Manuel Fernández y González - La alhambra; leyendas árabes

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Aben-Habuz no conocia á Abu-Mozni, y por lo tanto no se entristeció. Humillóle, sí, que un pariente suyo fuese llevado á la sepultura sin embalsamar y con un ataud y unos vestidos tan humildes, porque Abu-Mozni habia gastado el dinero de sus tierras y de sus vasallos, en perros y murallas, y no habia pensado ni una sola vez en su vida en tener un alcázar ni un harem, ni en proveerse de un lecho de piedra en donde dormir el último sueño.

Aben-Habuz mandó á sus médicos que embalsamasen los restos de su feróz tio: hizo quemar el ataud de roble y el sayo de lana, le encerró vestido de púrpura en un féretro de brocado, dentro de un sepulcro de mármol sobre el cual hizo esculpir un pomposo epitafio, largamente meditado por sus sabios, y despues de estos últimos deberes, satisfechos mas bien que á la memoria de su tio, á su orgullo de rey, se lanzó con los tostados africanos que encontró en su herencia y con el ejército que habia traido de allende el mar, sobre los enemigos, que aprovechándose de la muerte de Abu-Mozni-el-Zeirita, habian invadido su territorio; y despues de haber corrido las fronteras tras ellos, de haberles incendiado castillos y aldeas, y robádoles ganados y mugeres, se tornó á su alcazaba; repartió el botin entre los soldados, encerró las mugeres en una torre, y se echó á buscar un sitio donde edificar una residencia mas digna de un rey, que el ahumado torreon donde habia pasado largas veladas, tendido sobre una piel de tigre, el primer señor árabe de Granada.

Llamó á sus faquies y á sus astrólogos, y estos, despues de haber consultado las estrellas, le llevaron á la cresta de la colina poco distante de la torre de la alcazaba, y le dijeron:

– Aquí señor debes alzar tu alcázar y la atalaya de tu reino; porque desde esta loma se vén la estendida vega y las distantes fronteras, y porque un rey debe estar siempre atento á la defensa de su pueblo.

Y Aben-Habuz hizo un alcázar y levantó una torre altísima en el lugar que le dijeron los faquies y los astrólogos, y sobre la torre puso un caballero de hierro con la lanza en ristre y girando á todos los vientos, y en la adarga del caballero mandó pintar un gallo y poner debajo esta leyenda:

Dice el sabio Aben-Habuz,
que así se defiende el Andaluz.

Porque el viejo rey tenia por una de sus mas preciosas máximas la de que un guerrero debia ser vigilante como un gallo, ligero como el viento, para volverse y correr á la parte por donde amenazase el peligro, y por esto y por otras razones que á nadie dijo, llamó á la torre de su alcazaba, torre del Gallo de viento.

Y encerrábase en ella el viejo rey, y se dormia al rechinar de la veleta, y la consultaba cada vez que soplaba el viento de la tormenta, y allí donde el caballero tenia asestada la punta de su lanza, corria con sus gentes, y hacia Eblís 26 26 Nombre que daban los árabes al diablo. que siempre encontrase enemigos á quienes destrozaba volviéndose cargado de presas á su castillo.

Y sucedió que una de estas veces, en vez de encontrar enemigos solo halló un viejo astrólogo, que al ver llegar al rey entre aquella muchedumbre de guerreros, se prosternó por tierra, pidió amparo á Aben-Habuz, y le prometió si le dejaba la vida, edificarle un alcázar tal, que fuese maravilla de los siglos venideros.

Rióse el rey del temor del astrólogo, hízole cabalgar á la grupa de uno de sus africanos, le trajo á Granada, y se encerró con él en la torre del Gallo de viento, sin dar oidos á otras palabras que á las del astrólogo, ni salir de la torre mas que para hacer las azalaes 27 27 Oraciones. en la mezquita.

Y aconteció que el rey olvidó la guerra por la astrología, y pasaron lunas enteras sin que saliese contra los cristianos; á pesar de que estos, mal escarmentados siempre, corrian la tierra haciendo talas y desaguisados, y los habitantes de las villas fronterizas, temerosos de ellos, corrieron á encerrarse tras los muros de la alcazaba Cadima y de la villa de los Judios.

