Armando Palacio Valdés - La Espuma
Здесь есть возможность читать онлайн «Armando Palacio Valdés - La Espuma» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: foreign_antique, foreign_prose, Зарубежные любовные романы, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La Espuma
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La Espuma: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Espuma»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La Espuma — читать онлайн ознакомительный отрывок
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Espuma», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Atravesó un magnífico vestíbulo iluminado por dos grandes lámparas con bombas esmeriladas sostenidas por sendas estatuas de bronce, siguió por el corredor y tomó la escalera que conducía al principal sin tropezarse con nadie. Cerca ya del salón que daba ingreso a su boudoir , halló a Fernando, un criadito de catorce años vestido con librea muy cuca y adecuada a sus años.
–¿Estefanía?
–Debe de estar en la cocina.
–Que suba inmediatamente.
Entró en el boudoir , y yendo al espejo de cuerpo entero sostenido por dos pies derechos de madera dorada, se despojó del sombrero. Era el gabinete una pieza reducida, vestida toda ella de raso azul con cenefas de cartón-piedra imitando una guirnalda de flores. Sobre la chimenea, vestida también de raso, había dos magníficos candelabros y un reloj, obra de nuestros plateros del siglo pasado. Los enseres de la chimenea eran igualmente de plata. La alfombra blanca con cenefa azul. En medio un confidente forrado de tisú de oro. Butacas, sillas doradas. En el suelo dos grandes almohadones de pluma. En un rincón el espejo; en otro un escritorio de madera taraceada estilo Pompadour; en los otros dos unas columnas forradas de terciopelo azul sosteniendo dos quinqués que esclarecían ahora la estancia. Comunicaba esta pieza por un lado con el tocador de la señora y éste con su dormitorio; por el otro con un saloncito donde solía recibir a sus amigos los martes por la tarde o jugar al tresillo de noche con los íntimos. En el boudoir sólo entraban algunas pocas amigas de confianza que iban a visitarla en horas no señaladas. Aquí era donde celebraba esos coloquios secretos, tan sabrosos para las mujeres, donde su pensamiento se vacía por entero, pasando de lo más escondido y profundo a las frivolidades del día, los pormenores del traje y de la moda.
Pocos segundos después de quitarse el sombrero apareció Estefanía. Era una jovencita pálida con hermosos ojos negros. Vestía, dentro de su condición, con elegancia y primor. Por encima del traje traía un delantal color gris orlado de puntilla blanca.
–¡Ya podías aguardarme, chiquilla! ¿Dónde estabas metida?—dijo con tono de mal humor y distraído a la vez la señora.
–Estaba en la cocina…. Había ido a darle unas puntadas a la falda de Teresa, que se le ha roto en un clavo—repuso con afectada humildad la doncella.
Clementina guardó silencio, absorta sin duda en sus pensamientos. Colocada frente al espejo se dejó despojar del abrigo, contemplándose al propio tiempo con esa curiosidad eterna que las mujeres hermosas sienten por sí mismas.
–¿Has estado en casa de Escolar?—preguntó al cabo distraídamente.
–Sí, señora.
–¿Qué ha dicho?
–Que no tiene ahora una seda tan doble en ese color, pero que si la señora quiere enviará por ella.
–¡Puf! Para ese viaje no necesitamos alforjas…. ¿Y en La Perfección ?
–Sí, señora. Que el sábado enviarán los gorros.
–¿Has preguntado cómo seguía el padre Miguel?
–No he tenido tiempo…. ¡Está tan lejos!…
–¿Cómo lejos? ¿Pues no has ido en coche?
–No, señora…. Juanito me ha dicho que la yegua estaba desherrada….
–¿Por qué no te ha puesto uno de los caballos normandos?
–No sé…. Siempre encuentra alguna disculpa cuando la señora me manda salir en coche.
–Tal me parece…. Descuida, hija: ya arreglaré yo eso. ¡Bueno está el señor Juanito, con sus ínfulas de indispensable!
Al echar una mirada a su doncella reflejada en el espejo, creyó observar algo extraño en sus ojos. Se volvió para mejor verlo. En efecto, Estefanía los tenía enrojecidos.
–¡Tú has llorado, chica!
–¿Yo?… No, señora, no.
