La señorita Blount estaba en casa. Accedió a que la visitase con su tono de voz educado y distante. Cuando le expliqué que quería hacerle algunas preguntas sobre Ajax, su tono dejó de ser distante para convertirse en glacial.
– La secretaria del señor Rossy ya me ha hecho todas esas preguntas. Es algo que encuentro ofensivo. No voy a contestarle a usted nada, como tampoco le he contestado a él.
– Lo siento, señorita Blount, creo que no me he expresado bien. No es Ajax quien me envía. No sé qué preguntas quería hacerle Rossy pero es muy probable que sean diferentes a las mías. Las mías tienen relación con un cliente que está tratando de averiguar qué pasó con la póliza de un seguro de vida. No creo que usted conozca la respuesta, pero a mí me gustaría hablar con usted porque… -¿por qué? ¿Porque me sentía tan frustrada después de que Fepple se me hubiese escapado y de que Durham me hubiese difamado que me aferraba a un clavo ardiendo?-, porque no puedo entender lo que está pasando y me gustaría hablar con alguien que conozca el funcionamiento de Ajax. Estoy cerca de su casa, podría pasar a verla si pudiese dedicarme diez minutos de su tiempo.
Después de hacer una pausa, me dijo fríamente que me escucharía, pero que no me prometía contestar ninguna de mis preguntas.
Vivía en un edificio bastante destartalado en la calle Cornell. Era ese tipo de vivienda descuidada en la que suelen vivir estudiantes. Aunque, según me había enterado por las quejas de un viejo amigo, cuyo hijo estaba estudiando medicina en la ciudad, era posible que Amy Blount pagase seiscientos o setecientos dólares al mes por una ventana rota que diese a la calle, una puerta de entrada desvencijada y un hueco de escalera sin ascensor.
Amy Blount me esperaba junto a la puerta abierta de su estudio, observándome mientras yo subía los tres pisos por la escalera. En su casa llevaba los rizos estilo rastafari sueltos y, en lugar del traje de chaqueta de tweed que se ponía para ir a Ajax, llevaba unos vaqueros y una camisa amplia. Me invitó a entrar con gesto educado pero carente de cordialidad, señalándome con la mano una dura silla de madera mientras ella se sentaba en el sillón giratorio de su mesa de trabajo.
A excepción del futón, con su brillante colcha de colores y un grabado de una mujer arrodillada detrás de una canasta, la habitación estaba amueblada con una austeridad casi monástica. Todas las paredes estaban cubiertas de librerías de contrachapado blanco. Hasta el minúsculo hueco del comedor tenía estanterías alrededor de un reloj.
– Ralph Devereux me dijo que usted había hecho el doctorado en Historia Económica. ¿Por eso ha escrito una historia sobre Ajax?
Asintió con la cabeza en silencio.
– ¿Cuál fue el tema de su tesis?
– ¿Es eso importante para su cliente, señora Warshawski?
Arqueé las cejas.
– Una respuesta muy amable, señorita Blount. Pero es verdad, ya me advirtió que no contestaría a ninguna pregunta. Me dijo que había hablado con Bertrand Rossy, así que ya sabe que el concejal Durham ha acusado a Ajax…
– Hablé con su secretaria -me corrigió-. El señor Rossy es demasiado importante como para llamarme él en persona.
El tono de su voz era tan impersonal que no podría afirmar si intentaba ser irónica.
– De todos modos, fue él quien planteó las preguntas. Así que usted sabe que Durham ha organizado una manifestación frente al edificio de Ajax y afirma que Ajax y los Birnbaum le deben una indemnización a la comunidad afroamericana por el dinero que ambos han ganado a costa de la esclavitud. Supongo que Rossy la ha acusado de proporcionarle a Durham la información de los archivos de Ajax.
Asintió con la cabeza, con aire desconfiado.
