Ruth Rendell - Falsa Identidad

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Un pastor anglicano se pone en contacto con el detective Wexford para investigar un caso resuelto quince años atrás. Arthur Painter, chofer y jardinero de una acaudalada dama, asesinó a su anciana patrona por dinero. Aunque el sacerdote actúa por motivos personales muy lícitos, el inspector jefe no está dispuesto a dar su brazo a torcer y ratifica que condenó al auténtico responsable del homicidio. Pero a medida que el tenaz religioso comunique al policía nuevas pesquisas y hable con distintos testigos, se irá desvelando una oscura trama de intereses económicos que apunta a uno de los miembros de la familia de la víctima como principal beneficiario de su muerte. Al final, Wexford no podrá continuar haciendo oídos sordos a las dudas que se ciernen sobre su primer caso criminal…

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La señora Painter adoptaba la misma postura ante la policía que otras personas tienen ante los insectos o los ratones. Cuando subieron todos al piso superior, ella alternaba las respuestas a sus preguntas con reiterados comentarios sobre la vergüenza que representaba recibir su visita. Era la mujer con los ojos más inexpresivos y más azules que jamás había visto Wexford. En ningún momento, ni siquiera cuando estuvieron a punto de llevarse a su marido, ella dejó entrever un sentimiento de horror o de lástima por él, sólo el temor a lo que podía pensar la gente al saber que la policía había estado interrogando a su esposo.

Quizá la señora Painter no fuese tan obtusa como él había pensado. En algún rincón de aquella respetable mosquita muerta y del trozo de carne con ojos de su marido, tenía que hallarse la fuente de la inteligencia de su hija. «Una joven muy inteligente», había dicho Archery. «¡Santo cielo! -pensó Wexford, al recordar cómo se jactaba de que su hija había aprobado los exámenes del bachillerato-. De todas formas, ¿qué sería eso de “grandes contemporáneos”? ¿Podía ser lo mismo que “modernos” que significaba “idiomas modernos”?» Wexford tenía la vaga idea de que podía ser el nombre, esotérico y deliberadamente enigmático, que se le daba a la filosofía y a la economía política, pero no quería mostrar su ignorancia ante Archery. ¡Filosofía! El inspector estuvo a punto de silbar. ¡La hija de Painter estaba haciendo una tesis; sí, de hecho, a punto de graduarse, en filosofía! Desde luego daba que pensar. Incluso hacía dudar…

– Señor Archery -dijo-, ¿está usted completamente seguro de que se trata de la hija de Herbert Arthur Painter?

– Por supuesto que sí, inspector. Me lo dijo ella misma. -Miró a Wexford con aire casi desafiante. Quizá pensase que el policía se reiría de lo que iba a decir. Es tan buena como hermosa dijo. Wexford permanecía impasible-. En Pentecostés vino a pasar unos días con nosotros. Fue entonces cuando la conocimos; naturalmente, nuestro hijo nos había escrito para anunciárnoslo. Nos causó una grata impresión.

»Inspector, los tiempos han cambiado desde que yo fui a la universidad. Tuve que afrontar la posibilidad de que mi hijo conociese a alguna muchacha en Oxford, y de que quisiese casarse con ella, a una edad en la que yo mismo, mucho antes de ordenarme, me seguía considerando un muchacho. He visto cómo algunos hijos de mis amigos se casaban a los veintiún años y estaba dispuesto a intentar ayudarle, darle algo con que empezar su nueva vida. Sólo esperaba que la muchacha que eligiese fuese una persona de nuestro agrado, en la que pudiéramos confiar.

»La señorita Kershaw (la llamaré así si no le importa) es el tipo de mujer que yo habría elegido para mi hijo: bella, elegante, bien educada, sociable. Verá, ella hace lo posible para disimular su atractivo, con esa ropa que llevan todos los jóvenes de hoy; el cabello alborotado, pantalones y un enorme abrigo negro de paño; ya sabe usted cómo son los muchachos. Todos se visten igual. Sin embargo, ella no puede ocultar su belleza.

»Mi mujer es un tanto impulsiva. Theresa no llevaba con nosotros más de veinticuatro horas cuando mi esposa empezó a bromear acerca de la boda. No entendí por qué los dos jóvenes se mostraban tan recelosos respecto a ese asunto. En sus cartas, Charles no cesaba de alabar a su novia y era evidente que los dos estaban muy enamorados. Entonces Theresa nos lo contó todo, sin rodeos. Dijo (recuerdo perfectamente sus palabras): “Creo que hay algo que debe saber sobre mí, señora Archery. Mi padre se llamaba Painter y le ahorcaron por asesinar a una anciana.”

