Sara Paretsky - Sin previo Aviso

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Para la detective privada V. I. Warshawski, «Vic», esta nueva aventura comienza durante una conferencia en Chicago, donde manifestantes furiosos están reclamando la devolución de los bienes que les arrebataron en tiempos de la Alemania nazi. De repente, un hombre perturbado se levanta para narrar la historia de su infancia, desgarrada por el Holocausto… Un relato que tendrá consecuencias devastadoras para Lotty Herschel, la íntima amiga y mentora de V. I. Lotty tenía tan sólo nueve años cuando emigró de Austria a Inglaterra, junto con un grupo de niños rescatados del terror nazi, justo antes de que la guerra comenzara.
Ahora, inesperadamente, alguien del ayer ha regresado. Con la ayuda de las terapias de regresión psicológica a las que se está sometiendo, Paul Radbuka ha desenterrado su verdadera identidad. Pero ¿es realmente quien dice ser? ¿O es un impostor que ha usurpado una historia ajena? Y si es así, ¿por qué Lotty está tan aterrorizada? Desesperada por ayudar a su amiga, Vic indaga en el pasado de Radbuka. Y a medida que la oscuridad se cierne sobre Lotty, V. I. lucha para decidir en quién confiar cuando los recuerdos de una guerra distorsionan la memoria, mientras se acerca poco a poco a un sobrecogedor descubrimiento de la verdad.

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– Yo también estaba orgullosa de Cari. Su música era algo tan especial que estaba segura de que conseguiría que todos se diesen cuenta de que yo también era especial, en particular, Claíre: un músico de gran talento estaba enamorado de mí. Pero ellos también le trataron con aire condescendiente.

«Como si yo fuese el organillero del macaco», me dijo Cari furioso, después de que le pidieran que un día fuese a visitarlos con su clarinete. Empezó a tocar una pieza de Debussy y ellos se dedicaron a hablar todo el tiempo y sólo se callaron para aplaudir cuando se dieron cuenta de que había terminado. Yo le insistí en que sólo habían sido Ted y Wallace Marmaduke, el marido y el cuñado de Vanessa. Podía admitir que ellos fueran unos ignorantes pero nunca que Claire fuese tan maleducada.

Aquella discusión tuvo lugar al día siguiente del Día de la Victoria. Yo todavía iba al instituto pero estaba trabajando para una familia en el norte de Londres a cambio de cama y comida. Claire todavía vivía en casa de sus padres. Por esa época había presentado una instancia para un puesto de médico residente, así que nuestros caminos sólo se cruzaban cuando ella se desviaba del suyo para invitarme a tomar el té a su casa, como había hecho aquel día.

Pero dos años más tarde, después de que acabase de salvarme por última vez, ya no quiso verme ni contestar a mis cartas nunca más tras mi regreso a Londres. No me contestó al mensaje que le dejé por teléfono a través de su madre, aunque, tal vez, la señora Tailmadge nunca se lo comunicó, porque antes de colgar me dijo; «¿No te parece, querida, que ya es hora de que tú y Claire emprendáis vuestras propias vidas?»

Mi última conversación con Claire fue cuando intentó convencerme de que me presentara a una beca para ampliar estudios de obstetricia en los Estados Unidos, para comenzar una nueva vida. Incluso se ocupó de conseguirme las mejores recomendaciones cuando presenté la solicitud. Después de eso, sólo la volví a ver en encuentros profesionales.

Miré a Victoria un momento, allí sentada en el suelo con pantalones vaqueros, junto a mí, observándome con el ceño fruncido y con tal intensidad, que me daban ganas de soltarle un «¡No quiero tu compasión!».

– Si has ido a visitar a Claire, entonces ya sabrás quién era Sofie Radbuka.

Me contestó con cautela, consciente de que yo era capaz de morderla si decía algún disparate, y dijo con tono vacilante que creía que era yo.

– Así que no eres la detective perfecta. No era yo, era mi madre.

Aquello la desconcertó y sentí cierto regodeo al verla así de ruborizada. Siempre yendo al grano, haciendo asociaciones, siguiendo a la gente, siguiéndome a mí. Ahora que sea ella la abochornada.

Sin embargo, yo tenía una gran necesidad de hablar. Después de un minuto de silencio dije:

– Era yo. Era mi madre. Era yo. Era el nombre de mi madre. La necesitaba. No sólo en aquel momento, sino cada día, cada noche, la necesitaba. Aunque en aquel momento, más que nunca. Creo que pensé que podría convertirme en ella. O que, si usaba su nombre, estaría conmigo. Ya no sé lo que pensé.

Cuando yo nací mis padres no estaban casados. Sofie, mi madre, la hija adorada de mis abuelos, la que parecía bailar por la vida como si ésta fuese un gran salón brillantemente iluminado. Era una criatura clara y etérea desde el día en que nació. Le pusieron Sofie pero la llamaban Mariposa. Schmetterling en alemán, que enseguida se convirtió en Lingerl o LingLing. Hasta Minna, que la odiaba, la llamaba Madame Butterfly y no Sofie.

