Ya tenemos a la guardia republicana a la carrera por esos campos de Dios. Va al trote, al galope, cae el sol sobre sus armaduras, ondean las gualdrapas en las rodillas de las bestias, oh caballería, oh Roldan, Oliveros y Fierabrás, dichosa la patria que parió tales hijos. A la vista está la heredad elegida, y el teniente Contento manda que se despliegue el escuadrón en línea de carga y, a la orden del cornetín, avanza la tropa lírica y guerrera, desenvainados los sables, la patria se asoma al mirador a contemplar el lance, y cuando salen los campesinos de sus casas, de los pajares, de las cuadras, reciben en el pecho el empuje de las bardas y los correazos en las costillas hasta que Fierabrás, excitado como buey picado de mosca, empuña el sable y cercena, corta, taja, pica, ciego de rabia, el porqué no lo sabe. Quedaron los campesinos tendidos en aquel suelo, gimiendo sus dolores, y recogidos en sus chozas no holgaron, antes bien cuidaron sus heridas lo mejor que pudieron, con grande gasto de agua, sal y telarañas. Mejor sería morir, dijo uno. Eso, sólo cuando la hora llegue, dijo otro.
Ya va de vuelta el escuadrón de la guardia, hija amorosa de esta república, aún se estremecen los caballos y la espuma queda por el aire en copos repartida, y pasan ahora a la segunda fase del plan de batalla, ir por montes y quebradas en busca y reclamo de jornaleros que anden incitando a los demás a rebelión y huelga, dejando en suspenso los trabajos agrícolas y el ganado sin pastores, y así fueron presos treinta y tres, entre ellos los principales instigadores, que acabaron en prisiones militares. Así los llevaron, como recua de burros albardados de azotes, patadas y burlas varias, hijos de puta, ojo no topéis con los cuernos, viva la guardia de la república, viva la república de la guardia. E iban presos los campesinos, cada uno en sus cuerdas, y todos a una cuerda sola, como galeotes, a ver si se entiende esto, que son historias de épocas bárbaras, del tiempo de Lamberto Horques Alemán, siglo quince, no más.
Y a Lisboa, ¿quién va a llevar a Lisboa a los cabecillas del motín? Sale el diecisiete de infantería, un teniente, Contento también, y dieciocho números, en el sigilo del tren de la noche, treinta y ocho ojos para vigilar a cinco jornaleros acusados de sedición e incitación a la huelga. Van a ser entregados al gobierno, informa nuestro solícito corresponsal, este gobierno es una misericordia, tiene manos largas para tales entregas. Y es otra vez mayo, señores. Allá va el tren, allá va, allá va silbando, allá van los cinco ganapanes, al penal del Limoeiro. En estos tiempos primitivos andan los trenes lentamente, se detienen en los descampados sin motivo alguno que se sepa, tal vez un apeadero de emboscada y muerte súbita, y el vagón cerrado en el que son transportados los malhechores lleva las cortinas corridas, si hay cortinas en tiempo de Lamberto Horques, si tales galas se usaban en vagones de tercera, y las plazas del diecisiete de infantería van fusil en ristre, tal vez de bayoneta calada, quien pase por allí, no se detenga, salen diez al campo cada vez que el tren se para, en previsión de asaltos y tentativa de liberación de los presos. No están autorizados a dormir los pobres soldados, y miran nerviosos los rostros duros y sucios de los cinco malandrines, tan parecidos contigo. Sabe Dios, hermano, si cuando se me acabe el tiempo de ser tropa no habrá otro soldado que me prenda y me lleve así a Lisboa, en tren nocturno, en la oscuridad de esta tierra, Hoy sabemos qué somos y dónde estamos, mañana quién sabe, Te dan un fusil, pero nunca te dijeron que apuntaras al latifundio, Toda tu instrucción de apunta y fuego se dirige contra los de tu lado, para tu mismo y engañado corazón mira el cañón de tu arma, no comprendes nada de lo que haces y un día te dan orden de disparar, y te matas, Callaos de una vez, cerrad la boca, sediciosos, que en Lisboa ya os meterán en varas, ni siquiera imagináis los años que vais a pasar a la sombra, Sí, Lisboa es una gran ciudad, nos han dicho que la mayor del mundo, y allí vive la república, seguro que nos pone en libertad, Hay leyes.
Están ahora dos grupos de jornaleros frente a frente, diez pasos los separan. Dicen los del norte, Hay leyes, fuimos contratados y queremos trabajar. Dicen los del sur, Aguantáis que os paguen menos, venís aquí a perjudicarnos, marchaos a vuestra tierra, ratinhos. *Dicen los del norte, En nuestra tierra no hay trabajo, sólo piedras y aliagas, somos de la Beira, no nos llaméis ratinhos, que es ofensa, dicen los del sur, Ratinhos, sois ratones, venís aquí a roer nuestros mendrugos. Dicen los del norte, Tenemos hambre. Dicen los del sur, También nosotros, pero no queremos sujetarnos a esta miseria, si aceptáis trabajar por ese jornal, nos quedamos nosotros sin trabajo. Dicen los del norte, Vosotros tenéis la culpa, no seáis soberbios, aceptad lo que os ofrece el patrón, mejor eso que nada, y habrá trabajo para todos, porque aquí sois pocos y nosotros venimos a ayudar. Dicen los del sur, Es un engaño, quieren engañarnos a todos, no podemos aceptar esos jornales, uníos a nosotros y el patrón tendrá que pagarnos más a todos. Dicen los del norte, Cada uno sabe de sí y Dios de todos, no queremos alianzas, vinimos de lejos, no podemos meternos ahora en pleitos con el patrón, queremos trabajo. Dicen los del sur, Pues aquí no trabajáis. Dicen los del norte, Claro que trabajamos. Dicen los del sur, Esta tierra es nuestra. Dicen los del norte, Pero no la queréis trabajar. Dicen los del sur, Por este salario, no. Dicen los del norte, Nosotros aceptamos el salario. Dice el capataz, Basta, ya está bien de charla, echaos atrás y dejad que estos hombres trabajen. Dicen los del sur, No segarán. Dice el capataz, Vaya si segarán, lo mando yo y basta, si no llamo a la guardia. Dicen los del sur, Antes de que la guardia llegue, correrá aquí la sangre. Dice el capataz, Si la guardia viene, correrá más sangre todavía, después no os quejéis. Dicen los del sur, Hermanos, escuchad, uníos a nosotros por el alma que tenéis. Dicen los del norte, Ya ha sido dicho, queremos trabajar.