»Al principio, mi mujer no se lo creía, pensaba que era una broma, pero Charles dijo: “Es cierto, pero no importa. Las personas valen por lo que son, no por lo que hicieron sus padres.” En ese momento, Theresa (nosotros la llamamos Tess) añadió: “Importaría si lo hubiese hecho, pero no lo hizo. Les he contado por qué le ahorcaron. No quería decir que él lo hubiese hecho.” Luego se echó a llorar.

– ¿Por qué se hace llamar Kershaw?

– Es el apellido de su padrastro. Debe de ser un gran hombre. Por lo visto es técnico en electrónica, pero…

«A mí no tienes que convencerme», pensó Wexford irritado.

– … pero tiene que ser una persona muy inteligente, perspicaz y benévola. Los Kershaw tienen dos hijos, pero, por lo que he podido deducir, el señor Kershaw profesa a Tess el mismo afecto que a sus propios hijos. Ella afirma que gracias a su amor ha podido sobrellevar, bueno, lo que sólo puede calificar como el estigma del crimen de su padre, desde que se enteró, a los doce años. Kershaw seguía sus progresos en el colegio y la alentó para realizar su ambición de obtener una beca del condado.

– Usted ha hablado del «estigma del crimen de su padre». ¿No acaba de decir que ella piensa que era inocente?

– Mi querido inspector, ella sabe que él era inocente.

Señor Archery -dijo Wexford lentamente-, estoy seguro de que no tengo que recordarle a un hombre como usted que cuando decimos que alguien sabe algo, significa que ese algo es un hecho, más allá de toda duda. Eso significa también que la mayoría de las personas lo saben. En otras palabras, es historia, está escrito en los anales, es del dominio público. -El inspector hizo una pausa-. Pues yo, los jueces, los de los archivos nacionales y los que su hijo alude como la clase dirigente sabemos, sin lugar a dudas, que Painter mató a la señora Rose Primero.

– Se lo dijo su madre -dijo Archery-. Le dijo que, con plena seguridad, su padre no asesinó a la señora Primero.

Wexford se encogió de hombros y sonrió, luego dijo:

– La gente cree lo que le interesa creer. Su madre sólo quería lo mejor para ella. Yo, en su lugar, seguramente le habría dicho lo mismo.

– No estoy de acuerdo -dijo Archery con testarudez-. Según Tess, su madre es una mujer totalmente objetiva, nunca habla de Painter, y tampoco permite que se hable de él; se limita a repetir sin perder el aplomo: «Tu padre nunca mató a nadie», y, aparte de eso, se niega a decir una palabra más.

– Porque no puede decir nada más. Verá, señor, creo que usted tiene una visión excesivamente romántica del asunto. Usted pinta a los Painter como un matrimonio unido, como alegres campesinos que viven su amor en su casita de campo. Nada más lejos de la realidad. Créame, Painter no representó ninguna pérdida para ella. Estoy seguro de que la pegaba cuando le venía en gana. A sus ojos, ella sólo era su mujer, alguien que le preparaba la comida y le lavaba la ropa y, bueno -añadió sin ambages-: Alguien con quien acostarse.

– Todo eso me parece insustancial -replicó Archery con firmeza.

– ¿De veras? Se imagina que él le hizo algún tipo de declaración de inocencia a ella, la única persona que amaba, y a la que no podía mentir. Perdóneme, pero eso son bobadas. Salvo los escasos minutos en que volvió a la cochera para lavarse las manos (y esconder el dinero) no estuvo a solas con ella. Y no pudo decírselo entonces. Se suponía que todavía no sabía nada de lo ocurrido. Podía haberle dicho que lo hizo, pero no que no lo hizo.

»Luego llegamos nosotros, encontramos rastros de sangre en el fregadero y manchas imperceptibles de ella en la pared de la cocina, en el lugar en que Painter se había quitado el jersey. Tan pronto como éste regresó, se quitó la venda de la mano para enseñarnos la herida y se la dio a su mujer. Pero no habló con ella, ni siquiera le pidió que le apoyase. Sólo en una ocasión Painter se refirió a ella…

– ¿Sí?

– Encontramos el bolso con el dinero bajo el colchón de su cama de matrimonio. ¿Por qué Painter no le dijo a su mujer que le habían dado ese dinero por la mañana? Está aquí, búsquelo en su copia de la transcripción. «Sabía que mi mujer querría gastárselo todo. Siempre estaba refunfuñando para que comprara cosas para la casa». Eso fue todo lo que dijo, y ni siquiera la miró. Cuando lo detuvimos bajo la acusación de asesinato, él declaró: «De acuerdo, pero están cometiendo un gran error. Fue un vagabundo el que lo hizo». Luego bajó las escaleras con nosotros. No dio un beso a su mujer, ni pidió que le dejáramos despedirse de su hija.

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