Manuel Fernández y González - El cocinero de su majestad - Memorias del tiempo de Felipe III
Здесь есть возможность читать онлайн «Manuel Fernández y González - El cocinero de su majestad - Memorias del tiempo de Felipe III» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: foreign_antique, foreign_prose, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El cocinero de su majestad: Memorias del tiempo de Felipe III
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El cocinero de su majestad: Memorias del tiempo de Felipe III: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El cocinero de su majestad: Memorias del tiempo de Felipe III»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El cocinero de su majestad: Memorias del tiempo de Felipe III — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El cocinero de su majestad: Memorias del tiempo de Felipe III», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Y demasiado mujer, á lo que juntándose que hay en la corte gentes demasiado atrevidas…
– De las cuales vos no sois una de las menores.
– Tengo pruebas…
– Pues mostrad, tío Manolillo… dadme capote, que por más que lo sienta os aplaudiré… ¡pero engañarme yo tratándose de mujeres!.. ¡creer yo á la buena Margarita de Austria!.. si de esta vez me engaño, ni en la honra de mi madre creo… con que desembuchad, hermano, desembuchad, que me tenéis impaciente, y tanto más, cuanto tengo que haceros preguntas de dos años. ¿Quién es el rey secreto?
– Para que lo fuera por entero, sólo podía ser don Rodrigo Calderón.
– ¡Tá! ¡tá! os engañáisteis, hermano.
– Don Rodrigo tiene cartas de la reina.
– Téngolas yo.
– Bien puede ser, porque donde entra el sol entra Quevedo.
– Y aun donde no entra; pero de la reina no tengo más que cartas.
– Sois leal y bueno.
– Tiénenme por rebelde.
– Los pícaros.
– Y aun los que no lo son.
– Sois una cosa y parecéis otra.
– ¡Ah! si no fuera porque estamos perdiendo el tiempo, querría que me explicáseis…
– Os he visto tamaño como una mano de mortero, cuando andábais poniendo mazas á las damas de palacio, y cuando más tarde ellas os ayudaban á poner mazas á sus maridos. Yo os he soltado la lengua, y meciéndoos sobre mis rodillas, he sido vuestro primer maestro. Nos parecemos mucho, don Francisco; yo soy deforme y vos lo sois también, aunque menos; vos lloráis riendo, y yo río rabiando; vos os mostráis contento con lo que sois, y queréis ser lo que ninguno se ha atrevido á pensar; yo llevo con la risa en los labios mi botarga y siempre alegre sacudo mis cascabeles, y si pudiera convertirme en basilisco, mataría con los ojos á más de uno de los que me llaman por mucho favor loco… ¡Ah! ¡ah! ¡ah! yo, estruendo y chacota del alcázar, llevo conmigo un veneno mortal, como vos en vuestras sátiras regocijadas ocultáis el veneno de un millón de víboras; sois licenciado y poeta y esgrimidor, y aun muchas cosas más. Yo no tengo más licencias que las que á disculpa de loco me tomo; yo no escribo sátiras, pero las hago; yo no empuño hierros, pero mato desde lo obscuro. Vos sonáis más que yo; vos sois el bufón de todos por estafeta, y yo soy el bufón del rey por oficio parlante; cuando vos pasáis por una calle, todos dicen: ¡allá va Quevedo! y se ríen. Cuando yo paso por las crujías de palacio con mi caperuza y mi sayo de colores, todos dicen, y no reparan en que al decirlo hablan con el rey más que conmigo: ¡allá va el simple del rey! y… se ríen también; y vos os aprovecháis de las risas de todos que son vuestra mejor espada, y yo me aprovecho de las risas de los cortesanos que son mi único puñal. Vos sois enemigo de los que mandan, y abusan del rey, y servís al duque de Osuna, y os declaráis por la reina, por ambición, y yo aborrezco á los que vos aborrecéis y amo á los que vos amáis por venganza. ¿Sabe acaso alguien á dónde vos vais? ¿sabe alguien á dónde yo voy? ¡oh! y si alguna vez llegamos al fin de nuestro camino, juro á Dios que no han de reirse más de cuatro con los desenfados del poeta y con las desvergüenzas del bufón.
Quedóse profundamente pensativo Quevedo como si hubiese sentido la mirada del bufón en lo más recóndito de su alma, y luego levantó la cabeza, y fijó en Manolillo una mirada profundamente grave y dominadora.
