Conocía a su primo desde que eran niños, y el coronel siempre le había parecido el hombre menos complicado del mundo, el menos dado al subterfugio y el engaño. Pero desde que se había convertido en hijo mayor y heredero de un conde, en él se había operado un cambio. ¿Qué se había hecho del joven y galante coronel de espíritu alegre, de aquel ser sociable, confiado y de trato fácil, tan distinto de Darcy y su timidez, que en ocasiones lo paralizaba? Antes parecía el hombre más popular y más afable. Pero ya entonces era consciente de sus responsabilidades familiares, de lo que se esperaba de un hijo menor. Él no se habría casado jamás con una mujer como Elizabeth Bennet, y Darcy sentía en ocasiones que había perdido algo del respeto que le profesaba su primo, por haber antepuesto su deseo por una mujer a las responsabilidades de familia y clase. Sin duda, Elizabeth parecía haber detectado también algún cambio, aunque a él nunca le había hablado del coronel, salvo para advertirle de que su primo pretendía pedirle la mano de su hermana Georgiana. A ella le había parecido lo correcto prepararlo para ese encuentro, pero este, por razones obvias, no se había producido, ni se produciría ya; supo, desde el momento en que Wickham, en estado de embriaguez, cruzó casi en volandas el umbral de Pemberley, que el vizconde Hartlep buscaría a su futura condesa en otro lugar. Lo que ahora le sorprendía no era que la oferta no llegara a formularse, sino que él, que había acariciado tan altas ambiciones para su hermana, se alegrara de que por lo menos ella no se sintiera tentada de aceptarla.
No podía sorprender que su primo se sintiera oprimido por el peso de sus responsabilidades futuras. Darcy pensaba en el gran castillo de sus antepasados, en las millas de bocaminas que salpicaban el oro negro de sus campos de carbón, en la mansión de Warwickshire con sus grandes extensiones de tierras fértiles, en la posibilidad de que el coronel, cuando heredara, pudiera sentir la obligación de renunciar a la carrera que tanto amaba para ocupar su escaño en la Cámara de los Lores. Era como si se hubiera impuesto la disciplina de modificar el núcleo mismo de su personalidad, y Darcy no sabía si algo así era posible o siquiera recomendable. ¿Se enfrentaba tal vez a alguna otra obligación privada, a algún problema, más allá de los que conllevaba la responsabilidad de su herencia? Volvió a pensar en lo extraño que le parecía el nerviosismo de su primo, que le había llevado a pasar la noche en la biblioteca. Si quería destruir una carta, la casa estaba llena de chimeneas encendidas, y habría podido encontrar un momento de privacidad para hacerlo. En cualquier caso, ¿por qué había escogido ese momento y había obrado con ese secretismo? ¿Había ocurrido algo que hiciera ineludible su destrucción? Intentando acomodarse lo mejor posible para dormir un rato más, Darcy se dijo que ya había suficientes misterios, y que no hacía falta añadir más, y finalmente volvió a entregarse al sueño.
Lo despertó el coronel, que descorrió las cortinas con gran estrépito, echó un vistazo al exterior y volvió a correrlas.
– Apenas hay luz todavía -anunció-. Tú has dormido bien, diría.
– Bien no, pero correctamente. -Darcy consultó el reloj.
– ¿Qué hora es?
– Las siete.
– Creo que iré a ver si Wickham está despierto. Si es así, tendrá que comer y beber algo, y es posible que sus custodios tengan hambre. No podemos relevarlos, las instrucciones de Hardcastle han sido muy claras. Pero creo que alguien debería acercarse a ver. Si Wickham ha despertado y se encuentra en el mismo estado en que, según el doctor McFee, se encontraba cuando lo trajimos, quizá Brownrigg y Mason tengan dificultades para controlarlo.
– Ya voy yo -dijo Darcy, levantándose-. Llama tú para pedir el desayuno. Hasta las ocho no lo servirán en el comedor.
Pero el coronel se encontraba ya junto a la puerta.
– Mejor déjamelo a mí -insistió-. Cuanto menos trato tengas con Wickham, mejor. Hardcastle está alerta ante cualquier interferencia por tu parte. Él se ocupa del caso y no te conviene enemistarte con él.
