Arkadi Strugatsky - DESTINOS TRUNCADOS
Здесь есть возможность читать онлайн «Arkadi Strugatsky - DESTINOS TRUNCADOS» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Старинная литература, на английском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:DESTINOS TRUNCADOS
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
DESTINOS TRUNCADOS: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «DESTINOS TRUNCADOS»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
DESTINOS TRUNCADOS — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «DESTINOS TRUNCADOS», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
llegaba el portero, un hombre de cierta edad, pero que a juzgar por su actitud había sido
soldado: trabajaba con un atado de llaves, como si fuera un cinturón con una pesada
hebilla. Así que cuando llegaron corriendo dos camareros desde la cocina no tuvieron
nada que hacer. El sobrinito había escapado, olvidando su transistor sobre la mesa. Uno
de los gorilas yacía bajo la mesa, el que Diana había derribado de un botel azo; Víktor y
Teddy, animándose mutuamente con gritos de combate, sacaron a los otros cuatro del
salón a puñetazos, los hicieron correr por el vestíbulo y los echaron a patadas a través de
la puerta giratoria. Por inercia, el os también salieron fuera y sólo al í, bajo la lluvia, se
dieron cuenta de que su victoria era total y se tranquilizaron un poco.
—Mocosos de mierda —dijo Teddy, encendiendo a la vez dos cigarrillos, uno para él y
otro para Víktor—. Han cogido la costumbre de armar lío todos los jueves. La semana
pasada no los espanté y rompieron dos butacones. ¿Y quién tiene que pagar eso? ¡Yo!
—El sobrinito se ha ido —dijo Víktor, lamentándolo, mientras se palpaba la oreja
inflamada—. No he podido echarle mano como quería.
—Eso es bueno —dijo Teddy, diligente—. Es mejor no tener nada que ver con ese
cerdo. Sabes quién es su tío, y además... es uno de los pilares de La Patria y el Orden, o
como se llamen ésos... Y tú, señor escritor, has aprendido a pelear. Recuerdo que eras un
alfeñique, que cuando te pegaban, te metías bajo la mesa. Eres un tipo duro.
—Cosas de la profesión —suspiró Víktor—. Un producto de la lucha por la
subsistencia. Ya sabes cómo es en nuestro país: todos para uno. Y el señor Presidente
para todos.
—¿De verdad llegan hasta las manos? —se sorprendió Teddy.
—¿Y qué creías? Escriben un artículo alabándote, diciendo que estás imbuido de
conciencia nacional, vas a buscar al crítico y él está con sus amigos, todos jóvenes,
groseros, fortachones, hijos del Presidente...
—No me digas... ¿Y qué ocurre?
—Cualquier cosa. A veces es como ahora, a veces de otra manera.
Un todoterreno se detuvo ante la entrada, se abrió la portezuela y un hombre joven,
cubierto solamente con un chubasquero, salió bajo la lluvia. Llevaba gafas y un portafolio.
Iba acompañado por un hombre alto. Gólem salió de detrás del volante. El larguirucho
miró atentamente, con interés profesional, cómo el portero sacaba a patadas por la puerta
giratoria al último de los gamberros, que todavía no había vuelto en sí del todo.
61
A
r k a d i y B o r i s S t r u g a t s k y D
e s t i n o s t r u n c a d o s
—Lástima que ése no estaba —susurró Teddy, indicando con los ojos en dirección al
larguirucho—. ¡Ése sí que es un maestro! Nada parecido a ti, un profesional, ¿entiendes?
—Entiendo —respondió Víktor, también en un susurro.
El joven del portafolio y el larguirucho pasaron raudos por delante de el os y
desaparecieron por la puerta. Gólem comenzó a seguirlos, sonriéndole a Víktor, pero el
señor Zurzmansor, con el envoltorio blanco bajo el brazo, le cortó el camino. Dijo algo en
voz baja, Gólem dejó de sonreír y volvió a montar en el vehículo. Zurzmansor se sentó en
el asiento trasero y el todoterreno echó a andar.
—¡Vaya! No le pegamos al que se lo merecía, señor Bánev. La gente vierte sangre por
él, y mira cómo se monta en un coche ajeno y se larga.
—No tienes razón —replicó Víktor—. Es una persona infeliz, un enfermo. Hoy van
contra él, mañana contra nosotros. Ahora, tú y yo nos vamos a beber, a él se lo l evan a la
leprosería.
