Arkadi Strugatsky - DESTINOS TRUNCADOS

Здесь есть возможность читать онлайн «Arkadi Strugatsky - DESTINOS TRUNCADOS» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Старинная литература, на английском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

DESTINOS TRUNCADOS: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «DESTINOS TRUNCADOS»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

DESTINOS TRUNCADOS — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «DESTINOS TRUNCADOS», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

estoy solo!»

Y, por supuesto, en ese mismo momento l amó Katia, preocupada por supuesto, y

preguntó, con cierta ironía venenosa en la voz: «¿Qué, andabas de nuevo dilatándote los

vasos sanguíneos?». Y, por supuesto, de nuevo tuve que mentir y justificarme, y además

por el hecho de que no había realizado la menor gestión para que le cosieran un abrigo

de pieles en nuestra sastrería. Pero Katia no había l amado para hablar del abrigo de

pieles: tenía la intención de pasar a visitarme ese día o al siguiente por la noche y traer mi

pedido de alimentos. Era sólo eso. Terminamos la conversación, y de la alegría me bebí

un dedito de coñac y comencé a sentirme mejor.

Al otro lado de la ventana hacía un día maravilloso. La tormenta de nieve del día

anterior había desaparecido; bril aba el sol, que no había vuelto a aparecer desde el

mismísimo día de Año Nuevo; el montón de nieve que ocupaba el balcón emitía alegres

destel os de hielo, seguramente por el hecho de que tras cada auto que pasaba por la

carretera se extendía una cola de vapor blanquecino. La presión atmosférica era alta y no

se preveía ninguna causa que me impidiera dedicarme a escribir el guión.

A propósito, había telefoneado tres veces a la sastrería, y en ninguna de esas

ocasiones había conseguido nada. Debo decir que esas l amadas tenían un carácter

puramente ritual: si una persona quiere que a su hija le cosan un abrigo de piel, debe ir

personalmente a la sastrería, realizar muchísimos movimientos corporales alegóricos y

pronunciar muchísimas frases alegóricas, arriesgándose todo el tiempo a tropezar con

una grosería descarada o con el escaqueo más canallesco.

A continuación ocupé mi lugar ante la máquina de escribir y comencé directamente con

la frase que había inventado el día anterior, pero no había utilizado pues la guardaba

especialmente para hoy, para el desayuno:

No es contra el os, sino contra sus camaradas de la derecha...

Y al principio todo me salió bien, alegre, con ánimo y decisión, pero una hora y minutos

más tarde me di cuenta de que estaba como desmayado sobre el asiento, leyendo por

enésima vez el último párrafo sin entender nada:

41

A

r k a d i y B o r i s S t r u g a t s k y D

e s t i n o s t r u n c a d o s

Y el Comisario seguía contemplando el tanque que ardía. Caían lágrimas de

debajo de sus gafas, pero él no las secaba, su rostro continuaba sereno e

inmóvil.

Me daba cuenta de que estaba trabado, totalmente trabado, para largo rato y sin norte.

Y el problema no consistía en que me resultara imposible imaginar cómo seguirían

desarrollándose los hechos de ahí en adelante: había meditado todo lo que acontecía en

las siguientes veinticinco páginas. No, se trataba de algo peor: sentía algo parecido a una

nausea cerebral.

Veía claramente ante mí el rostro del comisario, la trinchera semiderruida y el tanque

alemán que ardía. Pero todo aquello era como de papel maché. De cartón y tablitas

pintadas. Como en el escenario de una casa de cultura venida a menos.

Y pensé con triste satisfacción, quién sabe por cuál vez, que se debe escribir sobre lo

que uno conoce muy bien, o sobre lo que nadie conoce. La mayor parte de nosotros opina

que eso no importa. Pero Katia, mi hija, había señalado correctamente que uno debía

quedar siempre en minoría.

Me molestan mucho esos derrapes en el trabajo, me enferman. Y en ese momento

decidí que no dejaría que la tristeza me acogotara. A fin de cuentas, tenía muchas otras

cosas que hacer, no había razón para quedarme al í sentado maldiciendo. Me esperaban

en la calle Bánnaia.

Doblando con prisa las páginas, metí el borrador del guión en una funda plástica

especial para él y comencé a vestirme. «El molinero debe vivir en movimiento...»,

balbuceé, mientras me ponía los zapatos con cierto trabajo. «¡El agua nos sirve de

ejemplo!», canté a toda voz, metiendo en la carpeta Los Koriaguin, una magnífica pieza

dramática. Estaba espantando el miedo. «¡En última instancia, devolveré el adelanto!»,

dije en voz alta, mientras me ponía aparka. Pero no se trataba del adelanto. En los últimos

tiempos había tenido semejantes derrapes con mucha frecuencia. Honestamente, eran

ataques de repulsión hacia el trabajo que me daba de comer.

