– ¿Nadie te ha dicho nunca que tienes demasiada energía, Vic? Vas a hacer que Morrell envejezca antes de tiempo intentando seguir tu ritmo. Yo me voy a quedar aquí sentado con mi champán y mantendré una animada conversación sobre el libro de Rhea Wiell con mi agente literario. Después me beberé también tu copa. Si te enteras de algo mientras vas dando botes por todo Chicago como si fueses la bolita de una máquina de pinball en manos de un genio demente, escucharé ansioso cada una de las palabras que me digas.
– Por lo que te cobraré cien dólares la hora -di un gran sorbo a mi champán y después le entregué la copa a Don. Tuve que contenerme para no atravesar corriendo el vestíbulo rumbo a los ascensores. Me daba vergüenza imaginarme como una bolita de pinball, yendo a toda velocidad de un lado al otro de la ciudad, aunque esa imagen no dejó de darme vueltas en la cabeza durante toda la tarde.
El genio de la máquina de pinball
Primero fui dando botes hasta el edificio de Ajax en Adams. Durham sólo había conseguido reunir a unos pocos manifestantes. La mayoría de la gente no tiene tiempo para manifestaciones en mitad de la jornada laboral. El propio Durham encabezaba la marcha, rodeado de miembros de su agrupación OJO, que miraban a los peatones con el gesto hosco de los hombres que están preparados para lanzarse a la lucha en cuanto se les ordene. Detrás de ellos había un grupito de predicadores y dirigentes del South y West Side, seguidos por el consabido puñado de concienciados estudiantes universitarios. Gritaban: «Justicia ya», «No a las torres de oficinas levantadas sobre los huesos de los esclavos» y «No a las indemnizaciones a los negreros». Me puse a andar junto a uno de los estudiantes, que me recibió como si fuese una conversa de su causa.
– No sabía que Ajax se hubiese beneficiado tanto con la esclavitud -dije.
– No es sólo eso, ¿es que no te has enterado de lo que pasó ayer? Mandaron a un detective a esa pobre mujer que acababa de perder a su marido. Resulta que la compañía cobró su seguro de vida y después, así como así, dicen que fue la viuda la que lo cobró y le envían a un detective para acusarla justo en mitad del funeral.
– ¿Qué? -exclamé.
– Es asqueroso, ¿verdad? Toma, aquí lo tienes con más detalle -me dio un panfleto. Inmediatamente vi que aparecía mi nombre escrito en él.
AJAX, ¿NO TIENES PIEDAD?
WARSHAWSKI, ¿NO TIENES VERGÜENZA?
BIRNBAUM, ¿NO TIENES COMPASIÓN?
¿Dónde está el óbolo de la viuda? Gertrude Sommers, una mujer temerosa de Dios, una mujer que va a la iglesia, una mujer que paga sus impuestos, que perdió a su hijo y después perdió a su marido, ¿debe perder también su dignidad?
La compañía aseguradora Ajax se quedó el importe del seguro de vida de su marido hace diez años. La semana pasada, cuando él murió, enviaron a su diligente detective, V. I. Warshawski, para acusar a la hermana Sommers de haber robado el dinero. La avergonzaron en mitad del funeral, delante de sus amigos y de sus seres queridos.
Warshawski, todos tenemos que ganarnos la vida de alguna forma pero ¿tienes que hacerlo a costa de los pobres? Ajax, enmienda tu error. Págale su óbolo a la viuda. Repara el daño que has hecho a los nietos de los esclavos. Birnbaum, devuelve el dinero que amasaste con Ajax a costa de los esclavos. Que no haya indemnizaciones a las víctimas del Holocausto hasta que no se haga lo mismo con toda la comunidad afroamericana.
Sentía cómo me subía la sangre a la cabeza. No me extrañaba que Ralph estuviese furioso, pero ¿por qué tenía que tomarla conmigo? No era a él a quien estaban difamando. Estuve a punto de salirme de la fila y saltar encima del concejal Durham pero, justo a tiempo, me imaginé la escena en televisión: unos chicos de OJO forcejeando conmigo mientras yo gritaba improperios, el concejal moviendo la cabeza de un lado a otro, más con un gesto de pena que de ira y soltando algún discurso moralista ante las cámaras.
