– Sucede que yo no estoy de acuerdo en absoluto con las ideas del señor Durham. Soy totalmente consciente de las injusticias raciales que todavía existen en este país. He investigado y he escrito sobre la historia económica y comercial de la comunidad negra, así que tengo más conocimiento de la historia de esas injusticias que la gran mayoría. Son muchas y muy graves. Yo acepté el trabajo de escribir la historia de Ajax, por ejemplo, porque me está resultando tremendamente difícil que en los programas académicos de historia o de economía me presten atención para encargarme otros temas que no sean los estudios sobre los afroamericanos, estudios que suelen ser demasiado marginales como para resultarme interesantes. Necesito ganar algún dinero mientras busco trabajo. También es cierto que podría escribirse una monografía interesante con los archivos de Ajax. Pero yo no estoy de acuerdo con el enfoque que muestra a los afroamericanos como víctimas. Eso hace que los estadounidenses blancos sientan lástima de nosotros, y mientras despertemos lástima no se nos respetará -se puso colorada, como si le diera vergüenza revelarle sus creencias a una extraña.
Me acordé de la furiosa vehemencia de Lotty cuando discutía con Max el tema de la victimización de los judíos. Asentí lentamente con la cabeza y le dije a Amy Blount que creía en lo que me decía.
– Además -añadió, todavía colorada-, me parecería inmoral facilitarle los archivos de Ajax a un extraño cuando ellos me han confiado sus documentos privados.
– Puesto que usted no ha proporcionado información interna de Ajax al concejal, ¿se le ocurre alguien que pueda haberlo hecho?
Negó con la cabeza.
– Es una compañía tan grande… Y además los archivos tampoco son tan secretos, por lo menos no lo eran cuando yo estuve haciendo mi investigación. Todos los documentos antiguos los tienen metidos en cajas en la biblioteca de la compañía. De hecho, tienen cientos de cajas. El material más reciente lo guardan con celo, pero el de los primeros cien años… Ha sido más una cuestión de tener paciencia para leer todo aquello que un problema de dificultad de acceso. Es verdad que para ver ese material había que pedírselo al bibliotecario pero, aun así, es probable que cualquiera que haya querido estudiar esos papeles lo haya podido hacer sin dificultad.
– ¿Así que puede tratarse de un empleado, de alguien que tenga algún resentimiento o de alguien a quien hayan sobornado? ¿O tal vez un ferviente militante de la organización del concejal Durham?
– Podría ser cualquiera de esas posibilidades o todas a la vez, pero yo no tengo ningún nombre que pueda sugerirle. De todos modos, en la compañía hay tres mil setecientas personas de color que ocupan puestos administrativos de nivel bajo o desempeñan trabajos secundarios. Están muy mal pagados, no ocupan cargos de supervisión y suelen recibir un trato claramente racista. Cualquiera de ellos podría ponerse lo suficientemente furioso como para emprender una acción de sabotaje pasivo.
Me puse de pie al tiempo que me preguntaba si habría algún miembro de la extensa familia Sommers que ocupara algún puesto administrativo de nivel bajo en Ajax. Le agradecí a Amy Blount por haber accedido a hablar conmigo y le dejé una tarjeta, por si se le ocurría alguna otra cosa. Cuando me acompañaba a la puerta, me detuve a mirar el cuadro de la mujer arrodillada. Tenía la cabeza inclinada sobre la canasta que estaba delante de ella; no se le veía la cara.
– Es una obra de Lois Mailou Jones -dijo la señorita Blount-. Ella también se negaba a ser una víctima.
La cinta de video
Aquella noche, cuando yacía en la oscuridad junto a Morrell, me invadió un desasosiego inútil e interminable por todo lo que me había sucedido durante el día. Mi mente saltaba -como una bolita de pinball- de Rhea Wiell al concejal Durham, enfureciéndome con él cada vez que pensaba en aquel panfleto que estaba repartiendo en la plaza frente a Ajax. Cuando apartaba aquel pensamiento, me venían a la mente las imágenes de Amy Blount y de Howard Fepple. También me abrumaba mi perenne preocupación por Lotty.
