Ruth Rendell - Falsa Identidad

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Un pastor anglicano se pone en contacto con el detective Wexford para investigar un caso resuelto quince años atrás. Arthur Painter, chofer y jardinero de una acaudalada dama, asesinó a su anciana patrona por dinero. Aunque el sacerdote actúa por motivos personales muy lícitos, el inspector jefe no está dispuesto a dar su brazo a torcer y ratifica que condenó al auténtico responsable del homicidio. Pero a medida que el tenaz religioso comunique al policía nuevas pesquisas y hable con distintos testigos, se irá desvelando una oscura trama de intereses económicos que apunta a uno de los miembros de la familia de la víctima como principal beneficiario de su muerte. Al final, Wexford no podrá continuar haciendo oídos sordos a las dudas que se ciernen sobre su primer caso criminal…

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Bueno, se había comprometido con Griswold, así que no tenía elección. De todas formas, ya se había resignado a sacrificar la mayor parte de la tarde con ese clérigo. El cansancio empezó a apoderarse de él. Quizá reuniese fuerzas para recordar, recuperar del pasado palabras y escenas familiares, pero esta calurosa tarde no le iba a permitir ser demasiado riguroso. Las razones personales -y confesó mentalmente sentir una curiosidad infantil por conocerlas- saldrían a la luz probablemente a su debido tiempo. La expresión sincera y jovial del rostro de su visitante le hacía pensar que no iba a mostrarse particularmente discreto.

– ¿Qué quiere usted que le cuente? -preguntó.

– ¿Por qué está tan seguro respecto a la culpabilidad de Painter? Por supuesto, mis conocimientos en este tipo de asuntos no van más allá de los de cualquier profano, pero a mi parecer existen numerosas lagunas en las pruebas. Había otras personas involucradas, personas a quienes beneficiaba la muerte de la señora Primero.

Wexford dijo fríamente:

– Estoy completamente dispuesto a discutir cualquier detalle con usted, señor.

– ¿Ahora mismo?

– Desde luego. ¿Ha traído la transcripción?

Archery la sacó de un ajado maletín de cuero. Sus manos eran largas y delgadas pero no afeminadas. A Wexford le recordaban las de los santos de los cuadros que él denominaba «beatos». Durante cinco minutos el inspector examinó el documento en silencio, rememorando pequeños detalles; luego lo dejó a un lado y dirigió su mirada al rostro de Archery.

– Tenemos que remontarnos al sábado, 23 de septiembre -dijo-, el día anterior al asesinato. Painter no fue aquella tarde a llevar el carbón a la casa. Las dos ancianas esperaron hasta alrededor de las ocho, cuando el fuego estaba a punto de apagarse, y la señora Primero dijo que se iba a acostar. Alice Flower estaba rabiosa y salió, según sus propias palabras, «a por algunos pedazos».

– Entonces fue cuando se hizo daño en la pierna -puntualizó Archery.

– No fue una herida seria pero la señora Primero se enfadó y echó la culpa a Painter. A la mañana siguiente, alrededor de las diez, mandó a Alice a la cochera para decirle a Painter que le quería ver a las once en punto. Éste llegó diez minutos tarde, Alice le condujo al salón y luego oyó como él y la señora Primero discutían.

– Eso nos conduce a la primera observación que quiero resaltar -dijo Archery. Hojeó la transcripción y se la pasó a Wexford, señalando el principio de un párrafo-. Esto, como bien sabe usted, es parte de la propia declaración de Painter. Él no niega haber discutido con la señora Primero y admite que ésta le amenazó con despedirle, pero que, finalmente, ella se avino a razones y, aunque se negó a subirle el sueldo, con el argumento de que eso le daría alas y volvería a pedirle otro aumento a los pocos meses, le dijo que, en su lugar, le daría lo que ella llamaba una prima.

– Lo recuerdo muy bien -dijo Wexford impaciente-. Según él, la anciana le pidió que fuese a su dormitorio, en el piso superior, buscase un bolso en su armario ropero y se lo trajera, y, según afirma, eso fue lo que hizo. En el bolso había cerca de doscientas libras, y le dijo que podía llevárselo, junto con su contenido, a modo de prima, a condición de que cumpliera religiosamente el cometido de traer el carbón a las horas acordadas. -Tosió-. No me creí ni una palabra, y el jurado tampoco le creyó.

– ¿Por qué no? -preguntó Archery con aplomo.