La manera de negarlo era hipócrita. La señora no tuvo necesidad de insistir mucho para que se lo confesase y aun la causa de su llanto.
–El jefe, señora—comenzó a gimotear—, el jefe, que las ha tomado de poco tiempo a esta parte conmigo…. En cuando digo cualquier cosa, suelta la carcajada o dice una porquería…. Y los demás claro, los demás, como me tienen ojeriza porque la señora me quiere, y por adular al jefe, se ríen también…. Porque le he dicho hoy que se lo diría a la señora, me ha llenado de insolencias y me ha echado de la cocina.
–¡Echado! ¿Y quién es él para echarte?—exclamó con ímpetu el ama.—Vé a llamarle. Es menester que yo caliente las orejas, lo mismo a ese necio que a Juanito. ¡Si nos descuidamos van a mandar en esta casa los criados más que los amos!
–Señora … yo no me atrevo. ¿Quiere que le envíe recado por Fernando?
–Haz lo que quieras, pero llámale.
Se había irritado vivamente al escuchar los sollozos de su doncella. Estefanía era su predilecta, a quien distinguía entre todos los criados y confiaba gran parte de sus secretos. Como todos los déspotas presentes y pasados, estaba dominada sin darse cuenta de ello. El carácter zalamero y adulador de la doncellita había ganado su corazón de tal manera, que con él, sin saberlo ella misma, le había entregado la voluntad. Estefanía era de hecho quien mandaba en la casa, pues que mandaba en la señora. El criado que no entraba en su gracia, podía prepararse a salir en plazo más o menos corto. Y sucedía lo que puede darse como regla segura en tales casos, que la preferida y amada de la señora era profundamente antipática a la servidumbre. No acaece esto solamente por esa pasión vergonzosa que en mayor o menor grado reside en todos los seres humanos, la envidia, sino también porque es condición precisa del hipócrita y adulador con el grande, ser al propio tiempo altanero y malévolo con el pequeño.
Llamado por Fernando, a quien Estefanía dió el encargo, no tardó en presentarse en la puerta del gabinete el cocinero, con los atavíos del oficio, esto es, con mandil y gorra blanca; todo blanquísimo. Era un mocetón de treinta años, de rostro fresco y no desgraciado, con largas patillas negras. En el ceño que contraía su frente, en la preocupación que se observaba en sus ojos, comprendíase que ya sabía a qué venía llamado. Clementina se había sentado en el confidente. Estefanía se había retirado a un rincón y puso los ojos en el suelo al entrar el jefe.
–Vamos a ver, Cayetano; acabo de saber que después de tratar con muy poca consideración a esta chica, la ha echado usted de la cocina. Le llamo para decirle que ni yo consiento que ningún criado trate mal a otro, ni usted está facultado para echar a nadie dentro de mi casa.
–Señora … yo no la he tratadu mal…. Es ella, la que nus trata mal a todus … pincha aquí, pincha allá, sin dejarnus en paz—tartamudeó el cocinero con marcado acento gallego.
–Bueno, pues si pincha aquí y pincha allí, ningunu de ustedes está facultadu para desvergonzarse con ella…. Se me dice a mí y concluído—, replicó vivamente la señora imitando el acento del jefe.
–Es que….
–Es que, nada. Ya sabe usted lo que le he dicho. Hemos concluído—manifestó el ama con gesto imperioso.
El cocinero, con la cara encendida y todo el cuerpo tembloroso, permaneció unos segundos inmóvil. Después, antes de retirarse, dirigió una larga mirada iracunda a la doncellita, que seguía con los ojos en el suelo con expresión hipócrita donde se traslucía el triunfo del amor propio.
–¡Chismosa!—le vomitó al rostro más que le dijo.
La señora se alzó de su asiento, y rebosando de cólera por tal falta de respeto, le dijo:
–¿Y cómo se atreve usted a insultarla en mi presencia? Márchese usted pronto…. ¡Quítese de mi vista!
–Señora, lo que le digu es que ella tiene la culpa….
–Pues si tiene la culpa, mejor…. Váyase usted.
–Todus nus iremus de la casa, señora, porque a esa mentecata no hay quien la sufra.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La Espuma»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Espuma» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La Espuma» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.