Manuel Fernández y González - La alhambra; leyendas árabes

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Al llegar á Dar-al-Huet 38 38 Casa del rio; hoy casa Gallinas. , encontraron los que le acompañaban escuadronados sobre una loma los treinta mil cautivos custodiados por seis mil esclavos negros de la guardia del rey Nazar.

A una señal del rey la guardia y los cautivos siguieron tras de la córte, y caminaron hasta que llegaron á unos altísimos barrancos, sobre los cuales brillaba el sol en cortados mármoles de mil colores distintos: aquellas eran las ricas canteras de la sierra, las canteras del rey Nazar: una maravilla de la mano de Dios.

Aquellos lugares, famosos hoy por sus mármoles, se llaman el barranco de San Juan.

Muchos de los que iban con el rey no habian visto aquel prodigio, y les maravilló su hermosura. Pero lo que mas les maravilló, fué ver en el fondo del barranco una interminable sucesion de filas de morteros de granito negro con su maza.

Los canteros, los menestrales, orgullosos con su gigantesca obra, salian á recibir al rey Nazar tocando sus dulzainas y atabalejos, como celebrando una gran fiesta.

– ¿Están los treinta mil? preguntó con anhelo el rey.

– Sí señor, contestó el que hacia de cabeza de los mecánicos: sin faltar ni sobrar uno.

El rey mandó que cada cautivo tomase sobre sus hombros un mortero, y se notó que solo quedaba un mortero, cuando llegó el último cautivo.

Cuando al dia siguiente entró el rey en Granada con aquella estraña procesion, todos se confirmaron en que habia perdido el juicio.

– ¿A no ser, decian algunos, que quiera moler á todos sus vasallos?

Pero cuando los curiosos vieron algunos dias despues que á lo largo del rio Darro, desde Granada hasta su nacimiento, se estendian los treinta mil cautivos machacando arenas sacadas del rio hasta reducirlas á polvo; cuando vieron que lavadas aquellas arenas dejaban en el fondo de los morteros partículas de oro; cuando supieron que el oro obtenido por este medio por cada esclavo, ascendia al valor de mas de una dobla, entonces el desprecio se trocó en admiracion, y todos, chicos y grandes, esclamaron:

– ¡El rey Nazar es un sabio!

XIX

EL SURCO DEL REY NAZAR

Y tenian razon.

El rey Nazar habia podido muy bien, para proporcionarse tesoros, oprimir á sus vasallos con impuestos; pero el rey Nazar sabia muy bien que los pueblos oprimidos suelen acabar por hacer pedazos á la mano que los oprime.

El rey Nazar sabia esto porque habia estudiado la historia de los tiempos y conocido las catástrofes causadas por los tiranos.

Además de esto, el rey Nazar queria ser amado por sus súbditos, y un rey para ser amado, necesita ser el padre de su pueblo, no su verdugo.

Habia preferido, pues, arrancar sus tesoros á la tierra de promision de que era rey.

Leyendo en una ocasion un antiguo libro romano, habia encontrado la manera de sacar el oro y la plata de las arenas de los rios.

El Darro era abundantísimo de oro, y el rey recurrió á él.

Hubiera podido tambien, estremando la tiranía, haber obligado á sus vasallos á aquel áspero trabajo de machacar arena durísima.

El rey prefirió que aquel rudísimo trabajo cayese sobre cautivos tomados en la tierra de sus enemigos.

Así es, que ningun sacrificio costaban los tesoros del rey Nazar á los naturales del reino de Granada.

Era, pues, un rey bueno y sabio.

Es verdad que las correrías de sus caballeros sobre las fronteras de los reyes con quien tenia ajustadas paces, produjeron algunas enérgicas embajadas; pero el rey Nazar contestó que no estaba en su mano el evitar aquellos sucesos, que en otras ocasiones los cristianos fronterizos hacian lo mismo con los moros, y despues de muchas idas y venidas no se volvió á hablar mas del asunto; los tratados de paz continuaron en su fuerza y vigor, y los cautivos machacando arena en las márgenes del Darro.

El rey Nazar era un gran rey.

