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Sara Paretsky: Sin previo Aviso

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Sara Paretsky Sin previo Aviso

Sin previo Aviso: краткое содержание, описание и аннотация

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Para la detective privada V. I. Warshawski, «Vic», esta nueva aventura comienza durante una conferencia en Chicago, donde manifestantes furiosos están reclamando la devolución de los bienes que les arrebataron en tiempos de la Alemania nazi. De repente, un hombre perturbado se levanta para narrar la historia de su infancia, desgarrada por el Holocausto… Un relato que tendrá consecuencias devastadoras para Lotty Herschel, la íntima amiga y mentora de V. I. Lotty tenía tan sólo nueve años cuando emigró de Austria a Inglaterra, junto con un grupo de niños rescatados del terror nazi, justo antes de que la guerra comenzara. Ahora, inesperadamente, alguien del ayer ha regresado. Con la ayuda de las terapias de regresión psicológica a las que se está sometiendo, Paul Radbuka ha desenterrado su verdadera identidad. Pero ¿es realmente quien dice ser? ¿O es un impostor que ha usurpado una historia ajena? Y si es así, ¿por qué Lotty está tan aterrorizada? Desesperada por ayudar a su amiga, Vic indaga en el pasado de Radbuka. Y a medida que la oscuridad se cierne sobre Lotty, V. I. lucha para decidir en quién confiar cuando los recuerdos de una guerra distorsionan la memoria, mientras se acerca poco a poco a un sobrecogedor descubrimiento de la verdad.

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Claire me enseñó un álbum de fotos que había hecho con las distintas etapas de la vida de mi hijo: tenía pensado dejármelo en caso de que muriese antes que yo, Mi hijo era un niño delgado y de piel oscura, como yo, pero resulta que también el padre de Claire y de Vanessa había sido un hombre bajo y de tez morena. Tal vez Vanessa le hubiese dicho la verdad en algún momento, pero murió cuando él tenía diecisiete años. En aquella ocasión, Claire me envió una carta, una carta tan extraña que debería haberme dado cuenta de que estaba intentando decirme algo que no podía expresar con palabras. Pero entonces yo era demasiado orgullosa como para ver más allá de las palabras.

Ted murió el pasado otoño. Así que imagínate la sorpresa que se habrá llevado Wallace cuando, ordenando los papeles de su padre, encontró su certificado de nacimiento. Madre, Sofie Radbuka, en lugar de Vanessa Tallmadge Marmaduke. Padre, desconocido, cuando tendría que poner Edward Marmaduke.

¡Qué shock, qué escándalo familiar! Él, Wallace Marmaduke, ¿era judío? Él, que era coadjutor en la iglesia anglicana y agente electoral de los Tories, ¿cómo podía ser judío? ¿Cómo podían haberle hecho eso sus padres? Fue a ver a Claire, convencido de que debía de haber un error, pero ella decidió que ya no podía mentir hasta ese punto. «No hay ningún error», le dijo.

Iba a quemar su certificado de nacimiento, iba a destruir todo vestigio de sus orígenes para siempre, pero a su hija -¿has conocido a su hija Pamela?, tiene diecinueve años, a ella le pareció romántico aquello de que su padre tuviese una madre desconocida, un oscuro secreto. Se llevó el certificado de nacimiento de su padre. Ella fue quien puso aquel aviso en Internet, en la página web sobre personas desaparecidas, aquel Escorpión Indagador que tú encontraste. Cuando se enteró de que yo había aparecido, fue a verme de inmediato a mi hotel, audaz como todos los Tallmadge, con la autosuficiencia que da el saber que tienes un lugar seguro en el mundo y que nunca nadie te lo arrebatará.

– Es muy guapa -se atrevió a decir Victoria-. La doctora Tallmadge la llevó a mi hotel para que yo la conociese. Pamela quiere volver a verte; quiere intentar conocerte.

– Se parece a Sofie -dije en un susurro-. Es como Sofie cuando tenía diecisiete años y estaba embarazada de mí. La pena es que perdí esa foto. Quería tenerla conmigo. Pero la perdí.

No quería mirar a Victoria. Ver esa preocupación, esa compasión. No permitiría que ella ni nadie me viese tan desvalida. Me mordí los labios con tal fuerza que sentí el gusto salado de la sangre en mi boca. Cuando acercó su mano a la mía, se la retiré bruscamente. Pero cuando bajé la mirada, la foto de mi madre estaba allí, en el suelo, junto a mí.

– La dejaste sobre tu escritorio, entre los boletines del Real Hospital de la Beneficencia -dijo Victoria-. Pensé que la querrías tener contigo. De todos modos, nunca pierdes realmente a nadie si lo llevas dentro de ti. Tu madre, tu Orna, tu Bobe, ¿no crees que, independientemente de lo que les haya pasado, tú eras un motivo de alegría para ellas? Te habías salvado. Y ellas lo sabían. Tenían ese consuelo.