Con el tiempo la mariposa se convirtió en una adolescente y se iba revoloteando con otros jóvenes dorados de Viena a visitar los barrios bajos, la Matzoinsel. Como cualquier chica moderna que iba a los guetos y tenía amantes de piel oscura, ella se encaprichó con Moishe Radbuka, del círculo de inmigrantes procedentes de Bielorrusia. Lo rebautizó con un nombre occidental y siempre lo llamaba Martin. Tocaba el violín en un café y era prácticamente un gitano, aunque era judío.

Mi madre tenía diecisiete años cuando quedó embarazada de mí. Él se hubiera casado con ella, según me enteré por los cuchicheos familiares, pero ella no quería… No se casaría con un gitano de la Matzoinsel. Así que todos los de la familia decidieron que debía ir a un sanatorio, tener el niño y darlo en adopción de la forma más discreta posible. Todos menos Orna y Opa, que la adoraban y le dijeron que les llevara la criatura a ellos.

Sofie amaba a Martin a su manera y él la adoraba igual que todos los demás, los que pertenecían a mi mundo o, al menos, así es como yo me lo imagino. Y no quiero que me cuenten otra cosa, no quiero que nadie me repita las palabras de la prima Minna: fulana, ramera, una putilla holgazana y siempre en celo, todas esas palabras que tuve que oír durante ocho años de mi vida en Londres.

Cuatro años después de nacer yo, nació Hugo. Y cuatro años después llegaron los nazis. Y tuvimos que irnos todos a la Insel. Supongo que has visto el barrio, ya que me has estado siguiendo. Habrás visto esos apartamentos ruinosos en la Leopoldsgasse.

Mi madre adelgazó y perdió su brillo. Aunque, en cualquier caso, ¿quién lo mantenía en esas épocas? Pero, con mi mentalidad de niña, yo creía que al vivir con mamá todo el tiempo ella me iba a prestar más atención. No podía entender por qué todo era tan diferente, por qué ella ya no cantaba ni bailaba. Dejó de ser LingLing y se convirtió en Sofie.

Entonces se volvió a quedar embarazada. Estaba embarazada y enferma cuando me marché a Inglaterra, demasiado enferma como para levantarse de la cama. Pero decidió casarse con mi padre. Todos aquellos años durante los cuales le había encantado ser Lingerl Herschel, iba a quedarse a casa de sus padres cada vez que quería volver a su antigua vida en la Renngasse e iba a la Insel a vivir con Martin cuando quería estar con él. Pero cuando el puño de hierro de los nacionalsocialistas los atrapó a todos ellos, a los Herschel y a los Radbuka, y los hacinó a todos en el gueto, ella se casó con Martin. Tal vez lo hiciese por mi abuela paterna, ya que estábamos viviendo en su casa. Así que, durante un corto periodo de tiempo, mi madre se llamó Sofie Radbuka.

Durante mi infancia en la Renngasse, yo fui una niña muy querida, a pesar de que echara de menos a mi madre. A mis abuelos no les importaba que yo fuese pequeña y de piel oscura como Martin, en lugar de ser rubia y hermosa como su hija. Estaban orgullosos de lo inteligente que yo era, de que siempre era la primera o la segunda de la clase durante los pocos años que fui allí al colegio. Incluso hasta sentían un afecto condescendiente hacia Martin.

Pero pensaban que sus padres eran una vergüenza. Cuando tuvieron que dejar su piso de diez habitaciones en la Renngasse y trasladarse a vivir con los Radbuka, mi Oma se comportó como si le hubiesen pedido que se fuese a vivir a un establo de vacas. Se mantenía distante, se dirigía a la madre de Martin en tercera persona, tratándola de «Sie», en lugar de «Du». Y en cuanto a mí, yo quería seguir siendo la preferida de mi Oma Herschel, necesitaba ese amor, allí éramos tantos viviendo hacinados, que necesitaba que alguien se preocupara por mí. Sofie estaba sumida en su propia desgracia, embarazada, enferma, no estaba acostumbrada a tantas privaciones, despreciada por las primas y las tías Radbuka, que pensaban que ella había tratado muy mal a su querido Martin -Moishe- durante todos aquellos años.

Pero, ¿te das cuenta?, todo aquello hacía que fuese grosera con mi otra abuela. Si yo le demostraba a mi Bobe, a mi abuela Radbuka, el afecto que ella tanto deseaba recibir, entonces mi Oma me apartaría de ella. La mañana que Hugo y yo nos marchamos a Inglaterra, mi Bobe, mi abuela Radbuka, anhelaba que le diese un beso, pero yo sólo le hice una reverencia.

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