– Pero ella lo visitó en la cárcel, ¿no es cierto?
– Siempre ante la presencia de un funcionario. Vamos a ver, usted parece estar convencido, al igual que los demás relacionados con el asunto. Eso es lo que cuenta. Perdóneme si yo no estoy de acuerdo con usted.
En silencio, Archery sacó una fotografía de su cartera y la dejó encima de la mesa. Wexford la cogió. Probablemente había sido tomada en el jardín de la casa del párroco. En el fondo había un enorme magnolio, un árbol casi tan alto como la casa que ocultaba en parte, que estaba cubierto de flores cerúleas en forma de cáliz. Bajo sus ramas posaban un chico y una chica cogidos del brazo. El muchacho, alto y rubio, estaba sonriendo y no cabía duda de que se trataba del hijo de Archery. A Wexford no le interesaba particularmente.
El rostro de la joven estaba triste. Ella miraba fijamente a la cámara con ojos serenos. El flequillo rubio le cubría la frente y su cabello caía por detrás hasta rozar los hombros de un descolorido blusón, típico de los universitarios, fuertemente ceñido a su cintura, encima de una arrugada falda. Su cintura era diminuta y su busto prominente. Wexford volvió a ver a su madre, pero esta joven llevaba en la mano a un muchacho y no un trapo ensangrentado.
– Muy bonita -dijo secamente-. Espero que haga feliz a su hijo. -Le devolvió la fotografía-. No hay razón para que no sea así.
En los ojos del clérigo apareció una mezcla de emociones: ira, dolor y resentimiento. Wexford le observó con interés.
– No sé qué o a quién creer -dijo Archery con tristeza-, y mientras no salga de dudas, inspector, no daré mi consentimiento para la boda. No; aún más, -sacudió la cabeza con vehemencia-, me opongo totalmente a ella.
– ¿Y la muchacha, la hija de Painter?
– Ella cree en la inocencia (o, mejor dicho, la acepta) de su padre, pero es consciente de que, quizá, haya gente que no comparta su opinión. Al fin y al cabo, no creo que se case con mi hijo mientras mi esposa y yo pensemos así.
– ¿De qué tiene miedo, señor Archery?
– De la genética.
– La genética tiene mucho que ver con el azar.
– ¿Tiene hijos, inspector?
– Tengo dos hijas.
– ¿Están casadas?
– Una de ellas, sí.
– ¿Y quién es su suegro?
Por primera vez, Wexford se sintió superior al clérigo y poseído por una especie de schadenfreude.
– Es arquitecto, además de concejal por el partido conservador.
– Entiendo. -Archery agachó la cabeza-. ¿Y sus nietos construyen castillos con piezas de madera? -Wexford no le contestó. Por el momento, las únicas señales de la existencia de su primer nieto eran las náuseas matutinas de su madre-. Pues yo observaré los míos de muy cerca, esperando verles sentirse atraídos por los objetos afilados.
– Usted acaba de decir que si no aprobaba la boda, ella no se casaría con su hijo.
– Ellos están enamorados. No puedo…
– ¿Quién lo va a saber? Pueden hacer creer que Kershaw es su verdadero padre.
– Lo sabré yo -dijo Archery-. Ahora, cuando la miro, puedo ver a Painter en ella. En vez de su boca y sus ojos, veo los gruesos labios de él y su deseo de sangre. La misma sangre, inspector, que mezclada con la de la señora Primero, regó una vez el suelo, la ropa, las tuberías. Mi nieto la llevará en sus venas. -El pastor pareció darse cuenta de que se había dejado llevar por la pasión porque se calló de repente, se sonrojó, y cerró por un momento los ojos como si lo que acababa de describir le resultase profundamente doloroso.
– ¡Ojalá pudiese ayudarle, señor Archery! -dijo Wexford compasivamente-, pero el caso está cerrado, para siempre. He hecho lo que he podido.