Pero se preguntaban los que diariamente iban á ver trabajar á los cautivos:

– ¿En qué empleará el rey Nazar tanto oro?

Porque todos sabian que el rey no era avaro, ni queria sus riquezas mas que para invertirlas de una manera útil y beneficiosa á su reino.

Habian pasado dos meses desde el dia en que los cautivos habian empezado á estraer oro de las arenas.

Los canteros, que por la labranza de los treinta mil morteros, habian obtenido el derecho esclusivo durante dos años á los mármoles de las canteras de la sierra, habian recibido del rey la órden de cortar grandes trozos á propósito para columnas, pavimentos y otras piezas de fábrica.

Aquel mármol habia sido pagado á gran precio por el oro del Darro acuñado en la Casa de la moneda.

– ¿Qué obra irá á hacer el rey Al-Hhamar? se preguntaban los curiosos.

Al-Hhamar entre tanto hacia frecuentes escursiones con Yshac-el-Rumi á la Colina Roja.

La recorria en toda su estension, subia el repecho del monte, se estendia hasta el Cerro del Sol, bajaba hasta la Colina de Al-Bahul, y observaba todos los diferentes puntos de vista que se ofrecian desde estas alturas.

Al fin, un dia, se vió salir de la casa del Gallo de viento á Al-Hhamar seguido de su córte. Pero lo que mas se estrañó fué que entre la córte iban dos hermosos bueyes ayuntados, cubiertos de paramentos de seda y oro, y de penachos y campanillas de plata, y arrastrando un arado.

Cuando llegaron á la Colina Roja, el rey descabalgó y descabalgaron todos; el walí que guiaba la yunta la llevó por órden del rey á la parte estrema occidental de la colina; entonces el rey volvió sobre la tierra la corva punta del arado, y apoyándose fuertemente en la mancera, dijo clavando el hierro en la colina:

– ¡Aquí será mi alcazaba!

Y los bueyes siguieron adelante guiados por el walí; y el rey tras ellos afirmado en la mancera y abriendo un profundo surco.

Asomaba el sol por cima de la Sierra Nevada, cuando la yunta empezó á andar en direccion de occidente á oriente.

El walí seguia guiando la yunta.

El rey se apoyaba en la mancera, y levantaba pedazos de tierra, acaso jamás tocada por el arado.

Detrás seguia la córte admirada.

Al llegar á la parte media de la Colina Roja, frente por frente del alto y distante monte de Aynadamar, el rey se detuvo y esclamó:

– ¡Aquí se levantará mi trono de justicia!

Y luego siguió adelante.

– El rey Nazar vá á construir un alcázar, dijeron entre sí los cortesanos. ¿Pero por qué no lo construye allá arriba en lo alto del cerro?

La yunta siguió, y al llegar á un barranco torció á diestra mano, siguió la configuracion de la Colina hácia oriente, siguió torciendo á diestra mano, y al llegar á la parte media oriental de la Colina, se detuvo y dijo:

– ¡Aquí abriré la puerta de mi alcázar sobre una torre de siete bóvedas!

Y siguió adelante.

Y los cortesanos repitieron:

– ¿Por qué el rey no construye su fortaleza en lo mas alto?

Siguió la yunta marchando hácia la parte media occidental de la Colina al mismo punto donde el rey habia empezado el surco, pero antes de llegar á aquel punto se detuvo otra vez y dijo:

– ¡Aquí se alzará la torre de la puerta por donde entrarán los que hayan menester justicia! ¡Torre y puerta del juicio se llamarán!

Y continuó.

– Pequeño alcázar construye el rey, murmuraron los cortesanos: ya han pasado los tiempos en que un Abd-el-Rahman construia la ciudad de Azarah.

Pero cuando el rey hubo llegado al punto de donde aquel surco habia partido, mandó que volviesen la yunta hácia el estremo occidental, del frontero cerro de Al-Bahul.

Habia que descender por un áspero repecho, bajar hasta la puerta donde empezaba el barrio de los Gomeles, y subir otro repecho para llegar á la Colina de Al-Bahul.

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