Cansóse el caballero de la torre de avisar el peligro, y desde entonces no volvió á inclinar su lanza al lugar por donde aparecian enemigos, y perdió su virtud el talisman, mientras el rey pasaba las noches en claro en la torre del Gallo de viento á la luz del hornillo donde el sabio hervia en sus vasijas de vidrio brevajes repugnantes.

Al fin una noche el sabio y el rey salieron de la alcazaba por un postigo del muro, bajaron al valle formado por el Darro, y subieron á la Colina Roja.

Era la noche oscura y la tormenta hacia rechinar la veleta de la torre del Gallo de viento: la lanza del caballero señalaba entonces á la Colina Roja donde estaba el astrólogo con el rey.

Hay quien dice que el astrólogo solo queria vengarse del rey por haberle este arrebatado una hermosa doncella hija suya de la villa de los Judios y que habia dado al rey un filtro que habia secado su cerebro tornándole loco.

Sea como quiera, el astrólogo encendió una hoguera en la parte oriental de la Colina Roja en el mismo sitio donde estaban las ruinas de una antigua alcazaba, y arrojó al fuego, pronunciando palabras misteriosas, unos polvos mágicos fabricados por él delante del rey. Entonces la tierra tembló, condensóse el aire, tomó formas el humo de la hoguera y aparecieron cuatro hadas hermosas, apenas cubiertas con velos de seda, batiendo sus trasparentes alas de mariposa.

Aquellas hadas que por el poder del conjuro del astrólogo habian sido arrancadas del quinto cielo, eran los genios del Palacio-de-Rubíes.

Llamábase la una Aliento-de-las flores 28 28 Estos cuatro nombres tienen en árabe las correspondencias siguientes: Aliento-de-las-flores : Nafasu-al-Azjari; Eco-de-las-armonías : Sadan-al-Angámi; Suspiro-del-amor : Jasratu-Jobbati; Espejo-de-Dios : Miratu-Allaji. Dejamos en el testo la traduccion española de estos nombres porque son demasiado estraños, es decir: porque no tienen tan buen sonido como otros que hemos consignado en el testo. , la segunda Eco-de-las-armonías; la tercera Suspiro-de-amor; la cuarta Espejo-de-Dios.

Al aparecer las cuatro hadas, se habia levantado como por encanto alrededor del rey un alcázar de incomparable hermosura: el astrólogo habia desaparecido: solo quedaban las cuatro hadas revolando alrededor del rey que corria frenético por las galerías y los retretes y las cámaras y los patios del alcázar encantado; de aquel magnífico alcázar fresco, riente y sonoro, con el canto de sus aves, la fragancia de sus flores, el murmullo de sus fuentes y el eco de sus armonías.

El rey corria, y corria, y lanzaba grandes carcajadas.

Aben-Habuz tenia un alcázar de oro y pórfido, era astrólogo y sabio, pero habia perdido el juicio.

El judío se habia vengado.

Las hadas giraban alrededor del rey, danzando unas veces, revolando en las cúpulas otras, perdiéndose en el fondo de los estanques, ó deshaciéndose en vapores perfumados entre las esbeltas columnatas de las galerías.

Y Aben-Habuz seguia corriendo con la barba descompuesta, la túnica flotante, la toca deshecha, riendo siempre, de una manera insensata, y las hadas repetian su risa de loco; deteníase cansado y las hadas se replegaban silenciosas en sus lechos de algas y flores; de perfumes y oro: de repente volvian á aparecer ante el rey y escitado Aben-Habuz por su hermosura corria en vano tras ellas; y el insensato reia de pena, y sufria riendo, y en vano queria contener aquella risa fatal que salia á su pesar de su pecho.

Y tornábase con la aurora á la torre del Gallo de viento, y en vano pretendia ver desde sus almenas el palacio donde habia pasado la noche; la Colina Roja se presentaba á su vista escueta y árida, como antes del ensalmo del astrólogo, y el rey se impacientaba y preguntaba á sus cadíes y á sus wazires, si veian sobre la Colina las torres, los muros y los minaretes de un alcázar.

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