Archery se encogió de hombros y, como si no pudiese contenerse, citó en voz baja:
– «Ante la multitud, tomó agua y se lavó las manos, diciendo, “me lavo las manos de la sangre de este hombre inocente”». -Luego el párroco se levantó apresuradamente, repentinamente contrito-. Le pido disculpas, inspector. Lo que le he contado es francamente terrible. ¿Me permite decirle lo que pienso hacer?
– Soy como Poncio Pilatos -dijo Wexford-. Así que procure mostrarme más respeto en el futuro.
Burden sonrió y dijo:
– ¿Qué quería exactamente, señor?
– En primer lugar, esperaba que le dijese que Painter había sido ejecutado por equivocación, pero no le pude complacer. ¡Demonios!, sería como decir que no sé hacer mi trabajo. Fue mi primer caso de asesinato, Mike y, por suerte, cosa de coser y cantar. Archery va a hacer indagaciones por su cuenta. Después de dieciséis años será infructuoso, pero no hay manera de convencerle. En segundo lugar, él quería mi permiso para buscar a todos los testigos, esperaba que le respaldase por si se presentaban aquí, protestando y pidiendo explicaciones.
– ¿Y lo único que tiene -dijo Burden pensativamente- es la convicción inquebrantable de la señora Painter de que su marido era inocente?
– ¡Eso no tiene nada que ver! Eso son tonterías. Si a usted le ejecutasen, estoy seguro de que Jean les diría a John y a Pat que usted era inocente. ¿Acaso mi mujer no le diría lo mismo a nuestras hijas? Es normal. Painter no confesó en el último momento, usted sabe que las autoridades carcelarias están muy atentas a ese tipo de cosas. No, la señora Painter se lo inventó y acabó por creérselo.
– ¿Archery la conoce?
– No, todavía no, pero pronto la conocerá. Ella y su segundo marido viven en Purley y Archery ha conseguido que le inviten a tomar el té.
– Según usted, ella se lo dijo en Pentecostés. ¿Por qué el pastor ha esperado tanto tiempo? Han pasado por lo menos dos meses.
– Se lo pregunté. Me contestó que, durante las primeras semanas, él y su esposa decidieron dejar que las cosas siguieran su curso. Los dos pensaban que quizá su hijo se aviniese a razones. Pero no fue así. El muchacho logró que su padre se hiciese con una copia de la transcripción del juicio, y que se pusiese en contacto con Griswold. Es hijo único, y, desde luego, muy consentido. Al final, Archery le prometió que comenzaría a hacer indagaciones tan pronto empezasen sus dos semanas de vacaciones.
– ¿Así que volverá?
– Eso dependerá de la señora Painter -dijo Wexford.
… Que criarán y educarán a sus hijos
en la fe de Cristo.
La solemnización del matrimonio
La casa de los Kershaw estaba a unos dos kilómetros del centro de la ciudad, separada de los comercios, la estación, el cine y la iglesia por millares de grandes chalets suburbanos similares. El número 20 de Craig Hill era un vasto edificio de ladrillo rosa, de estilo georgiano. En el jardín crecían plantas anuales, entre el césped no se veía un solo trébol y habían sido cortados todos los cálices secos de los rosales. En el camino asfaltado, un muchacho de unos doce años estaba lavando un Ford blanco.
Archery aparcó su coche junto a la acera. Él, a diferencia de Wexford, no había visto todavía la cochera de Victor’s Piece, pero había leído su descripción y le pareció que la situación de la señora Kershaw había mejorado mucho desde entonces. El sudor empezó a perlar su frente y su labio superior nada más salir del coche. Archery pensó que aquel era un día demasiado caluroso y que él toleraba mal las altas temperaturas.
– ¿Es ésta la casa del señor Kershaw? -preguntó al muchacho.
– Sí. -Se parecía mucho a Tess, pero su cabello era más rubio y su nariz estaba salpicada de pecas-. La puerta principal está abierta. ¿Quiere usted que le avise?
– Me llamo Archery -dijo el clérigo y le tendió la mano.
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