Juan Maltiempo va a cumplir setenta y dos horas de estatua. Se le hincharán las piernas, sentirá vértigos, lo golpearán con la regla y con la porra, sin mucha fuerza, la suficiente para herirlo cada vez que las piernas se le doblan. No lloraba, pero tenía lágrimas en los ojos, los ojos arrasados en lágrimas, hasta una piedra sentiría piedad. Al cabo de unas horas se deshinchó, pero bajo la piel empezaron a aparecer las venas alteradas, casi del grosor de dedos. El corazón cambió de lugar, es un martillo que golpea y aturde, que resuena dentro de la cabeza, y entonces, por fin, lo abandonan del todo las fuerzas, no consigue ya mantenerse en pie, se fue inclinando, ni se daba cuenta, y ahora está en cuclillas, es un pobre vagabundo del latifundio exprimiendo la mierda de su última debilidad, Levántate, bestia, pero Juan Maltiempo no conseguía levantarse, no era fingimiento, era otra de sus verdades. La última noche oyó gritar y gemir en el cuarto de al lado, y luego entró el inspector Paveia con gran acompañamiento de policías, y mientras resonaban de nuevo los gritos, cada vez más agudos, se acercó Paveia con calculada lentitud y dijo con voz que quería ser terrorífica, Bien, Maltiempo, ya has ido a Monte Lavre y has vuelto, puedes contar la historia. Del fondo de su desgracia, casi rozando las tablas del suelo, con los riñones partidos y los ojos cubiertos de nubes, Juan Maltiempo respondió, No tengo nada que contar, ya dije todo lo que tenía que decir. Es una frase modesta, es el esqueleto del perro al cabo de dos años, casi no merece registro particular, cuando otras se han proferido, Desde lo alto de estas pirámides cuarenta siglos os contemplan, Antes reina una hora que duquesa toda una vida, Amaos los unos a los otros, pero hierve la sangre del inspector Paveia, Ah, sí, entonces las veinticinco hojas que repartías en tu tierra qué, si me lo niegas, acabo contigo. Y Juan Maltiempo pensó, O la muerte, o la vida, y se quedó callado. Estaría otra vez el inspector Paveia perdiendo su misa, o bien consideró que setenta y dos horas de estatua eran suficientes para la primera arremetida, lo cierto es que dijo, Llevaos a este hijo de puta a Aljube, que descanse, después vuelve aquí a contarme la historia o va al cementerio.
Avanzan entonces dos dragones, agarran a Juan Maltiempo por los brazos y se lo llevan a rastras escaleras abajo, desde el tercero hasta el entresuelo, y mientras lo arrastran van diciendo, Maltiempo, cuéntalo todo, que es mejor para ti y para los tuyos, si no cantas, el inspector te va a mandar al campo de concentración de Tarrafal, mira que él lo sabe ya todo, que un amigo tuyo de Vendas Novas habló de ti, no tienes más que confirmar lo que él dijo. Y Juan Maltiempo, que no puede tenerse en sus piernas, que siente que los pies van cayendo de escalón en escalón como si no le pertenecieran, responde, Si quieren matarme, mátenme, pero no tengo nada que contar. Lo tiraron dentro del coche celular, fue corto el viaje, terremoto no hubiera, todas las iglesias estaban en pie y triunfantes, y cuando entraron en Aljube y abrieron la puerta del coche, Venga, salta afuera, cayó el pobre por no pisar el estribo y otra vez a rastras le llevaron, ya más firme el pie ahora, pero no lo bastante, y lo empujaron hacia dentro de la celda, que, por casualidad o determinación, era la misma. Fue Juan Maltiempo de bruces contra el jergón, a punto de desfallecer, pero, pareciéndole que soñaba, tuvo fuerzas para abrirlo y dejarse caer y permanecer allí, como muerto, durante cuarenta y ocho horas. Está vestido y calzado. Es una estatua despedazada, sostenida sólo por los alambres interiores, fantoche del latifundio que asoma la cabeza por encima del telón y hace muecas mientras sueña, le va creciendo la barba y por la comisura de la boca le cae un hilillo de saliva que se abre vagarosamente camino entre los pelos y el sudor. Durante estos días aparecerá el guardia a comprobar si el ocupante de la celda está vivo o muerto, y la segunda vez respira aliviado porque el dormido cambió de posición, esto son cosas conocidas, cuando vienen de hacer la estatua duermen así, ni comer necesitan, pero ahora ya no le basta dormir, el sueño es menos profundo, Despierta, hombre, ahí tienes el almuerzo en la balda, y Juan Maltiempo se sienta en el jergón, no sabe si ha soñado, en la celda no hay nadie más pero huele a comida, siente un hambre devoradora y urgente, y a la primera tentativa que hace para ponerse en pie se le doblan las piernas y se le enturbian los ojos, es la debilidad, vuelve a intentarlo, no son más que dos pasos hasta la balda, lo malo es que no podrá sentarse, que allí se come de pie para que baje más de prisa, y Juan Maltiempo es un hombre corto de estatura, no llega a la tabla, y para comer tiene que ponerse de puntillas, un martirio para quien está tan débil, y si deja caer en el suelo aunque sea una mancha, ya sabe que no escapa sin castigo, quien da el pan, manda.
