Arkadi Strugatsky - DESTINOS TRUNCADOS
Здесь есть возможность читать онлайн «Arkadi Strugatsky - DESTINOS TRUNCADOS» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Старинная литература, на английском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:DESTINOS TRUNCADOS
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
DESTINOS TRUNCADOS: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «DESTINOS TRUNCADOS»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
DESTINOS TRUNCADOS — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «DESTINOS TRUNCADOS», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
estoy solo!»
Y, por supuesto, en ese mismo momento l amó Katia, preocupada por supuesto, y
preguntó, con cierta ironía venenosa en la voz: «¿Qué, andabas de nuevo dilatándote los
vasos sanguíneos?». Y, por supuesto, de nuevo tuve que mentir y justificarme, y además
por el hecho de que no había realizado la menor gestión para que le cosieran un abrigo
de pieles en nuestra sastrería. Pero Katia no había l amado para hablar del abrigo de
pieles: tenía la intención de pasar a visitarme ese día o al siguiente por la noche y traer mi
pedido de alimentos. Era sólo eso. Terminamos la conversación, y de la alegría me bebí
un dedito de coñac y comencé a sentirme mejor.
Al otro lado de la ventana hacía un día maravilloso. La tormenta de nieve del día
anterior había desaparecido; bril aba el sol, que no había vuelto a aparecer desde el
mismísimo día de Año Nuevo; el montón de nieve que ocupaba el balcón emitía alegres
destel os de hielo, seguramente por el hecho de que tras cada auto que pasaba por la
carretera se extendía una cola de vapor blanquecino. La presión atmosférica era alta y no
se preveía ninguna causa que me impidiera dedicarme a escribir el guión.
A propósito, había telefoneado tres veces a la sastrería, y en ninguna de esas
ocasiones había conseguido nada. Debo decir que esas l amadas tenían un carácter
puramente ritual: si una persona quiere que a su hija le cosan un abrigo de piel, debe ir
personalmente a la sastrería, realizar muchísimos movimientos corporales alegóricos y
pronunciar muchísimas frases alegóricas, arriesgándose todo el tiempo a tropezar con
una grosería descarada o con el escaqueo más canallesco.
A continuación ocupé mi lugar ante la máquina de escribir y comencé directamente con
la frase que había inventado el día anterior, pero no había utilizado pues la guardaba
especialmente para hoy, para el desayuno:
No es contra el os, sino contra sus camaradas de la derecha...
Y al principio todo me salió bien, alegre, con ánimo y decisión, pero una hora y minutos
más tarde me di cuenta de que estaba como desmayado sobre el asiento, leyendo por
enésima vez el último párrafo sin entender nada:
41
A
r k a d i y B o r i s S t r u g a t s k y D
e s t i n o s t r u n c a d o s
Y el Comisario seguía contemplando el tanque que ardía. Caían lágrimas de
debajo de sus gafas, pero él no las secaba, su rostro continuaba sereno e
inmóvil.
Me daba cuenta de que estaba trabado, totalmente trabado, para largo rato y sin norte.
Y el problema no consistía en que me resultara imposible imaginar cómo seguirían
desarrollándose los hechos de ahí en adelante: había meditado todo lo que acontecía en
las siguientes veinticinco páginas. No, se trataba de algo peor: sentía algo parecido a una
nausea cerebral.
Veía claramente ante mí el rostro del comisario, la trinchera semiderruida y el tanque
alemán que ardía. Pero todo aquello era como de papel maché. De cartón y tablitas
pintadas. Como en el escenario de una casa de cultura venida a menos.
Y pensé con triste satisfacción, quién sabe por cuál vez, que se debe escribir sobre lo
que uno conoce muy bien, o sobre lo que nadie conoce. La mayor parte de nosotros opina
que eso no importa. Pero Katia, mi hija, había señalado correctamente que uno debía
quedar siempre en minoría.
Me molestan mucho esos derrapes en el trabajo, me enferman. Y en ese momento
decidí que no dejaría que la tristeza me acogotara. A fin de cuentas, tenía muchas otras
cosas que hacer, no había razón para quedarme al í sentado maldiciendo. Me esperaban
en la calle Bánnaia.
