Arkadi Strugatsky - DESTINOS TRUNCADOS
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estrado, tuve que hacer el papel de Ozrik. No me lo sabía y tuve que inventarlo sobre la
marcha. Eso fue lo primero que inventé en mi vida sin la amenaza de una mala
calificación. Dicen que en estos tiempos es más difícil estudiar que en mi época. Dicen
que vosotros estudiáis asignaturas nuevas, y que lo que nosotros estudiábamos en tres
años, vosotros lo estudiáis en uno. Pero, seguramente, vosotros no os dais cuenta de que
ahora es más difícil. Los científicos suponen que el cerebro humano es capaz de asimilar
muchos más datos de lo que parece a primera vista, Únicamente hay que tener la
capacidad de compactar esos datos...
«Aja —pensó—, ahora les hablaré de la hipnopedia.» Pero, en ese momento, Bol-
Kunats le entregó una notita:
No es necesario hablar de los logros de la ciencia.
Converse con nosotros como con sus iguales.
Valeriance, 6° grado.
—Bien. Aquí, un tal Valeriance, de sexto grado, me propone que converse con vosotros
como con mis iguales, y me sugiere que no hable de los logros de la ciencia... Debo
decirte, Valeriance, que tenía la intención de hablar ahora sobre los logros de la
hipnopedia. Pero me olvidaré gustoso de mis intenciones, aunque considero mi deber
informarte del hecho de que la mayoría de los adultos que son mis iguales no tienen la
menor idea sobre la hipnopedia. —Le resultaba incómodo hablar sentado, se levantó y
comenzó a andar por el estrado—. Chicos, debo reconocer que no me gustan los
encuentros con los lectores. Como regla, es totalmente imposible conocer de qué tipo de
lectores se trata, qué quieren de ti y qué es lo que verdaderamente les interesa. Por eso
intento convertir cada aparición mía en un encuentro de preguntas y respuestas. A veces
resulta muy entretenido. Hagámoslo así: comenzaré a preguntar yo. Entonces... ¿Todos
habéis leído mis obras?
—Sí —respondieron voces infantiles—. Las hemos leído... Todas...
—Magnífico —replicó Víktor, confuso—. Me siento halagado, y también asombrado.
Está bien, seguimos... ¿Deseáis que os cuente la historia de cómo escribí alguna de mis
novelas?
Se hizo un corto silencio, y a continuación un chico flaco, con la cara l ena de granos,
se levantó en el centro del salón.
—No —dijo, y al momento se sentó.
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A
r k a d i y B o r i s S t r u g a t s k y D
e s t i n o s t r u n c a d o s
—Excelente. Eso es todavía mejor porque, a pesar de opiniones muy difundidas, no
hay nada interesante en los asuntos relacionados con la escritura. Prosigamos... ¿Desea
el respetado público conocer mis planes creativos?
—Verá, señor Bánev —dijo cortésmente Bol-Kunats, que se había puesto de pie—, los
temas directamente relacionados con su técnica de creación sería mejor dejarlos para el
final del encuentro, cuando quede claro el cuadro general.
Se sentó. Víktor se metió las manos en los bolsillos y volvió a pasearse por el estrado.
Aquello se ponía interesante; al menos era inusitado.
—¿O será que os interesan las anécdotas literarias? —dijo, insinuante—. Cómo
anduve de caza con Hemingway. Cómo Ehrenburg me regaló un samovar ruso. O lo que
me dijo Zurzmansor cuando nos tropezamos en un tranvía...
—¿De veras se tropezó con Zurzmansor? —preguntaron desde el salón.
—No, estoy bromeando. Entonces, ¿qué, queréis anécdotas literarias?
—¿Puedo preguntar algo? —dijo el chico con la cara llena de granos, incorporándose.
—Claro.
—¿Cómo quisiera usted vernos en el futuro?
