– ¿Sabes lo que le ha ocurrido?
– Sé que ha muerto.
– ¿Cuándo lo viste por última vez?
– No me acuerdo.
– Piénsalo un poco, podemos hacer este interrogatorio en la comisaría, tal vez eso te ayude a recordar -señaló Wittberg.
– Qué coño, no creo que sea necesario.
Hizo un gesto que quizá pretendía parecer una sonrisa.
– Entonces tendrás que colaborar un poco más. Puedes empezar tratando de recordar cuándo fue la última vez que lo viste.
– Sería en el centro, sólo nos veíamos allí. En realidad no éramos colegas.
– ¿Por qué no?
– ¿Ese viejo? ¿Un viejo borracho? ¿Por qué iba a querer yo ser amigo suyo?
– No lo sé, ¿y tú?
Wittberg se volvió hacia Karin, que meneaba la cabeza. Le resultaba difícil relajarse en aquel apartamento tan reducido con el perro al otro lado de la mesa sin quitarle los ojos de encima. Además, el hecho de que estuviera todo el tiempo gruñendo no contribuía a mejorar las cosas, ni tampoco su pelo erizado y su rabo tieso. Tenía ganas de encender un cigarrillo, ella también.
– ¿Puedes llevarte de aquí al perro? -pidió.
– ¿Qué? ¿A Hugo?
– ¿Se llama así? Suena demasiado inocente para un perro como éste.
– Tiene una hermana que se llama Josefin -masculló Örjan mientras llevaba el perro a los hombres que estaban en la cocina.
Oyeron que intercambiaban unas palabras y luego soltaron una insolente risotada. Se cerró la puerta de la cocina. Örjan volvió y lanzó una mirada burlona a Karin. Ésta pensó que aquélla era hasta ahora la primera señal de vida que había aparecido en sus ojos.
– ¿Dónde lo viste la última vez? -volvió a preguntar Wíttberg.
– Tuvo que ser aquella vez por la tarde, hace una semana, cuando estaba con Bengan en la estación de autobuses. El Flash pasó por allí.
– ¿Qué hicisteis?
– Estuvimos bebiendo.
– ¿Cuánto tiempo?
– No sé, media hora, quizá.
– ¿Qué hora era?
– Alrededor de las ocho, creo.
– ¿Puedes recordar qué día fue eso?
– Tuvo que ser el lunes pasado, porque el martes hice otra cosa.
– ¿Qué?
– Es algo personal.
Ninguno de los policías se molestó en seguir preguntándole sobre el tema.
– ¿Has estado en casa de Henry Dahlström alguna vez? -preguntó Karin.
– No.
– ¿Y en su cuarto de revelado?
Örjan negó con la cabeza.
– Pero Bengan y él eran buenos amigos y tú solías ir con Bengan. ¿Cómo es posible que no estuvieras nunca allí?
– No se presentó la ocasión. Además, joder, me acabo de mudar, sólo llevo tres meses viviendo aquí.
– Está bien. ¿Qué hicisteis luego el lunes por la tarde, cuando Dahlström se marchó a casa?
– Bengan y yo seguimos sentados un rato, aunque hacía un frío del carajo, y luego vinimos a mi casa.
– ¿Qué hicisteis?
– Nos relajamos en el sofá, estuvimos viendo la tele y bebimos bastante.
– ¿Estuvisteis solos?
– Sí.
– ¿Qué pasó después?
– Creo que nos quedamos fritos en el sofá los dos. Yo me desperté a medianoche y me metí en la cama.
– ¿Puede corroborar alguien que lo que dices es cierto?
– No lo creo, no.
– ¿Llamó alguien durante ese tiempo?
– No.
– ¿Bengan estuvo contigo toda la noche?
– Yes.
– ¿Estás seguro? Acabas de decir que te dormiste.
– Él se quedó dormido antes que yo.
– ¿Qué hiciste entonces?
– Zapeé un poco en la tele.
– ¿Qué viste?
– No lo recuerdo.
Los interrumpió uno de los tipos musculosos:
– Oye, Örjan, Hugo parece inquieto, vamos a sacarlo a dar una vuelta.