«¡Santo cielo!, -pensó Wexford-, ésta va a ser una sesión muy larga.»

– En primer lugar, porque las escaleras de Víctor’s Piece están situadas entre el salón y la cocina, donde Alice Flower estaba preparando el almuerzo, y ella, que tenía muy buen oído para su edad, no oyó a Painter subir esas escaleras. Y, créame, era el más torpe de los patanes que se hayan visto. -Archery arrugó ligeramente la nariz ante el comentario, pero Wexford prosiguió-: En segundo lugar, la señora Primero nunca habría enviado al jardinero a fisgonear en su dormitorio. A no ser que esté diametralmente equivocado respecto a su carácter, habría mandado a Alice, con algún otro pretexto, a recoger el dinero.

– Quizá no desease que Alice lo supiera.

– De eso puede usted estar seguro -replicó Wexford con aspereza-. Nunca lo hubiera permitido. Por eso he dicho con algún otro pretexto. -Eso enfrió un tanto los humos del pastor. Con aplomo, Wexford continuó-: En tercer lugar, la señora Primero tenía fama de tacaña. Alice llevaba más de medio siglo a su servicio, pero nunca obtuvo nada, aparte de su sueldo y una libra extra por Navidad. -Señaló la página con el dedo-. A ver, aquí está por escrito. Sabemos que Painter necesitaba dinero. La noche anterior, cuando no llevó el carbón, estuvo bebiendo en el Dragón con un amigote de Stowerton. El amigo quería vender una moto y se la ofreció a Painter por algo menos de doscientas libras. Éste no tenía aparentemente la más mínima esperanza de reunir el dinero, pero le pidió que se la guardase durante un par de días y que se pondría en contacto con él en cuanto pudiese darle una contestación. Según cree usted, él consiguió el dinero el domingo, antes del mediodía. En cambio, yo vuelvo a afirmar que lo robó por la tarde, después de asesinar brutalmente a su patrona. Si usted está en lo cierto, ¿por qué no se puso en contacto con su amigo el domingo por la tarde? Hay una cabina telefónica al final del camino. Interrogamos al sujeto: no salió de casa en todo el día y nadie le llamó por teléfono.

Archery se rindió, al menos en apariencia, ante el peso de la evidencia. Se limitó a decir:

– Por lo que dice, usted cree que Painter subió al guardarropa por la tarde, después de matar a la señora Primero, sin embargo no hallaron rastros de sangre dentro de la alcoba.

– En primer lugar, Painter llevaba unos guantes de goma cuando cometió el asesinato. Además, en la acusación se argumentaba que primero la dejó sin sentido de un golpe con el hacha plana, cogió el dinero y, al bajar, le entró el pánico y la remató.

Archery tembló visiblemente y luego dijo:

– ¿A usted no le parece raro que, si fue Painter quien lo hizo, se comportase de un modo tan transparente?

– Eso suele suceder. Recuerde que estos individuos son bastante estúpidos -dijo Wexford, con una mueca de desprecio. Seguía sin conocer el motivo del interés que Archery mostraba por Painter, pero era evidente que estaba del lado del sujeto-. Muy estúpidos -repitió, con el propósito de herir al pastor en lo más vivo, y fue recompensado con otra mueca de Archery-. Ellos piensan que el jurado se va a creer todo lo que digan, que basta con echarle la culpa a un vagabundo o a un ladrón. Painter era de esos. Nos salió con el cuento del vagabundo -dijo-. ¿Cuándo fue la última vez que vio usted un vagabundo? Seguro que han pasado más de quince años.

– Hablemos del asesinato -dijo Archery quedamente.

– ¡No faltaba más! -Wexford volvió a coger la transcripción y, tras una breve ojeada, localizó la información que necesitaba-. Vamos a ver -empezó-, Painter afirmaba que fue a por el carbón a las seis y media. Él recordó la hora (eran las seis y veinticinco cuando salió de la casa de la cochera) porque su mujer le comentó que faltaban cinco minutos para la hora de acostar a la niña. De todas formas, el tiempo no es excesivamente importante. Sabemos que la anciana fue asesinada entre las seis y veinte y las siete. Painter fue allá, partió algo de leña y se hizo un corte en el dedo. Eso decía él. En efecto, tenía una herida en el dedo; se la hizo deliberadamente.

Archery ignoró este último comentario, y dijo:

– Él y la señora Primero tenían el mismo grupo sanguíneo -dijo.

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