Anne Holt - Crepúsculo En Oslo

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En la ciudad de Oslo, una conocida presentadora de televisión aparece asesinada en su domicilio. El superintendente Yngvar Stubø y la que fuera profiler del FBI Inger Johanne Vik son requeridos para llevar a cabo la investigación. Pareja tanto en la vida real como en la profesional, Stubø y Vik se muestran reticentes a llevar el caso ya que acaban de ser padres; sin embargo, se ven forzados a aceptarlo dada la naturaleza del mismo.
Todo apunta a un asesino en serie de gusto perverso que se deleita escenificando sus crímenes. Mientras Stubø se vuelca en el análisis meticuloso de los detalles que rodean cada crimen, Vik ahonda en una teoría que coge fuerza a medida que traza el perfil del presunto asesino; la posible conexión entre los hechos presentes y su pasado como miembro del FBI.

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Pensativa dejó la fotografía sobre la hoja. Las unió con un clip. Como si los otros ya no estuvieran, se quedó sentada en silencio mirando la fotografía de la bella estrella de la televisión con los ojos fascinantes, la nariz recta y la boca sensual y provocativa.

Sigmund le echó una mirada furtiva a la botella que estaba en la ventana. Yngvar asintió con la cabeza.

– ¿Y si…? -volvió a comenzar Inger Johanne, ahora se percibía ardor en su voz-. ¿Y si nos imagináramos que no se trata de tres casos en serie?

– ¿Qué? -dijo Yngvar.

– ¿Eh? -dijo Sigmund, y se llenó la copa de coñac.

– Supongo que deberíamos… -comenzó Yngvar.

– Espera -dijo Inger Johanne, tajante.

Colocó las hojas formando una pirámide. Puso la palma de la mano sobre el rostro de Fiona Helle.

– Este caso está resuelto -dijo-. Un asesinato. Una investigación. Un sospechoso. El sospechoso tiene móvil. Confiesa. La confesión está apoyada por el resto de los datos que tenemos del caso. Case closed.

– De verdad que ahora no entiendo adonde quieres ir a parar -dijo Yngvar-. ¿Hemos vuelto al principio? ¿Piensas que todo esto no son más que casualidades y que se trata de tres casos independientes…?

– Pero ¿qué pasa con la simbología? -interrumpió Sigmund-. ¿Qué pasa con la conferencia que escuchaste hace trece años y que…?

– ¡Espera, espera!

Inger Johanne se había levantado. Caminaba en círculos por la habitación. De vez en cuando se detenía junto a la ventana. Miraba a la calle sin verla, como si estuviera buscando a alguien sin esperanzas de verlo.

– Es la lengua -dijo-. La lengua cercenada es el punto de partida. La clave.

Se volvió hacia los dos hombres. Se le estaban formando coloretes circulares sobre las mejillas, junto a las gafas que se le empañaban. Yngvar y Sigmund estaban completamente callados, profundamente concentrados, como si estuvieran asistiendo a un momento de peligrosa revelación.

– Ya estábamos ahí el primer día -dijo Inger Johanne con tensión-. El primer día de todos, cuando encontraron a Fiona Helle con la lengua tajada y bellamente envuelta, ya estábamos ahí. Comentamos lo sencillo que era. Que era un simbolismo muy sencillo, muy fácil de comprender, como sacado de una novela barata de indios y vaqueros. Tú mismo lo dijiste, Yngvar, el otro día…, dijiste que seguro que había infinitos ejemplos en la historia del mundo de cadáveres con la lengua cortada. Tienes razón. Tienes toda la razón. El asesinato de Fiona Helle no tenía nada que ver con la conferencia que escuché un caluroso día de principios de verano en un auditorio en Quantico. Es tan…

Se echó las manos a la cara y se meció levemente de lado a lado.

– ¿Tan qué?

– Tan banal -dijo medio ahogada-. Tan obvio. Por Dios. -Yngvar la miraba completamente desconcertado-. No me toques. Déjame continuar.

Sigmund había dejado de beber. Tenía la boca entreabierta, con los labios rojos y húmedos. La mirada vagó de Inger Johanne a Yngvar y de vuelta, Jack , el Rey de América, había entrado en el salón. Incluso el perro estaba petrificado, con la boca cerrada y las fosas nasales vibrando.

– Estos tres casos -dijo Inger Johanne por fin dejando caer los brazos- tienen una serie de rasgos en común. Pero en vez de desenterrar más de ellos, debemos preguntarnos qué es lo que los diferencia. ¿Qué es lo que hace que el caso de Fiona Helle sea tan completamente distinto de los otros dos?

Yngvar no le había quitado los ojos desde que empezó a dar vueltas por la habitación. Por fin se permitió coger la botella de agua. Le temblaban ligeramente las manos cuando desenroscó el tapón.

– Que está resuelto -dijo brevemente.