Hundí mis dedos en la tierra, arrancando las raíces de los hierbajos muertos sobre los que estaba sentada. Siempre me dejaba sola. Mi madre iba y venía, iba y venía, y después se fue por mi propio bien. Ya sé que fui yo quien se marchó, que ellos me mandaron fuera del país, que me salvaron, pero para mí fue como si hubiese sido ella la que me había dejado, una vez más, para no volver.

Y después yo hice lo mismo. Si alguien me amaba, como Cari lo hizo una vez, yo lo abandonaba. Abandoné a mi hijo. Incluso ahora, he abandonado a Max, te he abandonado a ti, he abandonado Chicago. Todos los que están a mi alrededor tienen que experimentar la misma sensación de abandono que viví yo. No culpo a mi hijo de que no quiera ni verme, después de haberlo abandonado como lo abandoné. No culpo a Cari por su resentimiento, me lo he ganado, me lo he buscado. Y lo que dirá ahora, cuando le cuente la verdad, que ha tenido un hijo durante todos estos años… Me merezco todas las cosas horribles que quieran decirme.

– Nadie se merece tanto dolor -dijo Victoria- Y tú, menos que nadie. ¿Cómo voy a estar enfadada contigo? Lo único que siento es angustia por tu dolor. Igual que Max. No sé Cari, pero Max y yo no tenemos ningún derecho a juzgarte, pero sí tenemos derecho a ser tus amigos. A la pequeña Lotty, que se fue sola de viaje con sus nueve añitos, estoy segura de que su Bobe la perdonó. ¿No podrías ahora perdonarte a ti misma?

El cielo otoñal estaba ya oscuro cuando aquel policía joven y desgarbado nos alumbró con su linterna. No quería molestar, dijo en un inglés entrecortado, pero deberíamos marcharnos; hacía frío y aquella colina estaba muy mal iluminada.

Dejé que Victoria me ayudase a ponerme de pie. Dejé que me guiase por el oscuro camino de regreso.

Agradecimientos

Quiero dar las gracias al Wolfson College de Oxford, donde estuve en 1997 como profesora invitada, lo cual me permitió profundizar en mis estudios sobre archivos y bibliotecas. También quiero dar las gracias al doctor Jeremy Black, que hizo posible mi estancia allí.

Los archivos de cartas y grabaciones que posee el Museo Imperial de la Guerra de Londres constituyen una fuente muy importante sobre el kindertransport, la generosa acogida por parte de Inglaterra en los años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial de diez mil niños judíos procedentes de Europa Central. Como puede decirse de casi todos los bibliotecarios, los del Museo Imperial de la Guerra fueron extraordinariamente solícitos conmigo, e incluso me permitieron consultar los archivos un día en el que el museo estaba cerrado y, por error, me presenté allí.

El Real Hospital de la Beneficencia de Londres me permitió el acceso a sus archivos, me autorizó a enviar a su Escuela de Medicina a mi personaje Lotty Herschel, y todos sus miembros me brindaron cuanta ayuda necesité.

Los doctores Dulcie Reed, Lettice Bowen, Peter Scheuer y Judith Levy, estudiantes de medicina en Gran Bretaña en torno a la misma época que Lotty Herschel, tuvieron conmigo la enorme generosidad de dedicarme su tiempo y proporcionarme información sobre ese periodo de sus vidas.

En cuanto al material recopilado, tanto el procedente de diversos archivos como el de los recuerdos de los cuatro doctores que acabo de mencionar, he evitado utilizar acontecimientos reales para convertirlos en ficción, salvo cuando describo que Lotty y sus compañeras de alojamiento se confeccionan ropa interior con la seda de un paracaídas. En realidad, se trata de una proeza increíble que llevaron a cabo la doctora Bowen y sus compañeras, y que quien haya intentado alguna vez confeccionar sus propias prendas de ropa interior sabrá apreciar.

El profesor Colin Divall del Instituto de Estudios Ferroviarios de York tuvo la gentileza de proporcionarme información sobre las rutas y los horarios de los trenes durante los años cuarenta.

Dadas las restricciones que conlleva escribir una novela que se centra en la ciudad de Chicago, en un asesinato actual y en el personaje de V. I. Warshawski, no he podido utilizar los resultados de mis investigaciones en Inglaterra con la profundidad que hubiese deseado; tal vez hallen cabida en otra historia y en otro momento.

En Chicago, Kimball Wright me asesoró sobre las armas que menciono en el libro. El doctor Robert Kirschner, médico forense, me ayudó a describir con exactitud las muertes de varios personajes desafortunados de la novela. Los hechos que se describen en los capítulos 38 y 43 son verídicos. Como siempre, Sandy Weiss me ayudó en todo lo referente a los misterios de las técnicas forenses.

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