papeles no se recuperan nunca, eso no es lo peor. Queda todavía un documento que es salvaguardia frente a aquellos que fueron robados. Así que, mientras lo tengamos, Inglaterra está a salvo. -Arrojé otro montón de monedas en la taza de latón-. Aquí tiene, amigo mío, ¿por qué no mira su propio futuro? Me pregunto si será tan brillante. -Aparté a un lado la cortina y me apresuré a salir de la caseta.
Читать дальше