Manuel Fernández y González - La alhambra; leyendas árabes

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Los sabios de su corte se entristecian y tenian al rey por loco, porque nada veian.

Todas las noches Aben-Habuz subia á la Colina Roja, y entonces el alcázar se presentaba ante él soberbio con sus altísimas torres, sus enhiestas almenas reales, sus cavas profundas y sus puertas de hierro, que se abrian para darle entrada hasta el Palacio-de-Rubíes, donde tornaba á su insensata alegría y á su risa cruel.

Y cada noche que el rey penetraba en el palacio encantado parecíale este mas hermoso, mas diáfano, y mas rico de resplandores y de armonía; miraba su nombre escrito con oro entre los lazos de las atauxias 29 29 Adornos de flores y hojas, especie de filigrana caprichosísima de que están ornamentadas las paredes de la Alhambra. y de los alicatados 30 30 Mosáicos que sirven unas veces de zócalo á las paredes, otras de pavimento. y le enardecian las leyendas de amor, en que hablaban para él, con el lenguaje del paraiso huríes invisibles.

Y el desdichado sufria, reia y tornaba á su castillo, cada vez mas insensato, cada vez mas débil.

Su vida se consumia como una lámpara á la que falta pávilo, y aquel terrible rey tan fiero y justador á su llegada á Granada, solo era ya una sombra de lo que habia sido: un cadáver animado.

Llegó á hacerse su locura terrible: azotaba á sus mugeres, reventaba á sus perros, cortaba la cabeza á sus sabios, y se reia siempre; y al eco de su risa huian todos, porque habia llegado á ser un eco de muerte.

Una noche se ciñó su corona de rey sobre su frente de loco, y salió como acostumbraba, de su castillo al que, por fortuna de sus vasallos, no debia volver sino en hombros de los señores de su córte.

Rugia la tormenta y el huracan zumbaba entre las quebraduras de los cerros.

Aben-Habuz subió impávido el repecho de la Colina Roja, llegó á la puerta de hierro del alcázar encantado, que se abrió ante él, y llegó hasta el fondo de un magnífico patio, entre cuyas galerías se habian refugiado las cuatro hadas huyendo de la tormenta.

Cuando el rey Aben-Habuz las vió á la diáfana luz que alumbraba el alcázar, emanada del mismo, soltó una sonora carcajada, abrió con entrambas manos su alquicel para que las hadas no pudiesen escaparse, y se fué hácia ellas pretendiendo abrazarlas.

Pero Espejo-de-Dios, pasó sobre él deshaciéndose en lluvia; Aliento-de-las-flores huyó, envolviéndole en perfumes; Eco-de-las-armonías se deslizó junto á él, rozando sus vestiduras y haciéndole escuchar cantos perdidos; y Suspiro-de-amor le burló infiltrando en su corazon ardientes deseos.

Tras esta burla las hadas fueron á posarse en un ángulo distante, y Aben-Habuz corria tras ellas, riendo siempre y empeñándose en aquel juego fatal que agotaba sus fuerzas y su vida.

Y desaparecian y tornaban á aparecer, y las columnas y los arcos, los muros y las cúpulas, parecian girar, uniéndose á aquel baile terrible, y las leyendas escritas con oro y colores, y los mármoles y los alicatados, lanzaban lánguidos destellos y repetian enamorados cantares y parecian exhalar céfiros lascivos impregnados de suavísimos perfumes.

Y el desdichado loco reia, y cada carcajada era mas desgarradora y sus pasos cada vez mas inciertos y vacilantes: y el alcázar continuaba girando alrededor de él y acreciendo en destellos, en fragancia, en armonía.

Al fin, Aben-Habuz vaciló, sentóse fatigado sobre el pavimento, sus ojos se nublaron, la muerte voló en torno suyo, y volvió á la razon.

Entonces cesó su risa: quiso levantarse y no pudo, y miró á las hadas con los ojos inyectados de sangre:

– ¡Malditos génios! dijo con voz espirante: ¡habeis hecho insensato á un rey, pero este rey es sabio y se vengará! Dormid aquí, con mi corona y mis amores, hasta que un rey poderoso, descendiente del compañero del Profeta venga con el poder que le presta á la ciencia, á despertaros de vuestro sueño.

