Elizabeth George - Al borde del Acantilado

Здесь есть возможность читать онлайн «Elizabeth George - Al borde del Acantilado» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Al borde del Acantilado: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Al borde del Acantilado»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Thomas Lynley ya no es comisario de la policía de Londres. Tras el brutal asesinato de su mujer embarazada, no había ninguna razón para permanecer en la ciudad y en su puesto. Es por eso que decide volver a los parajes de su infancia e intentar recuperarse allí del golpe que acaba de recibir. Sin embargo, parece que no va a resultar nada fácil alejarse del crimen. Mientras se encuentra haciendo trekking por los campos de Cornualles, se tropieza con el cadáver del joven Santo Kerne, quien aparentemente se despeñó de un acantilado. Aunque en seguida se hace obvio que alguien manipuló el equipo de alpinismo del chico, Lynley decide investigar por su cuenta y no comparte toda la información que cae en sus manos con la verdadera encargada del caso: la subinspectora Bea Hannaford, una policía capaz y resolutiva, pero algo malcarada. Lo que sí hace es llamar a su antigua compañera Barbara Havers para pedirle ayuda. Havers que tiene órdenes de asistir a la subinspectora y de conseguir que Lynley reanude su actividad como detective en Londres, se dirigirá a Cornualles donde parece que hay una inacabable retahíla de sospechosos de haber podido matar a Kerne: amantes despechadas, padres decepcionados, surfistas expertos, antiguos compañeros de colegio y una madre demente. Cada uno de ellos tiene un secreto que guardar y por el que merece la pena mentir en incluso matar.

Al borde del Acantilado — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Al borde del Acantilado», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

«En realidad no me conoces -quería decirle-. Quién soy, la gente con la que me relaciono, los amores que han definido mi vida. Pero, claro, ¿cómo podrías conocerme? Los artículos de los periódicos (tabloides, revistas, lo que fuera) que aparecían en Internet sólo revelan los detalles dramáticos, conmovedores, jugosos. No incluyen esos elementos de la vida que abarcan los detalles cotidianos valiosos e inolvidables. Carecen de dramatismo a la vez que describen quién es la persona.»

Tampoco importaba quién era él. Había dejado de importar con la muerte de Helen, o eso se había dicho a sí mismo. Pero lo que sentía ahora indicaba algo distinto. Que se preocupara por el sufrimiento de otra persona hablaba de… ¿Qué? ¿Un renacimiento? No quería renacer. ¿Una recuperación? No estaba seguro de querer recuperarse. Pero en lo más profundo de la persona que parecía ser notaba la presencia de la persona que era y aquello le instaba a sentirse un poco como se sentía la propia Daidre: atrapada en el centro de atención, desnuda cuando se había esforzado muchísimo por fabricarse su ropa.

– Me gustaría retroceder en el tiempo -le dijo.

Ella lo miró y Thomas vio en su expresión que Daidre pensaba que hablaba de otra cosa.

– Claro que te gustaría -respondió-. Dios mío, ¿quién en tu situación no querría hacerlo?

– No por Helen, aunque lo daría casi todo por volver a tenerla conmigo si pudiera.

– ¿Entonces?

– Por esto. Por lo que te he ocasionado.

– Forma parte de tu trabajo -dijo ella.

Pero no era su trabajo. No era policía. Había dado la espalda a esa parte de su vida porque no podía soportarlo ni un segundo más, porque le había separado de Helen y si hubiera sabido cuántas horas estaría separado de ella y que cada una de esas horas estaban escurriéndose de un vaso que contenía los días que le quedaban de vida… Lo habría dejado de inmediato.

– No -dijo-. No forma parte de mi trabajo. No estaba aquí por eso.

– Bueno, te lo pidieron. Ella te lo pidió. No puedo imaginar que lo hicieras solo. Idear un plan, lo que fuera.

– Lo hice -lo dijo con fuerza y lamentó tener que decirlo-. Pero quiero que sepas que si hubiera sabido… Porque, verás, no te pareces a…

– ¿A ellos? ¿Soy más limpia? ¿Más culta? ¿Estoy más realizada? ¿Visto mejor? ¿Hablo mejor? Bueno, he tenido dieciocho años para olvidar eso… aquel terrible… quiero llamarlo «episodio», pero no fue un episodio. Era mi vida. Me convirtió en quien soy, independientemente de quién intente ser ahora. Este tipo de cosas nos definen, Thomas, y eso me definió a mí.

– Pensar eso invalida los últimos dieciocho años, ¿no crees? Invalida a tus padres, lo que hicieron por ti, lo mucho que te querían y cómo te integraron en su familia.

– Ya has conocido a mis padres. Ya has visto a mi familia. Y cómo vivíamos.

– Me refería a tus otros padres. Los que fueron tus padres tal como deben ser unos padres.

– Los Trahair, sí. Pero eso no cambia todo lo demás, ¿no? No puede. El resto es… El resto. Y está ahí y siempre lo estará.

– No es razón para avergonzarte.