Echa una furia, me quedé observando a Durham mientras el círculo de manifestantes me fue arrastrando hasta llegar a su altura.
Era un hombre grande, de espaldas anchas, con una chaqueta de pata de gallo color negro y habano que parecía hecha a medida, por la perfección con la que el estampado se alineaba con las costuras que se ajustaban al cuerpo sin ninguna arruga. El rostro le resplandecía de entusiasmo, enmarcado por sus patillas de hacha.
Ya que no podía darle una bofetada, doblé el panfleto, lo metí en mi bolso y bajé corriendo por Adams hacia mi coche. Hubiese sido más rápido llamar un taxi, pero necesitaba descargar mi ira físicamente. Cuando llegué a Canal Street, las plantas de los pies me dolían de tropezar con las tapas de las bocas de riego de las aceras. Tuve suerte de no haberme torcido un tobillo. Me detuve junto a mi coche jadeando y con la garganta seca.
Mientras recuperaba mi pulso normal, me pregunté de dónde habría sacado dinero Bull Durham para hacerse la ropa a medida. ¿No le estaría pagando alguien para que acosase a Ajax y a los Birnbaum, por no hablar de mí misma? Por supuesto que todos sus esbirros tendrían miles de maneras, perfectamente legales, de meter la mano en la caja. Estaba tan furiosa con él que estaba dispuesta a creerme lo peor.
Necesitaba un teléfono y necesitaba agua. Mientras buscaba una tienda donde pudiese comprar una botella, pasé junto a una de telefonía móvil. Me compré otro cargador para enchufar en el coche. Mi vida sería más fácil si aquella tarde me mantenía conectada.
Antes de meterme en la autopista para ir a ver a mi cliente -ex cliente- llamé a Mary Louise al número privado de mi oficina. Estaba furiosa, y con razón, por haberla dejado aguantando la vela. Le expliqué lo que me había sucedido y le leí el panfleto de Bull Durham.
– ¡Por Dios bendito! ¡Qué cara tiene! ¿Y qué vas a hacer?
– Empezaré haciendo un comunicado. Algo que diga, más o menos:
En su afán de sacar tajada política de la pérdida que ha sufrido Gertrude Sommers, el concejal Durham ha pasado por alto algunas cosas, incluyendo los propios hechos. Cuando el marido de Gertrude Sommers murió la semana pasada, la funeraria Delaney la humilló suspendiendo el funeral en el preciso instante en que tomaba asiento en la capilla. Actuaron así porque el seguro de vida de su marido ya había sido cobrado unos años antes. La familia contrató a la detective V. I. Warshawski durante un breve espacio de tiempo para investigar los hechos. Contrariamente a lo que sostiene el concejal Durham, la compañía de seguros Ajax no contrató a Warshawski. Warshawski no estuvo en el funeral de Aaron Sommers y no vio ni conoció a la desdichada viuda hasta una semana más tarde. Así que es imposible que Warshawski pudiese interrumpir el funeral tal y como sostiene el concejal. Puesto que el concejal Durham se equivoca por completo en cuanto a la verdadera relación de Warshawski con este caso, ¿no habría que poner también en tela de juicio sus otras declaraciones?
Mary Louise volvió a leerme el texto. Corregimos un par de cosas y ella quedó en enviarlo por teléfono o por correo electrónico a los periodistas que habían estado llamando. Les diría a Beth Blacksin o a Murray que si querían hablar conmigo en persona que pasasen por mi oficina alrededor de las seis y media, aunque era probable que a esa hora, si hacían lo mismo que los demás medios de comunicación de Chicago, se encontrasen apostados delante de las casas de los diferentes miembros de la familia Birnbaum, con la esperanza de poder abordarlos.
Un policía dio unos golpecitos a mi parquímetro e hizo un comentario desagradable. Arranqué y empecé a bajar por Madison hacia la autopista.
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