– La otra parte de la protesta de Durham me atañe a mí personalmente. ¿No ha oído hablar de la Agencia de Seguros Midway que se encuentra ahí, en el edificio del banco? Aunque es un inútil, Howard Fepple es el actual propietario. Hace treinta años uno de los agentes de su padre vendió una póliza a un hombre llamado Sommers -le resumí el problema de la familia Sommers-. Ahora Durham se ha aprovechado de la historia. Me pregunto si, basándose en el trabajo que usted ha hecho en Ajax, tiene idea de quién podría haberle proporcionado al concejal una información interna tan detallada sobre la historia de la compañía y sobre esta demanda que acabo de explicarle. Sommers fue a quejarse al concejal, pero las manifestaciones de Durham proporcionan un detalle que no creo que Sommers conociese: el hecho de que Ajax fue la compañía que aseguró a la Corporación Birnbaum en los años previos a la Guerra Civil. Estoy dando por supuesto que esa información es exacta, porque, si no lo fuera, Rossy no la habría llamado. Es decir, su secretaria no la habría llamado.
Cuando hice una pausa, Amy Blount dijo:
– Es más o menos exacta. Es decir, el primer Birnbaum, el que empezó la fortuna familiar, hizo un seguro con Ajax en la década de 1850.
– ¿Qué quiere decir con «más o menos exacta»? -le pregunté.
– En 1858 Mordecai Birnbaum perdió un cargamento de arados de acero con destino a Mississippi cuando el barco de vapor explotó en el río Illinois. Ajax pagó por ello. Supongo que es a eso a lo que se refiere el concejal Durham -hablaba con un tono monocorde. Pensé que cuando diera clases sería mejor que hablase de un modo más animado o, si no, se le dormirían todos los alumnos.
– ¿Arados de acero? -aquello distrajo mi atención-. Pero ¿existían antes de la Guerra Civil?
Puso una sonrisa remilgada.
– John Deere inventó el arado de acero en 1830. En 1847 abrió su primera fábrica y una tienda al por menor aquí, en Illinois.
– Así que los Birnbaum ya eran una potencia económica en 1858.
– Creo que no. Creo que la familia hizo su fortuna con la Guerra Civil, pero los archivos de Ajax no contenían muchos detalles al respecto. Es algo que deduje a partir de la lista de bienes que aseguraban. Los arados de los Birnbaum sólo eran una pequeña parte de la carga que transportaba el barco.
– En su opinión, ¿quién puede haberle informado a Durham sobre el embarque de arados de Birnbaum?
– ¿Es ésta una forma sutil de hacerme confesar?
Podía haber hecho la pregunta con un tono de humor, pero no fue así. Tuve que hacer un gran esfuerzo por no perder la calma.
– Acepto todas las posibilidades pero tengo que tener en cuenta los hechos de los que dispongo. Usted tenía acceso a los archivos. Puede que le comentara sus hallazgos a Durham. Pero, si no lo hizo, quizás tenga alguna idea de quién pudo hacerlo.
– Así que, al final, ha venido hasta aquí para acusarme -adelantó el mentón con gesto intransigente.
Hundí el rostro en mis manos, repentinamente harta de todo aquello.
– He venido hasta aquí con la esperanza de obtener una información mejor que la que tengo. Pero déjelo. Tengo una entrevista con el Canal 13 para hablar de todo este asunto, así que tengo que irme a casa a cambiarme.
Apretó los labios.
– ¿Va a acusarme por televisión?
– En realidad, yo no he venido aquí a acusarla de nada, pero usted desconfía tanto de mí y de mis motivos que no creo que esté en condiciones de creer en ninguna de las garantías que pueda darle. Vine con la esperanza de que un observador profesional como usted hubiese visto algo que me proporcionara una forma nueva de enfocar lo que está sucediendo.
Me miró, recelosa.
– Si yo le dijese que no le he dado información sobre los archivos a Durham, ¿me creería?
– Póngame a prueba -le dije, abriendo ambas manos.
Tomó aire y empezó a hablar a toda velocidad, con la mirada clavada en los libros de la estantería que estaba encima de su ordenador.
Читать дальше