– ¡Espere! -gritó Isaiah Sommers.
Dio un apretón de manos a alguien que se había detenido a saludarlo y se acercó corriendo hasta mi coche. Lo puse en punto muerto y levanté la mirada hacia él, con las cejas arqueadas y el rostro inexpresivo.
Buscó un momento las palabras y luego me soltó:
– ¿Y usted qué piensa?
– ¿Sobre qué?
– Ha dicho que existía la posibilidad de que fuese la compañía la que hubiera cobrado la póliza. ¿Lo piensa de verdad?
Apagué el motor.
– Para serle sincera, no. No le digo que sea imposible: yo trabajé una vez en una demanda por fraude contra esa compañía, pero era con otro equipo directivo, que tuvo que dimitir cuando la noticia salió a la luz. El asunto implicaría que tendría que haber habido connivencia entre alguien dentro de la compañía y el agente de seguros, ya que fue la agencia la que depositó el cheque, pero el jefe de reclamaciones no puso ningún reparo en enseñarme el expediente -es verdad que Rossy había dado más de una vuelta para evitar que pudiese examinar todo el expediente, pero sólo hacía cuatro meses que Edelweiss se había hecho con Ajax, así que no me parecía probable que participara en un fraude organizado por Ajax-. El candidato más probable es el agente de seguros -continué diciendo-. Lo cierto es que, aunque ninguna de las otras pólizas que Hoffman vendió en la empresa donde trabajaba su tío fue cobrada de un modo fraudulento, el cheque se pagó a través de Midway. También lo pudo haber cobrado su tío, por razones que nunca sabrá o que podría llegar a ser muy doloroso conocer. O algún otro miembro de la familia. Y antes de que desenvaine la espada y salga corriendo hacia el teléfono más cercano para llamar a Bull Durham, le diré que no creo que haya sido su tía, no lo creo después de haber hablado con ella. Pero yo investigaría en esos dos lugares: en su familia o en la agencia. Si tuviese que investigarlo.
Aporreó el techo de mi coche en un ataque de frustración. Era un hombre bastante fuerte, así que mi coche se zarandeó un poco.
– Mire, señora Warashki. Ya no sé a quién hacerle caso o a quién creer. Mi mujer pensaba que yo tenía que hablar con el concejal Durham. Camilla Rawlings, la señora que me dio su nombre en un principio, ya me echó la bronca por haberla despedido, ella dice que tengo que hacer las paces con usted. Pero ¿a quién tengo que creer? El señor Durham dice que él tiene pruebas de que la compañía aseguradora ha logrado grandes beneficios gracias a la esclavitud y que esto no es más que otra de sus maniobras ilícitas y, sin ánimo de ofenderla, siendo usted blanca, ¿cómo iba usted a entenderlo?
Bajé del coche para que él no tuviese que seguir inclinado y para que a mí no me diese una contractura en el cuello de tanto mirar hacia arriba.
– Señor Sommers, jamás llegaré a entenderlo totalmente, pero sí que intento escuchar con imparcialidad para comprender todo aquello que se me dice. Me doy cuenta de que el asunto de su tía se ha visto complicado por la historia estadounidense. Si quiero preguntarle cómo es que su nombre llegó hasta ese cheque, entonces usted, su esposa y su tía me ven como una mujer blanca que está confabulada con la compañía para estafarles. Pero si me pusiera a gritar a coro con usted, ¡compañía encubridora!, ¡fraude!, cuando no tengo ninguna prueba que demuestre esas acusaciones, entonces no serviría como detective. Mi única premisa es atenerme a la verdad, hasta donde me sea posible. No es una decisión fácil, a veces pierdo clientes como usted. También perdí a un hombre fantástico, que era el hermano de Camilla. No siempre acierto, pero no tengo más remedio que atenerme a la verdad o si no acabaré zarandeada como una hoja a merced del viento que sople.
Me llevó mucho tiempo reponerme de mi separación con Conrad Rawlings. Amo a Morrell, es un gran tipo, pero Conrad y yo sintonizábamos de una manera que sólo se da una vez en la vida.
