Carlos Zafón - El Juego del Ángel
Здесь есть возможность читать онлайн «Carlos Zafón - El Juego del Ángel» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Старинная литература, spa. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El Juego del Ángel
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El Juego del Ángel: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Juego del Ángel»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El Juego del Ángel — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Juego del Ángel», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Asentí como agradecimiento y me colé en el caserón. Subí hasta el torreón del tercer piso, que se alzaba entre el terrado ondulado de tejas policromadas. Allí encontré a Vidal, instalado en aquel estudio desde donde se veían la ciudad y el mar en la distancia. Vidal apagó la radio, un trasto del tamaño de un pequeño meteorito que había comprado meses atrás cuando se habían anunciado las primeras emisiones de Radio Barcelona desde los estudios camuflados bajo la cúpula del hotel Colón.
-Me ha costado casi doscientas pesetas y ahora resulta que sólo dice tonterías. Nos sentamos en dos sillas enfrentadas, con todas las ventanas abiertas a aquella brisa que a mí, habitante de la ciudad vieja y tenebrosa, me olía a otro mundo. El silencio era exquisito, como un milagro. Se podían oír los insectos revoloteando en el jardín y las hojas de los árboles meciéndose al viento.
-Parece que estemos en pleno verano -aventuré.
-No disimules hablando del tiempo. Ya me han dicho lo que ha pasado -dijo Vidal. Me encogí de hombros y eché un vistazo a su escritorio. Me constaba que mi mentor llevaba meses, cuando no años, intentando escribir lo que él llamaba una novela “seria” alejada de las tramas ligeras de sus historias policíacas para inscribir su nombre en las secciones más rancias de las bibliotecas. No se veían muchas cuartillas.
-¿Cómo lleva la obra maestra?
Vidal tiró la colilla por la ventana y miró a lo lejos.
-Ya no tengo nada que decir, David.
-Tonterías.
-Tonterías lo son todo en esta vida. Es simplemente una cuestión de perspectiva.
-Debería de poner eso en su libro. El nihilista en la colina. Un éxito cantado.
-El que pronto va a necesitar un éxito eres tú, porque o me equivoco o debes de empezar a estar magro de fondos.
-Siempre puedo aceptar su caridad.
Hay una primera vez para todo.
-Ahora te parece el fin del mundo, pero....... pronto me daré cuenta de que es lo mejor que podía haberme pasado -completé-. No me diga que ahora es don Basilio el que le escribe los discursos.
Vidal rió.
-¿Qué piensas hacer? -preguntó.
-¿No necesita usted un secretario?
-Ya tengo la mejor secretaria que podía tener. Es más inteligente que yo, infinitamente más trabajadora y cuando sonríe incluso me parece que este cochino mundo tiene algo de futuro.
-¿Y quién es esta maravilla?
-La hija de Manuel.
-Cristina.
-Por fin te oigo pronunciar su nombre.
-Ha elegido usted una mala semana para reírse de mí, don Pedro.
-No me mires con esa cara de cordero degollado. ¿Te crees que Pedro Vidal iba a permitir que ese atajo de mediocres estreñidos y envidiosos te pusieran de patitas en la calle sin hacer nada?
-Una palabra suya al director seguramente hubiese cambiado las cosas.
-Lo sé. Por eso fui yo quien le sugirió que te despidiese -dijo Vidal. Sentí como si acabase de darme una bofetada.
-Muchas gracias por el empujón -improvisé.
-Le dije que te despidiese porque tengo algo mucho mejor para ti.
-¿La mendicidad?
-Hombre de poca fe. Ayer mismo estuve hablando de ti con un par de socios que acaban de abrir una nueva editorial y buscan sangre fresca que exprimir y explotar.
-Suena de maravilla.
-Ellos ya están al corriente de Los misterios de Barcelona y están dispuestos a hacerte una oferta que va a hacer de ti un hombre hecho y derecho.
-¿Habla en serio?
