Ruth Rendell - Falsa Identidad

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Un pastor anglicano se pone en contacto con el detective Wexford para investigar un caso resuelto quince años atrás. Arthur Painter, chofer y jardinero de una acaudalada dama, asesinó a su anciana patrona por dinero. Aunque el sacerdote actúa por motivos personales muy lícitos, el inspector jefe no está dispuesto a dar su brazo a torcer y ratifica que condenó al auténtico responsable del homicidio. Pero a medida que el tenaz religioso comunique al policía nuevas pesquisas y hable con distintos testigos, se irá desvelando una oscura trama de intereses económicos que apunta a uno de los miembros de la familia de la víctima como principal beneficiario de su muerte. Al final, Wexford no podrá continuar haciendo oídos sordos a las dudas que se ciernen sobre su primer caso criminal…

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– ¿Le reconoces? Te necesitaré como testigo, Imogen.

Charles le miró ferozmente.

– ¿Cómo dice?

– ¡Charles! -intervino Archery con aspereza.

– ¿Niega usted que entró en mi casa sirviéndose de una falsa identidad?

– Roger, Roger… -Ella seguía sonriendo, pero su sonrisa se había vuelto forzada-. ¿No recuerdas que nos encontramos con el señor Archery en el baile? Éste es su hijo. Es periodista, pero utiliza un seudónimo, eso es todo. Están de vacaciones.

– Lo siento, señor Primero, pero eso no es del todo cierto -dijo Charles con firmeza. Ella parpadeó, batiendo sus pestañas como si fueran alas, y miró a Archery con sus ojos dulces-. Mi padre y yo vinimos aquí con el expreso propósito de reunir cierta información y ya la hemos conseguido. Para poder hacerlo, tuvimos que ganarnos su confianza. Quizá hayamos sido poco escrupulosos, pero pensábamos que nuestro fin justificaba los medios.

– Temo que no le comprendo. -Imogen mantenía la mirada puesta en Archery, quien a su vez era incapaz de apartar la suya de ella. Sabía que su rostro reflejaba a un tiempo una súplica de perdón, una disculpa por las palabras de Charles y la agonía de su amor. Sin embargo, ella probablemente no vería más que culpa-. No entiendo nada. ¿Qué información?

– Se lo diré… -empezó Charles, pero Primero le interrumpió:

– Puesto que es usted tan franco, no creo que tenga inconveniente en acompañarme ahora mismo a la comisaría para presentar su «información» al inspector jefe Wexford.

– En absoluto -dijo Charles con una voz cansina-, pero da la casualidad de que es la hora de comer y, además, ya tengo una cita con el inspector a las dos en punto. Pienso decirle, señor Primero, en qué momento más oportuno para usted murió su abuela, cómo (¡de manera totalmente legal, tengo que admitirlo!) consiguió dejar sin herencia a sus hermanas y cómo logró ocultarse en Victor’s Piece cierta tarde de diciembre, hace dieciséis años.

– ¡Está usted loco! -gritó Primero.

Archery recuperó la voz:

– Basta ya. Charles.

Oyó la voz de Imogen, un tenue sonido incorpóreo:

– ¡No es cierto! -Y luego, terriblemente asustada-. Es mentira.

– ¡No voy a discutir aquí en la calle con este impostor!

– Por supuesto que es cierto.

– Fue totalmente legal. -Primero se desmoronó. De pie bajo el sol del medio día, todos tenían calor, pero sólo el rostro de Roger Primero sudaba y las gotas resbalaban por su tez cetrina-. Fue una cuestión de derecho -bramó-. De todas formas, ¿qué tiene usted que ver en todo eso? ¿Quién es usted?

Sin apartar los ojos de Archery, ella cogió a su marido del brazo. La alegría había desaparecido de su semblante y pareció envejecida, una rubia marchita escondida en su traje negro. Al perder su belleza, de pronto parecía ponerse, por primera vez, a la altura de Archery, no obstante, nunca había estado tan lejos de él. Le temblaban los labios y habían aparecido unas pequeñas arrugas en las comisuras de su boca.

– Volvamos a casa, Roger -dijo-. Espero que en el transcurso de su investigación haya podido combinar los negocios con el placer, señor Archery.

Cuando se marcharon. Charles dejó escapar un bufido.

– Tengo que confesar que me he divertido bastante. Supongo que por placer se refería a la comida que me ofrecieron. A todas las esposas de los magnates les encanta sepultar los huevos con caviar. No obstante, ha sido un duro golpe para ella. No pongas esa cara de consternación, papá. Ese horror a las escenas es muy típico de la clase media.