Sommers tenía el rostro distorsionado por la tensión.
– ¿Reconsideraría la posibilidad de volver a trabajar para mí?
– Podría hacerlo. Aunque voy a tener que andarme con pies de plomo.
Asintió con la cabeza, demostrando una especie de compungida comprensión y luego me soltó:
– Siento mucho que Durham haya mezclado los hechos. Es verdad que tengo algunos primos, sobre todo uno, que podrían haber hecho algo así. Pero es doloroso, ¿me entiende?, muy doloroso, dejar en evidencia a mi familia de ese modo. Y, si resulta que fue mi primo Colby, bueno, ¡qué demonios!, entonces sí que no volveré a ver ese dinero nunca más. Me quedaré sin el dinero del funeral y sin el que tendré que pagarle a usted por sus honorarios y además habré humillado a mi familia públicamente.
– Es un grave problema, pero en eso yo no puedo aconsejarle.
Cerró los ojos con fuerza durante un momento.
– ¿Todavía queda…, todavía me debe algo de tiempo por los quinientos dólares que le he pagado?
Le quedaba como una hora y media antes de que Mary Louise comprobase lo de los hombres que trabajaban en los desguaces South Branch. Para cualquier trabajo que hiciera a partir de ese momento ya tendría que volver a poner el contador en marcha.
– Le queda como una hora -dije con brusquedad, al tiempo que me maldecía a mí misma.
– ¿Podría…, podría averiguar algo sobre el agente de seguros en sólo una hora?
– ¿Y usted va a llamar al señor Durham y decirle que ha cometido un error? Tengo una entrevista de prensa a las seis y media y no me gustaría mencionar su nombre, ya que estoy trabajando para usted.
Tomó aire.
– Lo llamaré, ya que usted va a hacer algunas averiguaciones sobre la agencia de seguros.
El agente secreto
– Andy Birnbaum, el portavoz de la familia y bisnieto del patriarca que había empezado empujando una carretilla de chatarra y acabó siendo una de las grandes fortunas de Estados Unidos, dijo que la familia estaba perpleja ante las acusaciones de Durham. La Fundación Birnbaum había subvencionado programas de desarrollo educativo, artístico y económico en las zonas urbanas deprimidas durante cuatro décadas. Birnbaum añadió que las relaciones de la comunidad afroamericana, tanto con la Corporación Birnbaum como con la fundación, habían sido siempre de mutuo apoyo y que estaba convencido de que, si el concejal Durham se sentara a hablar, comprendería que todo ha sido producto de un malentendido.
Estaba escuchando esa información en la radio mientras conducía de regreso a la ciudad. El tráfico de entrada era denso pero avanzaba rápidamente, así que no estaba prestando demasiada atención hasta que de repente oí mi nombre.
– La investigadora V. I. Warshawski ha afirmado mediante un comunicado a la prensa que las acusaciones de Durham sobre su irrupción en el funeral de Aaron Sommers exigiendo dinero son una pura invención. Joseph Posner, que está presionando al estado de Illinois para que se apruebe la Ley sobre la Recuperación de los Bienes de las Víctimas del Holocausto, ha dicho que las acusaciones de Durham contra Ajax no son más que una estrategia para desviar la atención de la asamblea legislativa y retrasar la aprobación de la ley. Y ha dicho, también, que los comentarios antisemitas de Durham son una vergüenza para la memoria de los difuntos pero que, dado que en pocas horas comenzaba el Sabbath, no violaría la paz del día del Señor para aparecer en público y enfrentarse al concejal.
Gracias a Dios que por lo menos nos libraríamos, de momento, de la presencia de Joseph Posner en la refriega. Ya no podía absorber más noticias; decidí poner música. Una de las emisoras de música clásica calmaba los impulsos salvajes de los que viajaban diariamente por aquella autopista con algo muy moderno y animado. En la otra estaban anunciando a bombo y platillo un acceso a Internet. Apagué la radio y bordeé el lago en dirección sur, de regreso a Hyde Park.
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