-Claro que hablo en serio. Quieren que les escribas una serie por entregas en la más barroca, sangrienta y delirante tradición del grand guignol que haga añicos Los misterios de Barcelona. Creo que es la oportunidad que estabas esperando. Les he dicho que irías a verlos y que estabas listo para empezar a trabajar inmediatamente. Suspiré profundamente. Vidal me guiñó un ojo y me abrazó. Fue así cómo, a pocos meses de cumplir los veinte años, recibí y acepté una oferta para escribir novelas de a peseta bajo el seudónimo de Ignatius B. Samson. Mi contrato me comprometía a entregar doscientas páginas de manuscrito mecanografiado al mes tramadas de intrigas, asesinatos de alta sociedad, horrores sin cuento en los bajos fondos, amores ilícitos entre crueles hacendados de mandíbula firme y damiselas de inconfesables anhelos, y toda suerte de retorcidas sagas familiares con trasfondos más espesos y turbios que las aguas del puerto. La serie, que decidí bautizar como La Ciudad de los Malditos, aparecería en un tomo mensual en edición cartoné con cubierta ilustrada a todo color. A cambio recibiría más dinero del que nunca había pensado podía ganarse haciendo algo que me inspirase respeto, y no tendría más censura que la que impusiera el interés de los lectores que supiera ganarme. Los términos de la oferta me obligaban a escribir desde el anonimato de un extravagante seudónimo, pero en aquel momento me pareció un precio muy pequeño que pagar a cambio de poder ganarme la vida con el oficio que siempre había soñado desempeñar. Renunciaría a la vanidad de ver mi nombre impreso en ni obra, pero no a mí mismo ni a lo que era. Mis editores eran un par de pintorescos ciudadanos llamados Barrido y Escobillas. Barrido, menudo, rechoncho y siempre prendido de una sonrisa aceitosa y sibilina, era el cerebro de la operación. Provenía de la industria salchichera y, aunque no había leído más de tres libros en su vida, incluidos el catecismo y la guía de teléfonos, estaba poseído de una audacia proverbial para cocinar los libros de contabilidad, que adulteraba para sus inversores con alardes de ficción que ya hubieran querido emular los autores a los que la casa, tal como había predicho Vidal, estafaba explotaba y, en último término, dejaba caer al arroyo cuando los vientos soplaban en contra, cosa que tarde o temprano siempre sucedía. Escobillas desempeñaba un rol complementario. Alto, enjuto y de aire vagamente amenazador, se había formado en el negocio de las pompas fúnebres, y bajo la atorrante colonia con que bañaba sus vergüenzas siempre parecía filtrarse un vago tufillo a formol que ponía los pelos de punta. Si labor era esencialmente la del capataz siniestro, látigo en mano y dispuestoa hacer el trabajo sucio para el que Barrido, por su temple más risueño y su disposición no tan atlética, presentaba menos aptitudes. El ménage-i-trois se completaba con su secretaria de dirección, Herminia, que los seguía a todas partes como un perro fiel ya la que todos apodaban la Veneno porque, pese a su aspecto de mosquita muerta, era tan de fiar como una serpiente de cascabel en celo.
Cortesías aparte, trataba de verlos lo mínimo posible. La nuestra era una relación estrictamente mercantil y ninguna de las parte; sentía grandes deseos de alterar el protocolo establecido. Me había propuesto aprovechar aquella oportunidad y trabajar a fondo para demostrarle a Vidal, y a mí mismo, que peleaba por merecer su ayuda y su confianza. Con algo de dinero fresco en las manos decidí abandonar la pensión de doña Carmen en busca de horizontes más confortables. Hacía ya tiempo que le tenía echado el ojo a un caserón de aire monumental en el 30 de la calle Flassaders, a tiro de piedra del paseo del Born, por delante del cual había pasado durante años cuando iba y volvía del diario a la pensión. La finca, rematada por un torreón que brotaba de una fachada labrada de relieves y gárgolas, llevaba años cerrada, el portal sellado con cadenas y candados picados de herrumbre. Pese a su aspecto fúnebre y desmesurado, o tal vez por ese motivo, la idea de llegar a habitarla despertaba en mí esa lujuria de las ideas desaconsejables. En otras circunstancias hubiese asumido que un lugar semejante excedía de largo mi magro presupuesto, pero los largos años de abandono y olvido a los que parecía condenado me hicieron albergar la esperanza de que, si nadie más quería aquel lugar, tal vez sus propietarios aceptarían mi oferta. Preguntando en el barrio pude averiguar que la casa llevaba muchos años deshabitada y que la propiedad estaba en manos de un administrador de fincas llamado Vicenc Clavé, que tenía oficinas en la calle Comercio, frente al mercado. Clavé era un caballero de la vieja escuela que gustaba de vestir como las esculturas de alcaldes y padres de la patria que encontraba uno a las entradas del Parque de la Ciudadela y que, al menor descuido, se lanzaba a vuelos de retórica que no perdonaban ni lo divino ni lo humano.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El Juego del Ángel»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Juego del Ángel» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El Juego del Ángel» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.