De pie en el rellano de la escalera, me puse a pensar, quizá para despejar la mente,

que durante los últimos tres días no me había ocurrido nada absurdo ni tonto; al parecer,

el que maneja los hilos de mi destino está totalmente exhausto y no es capaz ni siquiera

de un milagrito estúpido... Mientras, los ascensores no subían, ni el grande, ni el pequeño,

y yo golpeaba las puertas de ambos y después escuchaba con atención. De abajo llegaba

el sonido retumbante de unas voces indescifrables. Entonces solté un taco y comencé a

bajar por las escaleras.

En el rellano del décimo piso vi que la puerta del apartamento del poeta Kostia Kudínov

estaba abierta de par en par, y allí asomaba una espalda enorme, enfundada en una bata

blanca.

«Vaya, otra vez», pensé al instante. Y no me había equivocado. A Kostia Kudínov lo

sacaban sobre una camilla, y el ascensor grande estaba abierto, esperando. Kostia

estaba tan pálido que parecía verdoso, sus ojos turbios se movían en desorden y

bizqueaban, la boca manchada parecía un colgajo.

Al principio me pareció que Kostia estaba inconsciente, y no puedo decir que aquel

espectáculo me acongojara, aunque me entristecía un poco. Él y yo apenas nos

conocíamos, éramos vecinos del mismo edificio y miembros de la misma organización de

escritores, que contaba con varios miles de afiliados. De alguna manera, unos diez años

atrás, durante alguna campaña, él se había pronunciado públicamente en mi contra, con

osadía y de manera bastante cáustica. Es verdad que después se había retractado,

diciendo que me había confundido con otro Sorokin, con el Sorokin de la sección de

literatura infantil, por lo que desde ese momento, cuando nos tropezábamos, nos

42

A

r k a d i y B o r i s S t r u g a t s k y D

e s t i n o s t r u n c a d o s

saludábamos, intercambiábamos rumores y nos quejábamos de que no había forma de

reunimos para tomar unas copas. Pero, por lo demás no era nadie para mí, y además, al

verlo, estuve a punto de l egar a la conclusión de que él simplemente había bebido más

de lo habitual. En una palabra, si la indiferente naturaleza hubiera tenido la última palabra,

al poeta Kostia Kudínov se lo deberían haber l evado en ese momento en el ascensor, las

puertas se habrían cerrado, ocultándolo ante mis ojos, le habría preguntado al médico qué

le había ocurrido y por la noche le habría contado aquel suceso a alguien en el club.

Pero el que maneja los hilos de mi destino aún se sentía rebosante de fuerzas.

—¡Félix! —pronunció Kostia, en un tono de tal desesperación que los camil eros se

detuvieron al instante, esperando a ver qué más iba a decir—. Dios te ha enviado a mí.

Félix...

En ese momento sus ojos quedaron en blanco y cal ó. Pero apenas los camil eros

echaron a andar sin esperar la continuación, volvió a hablar. Lo hacía a tirones,

enredándose, susurrando con un ronquido y exigiendo todo el tiempo que yo tomara nota;

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «DESTINOS TRUNCADOS»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «DESTINOS TRUNCADOS» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Arkadi Strugatsky - The Ugly Swans
Arkadi Strugatsky
Arkady Strugatsky - The Doomed City
Arkady Strugatsky
Arkady Strugatsky - The Dead Mountaineer's Inn
Arkady Strugatsky
Arkadi Strugatsky - Ciudad condenada
Arkadi Strugatsky
Arkady Strugatsky - Roadside Picnic
Arkady Strugatsky
Arkady Strugatsky - Definitely Maybe
Arkady Strugatsky
Boris Strugatsky - Noon - 22nd Century
Boris Strugatsky
Danielle Steel - Destinos Errantes
Danielle Steel
Arkady Strugatsky - Tale of the Troika
Arkady Strugatsky
Arkadij Strugatsky - Picnic la marginea drumului
Arkadij Strugatsky
Boris Strugatsky - Stalker
Boris Strugatsky
Отзывы о книге «DESTINOS TRUNCADOS»

Обсуждение, отзывы о книге «DESTINOS TRUNCADOS» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x