Entonces avanzó el primero de los del norte hacia el trigo con la hoz, y el primero del sur lo agarró por el brazo, se acometieron sin agilidad, rudos, brutales, violentos, hambre contra hambre, miseria contra miseria, pan que tanto nos cuestas. Vino la guardia y acabó la querella, pegó de un lado solo, empujó a los del sur con los sables, los acorraló como si fueran bestias. Dice el sargento, Quiere que me los lleve presos a todos. Dice el capataz, No vale la pena, son unos desgraciados, téngalos ahí un rato, hasta que se calmen. Dice el sargento, Pero ahí hay un ratinho de esos del norte con la cabeza rota, hubo agresión, la ley es la ley. Dice el capataz, No vale la pena, mi sargento, sangre de bestias, igual la del norte que la del sur, es como la meada del patrón. Dice el sargento, Hablando del patrón, necesito unas brazadas de leña. Dice el capataz, Ya le enviaré una carretada. Dice el sargento, Y unas cuantas tejas. Dice el capataz, No se preocupe por eso, que no va a dormir al relente. Dice el sargento, Está la vida cara. Dice el capataz, Le mandaré unos chorizos.
Los ratinhos ya avanzan entre las mieses. Caen las espigas rubias sobre la tierra morena, qué belleza huele a cuerpo que no se ha lavado sabe Dios en cuánto tiempo, a lo lejos pasa y se detiene un tílburi. Dice el capataz, Es el patrón. Dice el sargento, Déle las gracias de mi parte, y siempre a sus órdenes. Dice el capataz, Ojo con esos granujas, no les quite la vista de encima. Dice el sargento, Puede ir tranquilo que sé muy bien qué trato darles. Dicen unos del sur, Peguemos fuego a los trigales. Dicen otros, Sería un dolor de alma. Dicen todos, No hay dolor para estas almas.
Ya habían recorrido Landeira, Santana do Mato, dieron vueltas fuera y dentro del concejo, Tarrafeiro y Afeiteira, y en estos viajes les nació el tercer hijo, que era hija, María de la Concepción, y otro, hijo este, que tuvo por nombre Domingo, como el padre. Dios les dé mejor destino, porque del progenitor sólo mal puede decirse, entre el vino y el aguardiente, entre el martillo y la tachuela, iba cada vez peor. Y de los muebles sería mejor no hablar, de la casa al carro, del carro a la casa, y golpeándose unos contra otros por cabezos y ramblas, de lugar en lugar, llegó un nuevo zapatero, Maltiempo se llama, vamos a ver cómo nos sale el maestro que por lo visto le da al vino todo el año como al agua en agosto, rayo de hombre, mejor maestro podría ser si quisiera. A Sara de la Concepción, ahora viviendo en Canha con el marido y los hijos, le dieron las tercianas durante dos años, día sí, día no, para quien no lo sepa. Por eso, en días de estar la madre encamada, iba Juan Maltiempo, el de los ojos azules, que no se repitió la tara en los hermanos, iba Juan Maltiempo a la fuente, y una vez, al hundir la cantarilla, se le fueron los pies, quién acude al inocente, y cayó al agua, que era honda para su tamaño, siete añitos. Volvió a casa en brazos de la mujer que lo salvó, y el padre le pegó una paliza mientras la madre temblaba de fiebre en la cama, que hasta las bolas de latón de la cabecera se movían, No le pegues al niño, Domingo, pero era como hablarle a un sordo. Y llegó un día en que Sara de la Concepción llamó al marido y él no respondió. Fue ésa la primera vez que Domingo Maltiempo despreció a la familia y deambuló lejos. Entonces, Sara de la Concepción, que había callado tanto tiempo aquella vida, le pidió a una vecina letrada que le escribiera una carta, y fue como si le salieran las entretelas del alma, no eligió marido para esto, Padre, por amor de Dios le pido que venga a buscarnos con sus burros y el carro, para llevarnos a su lado, a mi tierra, y me perdone los trabajos y disgustos que le he dado, también su resignación, con mi arrepentimiento de no haber obedecido los consejos que tantas y tantas veces me dio, de que no hiciera este infeliz casamiento, un hombre que sólo amarguras me ha dado, he sufrido lo peor, miserias y disgustos y palizas, bien avisada fui, mal avisada anduve, frase final que de su caudal literario añadió la vecina, conciliando lo clásico y lo moderno con plausible resultado.
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