Daidre lo miró. Había encontrado la estación de servicio que buscaba y había entrado en el patio, apagado el motor y puesto la mano en el tirador de la puerta. Él había hecho lo mismo, siempre caballeroso, porque no estaba dispuesto a permitir que fuera ella quien echara la gasolina.

– Verás, es justo eso -dijo Daidre.

– ¿El qué? -le preguntó él.

– Las personas como tú…

– No, por favor. No hay personas como yo. Sólo hay personas. Sólo la experiencia humana, Daidre.

– Las personas como tú -insistió ella a pesar de todo-, creen que es cuestión de vergüenza porque es lo que tú sentirías en las mismas circunstancias. Viajar de manera errante todo el tiempo, vivir la mayor parte del tiempo en un vertedero. Comida mala, ropa vieja, dientes flojos y huesos malformados. Ojos furtivos y la mano larga. ¿Por qué leer o escribir cuando puedes robar? Es lo que piensas y no te equivocas. Pero el sentimiento, Thomas, no tiene nada que ver con la vergüenza.

– ¿Entonces…?

– Pena. Tristeza. Como mi nombre.

– Somos iguales, pues, tú y yo, le dijo él. A pesar de las diferencias…

Daidre se rió con una sola nota cansada.

– No lo somos -contestó-. Imagino que jugabais a eso, tú, tu hermano, tu hermana y tus amigos. Tus padres incluso tal vez os encontraron una caravana gitana y la aparcaron en algún lugar escondido de la finca. Podíais ir allí y disfrazaros e interpretar el papel, pero no podíais vivirlo.

Bajó del coche. Él también. Daidre se acercó a los surtidores y los examinó, como si intentara decidir qué tipo de gasolina necesitaba cuando seguramente sabía muy bien cuál usaba su coche. Mientras dudaba, Thomas cogió la manguera y empezó a llenar el depósito.

– Imagino que tu hombre lo hace por ti -dijo Daidre.

– Para -contestó él.

– No puedo evitarlo. Nunca podré evitarlo -explicó ella.

Sacudió la cabeza con fuerza, como para negar o borrar todo lo que quedaba sin decir entre ellos. Volvió a subir al coche y cerró la puerta. Thomas vio que Daidre miraba fijamente al frente, como si hubiera algo en la ventana de la tienda de la gasolinera que necesitaba memorizar.

Él fue a pagar. Cuando regresó, vio que había dejado unos billetes en su asiento para cubrir el coste de la gasolina. Los cogió, los dobló con cuidado y los metió en el cenicero vacío que había encima de la palanca de cambio.

– No quiero que pagues, Thomas -dijo.

– Lo sé, pero espero que puedas soportar que pienso hacerlo.

Daidre arrancó el motor y se reincorporaron a la carretera. Condujeron algunos minutos en silencio, flanqueados por la campiña y con la tarde envolviéndolos como un velo cambiante.

Al final, Thomas le dijo lo único que merecía la pena decirle, la única petición que tal vez le concediera en estos momentos. Ya se lo había preguntado en una ocasión y ella se había negado, pero le pareció que ahora reconsideraría su postura, aunque no sabría explicar por qué. Estaban dando botes por el aparcamiento del Salthouse Inn, donde habían comenzado el día, cuando habló una última vez.

– ¿Me llamarás Tommy? -volvió a preguntarle.

– No creo que pueda -contestó ella.

* * *

No tenía demasiada hambre, pero sabía que debía comer. Comer era vivir y le pareció que estaba condenado a vivir, al menos de momento. Después de ver marchar a Daidre, entró en el Salthouse Inn y decidió que podía enfrentarse a una comida en el bar, pero no en el restaurante.

Se agachó para pasar por la puerta baja y vio que Barbara Havers había tenido la misma idea. Se encontraba en el rincón abandonado de la chimenea, mientras que el resto de los clientes del bar abarrotaban los taburetes de las pocas mesas y la propia barra, detrás de la cual Brian servía pintas de cerveza.

Lynley fue a reunirse con ella y separó un taburete delante del banco que ocupaba la sargento, que levantó la vista de su comida. Pastel de carne picada con puré, vio. La guarnición obligatoria de zanahorias hervidas, coliflor hervida, brócoli hervido, guisantes de lata y patatas fritas. Había echado ketchup a todo, menos a las zanahorias y los guisantes, que había apartado a un lado.

– ¿No te insistía tu madre en que te comieras toda la verdura? -le preguntó.

– Es lo bueno de ser adulto -contestó ella mientras cogía puré y ternera picada con el tenedor-, puedes pasar de ciertos alimentos. -Masticó pensativamente y le observó-. ¿Y bien?

Lynley se lo contó. Mientras lo hacía, se dio cuenta de que, sin preverlo ni esperarlo, había pasado a otra etapa del viaje en el que se había embarcado. Una semana atrás no habría hablado. O si lo hubiera hecho habría recurrido a un comentario con el que abreviar la conversación al máximo. Acabó diciendo:

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Al borde del Acantilado»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Al borde del Acantilado» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Al borde del Acantilado»

Обсуждение, отзывы о книге «Al borde del Acantilado» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x