13

Trato con lo que es legítimo y

justo… y aborrezco toda práctica

falsa.

Salmo 119, asignado para el vigésimo sexto día

– Decretos y proyectos de ley, 1950. - Wexford cogió el libro y leyó el título en voz alta-. ¿Es un libro blanco? -Archery tuvo que confesar un tanto avergonzado que no lo sabía-. ¿Contiene algo que le gustaría que viera?

Charles buscó la página.

– Aquí está -dijo. Wexford empezó a leer. El silencio era tenso, casi exasperante. Archery miró subrepticiamente a los demás: Charles estaba impaciente, Kershaw intentaba mantener un aire despreocupado, pero su mirada viva y nerviosa traicionaba su inquietud, y Tess parecía confiada y serena. ¿Era en su madre en la que confiaba tanto o en Charles? Este último había perdido gran parte de su aplomo al entrar en el despacho cinco minutos antes, cuando había tenido que presentar a Tess al inspector jefe.

– Quiero presentarle a la señorita Kershaw -había dicho-, mi… la chica con la que voy a casarme. Yo…

– Ah, sí. -Wexford había sido muy cortés-. Buenas tardes, señorita Kershaw, señor Kershaw. Siéntense, por favor. Me temo que el buen tiempo no va a durar mucho.

En efecto, el brillante cielo azul, tan poco habitual en Inglaterra, había cambiado. Justo después del almuerzo, apareció una nube diminuta, no más grande que la mano de un hombre, y a ésta le siguieron otras, empujadas por un viento repentino. Ahora, mientras Wexford leía con expresión ceñuda, Archery contempló la densa masa gris de cúmulos a través de la ventana, cuya persiana amarilla estaba alzada.

– Muy interesante -dijo Wexford-, no lo sabía. Desconocía que las hermanas Primero fuesen adoptadas. Muy conveniente para Primero.

– ¿Conveniente? -dijo Charles. Archery suspiró para sus adentros. Podía predecir cuándo su hijo iba a mostrarse grosero o, como él decía, «directo»-. ¿Es todo lo que se le ocurre?

– No -dijo Wexford. Pocas personas tienen la suficiente moderación y seguridad en sí mismas como para decir «sí» o «no» sin reservas. Wexford era corpulento, pesado y feo, su traje había conocido tiempos mejores, demasiados días de lluvia y de calor y polvo, pero irradiaba fortaleza. Mirando a Charles, continuó-: Antes de ir más lejos con este tema, señor Archery, me gustaría decirle que el señor Primero ha presentado una demanda contra usted.

– ¡Oh, eso!

– Sí, eso. Hace unos días, me enteré de que su padre había conocido a los Primero. Quizá no fuese mala idea y estoy seguro de que fue muy agradable servirse para ello de la señora Primero. -Archery se percató de la repentina palidez de su rostro. Sentía náuseas-. Y, para ser justo con él, por lo que a mí se refiere, tenía autorización para ponerse en contacto con las personas relacionadas con el caso Primero. -Echó una mirada a Tess, que no reaccionó-. «Hable con ellas -le dije-, pero no se meta en problemas.» Su pequeña aventura del viernes es, a mi parecer, meterse en problemas y ¡no pienso consentirlo!

Con resentimiento. Charles dijo:

– De acuerdo, lo siento. -Archery se dio cuenta de que su hijo tenía que justificarse ante Tess-. Pero no va a decirme que sus agentes no inventan ocasionalmente algún pretexto para conseguir información.

– Mis agentes -repuso Wexford- pertenecen a las fuerzas del orden. -Con grandilocuencia, añadió-: Son la ley. -Su mirada severa se ablandó-. Ahora que ya les he soltado el sermón, más vale que me cuenten lo que usted y su padre han descubierto.

Charles se lo explicó. El inspector jefe escuchó pacientemente, pero mientras las pruebas contra Primero se amontonaban, el rostro de Wexford, en vez de mostrar sorpresa, permanecía extrañamente impasible. Sus pesados rasgos adoptaron una expresión animal, como los de un toro viejo.

– Me dirá que Primero tenía una coartada, por supuesto -dijo Charles-. Y supongo que sus agentes la comprobaron y que después de tantos años será difícil echarla abajo, pero…

– No se comprobó su coartada -dijo Wexford.

– ¿Cómo ha dicho?

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