– Dios sabe á dónde vais vos, á dónde voy yo – dijo – ; pero si me conocéis tanto como decís, saber debéis que, como me cuesta el andar mucha fatiga, nunca doy pasos en vano. A propósito de las piezas mayores de palacio, habéisme dicho que la primera es el rey. Os engañáis; pero como sois hombre de ingenio y de experiencia, quisiera saber el motivo de vuestro engaño. En esto debe de danzar la Dorotea… vuestra ahijada… ó vuestra hija, ó vuestra querida…
Púsose pálido como un difunto el tío Manolillo.
– ¡Pobre Dorotea! – exclamó el bufón.
– Pobre de vos, que sois un insensato… Allá en San Marcos supe, por cartas de algunos amigos que se venían sin que nadie las viese á mi bolsillo, y que yo leía cuando de nadie era visto, supe, repito, que la Dorotea se había escapado del convento donde la guardábais y se había metido á cómica; supe además que el duque de Lerma la mantenía, y alegréme, porque dije: el tío Manolillo será enemigo á muerte de su excelencia. Ahora medito, y después de meditar, saco en claro: que siendo la Dorotea amante vendida del duque de Lerma, debe de haber andado en la venta don Rodrigo Calderón; que siendo don Rodrigo Calderón lo que es, puede haber habido algo que no gustaría al duque de Lerma si lo supiese, porque el buen señor es muy vanidoso, muy creído de que lo merece todo, á pesar de sus años y de sus afeites; que habiendo habido algo entre vuestra hija y don Rodrigo, vuestra hija habrá tenido celos, y no habrá encontrado otra mejor que la reina para justificarlo; de modo que un ministro tonto, un rufián dorado, una mujerzuela semi-pública y un padre ó amante, ó pariente tal como vos, que tratándose de Dorotea no sois ya un loco á sueldo, sino un loco de veras, son ó pueden ser la causa de la deshonra de una noble y digna y casi santa mujer que ha tenido la desgracia de ser reina de España, cuando el rey de España es Felipe III.
– ¿No habéis visto entrar en el cuarto de la reina un hombre, don Francisco?
– Sí por cierto; y os confieso que tal entrada me pone en confusiones; como que el hombre que ha entrado en el cuarto de la reina es un mozo que me interesa mucho y que… os voy á dar un alegrón, tío Manolillo; pero habéis de pagármelo diciéndome todo lo que sepáis.
– Si me alegro, os pago.
– Pues bien, es muy posible que á estas horas don Rodrigo Calderón esté en la eternidad.
– ¡Dios mío! – exclamó el bufón – . ¡Pero estáis seguro, don Francisco!
– Lo que sé deciros es que ese mancebo, que sabe lo que se hace cuando da un golpe, acaba de reñir con él y de tenderle cuando entró en palacio.
– ¡Ah! ¡ah! ¡han encontrado quien les haga el negocio de balde!
– Acaso ese pobre muchacho pague muy caro el haber dado al traste con don Rodrigo Calderón.
– ¿Muy caro?
– Sí por cierto; como que está enamorado como un loco de la dama por quien se ha metido en ese lance.
– ¡Esperad! ¡esperad! yo he visto, al entrar ese mancebo en el cuarto de la reina, su semblante, y no le conozco, aunque me ha parecido encontrar en él un no sé qué… ¿conocéis á ese mancebo?
– ¡Mucho!
– ¿Y cómo se llama?
– Juan Martínez Montiño.
– ¡Ah! ¿es pariente del cocinero del rey?
– Su sobrino carnal, hijo de su hermano.
– Don Francisco, no merecéis que yo os hable con lisura.
– ¿Por qué?
– Porque vos no sois conmigo liso y llano.
– Cogedme en un renuncio.
– Estáis cogido.
– ¿Por dónde?
– Por ese mancebo.
– ¿Y por qué?
– ¿Por qué? ¿no decís que es sobrino del cocinero mayor?
– Así resulta de su partida de bautismo.
– Las partidas de bautismo se compran.
Miró Quevedo profundamente al bufón.
– Pero lo que no se compra es el semblante.
– ¿Qué queréis decir?
– Digo que sé algo de ese secreto.
– ¿De qué secreto?
– Estamos jugando al acertijo, hermano Quevedo, á pesar de que nadie nos escucha.
– ¿Tenéis pruebas?
– ¿De que ese mancebo…? ¡vaya! al verle me acometió una sospecha; pero cuando me habéis dicho que es hijo de un Montiño… no pude dudar… como que… ya se ve, estoy en el enredo…
– ¿Acabaremos, hermano bufón?
– Si, por ejemplo, ese mozo en vez de llamarse Juan Montiño se llamase don Juan Girón…
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El cocinero de su majestad: Memorias del tiempo de Felipe III»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El cocinero de su majestad: Memorias del tiempo de Felipe III» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El cocinero de su majestad: Memorias del tiempo de Felipe III» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.