—¡Ya sabemos adonde lo l evan! —dijo Teddy, belicoso—. No entiendes nada de
nuestra vida, escritor.
—¿Me he distanciado de la nación?
—No sé si de la nación, pero no conoces la vida. Pasa un tiempo con nosotros: lleva
lloviendo varios años, en los campos todo se ha podrido, los chicos ya no respetan a
nadie... En la ciudad no queda ni un gato, no hay salvación de los ratones. ¡Eh! —dijo,
haciendo un ademán de desesperación—. Vámonos.
Regresaron al vestíbulo.
—¿Qué, han roto muchas cosas? —preguntó Teddy al portero, que había vuelto a su
puesto.
—Pues no. Esta vez no ha sido nada. Han destrozado una lámpara de mesa y
ensuciado la pared, pero le he quitado el dinero al último; aquí lo tienes.
Teddy siguió hacia el restaurante, contando el dinero por el camino. Víktor fue detrás
de él. El salón estaba en calma nuevamente. El hombre joven y el larguirucho comían
melancólicamente el plato del día, con una botella de agua mineral. Diana seguía sentada
en el mismo lugar, muy animada, muy hermosa, incluso le sonreía al doctor R. Kvadriga,
que había ocupado su lugar y a quien habitualmente no soportaba. Kvadriga tenía delante
una botella de ron, pero todavía estaba sobrio y por eso su aspecto era inusitado.
—¡Por la victoria! —saludó lúgubremente a Víktor—. Lamento no haber estado
presente, aunque fuera como espectador. —Víktor se dejó caer en su asiento—. Menuda
oreja —siguió diciendo Kvadriga—. ¿Dónde la has conseguido? Parece la cresta de un
gallo.
—¡Coñac! —pidió Víktor y Diana le sirvió una copa—. A el a, y sólo a ella le debo mi
victoria —dijo, señalando hacia Diana—. ¿Has pagado la botella?
—No se ha roto —dijo Diana—. ¿Por quién me tomas? ¡Dios mío, cómo ha caído! ¡Qué
bien! Si todos cayeran así...
—Comencemos —dijo R. Kvadriga con el mismo aire sombrío, y se sirvió un vaso
entero de ron.
—Ha caído como un maniquí. Como un bolo. Víktor, ¿estás bien? He visto cómo te
pateaban.
—Lo esencial está bien. Lo he protegido especialmente.
El doctor R. Kvadriga, con un sorbetón, apuró las últimas gotas de ron que quedaban
en el vaso, chupando de la misma manera que el desagüe del fregadero se traga los
restos de agua tras la fregada. Sus ojos se animaron de inmediato.
62
A
r k a d i y B o r i s S t r u g a t s k y D
e s t i n o s t r u n c a d o s
—Nos conocemos —se apresuró a decir Víktor—. Eres el doctor Rem Kvadriga, yo soy
el escritor Bánev...
—Olvida eso —dijo R. Kvadriga—. Estoy totalmente sobrio. Pero me emborracharé. Es
lo único de lo que estoy seguro. Tú ni siquiera te lo puedes imaginar, pero cuando llegué
aquí hace seis meses, no bebía absolutamente nada. Tengo el hígado enfermo, dispepsia
intestinal y algo anda mal en el estómago. Tengo absolutamente prohibido beber, y ahora
me emborracho todos los días... No le hago falta a nadie. Eso no me ha ocurrido nunca en
toda mi vida. Ni siquiera recibo cartas, pues mis antiguos amigos están presos, no tienen
derecho a correspondencia, y los nuevos son analfabetos...
—No me cuentes secretos de estado —advirtió Víktor—. No soy de fiar.
R. Kvadriga volvió a llenar el vaso y se dedicó a sorber el ron como si fuera té frío.
—Así sabe mejor. Pruébalo, Bánev. Lo disfrutarás... ¡Y deje de mirarme! —le dijo
repentinamente a Diana, rabioso—. ¡Le ruego que oculte sus sentimientos! Y si no le
gusta...
—Tranquilo, tranquilo —intervino Víktor, y R. Kvadriga puso una expresión agria.
—No entienden nada de mí —se quejó—. Nadie. Tú eres el único que entiendes algo.
Tú me has entendido siempre. Pero eres demasiado grosero, Bánev, y siempre me has
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «DESTINOS TRUNCADOS»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «DESTINOS TRUNCADOS» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «DESTINOS TRUNCADOS» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.