Doblando con prisa las páginas, metí el borrador del guión en una funda plástica
especial para él y comencé a vestirme. «El molinero debe vivir en movimiento...»,
balbuceé, mientras me ponía los zapatos con cierto trabajo. «¡El agua nos sirve de
ejemplo!», canté a toda voz, metiendo en la carpeta Los Koriaguin, una magnífica pieza
dramática. Estaba espantando el miedo. «¡En última instancia, devolveré el adelanto!»,
dije en voz alta, mientras me ponía aparka. Pero no se trataba del adelanto. En los últimos
tiempos había tenido semejantes derrapes con mucha frecuencia. Honestamente, eran
ataques de repulsión hacia el trabajo que me daba de comer.
De pie en el rellano de la escalera, me puse a pensar, quizá para despejar la mente,
que durante los últimos tres días no me había ocurrido nada absurdo ni tonto; al parecer,
el que maneja los hilos de mi destino está totalmente exhausto y no es capaz ni siquiera
de un milagrito estúpido... Mientras, los ascensores no subían, ni el grande, ni el pequeño,
y yo golpeaba las puertas de ambos y después escuchaba con atención. De abajo llegaba
el sonido retumbante de unas voces indescifrables. Entonces solté un taco y comencé a
bajar por las escaleras.
En el rellano del décimo piso vi que la puerta del apartamento del poeta Kostia Kudínov
estaba abierta de par en par, y allí asomaba una espalda enorme, enfundada en una bata
blanca.
«Vaya, otra vez», pensé al instante. Y no me había equivocado. A Kostia Kudínov lo
sacaban sobre una camilla, y el ascensor grande estaba abierto, esperando. Kostia
estaba tan pálido que parecía verdoso, sus ojos turbios se movían en desorden y
bizqueaban, la boca manchada parecía un colgajo.
Al principio me pareció que Kostia estaba inconsciente, y no puedo decir que aquel
espectáculo me acongojara, aunque me entristecía un poco. Él y yo apenas nos
conocíamos, éramos vecinos del mismo edificio y miembros de la misma organización de
escritores, que contaba con varios miles de afiliados. De alguna manera, unos diez años
atrás, durante alguna campaña, él se había pronunciado públicamente en mi contra, con
osadía y de manera bastante cáustica. Es verdad que después se había retractado,
diciendo que me había confundido con otro Sorokin, con el Sorokin de la sección de
literatura infantil, por lo que desde ese momento, cuando nos tropezábamos, nos
42
A
r k a d i y B o r i s S t r u g a t s k y D
e s t i n o s t r u n c a d o s
saludábamos, intercambiábamos rumores y nos quejábamos de que no había forma de
reunimos para tomar unas copas. Pero, por lo demás no era nadie para mí, y además, al
verlo, estuve a punto de l egar a la conclusión de que él simplemente había bebido más
de lo habitual. En una palabra, si la indiferente naturaleza hubiera tenido la última palabra,
al poeta Kostia Kudínov se lo deberían haber l evado en ese momento en el ascensor, las
puertas se habrían cerrado, ocultándolo ante mis ojos, le habría preguntado al médico qué
le había ocurrido y por la noche le habría contado aquel suceso a alguien en el club.
Pero el que maneja los hilos de mi destino aún se sentía rebosante de fuerzas.
—¡Félix! —pronunció Kostia, en un tono de tal desesperación que los camil eros se
detuvieron al instante, esperando a ver qué más iba a decir—. Dios te ha enviado a mí.
Félix...
En ese momento sus ojos quedaron en blanco y cal ó. Pero apenas los camil eros
echaron a andar sin esperar la continuación, volvió a hablar. Lo hacía a tirones,
enredándose, susurrando con un ronquido y exigiendo todo el tiempo que yo tomara nota;
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «DESTINOS TRUNCADOS»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «DESTINOS TRUNCADOS» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «DESTINOS TRUNCADOS» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.