– ¡Exacto!

Inger Johanne lo señaló con las dos manos.

– ¡Exacto! ¡Que se dejaba resolver!

Jack meneó la cola y se puso a gimotear a sus pies. Inger Johanne le pisó la pata sin querer al volver corriendo hacia el banco. El perro aulló. Continuó:

– En el caso del asesinato de Fiona Helle encontrasteis respuestas -dijo sin hacerle caso al perro, y cogió la fotografía-. Os costó un poco, tropezasteis y estabais un poco desorientados. Pero la respuesta estaba ahí. En el informe de la autopsia había datos que conducían a una vieja y triste historia, que a su vez conducía a Mats Bohus. Al asesino. Móvil y posibilidad. Todo estaba ahí, Yngvar. Como lo está, por lo general. Como se resuelven por lo general los casos de asesinato en este país.

Sigmund agarró la botella y bebió.

– Hola -dijo-. Estoy aquí, yo también.

– Pero mira los otros dos casos -dijo Inger Johanne lanzando la fotografía sobre el banco antes de agarrar las hojas con las grandes letras, «VH» y «VK»-. ¿Alguna vez en toda tu carrera te habías topado con dos casos tan carentes de sospechosos? ¿Tan caóticamente llenos de pistas falsas y de rodeos? Trond Arnesen…

Escupió el nombre por toda la superficie del banco.

– Un chiquillo. Tiene sus secretos, como todo el mundo. Pero es obvio que no la ha matado. La coartada se sostiene, incluso con un agujero de una hora o dos para un revolcón ilegal.

– Rudolf Fjord sigue siendo un nombre interesante -objetó Sigmund.

– Rudolf Fjord -suspiró ella-. Por Dios. Seguro que no es un angelito, él tampoco. No hay angelitos. En ningún sitio…

Yngvar puso su mano sobre la de ella; estaba apoyada sobre el banco con los puños aferrados a dos hojas de papel. La acarició sobre la tensa piel.

– En estos dos casos… -dijo desembarazándose de él-, nunca vais a conseguir más que pisotear la vida de la gente con zapatos de pinchos. Como la policía nunca se rinde, pondréis cabeza abajo destinos de personas cada vez más alejadas de los asesinados. Antes de que os rindáis, hasta que por fin comprendáis que nunca vais a encontrar al asesino, habréis destrozado a tanta gente, habréis estrellado tantas existencias, tantas…

– Ahora te vas a tener que calmar, Inger Johanne. Siéntate. Parto de la idea que deseas que te comprendamos. Así que vas a tener que tomar las curvas con un poco más de calma.

Ella se sentó de mala gana. Se echó el pelo detrás de las orejas, sin éxito. Se volvía a caer todo el rato: el flequillo le había crecido demasiado.

– Necesitas una copa -dijo Sigmund alzando la voz-. Eso es lo que necesitas.

– No, gracias.

– Vino es lo que hace falta -dijo Yngvar-. Yo, al menos, pienso servirme una copa.

Un coche pasó traqueteando por la calle. Jack alzó la cabeza y se puso a gruñir. Yngvar sacó una botella del aparador del rincón, la sostuvo a un brazo de distancia y asintió satisfecho con la cabeza. Se sirvió a sí mismo y a Inger Johanne.

– Estoy de acuerdo con la división que haces -dijo asintiendo-. El caso de Fiona Helle es un caso más… normal, se podría decir, que los otros dos.

– Normal, normal -dijo Sigmund llenando su propio vaso hasta el borde-. Muy normal no es cortarle la lengua entre los morros de la gente.

Yngvar hizo caso omiso del comentario y del tono, tomó un trago, dejó la copa y cruzó los brazos sobre el pecho.

– Lo que no entiendo es la conexión que ves… -dijo.

Le sonrió amablemente a Inger Johanne, como si tuviera miedo de provocarla. Eso la provocó.

– Escucha -dijo ella, todavía hablando un poco más alto de lo normal, un filo de miedo, emoción y enfado-. El primer caso desencadenó los otros dos. Es el único modo de que todo se resuelva.

– Desencadenó -repitió Yngvar.

– ¿Desencadenó? -preguntó Sigmund.

Sigmund parecía ahora más alerta, apartó de sí las copas.

– No consigo que encaje ninguna otra cosa -dijo Inger Johanne-. Tal y como lo veo, el primer asesinato tuvo lugar exactamente tal y como se nos muestra ahora. Fiona Helle machacó los sueños de Mats Bohus. Él la mató y le cortó la lengua, y la dividió en dos como símbolo de lo que sentía: que ella mentía sobre las cosas más importantes de la vida. Se presentaba hacia fuera como la auxiliadora de los necesitados, la salvadora de los despojados. Cuando su propio hijo la necesitó, se vio que todo era una fachada. Una formidable mentira, él tuvo que verlo así.

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