Manuel Fernández y González - La alhambra; leyendas árabes
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– Yo he visto á la sultana buscar una rosa blanca.
– ¡Ah!
– Yo la he escuchado decir…
– ¡Oh! ¿qué has escuchado?..
– ¡Mi rosa blanca! ¡la rosa de mis entrañas!
– ¿Y no has escuchado mas?
– ¿Y á qué puede llamar una muger la flor de sus entrañas, sino á su hija? esclamó cubriéndose de un vivísimo rubor Bekralbayda.
– Sí, sí, te has engañado, dijo el rey Nazar reprimiéndose, volviendo á la tranquila y benévola espresion de su semblante, y sentándose de nuevo en el divan: ¡la rosa blanca! esa es una manía de la sultana.
– ¡Infeliz! murmuró Bekralbayda.
– La locura de la sultana Wadah me obliga á tomar otra esposa, te dije: puesto que quieres ser sultana, lo serás.
– ¡Yo mentia! repitió Bekralbayda.
– Luego, continuó el rey, añadiste: no me basta ser sultana: yo quiero que me dés un alcázar tan hermoso como no le hayan visto ojos humanos: cuando me dés ese alcázar seré tuya.
– ¡Ah! ¡no! ¡no!
– Yo he mandado fabricar este alcázar, una de cuyas pequeñísimas partes es la que ocupamos…
– ¡Pues bien! acaba ese alcázar, señor… y entonces…
– Este alcázar, que será la maravilla de las gentes, no puedo terminarlo yo, ni lo verá terminado mi hijo ni mi nieto; si para cuando esté terminado este alcázar has de darme tus amores… seria preciso que Dios parase para nosotros solos el tiempo y que le apresurase para los demás.
– Pero lo que yo te he prometido no me obliga hasta que hayas cumplido tu promesa: hasta que hayas terminado el Palacio-de-Rubíes: si para entonces hemos muerto, la culpa no es mia.
– ¡Cuán mal parece la mentira en boca tan hermosa! dijo el rey Nazar.
Ruborizóse Bekralbayda.
– ¡Ah señor! si yo miento, esclamó arrojándose á sus pies, es porque la mentira es la única arma que tengo para defenderme de tí.
El rey Nazar la levantó dulcemente y la sentó junto á sí.
– ¿Piensas, la dijo, que si yo quisiera te podrias defender de mí?
– El generoso, el grande, el vencedor, el magnífico Nazar, no puede ni debe amar á una desdichada que no puede amarle.
– Y… ¿por qué no puedes amarme?
– ¡Porque amo á otro! esclamó con desesperacion Bekralbayda, ¡porque mi alma está en la suya! ¡porque llevo en mis entrañas la flor de mis amores!
Y Bekralbayda se cubrió el rostro con las manos y rompió á llorar.
El rey Nazar sintió que sus ojos se arrasaban: se dominó, apartó las manos de la jóven de su rostro, y no pudiendo contenerse, inflamado de un amor inmenso, no á la muger, sino á la madre de su nieto, la atrajo á sí y la estrechó entre sus brazos esclamando conmovido:
– ¡Ah! ¡hija mia! ¡hija de mi alma!
Y luego, como pesaroso de haberse dejado arrastrar de su corazon, separó de sí á Bekralbayda, compuso su semblante, recobró su impasibilidad, aunque aparente, y dijo:
– ¿Amas á un hombre y eres madre?
– Tú me has llamado hija, señor; esclamó con ansiedad Bekralbayda.
– ¡Yo! ¡que yo te he llamado hija! ¡no sabes que te quiero para esposa!
– ¡Y serias tú, poderoso sultan de los creyentes, esposo de una muger que ama á otro hombre, que ha sido suya, y que es madre!
– Yo te amo sobre todas las cosas: no importa que ames, si morando en mi alcázar no vuelves á ver al hombre á quien amas, no importa que seas madre… porque todos creerán que ese hijo es mio: eres mi esclava.
– ¡Me matarás! ¡puedes matarme! ¡pero no puedes hacer que yo olvide mi amor, que yo le ofenda! ¡no! ¡no! esclamó Bekralbayda desesperada.
– Escucha, dijo el rey: te cubriré de oro y perlas: te daré esclavas á millares: te rodearé de cuanta grandeza puede disponer un rey tan poderoso como yo.
– ¡No! esclamó con energía Bekralbayda.
