– ¿Qué quieres decir exactamente?
– Sólo que… bueno, fue absurdo pensar que tú y yo podíamos casarnos.
– ¿Tú y yo? ¿Qué me dices de los demás que vendrán a cortejarte? ¿Acaso pretendes hacerles pasar por el mismo melodrama o cuando llegues a los treinta y se te echen los años encima, cambiarás de parecer?
Ella hizo una mueca. A Archery le pareció que Charles había olvidado que no estaban solos. A empujones, su hijo metió a Tess en el asiento trasero y cerró la puerta de un portazo.
– Sólo por curiosidad -continuó Charles, con amargo sarcasmo-, me gustaría saber si has hecho voto de castidad perpetuo. ¡Dios mío!, esto parece un artículo del Sunday Planet: «¡Condenada a la soltería por el crimen de su padre!» A ver si me puedes aclarar una cosa, puesto que se supone que estoy muy por encima de ti en el plano moral, me gustaría saber cuáles son las cualidades que debe poseer el afortunado. ¿Serías tan amable de enumerarme los requisitos?
Tess siempre se había sentido fortalecida por la fe de su madre en la inocencia de su padre, pero los Archery con sus dudas habían acabado con esa fe; no obstante, la llama de la esperanza había seguido ardiendo, hasta que Wexford la había apagado para siempre. Ella miró fijamente a Kershaw, el hombre que le había enseñado a enfrentarse con la realidad. Archery no se sorprendió cuando dijo histéricamente:
– Supongo que tendría que tener un padre asesino. -Tomó aliento, porque estaba admitiéndolo por primera vez-. ¡Como yo!
Charles dio un golpecito en la espalda de su padre y preguntó provocativo:
– ¿Por qué no te cargas a alguien, por favor?
– ¡Cállate! -dijo Kershaw-. Déjalo, Charlie, ¿quieres?
Archery le tocó el brazo, y dijo:
– Voy a bajar, si no os importa. Necesito un poco de aire.
– Yo, también -dijo Tess-. No aguanto más encerrada aquí dentro y tengo un espantoso dolor de cabeza. Necesito una aspirina.
– No puedo aparcar aquí.
– Volveremos andando al hotel, papá. Si no salgo de aquí me voy a desmayar, -dijo Tess.
Los tres se apearon. Charles con el semblante sombrío. Tess se tambaleó un poco y Archery la sujetó con su brazo. Varios transeúntes les observaron curiosos.
– Dijiste que querías aspirinas -dijo Charles.
La farmacia más cercana estaba a sólo unos metros, pero Tess, que iba vestida con ropa ligera, empezó a tiritar. El aire era denso y húmedo. Archery advirtió que los comerciantes habían recogido sus toldos.
Charles pareció a punto de reanudar la discusión, pero ella le miró suplicante:
– No hablemos más del asunto. Ya no tenemos nada más que decirnos. Con un poco de suerte, no nos volveremos a ver hasta octubre e incluso entonces podemos evitar encontrarnos…
Él frunció el ceño en silencio e hizo un gesto de rechazo. Archery abrió la puerta y Tess entró en el establecimiento.
En el interior, sólo estaban la ayudante y Elizabeth Crilling, que al parecer, no estaba comprando, sino que sólo se limitaba a charlar mientras esperaba. Era media tarde de un día laborable y, sin embargo, la muchacha estaba de compras. ¿Qué habría pasado con su trabajo en el establecimiento de ropa para «señoras»? Archery se preguntó si lo reconocería y cómo podía evitar que eso ocurriese, porque no quería tener que presentarle a Tess. Se estremeció ante la idea de lo que estaba sucediendo en aquella tienda de un pueblo provinciano: el encuentro, después de dieciséis años, entre la hija de Painter y la muchacha que había descubierto el crimen que éste cometió.
Se quedó junto a la puerta mientras Tess se acercaba al mostrador. Las dos estaban tan cerca que casi se tocaban. Entonces, Tess se inclinó por delante de Liz Crilling para coger un frasco de aspirinas y al hacerlo rozó la manga de su blusa.
– Disculpe.
