– Holmes, no ha escuchado una palabra de lo que he dicho.
– Al contrario, le he seguido con atención. Simplemente deseo saber qué medidas ha tomado en relación con ese barro tan desconcertante.
– No consigo ver la importancia de ese barro, Holmes. He presentado la que creo que es la solución correcta del caso y creo que se está desviando radicalmente. Muy bien, entonces, el barro se desprendió de los zapatos de Houdini; debo afirmar lo obvio.
– ¿Cómo se embarraron los zapatos de Houdini? -preguntó Holmes, animándose con la cuestión.
– Supongo que pisaría un charco de lodo -dijo Lestrade bruscamente.
– ¿Dentro de la casa? -Ahora era Holmes el que comenzaba a caminar-. Para poder llegar desde el salón de baile, donde Houdini realizó sus trucos de ilusionismo, hasta el estudio de lord O'Neill, uno tiene que atravesar dos vestíbulos y subir un tramo de escaleras. He examinado estas zonas y no he encontrado ningún charco de barro.
– Debe haber salido fuera.
– ¿Por qué?
– Para despejar sospechas. Para que lo vieran abandonar la reunión.
– De acuerdo, Lestrade, supongamos que aceptamos esta premisa como un hecho. Todavía nos enfrentamos a tres dificultades insuperables. La primera implica el rastro de huellas en el estudio.
– Holmes, ¿dónde tiene la cabeza? No era un rastro, era más bien un conjunto de huellas.
– ¡Ah! Pero debería de haber habido un rastro. En vez de eso, no encontramos nada que nos llevara dentro o fuera del estudio; solo un marcado y aislado grupo de huellas detrás del escritorio. Supongo que ve el problema.
Lestrade no contestó.
– Segundo, tal y como he intentado repetidamente dejarle claro, estoy seguro de que ese barro no proviene de ningún lugar dentro de los confines de la propiedad de Gairstowe. De hecho, soy incapaz de situar ese barro en absoluto. Así que debemos suponer que Houdini abandonó la reunión, se desplazó hasta un lugar distante donde se embarró los zapatos, y después volvió, caminando quizá con las manos para evitar dejar un rastro. ¿Por qué tendría que hacer todo esto? ¿Cómo consiguió pasar por delante del guardia?
– Realmente Holmes, da demasiada importancia a una nadería. ¿Puede estar tan seguro del barro?
Holmes ignoró la pregunta.
– ¿Y la tercera irregularidad, Holmes? -pregunté-. Usted mencionó tres.
– El suelo estaba seco aquella noche. No había llovido en tres días.
– Así que no habría ningún charco de barro -razoné.
– Precisamente.
– ¡Oh, vamos! -exclamó Lestrade, cada vez más irritado-. Podría haber pisado un parterre, Holmes, y estaría lleno de tierra húmeda que no sería de la propia finca. ¿Ha considerado esa posibilidad? No sé a qué juega, pero no tengo tiempo para juegos ahora. Es perfecto si usted y el doctor Watson se quieren perder en esos detalles, pero yo debo de tener resultados, y en este caso, debo tenerlos antes de que las complicaciones diplomáticas se vuelvan inmanejables. -Tomó su sombrero y su abrigo-. Agradézcanle a la señora Hudson este agradable desayuno, señores. Debo volver a mis obligaciones. -Se paró junto a la puerta y alzó un dedo amonestador-. Agradezco sus reflexiones, Holmes, pero debe aprender a referirlas a los hechos, no a sus vanas teorías. No le conducirán a ningún sitio. Buenos días.
Se volvió y bajó apresuradamente los escalones, y cerró la puerta de abajo de un portazo al salir.
– Esa ha sido una salida dramática, a su medida -comentó Holmes-. Está desarrollando mucho estilo propio.
– Estilo propio -me burlé-. Es intolerable. Y cada año lo es más. ¿Por qué lo soporta?
– En realidad Watson, él y Gregson son los mejores de todos, y de los dos, Lestrade tiene la virtud de la honestidad. -Con este ecuánime comentario, Holmes comenzó a rellenar su pipa de después del desayuno.