Cuando llegué a mí oficina, tras haber visitado a Amy Blount, me encontré con las copias del vídeo y las fotos de Paul Radbuka que me habían hecho en La Mirada Fija.
Había pasado una tarde tan larga luchando con Sommers y Fepple que me había olvidado totalmente de Radbuka. Al principio me quedé mirando el paquete, intentando recordar qué era lo que había encargado en La Mirada Fija. Cuando vi las fotografías con el rostro de Radbuka, me acordé que le había prometido a Lotty llevarle una copia del vídeo aquel día. Muerta de cansancio, estaba pensando que sería mejor dejarlo hasta que la viese en casa de Max el domingo, cuando sonó el teléfono.
– Victoria, estoy intentando ser educada pero ¿es que no has oído los mensajes que te he dejado esta tarde?
Le expliqué que todavía no había tenido tiempo de escuchar los mensajes.
– Dentro de quince minutos tengo que hablar con una periodista sobre las acusaciones que me ha lanzado Bull Durham, así que estoy intentando organizar mis ideas para que mis respuestas sean sucintas y sinceras.
– ¿Bull Durham? ¿El hombre que se ha manifestado contra la Ley sobre la Recuperación de los Bienes de las Víctimas del Holocausto? No me digas que ahora está relacionado con Paul Radbuka…
Parpadeé sin poder creérmelo.
– No. Está relacionado con un caso en el que estoy trabajando. Un fraude de un seguro de vida en el que está implicada una familia del South Side.
– ¿Y eso es más importante que contestar a mis mensajes?
– ¡Lotty! -grité, indignada-. Hoy el concejal Durham ha estado repartiendo panfletos difamándome. Se ha manifestado en un espacio público insultándome por un megáfono. No creo que sea algo extraordinario que tenga que responder a un ataque así. Acabo de entrar en mi oficina hace cinco minutos y todavía no he escuchado los mensajes del contestador.
– Sí, ya lo veo -dijo-. Pero es que yo…, yo también necesito un poco de apoyo. Quiero ver el vídeo de ese hombre, Victoria. Quiero pensar que estás tratando de ayudarme. Que no vas a aban…, que no vas a olvidarte de nuestra…
Estaba al borde de la histeria y luchaba de tal forma con las palabras que se me revolvieron las tripas.
– Lotty, por favor, ¿cómo me voy a olvidar de nuestra amistad? ¿O a abandonarte? Voy para tu casa en cuanto termine la entrevista. ¿Te parece dentro de una hora?
Después de colgar me puse a escuchar los mensajes. Lotty me había llamado tres veces. Había una llamada de Beth Blacksin diciendo que le encantaría hablar conmigo pero que si podía ir yo al edificio del Global, puesto que estaba con muchísimo trabajo montando en vídeo todas las entrevistas y las manifestaciones de la jornada. Había estado con Murray Ryerson y él había quedado en acudir también al estudio. Pensé con nostalgia en el catre que tengo en el cuarto del fondo, pero recogí mis cosas, me subí a mi coche y volví al centro de la ciudad.
Beth estuvo grabándome veinte minutos mientras ella y Murray me acribillaban a preguntas. Tuve mucho cuidado de no implicar a mi cliente, pero dejé caer una y otra vez el nombre de Howard Fepple. Ya era hora de que alguien, aparte de mí, empezara a presionarlo. Beth estaba tan contenta de haber conseguido aquella nueva fuente de información exclusiva que compartió conmigo encantada lo que sabía, aunque ni ella ni Murray tenían la menor idea de quién le había pasado a Durham los datos sobre los Birnbaum.
– Sólo hablé treinta segundos con el concejal, que me dijo que era de dominio público -me contó Murray-. Hablé con el consejero legal de los Birnbaum y éste me dijo que es una versión distorsionada de una historia muy antigua. No conseguí hablar con la mujer que escribió la historia de Ajax, Amy Blount, pero alguien de Ajax me sugirió que había sido ella.
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