En su fuero interno, Darcy admitía que el coronel tenía razón. Él seguía empeñado en ver a Wickham como a un invitado de su casa, pero habría sido insensato negar la realidad. Wickham era el principal sospechoso en una investigación por asesinato, y Hardcastle tenía todo el derecho a esperar que Darcy se mantuviera apartado de él, al menos hasta que aquel hubiera sido interrogado.
El coronel acababa de ausentarse cuando entró Stoughton con café, seguido de una criada que iba a encargarse de la chimenea, y de la señora Reynolds, que preguntó si deseaba que sirvieran el desayuno. Los rescoldos de un tronco enterrado en la ceniza crepitaron, volvieron a la vida alimentados por el nuevo combustible, y las llamaradas iluminaron las cuatro esquinas de la biblioteca e hicieron más patente la oscuridad de la mañana otoñal.
Amanecía un nuevo día, un día que para Darcy no presagiaba más que el desastre.
El coronel no tardó ni diez minutos en regresar, y lo hizo cuando la señora Reynolds ya se retiraba. Se dirigió directamente a la mesa para servirse café. Acomodándose una vez más en la butaca, dijo:
– Wickham está inquieto, y balbucea cosas, pero sigue dormido, y es probable que así siga un rato más. Volveré a visitarlo antes de las nueve y lo prepararé para la llegada de Hardcastle. A Brownrigg y a Mason les han suministrado alimentos y bebida esta noche. El jefe de distrito estaba adormilado en su silla, y Mason ha comentado que tenía las piernas agarrotadas y debía ejercitarlas. Seguramente lo que le hacía falta era visitar el inodoro, ese aparato infernal que habéis instalado aquí, y que, según creo, ha suscitado el interés obsceno del vecindario, por lo que le he indicado cómo llegar a él y lo he reemplazado hasta su regreso. Por lo que he podido ver, Wickham estará lo bastante despierto a las nueve para que Hardcastle pueda interrogarlo. ¿Es tu intención estar presente?
– Wickham se halla en mi casa, y Denny ha sido asesinado en mi finca. Lo correcto, evidentemente, es que yo no participe en la investigación, que sin duda se desarrollará bajo la dirección del alto comisario cuando Hardcastle se lo haya comunicado, pero no es probable que tome parte activa en ella. Me temo que todo esto va a resultarte inconveniente. Hardcastle querrá iniciar sus pesquisas lo antes posible. Con suerte, el juez de instrucción se encontrará en Lambton, por lo que no debería haber retraso en la selección de los veintitrés miembros de los que ha de salir el jurado. Serán lugareños, aunque no sé si eso constituirá una ventaja. La gente sabe que a Wickham no se lo recibe en Pemberley y no me cabe duda de que los chismosos habrán especulado mucho sobre las razones. Sin duda, los dos tendremos que aportar pruebas y supongo que ello pesará más que tu incorporación a filas.
– Nada puede pesar más que mi deber -precisó el coronel Fitzwilliam-, pero si la instrucción del caso se lleva a cabo pronto, no debería haber problemas. El joven Alveston goza de una posición más propicia: al parecer, no le preocupa descuidar la que se dice que es una carrera muy activa en Londres para disfrutar de la hospitalidad de Highmarten y Pemberley.
Darcy no comentó nada. Tras un breve silencio, el coronel Fitzwilliam prosiguió.
– ¿Qué has planeado para hoy? Supongo que habrá que informar al servicio de lo que ocurre, y prepararlo para el interrogatorio de Hardcastle.
– Primero iré a ver si Elizabeth está despierta, tal como creo, y juntos hablaremos con el servicio. Si Wickham recobra la conciencia, Lydia exigirá verlo, y tiene derecho a ello, por supuesto. Después, claro está, todos deberemos prepararnos para el interrogatorio. Conviene que tengamos las coartadas listas, para que Hardcastle no haya de perder demasiado tiempo determinando quién se encontraba en Pemberley ayer noche. Es seguro que te preguntará cuándo iniciaste tu paseo a caballo, y cuándo regresaste.
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