– No volverás á ver á ese hombre.
– Pero le guardaré su amor, mi pureza dentro de mi alma como en un santuario.
– Yo buscaré á ese hombre y le mataré.
– El querrá morir mejor que verme en tus brazos.
– Cuando nazca tu hijo te lo quitaré.
– Me volveré loca como la sultana Wadah, y llamaré en mi delirio á la flor de mis amores, pero no seré tuya.
El rey Nazar se estremeció.
– ¿Y si yo matase á tu hijo?
– Por la vida de mi hijo no mataré á su padre.
– ¿Pero estás segura de que ese hombre merece tu amor?
– ¡Oh! yo soy para él la luz, la alegría, la vida.
– ¿Y si por acaso no pudiera ser tu esposo?
– Seria su esclava.
– ¿Quién es ese hombre á quien tanto amas? esclamó afectando un furor que no sentia el rey Nazar, como no ignoraba que el hombre á quien amaba Bekralbayda, era su hijo el príncipe Mohammet.
– El hombre á quien amo… es un mancebo humilde… pobre… pero yo le amo así… y no le cambiaria por todos los sultanes de la tierra…
– ¿Qué, amas así á?..
El rey Nazar se detuvo; iba á decir, ¡á mi hijo!
– Quítame, señor, dijo la jóven, estas galas de sultana, estas alhajas; no me dés para vivir este rico alcázar; no me saques de la condicion de esclava: déjame sola, pobre con mi amor, y te bendeciré.
– Tú serás sultana, dijo el rey Nazar.
– ¡Ah señor! ¡ten compasion de mí!
– Tú serás sultana, repitió el rey Nazar y salió.
Bekralbayda quedó anonadada.
En tanto el rey murmuraba saliendo:
– Es digna de mi hijo: digna de la corona de Granada: sultana será y sultan mi hijo… ¡pero esa hija perdida de Wadah!.. ¡ese misterio! ¡si Allah me ayuda, ese misterio ha de aclararse ante mis ojos!.. y si fuera… ¡ah! ¡si fuera ella!.. ¡si Bekralbayda fuera esa hija!
El rey Nazar se perdió poco despues entre los trabajadores del alcázar.
II
LA MEJOR NOCHE DEL REY NAZAR
El rey se encaminó á la tienda que desde que principiaron las obras se habia levantado para él en la Colina Roja.
Entró en ella, arrojóse en un divan, y quedó profundamente pensativo.
– Desde el momento en que descubrí, murmuraba, que mi hijo era el amante de Bekralbayda, el horror que me inspiró el solo pensamiento de robar á mi hijo su amante, me curó de todo punto del amor que tenia hácia ella. Es verdad que la he enamorado, que he pretendido probar si es digna de ser sultana de Granada… y ha respondido á la prueba: ahora la amo como si fuera mi hija; y despues que he sabido que es madre… ¡oh! el amor de otro nuevo hijo de mi sangre… de un descendiente de mi raza, que será como ella hermoso, y valiente y gallardo como él, porque será un príncipe, Dios me favorece: pero esa revelacion de Bekralbayda… ¡lo que ha vuelto loca á la sultana Wadah, es la pérdida de una hija!.. una muger vé mejor que un hombre en el alma de otra muger: ella no se engaña: yo recuerdo… el dia en que desapareció de mi lado Leila-Radhyah, se encontraron en sus habitaciones manchas de sangre: aquel mismo dia desapareció uno de mis esclavos y Wadah se volvió de repente loca: desde entonces han pasado diez y siete años… la edad de Bekralbayda… Yshac-el-Rumi es un hombre misterioso. De una manera misteriosa me ha entregado á Bekralbayda… ese hombre á quien he hecho seguir, ha sido visto alguna vez en los cármenes del Darro acompañado de una muger… ¡oh! ¡esta misma noche! sí… sí… ¡esta misma noche!
El rey esperó con impaciencia á que el sol traspusiese: se fué como de costumbre á su palacio de la torre del Gallo de viento, y exhaló un suspiro cuando vió el reflejo de la luz en las ventanas de la torre donde continuaba preso el príncipe Mohammet.
Luego entró en su cámara, comió como de costumbre, se quitó la corona y las vestiduras reales, púsose unos vestidos cortos y sencillos, se rebozó en un albornoz, y salió de su palacio por una puerta escusada y solo.
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