Örjan miró su reloj de pulsera.
– Bien, sí, seguro que necesita salir. La correa está colgada en un gancho de la entrada. Y no le dejéis comer hojas, le sientan fatal.
«Fantástico -pensó Karin-. Qué consideración.»
Abandonaron a Örjan Broström sin haber hecho ningún progreso. No era precisamente una persona a la que desearan volver a ver.
Cuando Knutas regresó a su despacho tras el almuerzo, llamaron a la puerta. Norrby, una persona normalmente comedida, parecía presa de un entusiasmo que hacía mucho tiempo que no veía en su colega.
– Escucha y verás -jadeó agitando unos papeles.
Se dejó caer en una de las sillas del despacho.
– Éstas son copias del banco, de la cuenta de Henry Dahlström. Durante muchos años sólo ha tenido una libreta en la que entraba el dinero de la pensión. Ya lo ves -dijo Norrby señalando las cifras en el papel-. Hace cuatro meses abrió otra cuenta. En ella se ha ingresado dinero en dos ocasiones, la misma cantidad las dos veces. El primer ingreso se realizó el 20 de julio, entonces entraron en la cuenta veinticinco mil coronas. El segundo, hace poco, el 30 de octubre; el importe fue el mismo, veinticinco mil.
– ¿De dónde viene el dinero?
– Es lo que deberemos averiguar.
Norrby se echó hacia atrás en la silla y extendió las manos con gesto teatral.
– ¡Aquí tenemos una nueva pista!
– Así pues, Dahlström estaba metido en algún negocio sucio. Yo he tenido todo el tiempo la sensación de que el móvil de su muerte no había sido el robo. Tendremos que convocar una reunión.
Knutas miró el reloj.
– Son las dos menos cuarto. ¿A las dos y media? ¿Puedes informar tú a los demás?
– Sí, claro.
– Mientras tanto voy a llamar al fiscal, Birger debería estar presente también.
Cuando la Brigada de Homicidios estuvo reunida, Norrby empezó a explicar los ingresos en la cuenta de Dahlström.
En la sala la concentración era evidente. Todos se echaron automáticamente hacia delante y Wittberg lanzó un silbido.
– Esto es la leche. ¿Podemos averiguar de dónde viene el dinero?
– El que ha ingresado el dinero ha utilizado el impreso que se utiliza normalmente para ello. En él no aparece ningún dato de la persona que hace el depósito. No obstante, tenemos la fecha del ingreso.
– ¿Y las cámaras de vigilancia? -propuso Karin.
– Ya lo hemos pensado. El banco guarda un mes las grabaciones de las cámaras. Con un poco de suerte, podremos rastrear a la persona que ingresó el dinero. En estos momentos, ya han ido a buscar las grabaciones. El primer depósito, del mes de julio, está borrado, pero tenemos el de octubre.
– Yo he hablado con el laboratorio, trabajan a marchas forzadas con las pruebas halladas en el cuarto de revelado y en el apartamento y, si todo va bien, tendremos la respuesta a finales de esta semana -informó Sohlman-. Tenemos también las huellas dactilares y de las manos encontradas en la ventana del sótano, las hemos comparado con las del registro de delincuentes: no aparecen, por lo que, si son las del autor del crimen, no ha sido condenado con anterioridad.
– ¿Y el arma del crimen? -inquirió Wittberg.
Sohlman negó con la cabeza.
– No hemos encontrado nada de momento, pero todo apunta a que se trata de un martillo normal y corriente de los que se pueden comprar en cualquier supermercado.
– All right, seguiremos con la investigación como de costumbre, pero concentrándonos en averiguar en qué andaba metido Dahlström. ¿Qué personas a su alrededor pueden saber algo? ¿El portero? ¿Su hija? A ella aún no la hemos interrogado formalmente. Ampliaremos los interrogatorios a todas las personas que hayan estado en contacto con Dahlström o que pudieran haberlo visto la noche del crimen: el conductor del autobús, los empleados del kiosco y los comercios, más vecinos de la zona.
– El hipódromo -intervino Karin-. Deberíamos ponernos en contacto con la gente de las carreras.
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