Espero que el lector me dé el gusto, en mi senilidad, de hacer una digresión aquí por un momento. Me he dado cuenta de que mi mención a la pipa de Holmes me proporciona una oportunidad que espero hace tiempo.
En los últimos veinte años he visto incontables dibujos y otras interpretaciones en las que se retrata a Sherlock Holmes fumando una larga y curvada pipa calabash. [14] Generalmente chupa reflexivamente su pipa mientras explica algún punto sencillo a su viejo y fácilmente confuso compañero. Por ser Holmes y yo de la misma edad, me enorgullezco de que mi memoria sea lo suficientemente buena todavía como para recordar que él nunca, hasta donde yo sé, tuvo una pipa calabash. Así que era su vulgar pipa de arcilla la que fumó después de marcharse Lestrade aquella mañana. La llenó con todos los restos que le quedaban de las pipas del día anterior, la encendió con una brasa del fuego, y la atacó con el cuchillo de plata para la mantequilla de la señora Hudson. Yo cogí un puro y esperé pacientemente a que Holmes comentara algo sobre el asesinato de la condesa.
– Lestrade tenía razón en algo -dijo Holmes, mientras devolvía las tenazas a su lugar-, y es que este asunto debe concluirse rápidamente. No hay duda de que está bajo una enorme presión de sus superiores para que condene a Houdini.
– ¿Pero por qué?
– Para tener el caso resuelto, y más importante aún, para resolverlo discretamente y sin escándalo. De llegar a saberse que la condesa ha sido asesinada por un ciudadano británico, las relaciones entre nuestros países se volverían aún más tensas.
– Sería muy desafortunado, por supuesto -dije-, pero el Yard está a punto de condenar a un hombre inocente. ¿Son tan graves las preocupaciones diplomáticas?
Holmes parecía no haber oído. Caminó hasta la ventana y permaneció inmóvil durante un largo rato, mirando hacia la calle Baker. De no haber sido por las intermitentes bocanadas de humo que se elevaban de su pipa, podría haberlo confundido con el busto de cera que brevemente ocupó ese espacio algunos años antes. [15]
– Watson -dijo al fin, volviendo de la ventana-. ¿Todavía está ansioso por salir a cazar? ¿Realizaría un viaje corto en mi nombre?
– Por supuesto -respondí-. Había planeado visitar a Houdini otra vez, pero viendo los titulares de esta mañana no estoy seguro de tener el coraje de mirarle a la cara.
Holmes tomó el periódico que le ofrecí.
– «Famoso mago norteamericano acusado de asesinato» -leyó-, «Sospechoso de robo se encuentra ya bajo custodia». No, no creo que le vaya a gustar.
– Holmes, lo dejará desolado. Debe resolver este caso de inmediato.
– Muy bien, entonces, Watson, actuaré como pide, pero deberá participar en la solución.
– Encantado. ¿Qué debo hacer?
– Coja su abrigo, se lo explicaré en el coche.
En cuestión de un momento, Holmes se había hecho con un cabriolé y le estaba dando instrucciones al conductor.
– Veamos -dijo, mientras dábamos tumbos en dirección a la plaza Portman-, por el momento será necesario que me entregue con toda mi energía a este último problema.
– ¿El asesinato?
– El asesinato, sí, pero el verdadero asesino como tal no es mi principal preocupación. Lo más interesante es esta incertidumbre que rodea a la identidad de la condesa y sus movimientos. Sus últimos días deben ser reconstruidos antes de que podamos proceder.
– Ya veo. ¿Y cuál es mi parte en todo esto?
– Debe abordar el problema desde la dirección contraria. Recuerde, inicialmente nos embarcamos en esta investigación por causa de una amenaza a Houdini. Aunque el problema ahora ha ido más lejos, no debemos perder de vista nuestra preocupación original.
– «Quién el fraude es, esta noche habremos de saber».
– Exactamente. He hecho algunas preguntas sobre este artista del escapismo rival de Houdini, herr Kleppini. Y me he convencido de que está implicado en el crimen de Gairstowe al menos, si no en el asesinato. En este momento, Kleppini está ejerciendo su oficio en una caseta en el muelle de Brighton. He establecido que actuó allí la noche del crimen, y también he sabido que condujo una sesión de espiritismo la tarde siguiente. Usted debe…
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