«Sin granos en la cara», fue lo primero que se le ocurrió a Víktor, pero espantó aquella
idea, porque comprendió que aquel o comenzaba a caldearse. La pregunta había sido
dura. «Quisiera que alguien me dijera cómo quiero verme en el presente», pensó. Pero
debía responder.
—Inteligentes —comenzó, a voleo—. Honestos. Bondadosos... Quisiera que amarais
vuestro trabajo... y que trabajarais sólo por el bien de las personas. —Qué tonterías digo.
¿Y cómo no decirlas?—. Más o menos así...
El salón se llenó de ruidos de voces quedas.
—¿Es verdad que usted considera que un soldado es más importante que un físico? —
preguntó alguien, sin ponerse de pie.
—¿Yo? —Víktor se indignó.
—Eso fue lo que entendí del relato La tragedia llega de noche.
Era un bichejo rubio, de unos diez años. Víktor soltó un «hummm». La tragedia podía
ser un mal libro o un buen libro, pero bajo ningún concepto era un libro infantil. Hasta tal
punto no lo era que ninguno de los críticos logró entenderlo: todos lo consideraron algo
pornográfico, que conspiraba contra la moral y la conciencia nacional. Y lo más terrible,
aquel bichejo rubio tenía fundamentos para suponer que su autor consideraba a un
soldado más importante que un físico, al menos en ciertas circunstancias.
—El problema es —comenzó Víktor, con emoción—, que... cómo decirte... Ocurren
muchas cosas diferentes.
—No me estoy refiriendo a la fisiología —repuso el bichejo rubio—. Hablo de la
concepción general del libro. Quizá la expresión «más importante» no es la más
adecuada...
—Yo tampoco me refiero a la fisiología —dijo Víktor—. Quiero decir que hay
situaciones en las que el nivel de conocimiento no tiene importancia.
Bol-Kunats recibió dos notitas del público y se las entregó: «¿Es posible considerar
honrada y buena a una persona que trabaja para la guerra?» y «¿Qué es una persona
inteligente?». Víktor comenzó con la segunda pregunta, era más sencil a.
—Una persona inteligente es la que reconoce la imperfección y parcialidad de sus
conocimientos, intenta completarlos y tiene éxito en el o... ¿Estáis de acuerdo conmigo?
—No —dijo una chica guapa, mientras se ponía de pie.
66
A
r k a d i y B o r i s S t r u g a t s k y D
e s t i n o s t r u n c a d o s
—¿Por qué?
—Su definición no es funcional. Con esa definición, cualquier idiota puede considerarse
inteligente. Sobre todo, si quienes lo rodean apoyan esa opinión.
«Sí», pensó Víktor. Cierto pánico comenzaba a apoderarse de él. Vaya, aquello no era
un debate con sus colegas escritores.
—Tiene usted razón en cierta medida —dijo, pasando inesperadamente a tratarla de
usted—. Pero se trata, en general, de que los conceptos de «idiota» e «inteligente» son
conceptos históricos y más bien subjetivos.
—Entonces, ¿usted no se atrevería a distinguir a un idiota de un inteligente? —
preguntó, desde las filas traseras, un estudiante moreno, de ojos bíblicos y cabeza
totalmente afeitada.
—Sí me atrevo —dijo Víktor—. Claro. Pero no estoy seguro de que ustedes siempre
estarán de acuerdo conmigo. Hay un antiguo aforismo: el idiota es sólo uno que piensa
diferente... —Por lo general, aquella frase causaba la risa en el público, pero ahora todo el
salón esperaba en silencio a que él continuara—. O uno que siente diferente —añadió.
Percibió claramente la insatisfacción del público, pero no sabía qué más decir. No
lograba establecer contacto. Por regla general, el público adopta con facilidad los puntos
de vista del orador, acepta sus juicios y a todos les queda claro quiénes son los idiotas,
teniendo en cuenta también que se daba por hecho que nadie era idiota en aquel salón.
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