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Sara Paretsky: Sin previo Aviso

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Sara Paretsky Sin previo Aviso

Sin previo Aviso: краткое содержание, описание и аннотация

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Para la detective privada V. I. Warshawski, «Vic», esta nueva aventura comienza durante una conferencia en Chicago, donde manifestantes furiosos están reclamando la devolución de los bienes que les arrebataron en tiempos de la Alemania nazi. De repente, un hombre perturbado se levanta para narrar la historia de su infancia, desgarrada por el Holocausto… Un relato que tendrá consecuencias devastadoras para Lotty Herschel, la íntima amiga y mentora de V. I. Lotty tenía tan sólo nueve años cuando emigró de Austria a Inglaterra, junto con un grupo de niños rescatados del terror nazi, justo antes de que la guerra comenzara. Ahora, inesperadamente, alguien del ayer ha regresado. Con la ayuda de las terapias de regresión psicológica a las que se está sometiendo, Paul Radbuka ha desenterrado su verdadera identidad. Pero ¿es realmente quien dice ser? ¿O es un impostor que ha usurpado una historia ajena? Y si es así, ¿por qué Lotty está tan aterrorizada? Desesperada por ayudar a su amiga, Vic indaga en el pasado de Radbuka. Y a medida que la oscuridad se cierne sobre Lotty, V. I. lucha para decidir en quién confiar cuando los recuerdos de una guerra distorsionan la memoria, mientras se acerca poco a poco a un sobrecogedor descubrimiento de la verdad.

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– Lotty y los cuadernos -repitió Max, haciendo girar la copa de vino una y otra vez entre sus manos-. Victoria, mientras Calia estuvo aquí y a mí me inquietaba tanto su seguridad, no tenía tiempo para preocuparme demasiado por Lotty. Ahora que Cari se ha marchado para retomar su gira, también me doy cuenta de que yo me estaba reprimiendo para no hacer el ridículo delante de él. Cari no ha dejado de referirse al comportamiento de Lotty en estos últimos días calificándolo de «un gran talento para el drama». Dice que su forma de desaparecer el jueves es la misma que aquella de hace tantos años en Londres. Que entonces también se dio la vuelta y se marchó sin decir una sola palabra. Que eso es lo que le hizo a él, ya sabes, y que soy un tonto si pienso que no me está haciendo lo mismo a mí. Que se va, no dice nada durante semanas o meses y que después, tal vez, regrese, o tal vez no, pero que jamás dará una explicación.

– ¿Y tú qué piensas? -le pregunté cuando se quedó en silencio.

– Pienso que ahora ha desaparecido por la misma razón por la que desapareció entonces, sea cual sea -soltó de repente-. Si yo tuviera veinte años, como tenía Cari entonces, es probable que me sintiera más preocupado por mi propio dolor y menos por el de ella. La pasión es mucho más fuerte a los veinte años. Pero ahora estoy muy preocupado por ella. Quiero saber dónde está. He llamado a su hermano Hugo a Montreal, aunque nunca han estado muy unidos. Hacía meses que él no tenía noticias de Lotty y no tiene ni idea de lo que puede estarle pasando o adonde puede haber ido. Victoria, ya sé que estás agotada, lo veo en las arrugas que se te han formado alrededor de los ojos y de la boca. Pero ¿no podrías hacer algo para encontrarla?

Volví a masajearme los doloridos hombros.

– Por la mañana me acercaré a la clínica. Parece que, al final, Lotty sí le envió a la señora Coltrain una casete con instrucciones por mensajero. Las estaba transcribiendo cuando Filuda Rossy la atacó. La señora Coltrain dice que no hay nada que pueda indicar dónde está Lotty. Es una cinta de corta duración en la que le dicta las instrucciones a seguir durante las fechas en las que Lotty tenía que operar. Pero he quedado con la señora Coltrain mañana por la mañana en la clínica para escuchar yo misma la cinta e inspeccionar el paquete en el que llegó. La señora Coltrain confía en que yo pueda sacar algo en limpio. También me ha dicho que Lotty dejó algunos papeles sobre su mesa de trabajo y que tal vez a mí me digan algo. Aparte de eso, puedo intentar pedirle a Finch o al capitán Mallory que me faciliten el registro de llamadas del teléfono de Lotty, ahí aparecerán las llamadas que hizo la noche en que desapareció. Puedo conseguir la lista de pasajeros de las compañías aéreas. Puedo hacer más cosas, pero eso llevaría más tiempo. Espero encontrar algo entre sus papeles.

Max insistió en que me quedase a dormir en su casa.

– Estás que no te tienes en pie de sueño, Victoria. No deberías conducir así. A menos que tengas mucha urgencia por regresar a tu casa, puedes dormir en el que era el cuarto de mi hija. Incluso encontrarás algún camisón limpio allí.