Pasaron cinco días, que tendrían tanto para contar como cualesquiera otros, pero éstas son las debilidades del relato, a veces hay que saltar por encima del tiempo, porque de pronto el narrador tiene prisa, y no de acabar, que aún no es tiempo de eso, sino de llegar a un lance importante, a un cambio de plano, que el corazón de Juan Maltiempo dé un salto porque el guardia acaba de entrar en la celda y dice, Maltiempo, prepara tus cosas para salir de esta prisión, tienes que dejar las mantas en el depósito, y el jarro y la cuchara, quiero verlo todo arreglado inmediatamente, vuelvo en seguida. Lo malo de estos hombres del latifundio es que, y más si son inocentes, lo aceptan todo en su sentido literal, el pan, pan, y el vino, vino, por eso está Juan Maltiempo tan contento, soñando romerías, A ver si es verdad que me sueltan, está loco este hombre, como se ve de inmediato cuando vuelve el policía para acompañarlo hasta la intendencia, donde deja mantas, cuchara y jarro, y donde recibe los escasos objetos de uso personal que conservaban guardados, y ahora, Vas a la sala mixta, te han levantado la incomunicación, puedes escribir a la familia y encargarles lo que necesites, y abrió la puerta y dentro era un mundo de gente de todas las nacionalidades, es una forma de hablar, se quiere decir que eran muchas personas, aunque también habría extranjeros, pero la timidez de Juan Maltiempo y el que sólo tenga su habla nacional del Alentejo no le permitían llegar a confianzas, y apenas se cerró la puerta, los portugueses lo rodearon queriendo saber las razones de su prisión y noticias de fuera, si es posible. Juan Maltiempo no tiene nada que ocultar, cuenta todo lo que le ha sucedido, y de tal manera se mantiene firme en su palabra de que desde mil novecientos cuarenta y cinco no ha tenido actividades políticas, que incluso lo repite allí, y no era preciso, porque nadie se lo preguntaba.
Tan popular se encontró allí Juan Maltiempo que, viendo fumar a un compañero de prisión, le pidió un pitillo, fue un atrevimiento, que no lo conocía de nada, y entonces varios le ofrecieron tabaco, pero lo mejor de todo fue que otro, que estaba al lado observando la charla, se acercó con una onza de tabaco superior, un librillo de papel y una caja de cerillas, Camarada, cuando necesites alguna cosa, dilo, aquí, mientras haya para uno, hay para todos, imagínense cómo se quedaría Juan Maltiempo, con los primeros humos creció un palmo, con los que siguieron volvió a su tamaño natural pero mucho más confortado, él pequeño en medio de los otros que lo veían fumar y sonreían. Y como hasta en las vidas de los presos hay concordancias felices y coincidencias, de ahí a dos días Juan Maltiempo fue llamado a un despacho fuera de la sala mixta y un guardia le dijo con buena cara, como si el regalo fuera suyo, los guardias tienen esas incongruencias, Maltiempo, ahí tienes esta ropa y cuatro onzas de tabaco y veinte escudos que trajo un señor de tu tierra. Se conmovió Juan Maltiempo, más con la alusión a Monte Lavre que con el inesperado recuerdo, y preguntó, Quién era ese señor, y el guardia respondió, Eso es igual, para un guardia un portador es un portador, y nada más, Juan Maltiempo no lo sabía. Volvió a la sala mixta con su tesoro y apenas entró dio un grito que se debió oír de parte a parte del latifundio, Ahora, camaradas, quien quiera fumar, aquí tiene tabaco, y otra voz, también clamando, le respondió, son dichos importantes que precisan altas voces, Así se hace, camaradas, mientras haya para uno habrá para todos, aquí todos somos hermanos, con los mismos derechos. En general, se suelen escoger para demostraciones de solidaridad tan manifiesta casos de diferente sustancia, pero cada uno tome lo que necesite y dé lo que tenga, cigarrillos, hilachas de tabaco envueltas en su mortaja blanca, y ahora pasa la punta trémula de la lengua a lo largo de la goma, es el remate, la obra acabada, muy mal andará de humanidad quien no entienda estas grandezas. Unos salen, otros no, entran caras nuevas, pero en general no desconocidas, hay siempre alguien que dice, Vaya también tú viniste a dar aquí, y pasados unos días aparece en la puerta de la sala mixta un policía y dice, Maltiempo, prepárate, ponte la chaqueta que vas a dar un paseo, pero estarás de vuelta en seguida, no te lleves nada. Parece que no, que son todo maneras de decir, pero ahí está Juan Maltiempo para afirmar que el corazón se le cayó a los pies, y eso es mucho más verdad que no haber tenido actividades políticas en los últimos cuatro años. Repite el camino con el podenco al lado, esta vez es un muchachito imberbe, que parece nervioso, tal vez no esté habituado, se lleva constantemente la mano al bolsillo de atrás y no dice palabra, al menos Juan Maltiempo puede mirar a los que pasan, sabrán que voy preso, mirar los tranvías, echar un vistazo a los escaparates, es casi un paseo, se iba olvidando de sentir miedo, y ahora el miedo viene todo junto, desordena sus pensamientos, le desbarata la sangre y tiene nostalgia de la sala mixta, del pitillo fumado entre los camaradas y de las conversaciones que allí oye. Le entran en el cuerpo los terrores de la estatua, la gente no se da cuenta, pero quién sabrá lo que les cuesta a estos bronces y a estos mármoles mantenerse en pie, cómo no tendrán calambres, estos hombres de brazos extendidos, estos animales parados en pleno esfuerzo, ni cediendo ni arrancando, cuando a todos les falta la voluntad que el hombre de carne tiene y pese a ello flaquea, está en cuclillas, ni los puntapiés le hacen levantarse, y se acoge a la última flaqueza, puede incluso ensuciarse, basta que la lengua no hable a no ser para repetir siempre la misma mentira. Pero adivinar que el tormento irá a renovarse, reencontrar el dolor conocido, o imaginar otro aún peor, es esto lo que Juan Maltiempo piensa y de repente una gran oscuridad cayó sobre la ciudad y no obstante es día claro, y cálido como suelen los de agosto, tan poco grato éste, qué va a ser de mí, qué martirio me espera.
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