Y cayó por tierra, y sus ojos se cerraron y la muerte fué con él.

Al mismo tiempo se derrumbó con estruendo el alcázar, y las hadas quedaron sepultadas entre sus ruinas.

– Yo soy descendiente del Ansari, dijo sin poderse contenerse el rey Nazar.

– Sí, sí, tu eres el destinado á mostrar á las gentes el Palacio-de-Rubíes, dijo Yshac-el-Rumi: por eso, cuando por complacer á Bekralbayda, has pensado en hacer un alcázar, ese buho ha entrado y ha apagado tu luz.

– ¡Pero ese buho!..

– El rey Aben-Habuz, fué encontrado muerto sobre la Colina Roja: y conducido á su castillo fué sepultado en una tumba magnífica. Pero el alma del rey Aben-Habuz, ha quedado sobre la tierra, encantada en el cuerpo de un buho.

– ¿Y quién te ha rebelado ese misterio y esa maravillosa leyenda? dijo el rey Nazar; temeroso de que aquel relato fuese una impostura de Yshac-el-Rumi.

– Hace mucho tiempo, señor, dijo el viejo de una manera inalterable, que he consultado tu horóscopo con las estrellas.

– ¿Y mi horóscopo cual es?

– Tú serás el fundador de ese alcázar que admirarán las gentes, que construirás por el amor de una muger, y al que darás tu nombre.

– ¿Y ese alcázar existe?

– Existe encantado.

– ¿Y puedo yo verle?

– Sí, poderoso señor, pero enloquecerías y moririas como el rey Aben-Habuz.

– ¡Y bien! sino puedo verle, ¿cómo he de construir en el lugar donde se encuentra, un alcázar semejante?

– Yo te traeré pintado en pergamino el alcázar; medido y dispuesto desde lo mas chico hasta lo mas grande, de modo que los alarifes y los oficiales solo tengan que labrar la piedra y la madera.

– ¿Y cuando me traerás ese pergamino?

– Pasada una luna.

– ¡Una luna todavía!

– Necesito ese tiempo para visitar el alcázar encantado, y puesto que tanto amas á mi hija, aprovéchate tú para reducirla á tu amor.

– Dentro de una luna te espero, dijo el rey Nazar: vete.

– Dentro de una luna yo te haré conocer el Palacio-de-Rubíes. ¡Que el Altísimo y Misericordioso quede contigo, rey Nazar!

Y el astrólogo salió.

– ¡Oh! esclamó el rey Nazar; ¡el sabio rey Aben-Habuz, encantado en un buho! ¡este buho inspirándome el amor de Bekralbayda! ¡ella pidiéndome un alcázar en cambio de sus amores! ¡ese viejo contándome un estraño encantamiento! ¡mi hijo enamorado de ella, guardando su secreto, y ella, enamorada de mi hijo y ocultando tambien su amor! y luego: ¡yo conozco á ese viejo: yo le he visto alguna vez! pues bien: ¡dejemos correr la cosas, y Dios me guiará!

Fortalecido y tranquilo por su confianza en Dios, el rey Nazar se reclinó en su diván, se envolvió en su alquicel y se durmió.

XIII

LA SULTANA LOCA

¡Qué hermosa era aquella muger á pesar de su locura!

Negros sus ojos y sus cabellos, como los ojos y los cabellos del ángel de la noche, su frente, su cuello y sus hombros eran mas blancos que la espuma de un torrente, cuando la ilumina la luz de la luna.

¡Qué hermosa era la sultana Wadah!

Las flores palidecian de envidia al verla, y los ruiseñores cantaban estremecidos de amor cuando ella pasaba lenta y pensativa bajo las enramadas de los jardines del alcázar.

Muchas veces pasaba largas horas sentada á la márgen de las corrientes, mirando abstraida el contínuo trenzar y destrenzar de las aguas ó con la mirada absorsta y fija en esas estrañas figuras que forman las nubes cuando las agrupa y las amontona el viento.

Otras veces se la sorprendia escribiendo sobre la arena con una varita acabada de arrancar á un box, estrañas figuras y caracteres ininteligibles, ó ya retirada en sus retretes, entonando un cántico monótono y misterioso.

Nadie la habia visto reir, pero nadie tampoco la habia visto llorar.

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