– No se preocupe.
Archery observó que Tess no tenía más que un billete de diez chelines. En ese momento, su inquietud y su temor a que Tess reconociese a la muchacha que estaba a su lado eran tan abrumadores que estuvo a punto de gritar: «¡Da igual. Déjalo! ¡Por el amor de Dios, salgamos de aquí y ocultémonos!».
– ¿No tiene nada más pequeño?
– Me temo que no.
– Espere un momento, iré a ver si tenemos cambio.
Las dos jóvenes permanecían una junto a la otra, en silencio. Tess miraba fijamente al frente, pero Liz Crilling jugueteaba nerviosamente con dos frascos de perfume que había en un estante de cristal, moviéndolos como si fuesen piezas de ajedrez.
El farmacéutico, vestido con una bata blanca, salió de la parte trasera.
– ¿Está aquí la señorita Crilling esperando una receta? -preguntó.
Tess se volvió y su rostro se ruborizó.
– Ésta es una receta múltiple, pero temo que ya no es válida…
– ¿Qué quiere decir con que ya no es válida?
– Quiero decir que sólo se puede utilizar seis veces. No puedo darle más pastillas si no trae una receta nueva. Si su madre…
– La vieja foca -dijo Liz Crilling lentamente.
La repentina expresividad del rostro de Tess se desvaneció como si alguien le hubiese abofeteado. Sin abrir su monedero, metió el cambio en su bolso y salió apresuradamente de la farmacia.
La vieja foca. Todo es culpa suya, todo lo malo que te ha ocurrido en la vida es por su culpa, empezando por el precioso vestido rosa.
Durante todo el día de aquel lluvioso domingo, estuvo sentada ante la máquina de coser, haciendo tu vestido. Cuando estuvo listo, mamá te lo puso y te peinó con una cinta en el pelo.
– Voy a salir un momento, quiero que la abuela Rose te vea con tu vestido nuevo -dijo mamá y entonces salió, pero cuando regresó estaba enfadada porque la abuela Rose estaba durmiendo y no la había oído cuando había llamado por la ventana.
– Espera media hora -dijo papá-, quizá para entonces esté despierta. -Él estaba medio dormido también, tumbado en la cama, pálido y flaco, con la cabeza apoyada en las almohadas. Así que mamá subió a su cuarto para darle la medicina y leerle algo, porque estaba demasiado débil para sostener un libro.
– Quédate en el salón, nena, y ten cuidado de no ensuciarte el vestido.
La obedeciste, sin embargo, te echaste a llorar. Por supuesto no era por no ir a ver a la abuela Rose, sino porque sabías que mientras mamá y ella hablaban, tú podrías haberte escabullido hasta el pasillo y luego llegar al jardín para enseñar a Tessie tu vestido, ahora que estaba recién estrenado.
Bueno, ¿y por qué no? ¿Por qué no ponerte un abrigo y cruzar corriendo la carretera? Pero tendrías que darte prisa, porque Tess se iba a la cama a las seis y media. La tía Rene era muy estricta en eso.
«Son pobres, pero decentes», decía mamá, aunque no sabías lo que significaba. Pero sabías que tía Rene no te permitiría despertarla aunque te dejase entrar en su habitación.
Pero ¿por qué demonios habías ido? ¿Por qué? Elizabeth Crilling salió de la farmacia y anduvo a ciegas hacia la esquina de Glebe Road, tropezando con los transeúntes. Quedaba mucho camino y tendría que pasar por delante de las detestables casitas arenosas que, bajo la luz espectral, parecían tumbas del desierto, y todavía estaba muy lejos… Y cuando llegase al final sólo le quedaba una cosa por hacer.
Es legítimo que los cristianos…
lleven armas y combatan en la
guerra.
Los treinta y nueve artículos
Cuando regresaron al Olive and Dove, Archery encontró en la mesa del vestíbulo una carta con matasellos de Kendal. La miró sin comprender, y luego recordó. Era del coronel Plashet, el antiguo comandante de Painter.
– Y ahora ¿qué? le preguntó a Charles, después de que Tess subiese a su habitación a descansar.
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