Max quería que me quedase en su casa porque estaba preocupado por mí, pero también porque tenía miedo y se sentía solo, y todas eran razones importantes para mí. Llamé al señor Contreras para que no se pusiera nervioso y me alegré, realmente, de subir sólo unas escaleras y encontrarme ya en la cama, en lugar de tener que conducir otra media hora para llegar a la mía.

A la mañana siguiente fuimos juntos a la clínica. Habíamos quedado con la señora Coltrain a las nueve. Estaba tan bien arreglada y tan tranquila que parecía como si los Rossy y su intento de asesinato no la hubiesen alterado más que cualquiera de las pacientes o los niños chillones que acudían diariamente a la consulta. Fillida no había llegado a partirle el brazo cuando se lo golpeó con la culata, pero le había dejado un buen moretón. Llevaba el brazo en cabestrillo para protegerse la zona dañada.

Pero resultó que tampoco estaba tan tranquila como aparentaba. Cuando hizo que nos sentáramos junto a su mesa de trabajo, donde tenía el magnetófono, nos confió:

– Sabe una cosa, señorita Warshawski, creo que el lunes voy a hacer que venga alguien a quitar las puertas de esos armarios que hay en la sala de exploración. Creo que no voy a poder entrar ahí sin sentir miedo de que haya alguien escondido dentro.

Eso es lo que había hecho Fillida. Se había escondido en el armario de la sala de exploración, hasta que calculó que ya no quedaría ningún paciente en la clínica y atacó a la señora Coltrain en la mesa de recepción. Cuando Fillida se dio cuenta de que los cuadernos no estaban en la clínica, obligó a la señora Coltrain a hacerme ir hasta allí.

Max y yo escuchamos la cinta pero, aunque se oía con total claridad de principio a fin y no nos movimos ni abrimos la boca en absoluto durante la media hora que estuvimos escuchando la cara B, nadie sacó nada en limpio, excepto que el doctor Barber se encargaría de las dos operaciones urgentes que tenía Lotty el martes y que la señora Coltrain tenía que coordinar el cambio de fecha de las otras con el jefe de cirugía.

La señora Coltrain nos condujo al despacho de Lotty para que yo pudiera inspeccionar los papeles que había dejado sobre su mesa de trabajo. Se me encogió el estómago cuando volví a recorrer aquel pasillo. Pensé que me encontraría con el desorden que habíamos dejado atrás la noche anterior: sillas rotas, sangre, lámparas en el suelo y, para rematarlo, el caos que la policía organizó a continuación. Sin embargo, los muebles rotos habían desaparecido, los suelos estaban fregados y limpios y los papeles perfectamente colocados sobre la mesa.

Cuando expresé mi asombro ante aquel orden, la señora Coltrain me dijo que había ido por la mañana temprano para colocarlo todo en su sitio.

– Si de pronto se presentaba la doctora Herschel, le hubiese afligido mucho encontrar ese desastre. Y, además, sabía que yo tampoco podría aguantarlo ni treinta segundos, pues me recordaría toda la violencia del día anterior. Lucy Choi, la enfermera de la clínica, vino a las ocho y entre las dos le hemos dado un buen repaso. Pero he conservado todos los papeles que se encontraban ayer sobre la mesa de la doctora Herschel. Siéntese aquí, señorita Warshawski, y mírelos.

Me pareció raro sentarme al otro lado de la mesa de Lotty, en la silla desde la que me había recibido en tantas ocasiones, algunas veces con brusquedad, pero la mayoría con cariño. Aunque, eso sí, siempre con un gran derroche de energía. Pasé las páginas. Había una carta del encargado de los archivos del Museo Nacional del Holocausto en Washington, fechada seis años atrás, en la que se le comunicaba a la doctora Herschel que lamentaban no haber podido encontrar ningún dato sobre las personas que intentaba localizar: Shlomo y Martin Radbuka, aunque sí que podían confirmarle las muertes de Rudolph y de Anna Herschel en 1943. Le recomendaban consultar diferentes bancos de datos dedicados a recabar información sobre las víctimas del Holocausto y que podrían serle más útiles. Su correspondencia con esos otros bancos de datos demostraba que no le habían aportado ninguna información que le fuese de utilidad.

Lotty también había dejado un montón de boletines informativos del Real Hospital de la Beneficencia de Londres, donde había realizado sus prácticas de medicina. Fui pasando página a página. Entre ellas encontré una fotografía. Era una foto antigua, con los bordes gastados por el roce, en la que se veía a una mujer muy joven, rubia, cuyos ojos, a pesar del gastado papel, resplandecían de vida. Llevaba el pelo corto y rizado al estilo de los años veinte. Sonreía con la provocadora confianza en sí misma, típica de alguien que se sabe querida y a la que rara vez se le ha negado un deseo. Tenía algo escrito detrás, pero estaba en alemán y con la enrevesada caligrafía característica de la Europa de principios de siglo y que yo era incapaz de descifrar.

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